Abrió los ojos cuando el primer zumbido del teléfono aún no había muerto y lo primero que encontró fueron los dígitos verdes de su radio-reloj en la oscuridad de la noche.
Por ello supo que la llamada no podía ser buena.
Ninguna llamada telefónica lo es en la madrugada.
Alargó el brazo en el preciso momento en que sobrevenía el silencio entre el primer y el segundo zumbido, y tropezó con el vaso de agua depositado en la mesita de noche. Lo derribó. A su lado, su mujer también se agitó por el brusco despertar. Fue ella la que encendió la luz de su propia mesita.
La mano del hombre se aferró al auricular del teléfono. Lo descolgó mientras se incorporaba un poco para hablar, y se lo llevó al oído. Su pregunta fue rápida, alarmada.
– ¿Sí?
Escuchó una voz neutra, opaca. Una voz desconocida.
– ¿El señor Salas?
– Soy yo.
– Verá, señor -la voz, de mujer, se tomó una especie de respiro. O más bien fue como si se dispusiera a tomar carrerilla-. Le llamo desde el Clínico. Me temo que ha sucedido algo delicado y necesitamos…
– ¿Es mi hija? -preguntó automáticamente él.
Sintió cómo su mujer se aferraba a su brazo.
– Sí, señor Salas -continuó la voz, abierta y directamente-. Nos la han traído en bastante mal estado y… bueno, aún es pronto para decir nada, ¿entiende? Sería necesario que se pasara por aquí cuanto antes.
– Pero… ¿está bien? -la tensión le hizo atropellarse, la presión de la mano de su esposa le hizo daño, su cabeza entró en una espiral de miedos y angustias-. Quiero decir…
– Su hija ha tomado algún tipo de sustancia peligrosa, señor Salas. La han traído sus amigos y estamos haciendo todo lo posible por ella. Es cuanto puedo decirle. Confío en que cuando lleguen aquí tengamos mejores noticias que darle.
– Vamos inmediatamente.
– Hospital Clínico. Entren por urgencias.
– Gracias… sí, claro, gracias…
Se quedó con el teléfono en la mano, sin darse cuenta de que su mujer ya estaba en pie. Después la miró.
– ¿Un accidente de coche? -apenas si consiguió articular palabra ella.
– No, dicen que se ha… tomado algo -exhaló él.
La confusión se empezaba a reflejar en sus rostros.
– ¿Qué? -fue lo único que logró decir su esposa entre las brumas de su nueva realidad.