– Eso debe quedar por aquí, ¿no? -dijo Santi mirando por la ventanilla.
– Supongo, no sé -hizo lo mismo Máximo.
– Ahí delante -les indicó el taxista-. Pasado el próximo semáforo.
– Bueno -suspiró Cinta.
Los dos chicos la miraron a ella, como si fuera la jefa o tuviera algo más que decir.
– ¿Qué hacemos? -quiso saber Santi al ver que su novia no seguía hablando.
– ¿Qué quieres que hagamos?
– No sé. Una vez que nos reunamos con Eloy…
– Todos estamos fastidiados -reconoció la muchacha-, pero esto es de Eloy, así que lo único… tratar de que no haga nada… En fin, ya me entendéis.
– Va a ser muy complicado.
– ¿Tú estás bien? -Santi le cogió una mano.
No se habían tocado desde que estuvieron en la cama juntos.
– Sí.
– ¿De verdad?
– Sí, de verdad.
No lo estaba, pero ahora al menos no se sentía como en su casa, con aquella presión y aquel miedo, pensando en Luciana.
Incluso agradeció el contacto lleno de calor de Santi.
El taxi recorrió el último tramo de calle.
– ¡Ahí está Eloy! -Máximo fue el primero en verlo.