Capítulo 20

La acusada pendiente de los jardines delanteros de Yamashiro, un restaurante japonés encaramado a una colina de la zona este de Hollywood, se asomaba al lejano destello de los anuncios de neón de Boulevard y Sunset. A través del miasma de niebla tóxica y gases de escape suspendido sobre todo el Strip, Britney Spears miraba con inmensas pupilas desde un anuncio colgado en la fachada de un edificio, como si fuera una especie de Gran Hermano.

Unos dos años atrás, Tim y Oso habían echado el guante a un fugitivo que hirió a la esposa de Kose Nagura durante el atraco a una joyería, y el gerente del restaurante les había mostrado su agradecimiento implorándoles incesantemente que fueran a comer gratis a su local. A pesar de que el ambiente distinguido del restaurante y todo el asunto del pescado crudo les hacía sentirse un tanto incómodos, procuraban aceptar la invitación alguna vez cada varios meses para que no se sintiera insultado. Además, servían buenas copas, la vista desde el bar en la cima de la colina era la más espectacular de todo Los Ángeles y el edificio -una réplica exacta de un gran palacio de Kioto- tenía un cierto atractivo majestuoso.

Tim condujo el coche por la sinuosa carretera flanqueada de precipicios que llevaba al restaurante y se lo cedió a un aparcacoches. Kose, como siempre, lo sentó a la mejor mesa nada más entrar, una plataforma cubierta en el ápice suroriental del restaurante, allí donde confluía una pared de vidrio con otra, lo que ofrecía una vista panorámica de los brillantes edificios cuajados de carteles y envueltos de contaminación situados a sus pies, una vista de Los Ángeles que aborrecían los Masterson. La amplia extensión que representaba las aspiraciones de la clase media de obtener dinero fácil y fama a cualquier precio, una asfaltópolis que levantaba niños prodigio de la altura de edificios y premiaba la avaricia y la crueldad, una ciudad en la que violadores y pederastas podían saciar sus apetitos en compañía de los de su estofa.

Tim jugueteaba con la pajita del vaso de agua mientras esperaba a Oso y ensayaba todas las idioteces que iba a decir con la esperanza de encontrar una manera más adecuada de plantearlas. A su izquierda, una pareja se cogía de la mano por encima de la mesa, sin darle mayor importancia, como si su afecto espontáneo fuera algo que se daba por sentado, algo que estaba por todas partes, como la frustración, la contaminación, los aspirantes a actor. Acusó la intensa necesidad de estar con su mujer. Reorganizó sus pensamientos para decidir qué recibimiento debía dispensar a Oso, el mensajero. Una bandera blanca, quizá.

Este apareció por fin, una silueta de grandes dimensiones con pantalones grises de poliéster y una chaqueta que no acababa de hacer juego, y sorteó uno de los biombos corredizos de papel blanco que franqueaban la entrada desde el patio interior. Tim se puso en pie y se dieron un abrazo. Oso lo retuvo un instante más de lo apropiado antes de sentarse a su silla.

Tim asintió en dirección a la chaqueta arrugada que se acababa de quitar Oso.

– Más vale que vuelvas a ponértela enseguida. El entierro es a las siete.

– Qué gracioso.

– ¿Tienes que declarar en algún juicio?

– Sí. Tannino se enteró de que el año pasado aposté contra Italia en la copa del mundo de fútbol, así que me lo ha endilgado. Aún me faltan dos días para poder vestirme como me dé la gana. -Dio la impresión de que a Oso se le desencajaba el rostro para adoptar una expresión de hastío-. No se me ocurre ninguna forma adecuada de decirlo, así que lo voy a soltar sin más. -Hizo una pausa-. Mira, si no dejas el numerito del tipo duro y callado, Dray va a llegar a la conclusión de que está mejor sin ti.

– ¿Y eso qué significa?

– Mientras estabas desaparecido en acción, Dray ha ido ordenando las pertenencias de Ginny, ha salido de vez en cuando, ha visto a sus amigos. Está apechugando con todo sola. ¿Seguro que quieres que sea así?

