Mariano Zapata estaba en la cafetería del hospital, tomando su segundo café del día, cuando apareció Norma, cabizbaja, con las muestras de la preocupación atentando su serena belleza adolescente. La muchacha parecía buscar algo, tal vez una máquina en vez de la barra del bar.
Para el periodista, era la oportunidad que esperaba, la que buscaba desde que una enfermera se la señaló a lo lejos.
Se acercó a ella.
– Tú eres Norma Salas, ¿verdad?
La hermana de Luciana.
Lo miró sin sospechar nada.
– Sí.
– ¿Cómo se encuentra?
– Igual. ¿Usted es…?
– ¡Oh, perdona! Me llamo Mariano. Soy de la Asociación Española de Ayuda a Drogodependientes.
– Mi hermana no es una drogata -la defendió espontáneamente.
– Claro, claro -la tranquilizó él-, no se trata de eso. Lo que pasa es que este caso va a dar mucho que hablar, ¿entiendes?
– ¿Por qué?
– Tu hermana es una chica joven y sana, había salido para pasarlo bien, bailar, y, sin embargo, ahora puede morir. Como comprenderás… Esa porquería que se tomó… éxtasis, ¿verdad?
– El médico dice que no es éxtasis, sino eva.
– Bueno, es el mismo perro con distinto collar. ¿Qué edad tiene tu hermana?
– Casi dieciocho.
– ¿Estudia o trabaja?
– Aún estudia, pero lo suyo es el ajedrez.
– ¿Ah, sí? Interesante. ¿Es buena?
– Mucho. Ha ganado varios campeonatos escolares, aunque ella no acaba de creérselo. Supongo que para sobresalir en eso hay que arrimar mucho el hombro, y ella aún no lo tiene claro.
– ¿Dónde sucedió todo? Quiero decir lo de tomarse esa cosa.
– En una discoteca llamada Pandoras.
– ¿Iba sola?
– No, con sus amigos y amigas. Ayer era viernes por la noche.
– Sí, claro, es lógico. ¿Tiene novio?
Por primera vez, Norma se percató de que sin darse cuenta estaba respondiendo a las preguntas del desconocido que tenía delante. Aunque no parecía mal tipo. Él también percibió su instintiva reacción.
– ¿Tomas algo? -le propuso antes de que ella siguiera hablando o dejara de hacerlo.