Los periodistas pululaban por la entrada del Palacio de Justicia como palomas, echando cables y estableciendo sus enlaces para emitir en directo. Tim pasó al volante del coche junto al gentío sin que repararan en él y atravesó la entrada vigilada para dejar el vehículo en el aparcamiento. El despacho del jefe Tannino y los de sus inspectores estaban en un pasillo tranquilo y enmoquetado detrás del Palacio de Justicia que más parecía una biblioteca de la costa Este que un antro oficial de la costa Oeste. Las oficinas de administración estaban pasillo adelante, detrás de una inmensa caja fuerte de finales del siglo XIX, una antigualla de la unidad de vigilancia de caravanas del jefe.
Oso estaba sentado en un sillón en el pequeño vestíbulo, flirteaba con la ayudante del jefe y, a juzgar por la expresión de hastío de ésta, lo estaba haciendo fatal. Se puso en pie en cuanto entró Tim y lo acompañó hacia el pasillo.
– Tengo que declarar en tres minutos, Oso.
– He intentado ponerme en contacto contigo.
– Hemos tenido que desconectar los teléfonos. Llamaban continuamente…
– Hace un par de noches fui a vuestra casa. Dray me dijo que habías salido a hacer prácticas de tiro. -Oso escudriñó el rostro de Tim-. ¿No te dijo que pasé por allí?
– Últimamente no hablamos mucho.
– Dios bendito, Rack, ¿por qué coño no habláis?
Tim notó una llamarada de furia que se apresuró a sofocar.
– Oye, ahora mismo tengo que centrarme en la declaración sobre el tiroteo.
– Por eso estoy aquí. -Oso tomó aliento y contuvo la respiración un momento-. Te quieren tender una emboscada.
– ¿A qué te refieres?
– ¿Has visto las noticias?
– No, Oso. He tenido cosas más importantes que hacer. Como enterrar a mi hija. -Las palabras de Tim hicieron retroceder un poco a Oso. Tim respiró hondo y se apretó los párpados con el pulgar y el índice-. No quería decirlo de ese modo.
– La cobertura de los medios ha sido bastante rastrera. Hay una foto en la que aparecen entrechocando las manos…
– Ya la vi.
Oso bajó el tono de voz al ver que pasaban dos uniformes del Ministerio de Justicia.
– Lo están presentando igual que aquella imagen del agente del Servicio de Inmigración con el MP-5 delante de las narices de Elián González. Además, un tipo de Tejas, una especie de reverendo Al Sharp- ton en mexicano, ha estado calentando los ánimos.
– Eso es absurdo. Heidel era blanco y la mitad de nuestra unidad era hispana.
– Pero en la foto salen Denley y Maybeck, y los dos son blancos. Y lo único que importa es la puta foto, no la realidad que hay detrás.
Tim levantó las manos en un gesto que tanto denotaba paciencia como capitulación.
– No puedo controlar la cobertura que haga la prensa -dijo.
– Bueno, lo que ahora te espera no es sólo repetir la declaración. Algunos miembros del comité de revisión han venido de la oficina central. Vas a vértelas con un tribunal en pleno.
– No me quejo, Oso. Fue un tiroteo con graves consecuencias. Hay un proceso en marcha. Es comprensible.
– Escucha, Rack, si esto se sale de madre, ya sea por la vía civil o por la criminal, voy a representarte. Me da igual que tenga que presentar la dimisión. Voy a cubrirte las espaldas.
– Ya sabía yo que eso de estudiar derecho acabaría por volverte paranoico.
– Esto es cosa seria, Rack. Ya sé que no soy más que un pardillo que ha ido a clase en su tiempo libre, pero puedo representarte gratis y conseguir que un abogado de los de verdad se ocupe de la parte chunga.
– Te lo agradezco, Oso. Gracias, pero no hay de qué preocuparse.
La ayudante del jefe asomó la cabeza al pasillo.
– Le están esperando, agente Rackley. -Se retiró sin mirar a Oso.
– Vaya, «agente Rackley» -repitió Tim, molesto con tanta formalidad.
– Acabo de advertírtelo -dijo Oso.
– Gracias. -Tim dio unas palmadas a su amigo en las costillas-. ¿Cómo van las magulladuras?
Oso intentó disimular la mueca de dolor.
– Ya no me hacen daño.
Tim se fue camino de la sala. Pocos pasos después se dio media vuelta y vio que Oso seguía mirándolo.
