– Inspector.
Vicente Espinós centró la mirada en Lorenzo Roca saliendo de su larga abstracción, una más en los últimos minutos. El policía llevaba unas anotaciones hechas a mano.
– ¿Lo tienes?
– El Calígula Ciego y el Marcha Atrás son discotecas nocturnas de gente guapa -comenzó a decir Roca-. Se animan a partir de las dos de la madrugada. Antes… -puso cara de asco-. El Peñón de Gabriltar es un bar musical con algo de ambiente putero, hay reservados y todo eso, aunque al parecer la clientela es selecta porque las chicas están bien. El Popes es una discoteca de tarde y noche, o sea, que a esta hora hay niños y niñas bien, y más tarde van sus hermanos y hermanas, o sus padres. Por último, La Miranda, es un bar de esos fríos, pero que también se llena pasadas las tantas.
Vicente Espinós evaluó la información facilitada por su subordinado.
Despacio.
– O sea que, de los cinco, sólo en uno hay animación ahora mismo -expresó sus pensamientos en voz alta.
– En el Popes, sí -le respondió Roca como si hablara con él.
– ¿A qué hora cierra ese local?
– A las diez. Justo para que los nenes y las nenas vuelvan a casita. Reabren después, a eso de las once. De cinco, uno.
No se trata de instinto o intuición, sino de un hecho.
– El Mosca puede ir a uno de ellos esta noche, así que habrá que vigilarlos todos, pero ahora… -miró a Roca, decidido-, no perdemos nada probando.
– ¿Nos vamos, jefe?
Se puso en pie. Agradecía salir de allí. Los casos se resolvían en la calle, aunque no había nada como «la oficina» para pensar en ellos y reunir los datos y la información necesarios. Lorenzo Roca fue a por su chaqueta. Los dos se encontraron en la puerta del departamento.
– ¿Quién cree que ganará mañana? -se encontró con la inesperada pregunta de Roca.