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(Blancas: Alfil f6 +)

Esther Salas se levantó como impelida por un resorte. Su marido la vio acercarse a la cama de Luciana, mirarla, mover una mano temblorosa hasta su frente, depositarla en ella.

– ¿Qué sucede? -preguntó.

– Creía que… se había movido -desgranó la mujer.

No era cierto. Él también la estaba mirando en esos momentos, bajo la perpetua sombra de aquella incredulidad que sin embargo era más y más certeza a medida que pasaban las horas. Pero no se lo dijo a su mujer.

Esther Salas acarició la frente de su hija. En su gesto flotó una desesperanzada esperanza.

– Mañana habrá que llamar a la familia -volvió a hablar en voz muy baja.

La familia.

Abuelos y abuelas que completarían el cuadro de la tragedia.

– Tu madre se morirá -dijo él.

Habían preferido no hacerlo a lo largo del día, esperar, confiar, pero ahora, al acercarse la noche, todo se convertía en amargura y realidad. Incluso ellos tendrían que descansar, después de una primera noche en vela. Tendrían que descansar, por extraño que pareciera.

No hubieran querido dormir, sino estar despiertos, constantemente, para velar el sueño de Luciana.

Norma se levantó, se había movido todo el día de aquí para allá, como una zombi, respondiendo al teléfono o haciendo cualquier cosa, incapaz de permanecer quieta más allá de un minuto. Cada vez que una emoción le asaltaba, tenía que hacerlo, para no caer en el abismo abierto a su alrededor.

– Norma, ¿adónde vas? -la detuvo su madre.

– Al baño -dijo por decir algo.

– Ah.

Se quedaron mirándose las dos, fijamente, con Luis Salas de mudo testigo. Luego la chica se encaminó al lavabo.

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