La imponente grabadora emitía un zumbido hipnótico desde la mitad de la mesa alargada. El asiento de Tim, de tamaño mediano y tapizado barato, no estaba a la altura de los sillones de cuero negro con amplio respaldo que ocupaban los entrevistadores frente a él. Tim hizo el gesto conspicuo de intentar elevar su asiento con la palanquita que tenía debajo.
Cubrieron con esmerado detalle cada centímetro de la declaración de Tim sobre cómo abatió a Gary Heidel y Lydia Ramirez. El tipo de Asuntos Internos no era tan malo, pero la mujer de los Servicios de Investigación y el artillero del Departamento Legal eran perros de presa con traje de batalla. Tim notó que se le humedecía la frente, pero tuvo buen cuidado de no enjugársela.
La mujer descruzó las piernas y echó el torso hacia delante al tiempo que buscaba con el dedo algo en su expediente.
– Asegura usted que salió de la callejuela y vio que Carlos Mendez se llevaba la mano hacia el arma, ¿no es así? -Sí.
– ¿Hizo alguna advertencia al señor Mendez?
– Las reglas no nos permiten efectuar disparos al aire.
– Ni tampoco disparar contra sospechosos que huyen, agente Rackley.
El inspector de Asuntos Internos lanzó una mirada de irritación a la mujer. Era un hombre entrado en años que probablemente estaba ahora en ese departamento para acumular algún trienio de servicio más antes de la jubilación. Tim recordó que se había presentado como Dennis Reed.
– No era un mero sospechoso que huía, Deborah. Iba armado y tenía intención de disparar.
Ella hizo un gesto tranquilizador con las manos.
– ¿ Hizo una advertencia de viva voz al señor Mendez? -preguntó.
– Llevábamos unos siete minutos haciendo advertencias de viva voz sin que dieran el menor resultado. Ya habían muerto dos personas debido a que los fugitivos se negaban a hacer caso de nuestras advertencias.
– ¿Hizo una advertencia de viva voz inmediatamente antes de disparar contra el señor Mendez?
– No.
– ¿Por qué no?
– No tuve tiempo.
– ¿No tuvo tiempo de dar una última orden de ninguna clase?
– Me parece que eso es lo que acabo de decir.
– Pero tuvo tiempo suficiente para sacar el arma y efectuar tres disparos, ¿no?
– Los dos últimos no tuvieron mayor trascendencia.
A juzgar por la media sonrisa de Reed, le había gustado la respuesta de Tim.
– Permítame que se lo pregunte de otro modo. Usted tuvo tiempo de sacar el arma y efectuar el primer disparo, pero no tuvo oportunidad de hacer ninguna advertencia de viva voz, ¿no es así? -Sí.
Fingió una inmensa perplejidad.
– ¿Cómo es posible, agente Rackley? -preguntó.
– Desenfundo muy rápido, señora.
– Ya veo. ¿Y le preocupaba que el señor Mendez disparara contra usted?
– Lo que más me preocupaba era la seguridad de otras personas. Estábamos en una calle llena de civiles.
– De modo que, según dice, no le preocupaba que fuera a disparar contra usted.
– Me pareció que lo más probable era que disparase contra uno de los agentes que tenía delante.
– Le «pareció» -repitió el abogado-. «Lo más probable.»-Así es -dijo Tim-. Sólo que he utilizado esas palabras en una frase completa.
– No hay necesidad de ponerse a la defensiva, agente Rackley. Todos estamos en el mismo bando.
– Claro -respondió Tim.
La mujer hojeó el expediente y frunció el ceño como si acabara de descubrir algo.
– En el informe sobre el escenario del crimen se indica que el arma del señor Mendez seguía metida en los pantalones de éste cuando examinaron el cadáver.
– Entonces, deberíamos estar agradecidos de que ni siquiera tuviera oportunidad de sacarla -dijo Tim.
– ¿No estaba intentando sacar el arma?
Tim miró las ruedecillas de la grabadora, que giraban en círculos letárgicos.
– He dicho que no tuvo oportunidad de sacarla. En realidad, estaba intentando sacarla.
– Los testigos no se ponen de acuerdo a ese respecto.
– Yo soy el único que estaba a su espalda.
– Ajá. A la salida del callejón.
– Eso es. -Tim lanzó un soplido entre dientes-. Tal como he dicho, era una evidente…
– Amenaza para la seguridad de otros -concluyó ella. Al recitar de carrerilla la ordenanza que atañía a un peligro mortal introdujo un matiz de desdén, casi de parodia.
El abogado, que a todas luces había visto el modo de introducir una nueva argumentación, se irguió en su silla.
– Hablemos de «la seguridad de otros». ¿Tenía usted ángulo de tiro?