– Claro que no quiero que renga que apechugar sola, pero no sé cómo podemos afrontarlo juntos.

– No me da la impresión de que te partas el espinazo en el intento. -Oso cogió la servilleta doblada en forma de sombrerito de papel y volvió a dejarla-. ¿Estás liado con alguien?

Tim se esforzó por mantenerse impasible.

– Oso, me hago cargo de que intentas ayudarme, pero la verdad es que esto no…

– ¿Qué?, ¿Que no es asunto mío? Voy a decirte lo que es asunto mío. No tienes por qué dejar en ridículo a tu mujer. Tienes derecho a ponerte en ridículo cuanto te venga en gana, pero Dray ya ha sufrido bastante. No le hagas tener que soportar nada más.

– Oso, no tengo ningún lío.

– Hablo con Dray todos los días. Y cada vez que sale tu nombre a colación, me da mala espina, como si no estuviera muy segura de lo que te traes entre manos. Además, si no te hubieras largado de su lado en plan Houdini, dudo que hubiera necesitado… -Se interrumpió. Cogió la servilleta de la mesa y se la puso sobre el regazo con la mirada gacha y arrepentida.

– ¿Hubiera necesitado…?

Oso dejó de mover las manos.

– A Mac. Dray ha pasado noches terribles. Mac ha dormido allí más de una vez. No en ese plan, sólo en el sofá, para asegurarse de que ella estuviera bien.

– ¿Mac? -Tim separó los palillos con un chasquido y limpió las minúsculas astillas frotándolos uno contra otro bien fuerte-. ¿Por qué no te llamó a ti?

– Porque, ante todo y sobre todo, soy tu compañero. Mac es de los suyos. Y no deberías preguntarme eso, joder. La pregunta que tendrías que hacerme es por qué no te llamó a ti.

– ¿Qué le dijiste?

– ¿Qué crees que le dije? Que se estaba portando como una idiota, que tendría que tragarse el orgullo y llamarte, igual que tú tendrías que tragarte el orgullo y llamarla. -Oso hizo caso omiso de las miradas que les lanzaban de soslayo desde las mesas cercanas. Meneó la cabeza, asqueado-. Sois un par de personas tercas y rencorosas que acabarán palmando solas.

Tim siguió frotando un palillo con otro, cada vez más fuerte.

– Llegamos a la conclusión de que nos convenía separarnos una temporada. Lo único que hacíamos era ponernos las cosas más difíciles el uno al otro.

– ¿De verdad llevas cinco días sin verla?

De pronto, Tim notó que le subía el calor a las mejillas. Tomó un sorbo de agua y a punto estuvo de tragarse la rodaja de limón.

– Eso no significa que no la quiera.

Llegó el camarero y Oso pidió apresuradamente para ambos sin mirar el menú: gambas especiadas hervidas en sake, tartaletas de cangrejo y mejillones a las siete especias. Había estado yendo más de una vez cada varios meses, eso saltaba a vista. Probablemente acompañado de alguna de sus citas.

Cuando se fue el camarero, Oso lanza Tim una mirada de disculpa.

– Mira, lo único que digo es que deberías llamarla. Os necesitáis el uno al otro. Y ella te necesita. Esa casa ha pasado de estar llena a quedarse vacía en un abrir y cerrar de ojos. La verdad es que no se le puede reprochar que quiera tener a alguien tuerca después de todo lo que ha ocurrido, aunque sea a Mac durmiendo en el sofá. Y, ya que estamos, ¿cuándo vas a reincorporarte al trabajo?

Tim levantó la mirada, sorprendido.

– No voy a reincorporarme, Oso. Ya lo sabes.

– Tannino se pregunta por qué tiene tantos problemas para ponerse en contacto contigo. Esta semana me ha llamado dos veces a su despacho para dejar claro que no ha aceptado tu dimisión.

– No le queda otro remedio.

