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(Negras: Reina x g7)

No era una pelea, era más bien la liberación de todas las tensiones, de todas las frustraciones, de toda la impotencia. Máximo ya no hablaba, tenía miedo de que a Cinta le diera un ataque de histeria imparable. Santi era el que intentaba calmarla, sin mucho éxito.

– ¡Por favor, Cinta, vas a hacer que todos los vecinos se enteren y te caerá una buena!

– ¡Yo no quiero que se pase el resto de la vida así, en una cama! ¡No lo resistiré!

– ¡Cinta!

– ¡Hoy teníamos que ir a ver la última de Brad Pitt! ¡Y está allí! ¡Y a lo peor ya se ha muerto! ¡Y yo no quiero que se muera! ¡No quiero!

– Dale algo, tú -pidió Máximo.

– ¡Sí, hombre! -protestó Santi-. ¿Qué te crees, que yo vivo aquí y sé dónde está todo?

– ¡Si me tocáis, grito! -anunció Cinta.

Máximo se apartó aún más.

– Si lo sé no vengo -rezongó.

– ¡Cobarde! -le insultó Cinta-. ¿Vas a pasarte el resto de la vida ignorando esto, fingiendo que no ha pasado nada? ¡Pues ha pasado!

– ¡Yo no digo que no haya pasado, sólo digo que así no resolvemos nada!

– ¡Cállate! -ordenó ella.

– Deberíamos llamar al hospital -propuso Santi, asustado por el estado de su novia-. Seguro que ya está bien y nosotros aquí…

– ¡Mierda! -llegó al límite Cinta-. ¿Por qué lo hicimos? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué…?

Iba a volver a llorar, dejándose arrastrar por los nervios, abandonándose por completo, y en ese momento sonó el teléfono.

El zumbido los alarmó a los tres.

Les paralizó el corazón, y la mente.

Se miraron entre sí, asustados, y tras la primera señal, llegó la segunda, y la tercera.

– Serán tus padres… -el primero en hablar fue Santi, indicando así que no podía cogerlo él.

– Déjalo -dijo Máximo-. Como si no hubiera nadie. Tal vez sea un vecino, como ha dicho antes Santi.

– Es del hospital -balbuceó Cinta.

Sus palabras los atenazaron aún más.

El timbre sonó por cuarta vez.

Y por quinta.

Cinta se movió hacia el aparato. Vaciló durante el sexto zumbido.

– No -susurró Máximo.

– Son tus padres, seguro -insistió Santi.

Ella atrapó el auricular con la séptima señal.

– ¿Sí? -musitó débilmente.

– ¿Cinta? ¡Maldita sea, creí que no estabais!

– ¿Eloy?

Los otros se le acercaron.

– Oye, ¿están contigo Santi y Máximo?

– Sí.

– ¡Bien! -los tres le oyeron gritar por el pequeño auricular telefónico-. Escucha, os necesito y rápido. ¡Sé dónde encontrar al tío que os vendió anoche las pastillas! ¡Necesitamos una!, ¿vale? Hay que intentarlo, por Luciana. Por pequeña que sea la esperanza de que eso la pueda ayudar… Pero yo no puedo ir solo, tenemos que ir todos.

Cinta miró a los otros dos. La histeria desaparecía. Ahora todos tenían algo que hacer.

Por fin.

– ¿Dónde estás? -quiso saber.

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