Reed hizo un gesto de sorna.
– A juzgar por cómo quedó el cadáver, yo diría que tenía un buen ángulo de tiro, Pat.
Pat hizo caso omiso del comentario y siguió con Tim.
– ¿Sabe usted que había civiles detrás del fugitivo cuando disparó? ¿Sabe que, de hecho, había toda una muchedumbre?
– Sí. Eran mi mayor preocupación. Por eso opté por tirar a matar.
– En caso de haber fallado, su disparo habría alcanzado casi con toda seguridad a uno de esos civiles.
– Eso es muy discutible.
– Pero ¿y si hubiera fallado?
– Según la información de que disponíamos, estaba claro que los fugitivos no tenían nada que perder, como dejaron patente al resistirse de tal forma a la detención. El comportamiento de Mendez, desde el momento en que colaboró a tomarme como rehén, no hizo más que corroborar esa información. Al igual que Heidel y Ramirez, Mendez estaba dispuesto a matar a quien fuera necesario con tal de no ser detenido. Era una cuestión de probabilidades: el peligro era mucho menor si lo neutralizaba que si le dejaba que sacase el arma.
– Aún no ha respondido a mi pregunta, agente Rackley. -Pat se puso el bolígrafo detrás de la oreja y se cruzó de brazos-. ¿Y si llega a fallar?
– Tengo una media de veinte dianas de cada veinte disparos con pistola como ranger, y, en tanto que agente judicial federal, he obtenido en seis ocasiones la calificación de trescientas dianas. No tenía ninguna intención de fallar.
– Bravo por usted. Pero, sobre el terreno, un agente debe considerar hasta la posibilidad más ínfima.
Reed se inclinó y apoyó los codos en la mesa con un buen golpe.
– El que se haya prestado a someterse a un interrogatorio no te da derecho a ensañarte así. Cada vez que alguien decide disparar contra un fugitivo, entra en juego un elemento subjetivo. Si alguna vez hubieras tenido un arma en la mano, lo sabrías.
– Gracias, Dennis. Lo tendré en cuenta.
Reed señaló a Pat con el dedo.
– Ándate con cuidado. No voy a permitirte que acoses a un buen agente, desde luego no en mi presencia.
– Prosigamos -dijo la mujer-. Tengo entendido que ha sufrido una experiencia traumática de carácter personal.
Tim aguardó unos segundos antes de responder. -Sí.
– Su hija fue asesinada, ¿no?
– Sí. -A pesar de sus esfuerzos, su tono de voz dejó translucir la furia que sentía.
– ¿Cree que eso puede haber influido en su comportamiento durante el tiroteo?
Notó que se le calentaba el rostro.
– «Eso» ha influido en todos y cada uno de los instantes de mi vida desde que ocurrió, pero no ha alterado mi juicio profesional.
– ¿No cree que su actitud pudo ser… agresiva o… vengativa?
– Si no hubiera temido por mi propia vida ni por la de otras personas, habría hecho todo lo posible por detener a esos fugitivos con vida. Todo lo posible.
Pat se retrepó en el sillón.
– ¿De veras?
Tim se incorporó y puso ambas manos en la mesa con las palmas hacia abajo.
– Soy agente judicial federal. ¿Tengo aspecto de mercenario?
– Escuche…
– No hablo con usted, señora. -Tim no apartó la mirada de Pat, que permaneció recostado en el sillón con las yemas de los dedos juntas. Cuando quedó claro que no iba a responder, Tim extendió el brazo y apagó la grabadora-. Ya he respondido a suficientes preguntas. Si desean alguna otra cosa, pónganse en contacto con mi representante de la Asociación de Agentes de Organismos Federales.
Reed se puso en pie al ver salir a Tim, pero Pat y la mujer permanecieron sentados. Mientras se alejaba, oyó cómo Reed se ensañaba con ellos. La ayudante del jefe se levantó al pasar Tim por delante de su mesa camino del despacho de Tannino.
– Tim, ahora mismo está reunido. No puedes…
Tim llamó a la puerta del jefe y la abrió. Tannino estaba sentado a una enorme mesa de madera. En el sofá frente a él estaba repantigado un tipo gordo con traje oscuro que fumaba un cigarrillo de color pardo.
– Jefe Tannino, lamento la interrupción, pero es muy urgente.
– Claro. -Tannino cruzó unas palabras en italiano con el individuo mientras le acompañaba a la salida. Cerró la puerta y luego hizo aletear la mano para dispersar el humo del cigarrillo al tiempo que meneaba la cabeza-. Diplomáticos. -Señaló el sofá con un ademán-. Siéntate, por favor.
