Llegó a Yamashiro con una hora de antelación y lo inspeccionó como mejor pudo por si Oso tenía planeado tenderle una trampa. En vez de coger la ruta serpenteante hasta el local en la cima de la colina, lo que no le habría dejado ninguna opción, consiguió aparcar el coche en Hollywood Boulevard, entre dos todoterrenos tan grandes que resultaban ridículos. Reconoció el área cerrando una espiral y, al cabo, subió la fuerte pendiente y soportó la mirada extrañada de los aparcacoches, que sin duda no habían visto llegar a nadie a pie al restaurante.
Como siempre, Kose Nagura lo recibió con gran amabilidad y lo condujo hasta la mesa que él y Oso ocupaban habitualmente, con vistas a los jardines japoneses de la ladera y el Strip a sus pies. Después de que llegara el camarero y dejara dos limonadas, Tim sacó una minúscula botella marrón, echó un chorrito en la bebida de Oso y la removió con un palillo.
Oso llegó a las cinco y media exactamente, se introdujo en el asiento delante de Tim y asió el pequeño tablero de la mesa por ambos lados como si fuera una bandeja gigante.
– Más vale que empieces a darme respuestas ahora mismo, colega, porque no me gusta nada la pinta que tiene el asunto.
– ¿Tienes a los objetivos bajo protección?
Oso habló despacio, como si fuera eso lo único que mantenía a raya su malestar y su ira.
– Tenemos a Dobbins bajo custodia. A Rhythm y Bowrick no los encontramos por ninguna parte. ¿Quieres decirme qué demonios está pasando?
– ¿Has estado en casa de Rayner?
– Vengo de allí. Era tan feo como me dijiste. ¿Vas a explicarme qué hostias está pasando?
El camarero les dejó unas verduras en vinagre para que fueran picando y Oso lo ahuyentó sin apartar la mirada de Tim.
– Repito: ¿qué hostias está pasando?
Un mar de cabezas se volvió como si se tratase de un partido de tenis, y luego todos se centraron de nuevo en sus conversaciones y en los palillos laqueados del grosor de unas pinzas. Oso tenía la frente perlada de gruesos goterones de sudor. Se le veía el rostro abotargado, intensamente vulnerable. Tim se sintió igual que el pobre Travis, el niño protagonista de la vieja película Fiel amigo, en el trance de sacrificar a su querido perro Old Yeller.
Tomó un sorbo de su vaso, hizo de tripas corazón y empezó, interrumpiéndose únicamente cuando Oso despachaba de buenas maneras a un camarero más solícito de la cuenta. Una vez que hubo acabado, Oso carraspeó, una, dos veces.
– Toma un poco de limonada -dijo Tim.
Oso le hizo caso. Se enjugó la frente con una servilleta que quedó oscurecida de sudor. Masticó unos trocitos de verdura en vinagre, puso cara de asco y los escupió.
Tim le acercó una hoja de papel con notas minuciosamente preparadas.
– Éstas son todas las pistas que se me ocurren, aunque reconozco que no son muchas. Síguelas. Y encuentra a Bowrick. Y a Rhythm.
– Lamento ponerte al día, Rack, pero los judiciales y la Policía de Los Angeles tienen otras prioridades que ir detrás de un tipo como Rhythm Jones para decirle que su vida quizá corre peligro. ¿Sabes qué? Cuando alguien trafica con droga y chulea a chicas, por lo general suele estar al tanto de que hay gente que quiere quitarlo de en medio. Iremos a ver a Dumone lo antes posible y registraremos el despacho de Rayner. Y también enviaremos una unidad a casa de Kindell, pero estoy contigo: si los Masterson han destruido su expediente, es que no están interesados y, puesto que mantenerlo vivo con el secreto de la muerte de Ginny oculto en su cabeza tarada es lo que más te jode, lo prefieren. -Se metió la lista de Tim doblada en el bolsillo-. Por lo que a los objetivos respecta, nos hemos puesto en contacto con los que hemos podido, pero vamos a centrarnos en dar con Eddie Davis y los Masterson, no con ellos.
– No hay ninguna diferencia.
– ¿Va a darme lecciones de estrategia, señor agente?
– Hay todo un equipo tras los pasos de Rhythm Jones.
– Un equipo entero no, Rack. Faltas tú. -Su aire de rectitud quedó minado por el trozo de espinaca que se le había quedado en un colmillo. Tim se lo indicó con un gesto y Oso se limpió con la servilleta.
– Desde que oíste aquella grabación de emergencias sabes en qué ando metido, Oso.
Este apartó la mirada y soltó un suspiro entrecortado.
– Has sido como un padre para mí. Más que cualquier otra persona…
– Eres mayor que yo, Oso.
– Ahora estoy hablando yo y tú escuchas. -La furia de Oso se estaba abriendo paso hasta su rostro, daba color a los rebordes de sus ojos y un malsano tono blanquecino a su cara-. Eras un agente de los tribunales federales. Un agente a las órdenes del fiscal general. Esto va a hacer polvo al jefe Tannino, que te aprecia como si fueras de su familia. -La voz de Oso era desdeñosa, pero también hosca, incluso pesarosa. Se le veía humillado y ofendido, igual que un perro al que hubieran castigado injustamente.
A raíz de la expresión de Oso, Tim empezó a notar de nuevo un intenso odio contra sí mismo, y la ira, una vez presente, caló en sus huesos hasta que le hizo perder la noción de dónde procedía.
En la mesa de al lado, dos agentes de Hollywood, vestidos como mormones acaudalados, parloteaban en el indescifrable argot de la industria del espectáculo entre un bocado de sashimi y otro.
– Por el sistema judicial de Los Ángeles pasan cerca de medio millón de casos al año -continuó Oso, cuya voz sonaba cada vez más intensa-. Medio millón. ