Eloy ya había visto el taxi, primero porque su velocidad decrecía, después por el intermitente indicando que se detenía, y, finalmente, porque sentados detrás contó tres cuerpos. Cuando el vehículo se detuvo, abrió la puerta. Máximo fue el primero en bajar, seguido de Cinta que iba en medio. Santi estaba pagando la carrera.
– ¡Jo, tío! -expresó su liberación de tensión Máximo-. ¿Cómo te lo has montado?
– Por Raúl.
– ¿Has localizado a Raúl? -abrió los ojos Cinta.
– Primero he estado en casa de Paco y Ana, y después lo he pillado a él. Le hubiera traído conmigo de no haber estado completamente ido.
– Lo suyo es demasiado -reconoció Máximo.
Santi ya estaba fuera. El taxista les dirigió una última mirada, sobre todo a ella, y luego arrancó alejándose de allí.
Se quedaron solos.
– ¿Dónde está? -quiso saber Máximo.
– En una discoteca llamada Popes, aquí cerca.
– No la conozco -plegó los labios Santi.
– Es de barrio, quinceañeros y gente así -le informó Eloy.
– ¿Seguro?
– Raúl me ha dicho que sí, que a esta hora y en sábado suele estar siempre ahí.
– ¿Y de veras crees que saber lo que hay en una pastilla de esas puede ayudar a Luciana? -repitió Cinta la misma duda que aquella mañana.
– El médico lo dijo, ¿no? ¿Se os ocurre algo mejor para ayudarla?
Ninguno tenía una respuesta válida. Eso zanjó el tema.
Quedaba, tan sólo, dar el primer paso.
– ¿Qué hacemos?
Se miraron los cuatro. Las diferencias de la mañana habían desaparecido. Eran cuatro amigos unidos por las circunstancias, pero también por algo surgido más allá de ellas. Algo que sólo conocían ellos mismos, igual que lo conocían todos los que compartían un mismo sentimiento común en la adolescencia.
Por lo general, ese sentimiento se desvanecía después.
Aunque eso aún no lo sabían, lo intuían por la vida de sus padres.
– Vamos ya, ¿no?
– Espera -le detuvo Cinta.
Eloy sintió la presión de la mano de su amiga en el brazo. Se detuvo y la miró a los ojos. Los tenía enrojecidos, y no era necesario preguntar por qué.
– Tranquila -musitó comprendiendo el tono de su inquietud-. Lo primero es Luciana.
Entonces Cinta lo abrazó.
Un abrazo cálido, de corazón, preñado de emociones sin medida. Y él le correspondió con la misma intensidad.
Fue lo último antes de que los cuatro echaran a andar calle arriba.