– ¿Qué estás haciendo, Rack? ¿Qué te traes entre manos?

– Nada. Sólo me estoy ocupando de ciertos asuntos por mi cuenta durante una temporada.

Por primera vez desde que alcanzaba a recordar, no reconoció la expresión en la mirada de Oso.

– Déjame que añada algo a la lista de cosas que son asunto mío. No tienes derecho a ponerme en ridículo. No en tanto que soy tu compañero. Y no puedes poner en ridículo al Servicio Judicial. -Oso se retrepó en la silla y se cruzó de brazos-. Ya sé que tramas algo. No sé qué, pero lo descubriré si me empeño.

– Estás dándole más importancia de la que tiene. No ocurre nada.

– Me dijiste que no tenías teléfono. -La voz de Oso sonó firme, enérgica-. ¿Qué era ese bulto que he notado en tu bolsillo cuando me has abrazado? No ha pasado tanto tiempo.

Tim había cogido por instinto los móviles para no dejarlos en el coche cuando se lo aparcaban. Un descuido imperdonable.

– Lo he cogido esta mañana. Tres, dos, tres, cuatro, siete, uno, uno, dos, uno, tres. No des a nadie el número.

– ¿A qué viene andarse con tanto misterio?

– El revuelo por lo del tiroteo aún colea, los medios me persiguen, de modo que prefiero mantenerme una temporada en la clandestinidad.

– ¿De veras? Yo no he oído nada últimamente. Todo el mundo está centrado en el asesinato de Lañe. ¿Te imaginas al tipo que consiguió hacer algo semejante? No encuentran la menor pista. Tiene que haber sido un profesional con los nervios de acero. -Meneó la cabeza-. Ventilación craneal. Siempre se las arreglan para inventar algún truco nuevo.

Tim se encogió de hombros.

– No está tan mal. Un hijoputa menos en la calle.

Oso arrugó la frente.

Tim bajó la mirada y jugueteó con la pajita de su vaso. Lo recorrió una emoción que tardó unos instantes en identificar: vergüenza. Cayó en la cuenta de que emanaba de él una energía nerviosa, de modo que dejó la pajita y posó las manos en las rodillas.

Oso le señaló con un palillo.

– No dejes que la muerte de Ginny te chupe la sangre. No dejes que te corrompa. Ya hay bastantes ignorantes por ahí. Si de alguien no espero algo así es de ti.

Llegó el camarero con los platos y comieron en silencio.

Mientras Tim aguardaba a que el semáforo se pusiera verde en Franklin y Highland, pasó un cortejo fúnebre. El coche con el féretro, sombrío y digno, iba a la cabeza, seguido por un convoy de vehículos relucientes de lluvia: los Toyota, los Honda y el obligatorio rebaño de todoterrenos. En un impulso, Tim se colocó detrás del último coche y siguió la hilera hasta el Hollywood Forever Memorial Park. Aparcó a manzana y media. Para cuando pasó por la solemne puerta principal y subió la primera colina cubierta de hierba, la ceremonia ya había empezado.

Observó a cierta distancia y distinguió a los familiares y amigos vestidos de negro y gris, diminutos cual figurines. Cuando el sol consiguió atravesar la niebla tóxica, Tim se puso las gafas de sol para protegerse del brillo. El presunto viudo echó una palada de tierra y piedras sobre el ataúd que Tim no alcanzaba a ver. Cayó sobre una rodilla; de inmediato, dos jóvenes se adelantaron y, no sin cierta desazón, lo ayudaron a incorporarse. El hombre se las arregló lo mejor que pudo. El sol le iluminaba las mejillas húmedas y tenía una mancha de barro en la pernera del pantalón azotada por el viento.

Llegó una inmensa bandada de cuervos y amortajó un sicomoro cercano, desde el que los pájaros se pusieron a mirar, brillantes y ominosos. Tim esperó unos minutos a que se marcharan, pero no se fueron, así que acabó por dar media vuelta y bajó por la colina, de un verde más que intenso, camino del coche.


Загрузка...