Aunque no quería, Tim tomó asiento. La camisa le tiraba en los hombros.
– No voy a mentirte, Rackley. Los medios de comunicación no nos dejan en buen lugar. Ahora bien, tengo entendido que tú no eras de los memos que andaban entrechocando las manos, pero fuiste quien disparó, y ya sabemos que quien dispara es el centro de atención. Lo merezcamos o no, nos hemos llevado una reprimenda. La buena noticia es que el comité de revisión del tiroteo se reúne la semana que viene en la oficina central, y vas a quedar absuelto.
– Pues no parecía que fueran a absolverme. Más bien me ha dado la impresión de que iban a utilizarme como cabeza de turco en una situación que no lo exige.
– Te absolverán. Todas las declaraciones por escrito han sido entregadas y concuerdan. Han enviado a varios miembros del comité para contrastar tu declaración internamente de manera que no haga falta tomar ninguna medida por otras vías. No nos hace ninguna falta que se inmiscuya el FBI o algún fiscal con ganas de labrarse una reputación.
– ¿Y la mala noticia?
Tannino hinchó los mofletes para lanzar un soplido.
– Vamos a encargarte otras tareas durante una temporada, te mantendremos alejado de la calle hasta que la prensa se tranquilice. De aquí a un par de meses, recuperarás tu puesto y tendrás otra vez el arma reglamentaria.
– ¿Un par de meses? -exclamó, como si no estuviera seguro de haber oído bien.
– No tiene mayor importancia. Te dedicarás al trabajo analítico en vez de patear la calle -dijo el jefe.
– Y mientras dedico toda mi preparación a elaborar horarios en la mesa de operaciones, ¿qué va a contar sobre mí la inigualable maquinaria de relaciones públicas que tenemos?
Tannino se acercó a un revólver Walker 44 de seis disparos que tenía expuesto en un marco de metacrilato y lo observó. Del bolsillo trasero de sus pantalones sobresalía el mango de un peine negro de plástico.
– Que tienes la gran responsabilidad de superar con éxito una terapia encaminada a controlar la ira.
– Ni pensarlo.
– Ya está. No hay más que hablar. De ese modo, la oficina central respaldará tu decisión de disparar a matar y todos volveremos a ser una gran familia feliz.
– ¿Qué tiene todo esto que ver con que Maybeck y Denley celebraran el tiroteo entrechocando las manos?
– Nada en absoluto. Pero aquí todo es cuestión de apariencias. Es una mierda, como comprobarás si alguna vez tienes la desgracia de llegar a donde estoy yo. Y, debido a esa maldita fotografía, las jodidas apariencias indican que somos una pandilla de pistoleros sedientos de sangre. Si transmitimos la idea de que quien apretó el gatillo está aprendiendo a encauzar con mayor sensibilidad su ira, cambiamos esa percepción, y los gacetilleros que dirigen el cotarro podrán volver a dedicarse a su trabajo habitual, que consiste en tocarse las pelotas. Mientras tanto, yo tengo el placer de ocuparme del asunto en todos los frentes y me veo obligado a pedir a uno de mis mejores agentes que se coma el marrón, injustamente, claro.
Tim se puso en pie.
– Fue un tiroteo limpio.
– Los tiroteos limpios son relativos. Ya sé que lo que nos piden es muy difícil, Rackley, pero tienes toda la carrera por delante.
– Quizá no en el Servicio Judicial Federal. -Tim se desabrochó la placa que llevaba al cinto en un estuche de cuero y la dejó encima de la mesa de Tannino.
En un ademán de ira insólito en él, Tannino la recogió y se la lanzó a Tim, que la atrapó a la altura del pecho.
– No voy a aceptar tu dimisión, maldita sea. Y eso sin contar con todo lo que te ha ocurrido. Cógete unos cuantos días más, una baja administrativa, unas cuantas semanas, si te viene en gana, joder. No tomes una decisión ahora, en estas circunstancias. -Tim le vio el rostro hastiado, envejecido, y cayó en la cuenta de lo mucho que debía de haberle dolido a Tannino tragar con la política de la casa que siempre había despreciado y considerado cobarde.
– No pienso hacerlo.
Tannino habló en voz queda.
– Me temo que no te queda otro remedio. Estoy contigo en todo lo demás. En todo.
– Fue un tiroteo limpio.
Esta vez Tannino le miró a los ojos.
– Lo sé.
Tim posó respetuosamente la placa en la mesa de Tannino y salió del despacho.