Vicente Espinós salió por la puerta de urgencias del Hospital Clínico y se detuvo en la acera para tomar aire y decidir qué rumbo seguir. La mañana era agradable. Una típica mañana de primavera, a las puertas del verano y en tiempo de verbena, pero aún sin los calores caniculares. No le gustaban los hospitales. Debía ser hipocondríaco. Se decía que un buen tanto por ciento de personas que entraban en un hospital, salían con algún virus pegado al forro. Y lo mismo los pacientes. Los curaban de una tontería y salían con algo gordo.
Se olvidó de sus malos presagios cuando le vio a él. Aunque de hecho su presencia no hizo más que reavivarle otros.
El reconocimiento fue mutuo.
– ¡Vaya por Dios! -comentó el policía sin ocultar su disgusto.
– Caramba, la ley -dijo el aparecido deteniéndose ante él.
No podía ser casual. No con Mariano Zapata.
– ¿Qué hace por aquí? -le preguntó.
– Creo que lo mismo que usted -sonrió el periodista-. ¿Qué hay de esa chica?
– Las noticias vuelan rápido. ¿Quién le ha llamado?
– Contactos -se evadió Mariano Zapata con un aire de suficiencia.
– ¿Por qué no le hace un favor a ella, y a la investigación, y se va?
– Vamos, Espinós -el periodista abrió los brazos mostrándole sus manos desnudas-. ¿Me lo dice en serio?
– Se lo digo en serio, sí.
– Debería saber que es bueno que esas cosas se sepan -justificó Zapata-. Siempre actúan de freno. Un montón de padres les prohibirán a sus hijos salir el próximo fin de semana, y tal vez, algunos chicos y chicas no vuelvan a tomar porquerías recordando lo que le ha sucedido a esta chica. Eso tiene de bueno la información.
– Depende de cómo se dé.
– ¿Quiere decir que yo la manipulo?
No le contestó directamente, aunque le hubiera gustado. Siempre había existido una coexistencia más o menos pacífica entre la ley y la prensa. Pero Mariano Zapata era otra cosa. Un sensacionalista.
– Si habla de esa chica, los responsables de lo que le ha sucedido tomarán precauciones.
– O sea, que debo callar para ayudarles a desarrollar su investigación.
– Más o menos.
– No puedo creerlo -se burló el periodista antes de que cambiara de tono y dijera con énfasis-: ¡La gente tiene derecho a saber lo que pasa! ¡Y cuanto antes mejor!
Era la misma historia de siempre. No sabía por qué discutía con él.
Inició de nuevo su camino, sin siquiera despedirse.
– Vamos, Espinós -le acompañó la voz de Zapata-. Tiene todo el día de hoy para investigar el caso, ¿qué más quiere?
Quería romperle la cara, o detenerle, pero eso hubiera sido… ¿anticonstitucional?
¿Quién decía que hasta las ratas tienen derechos?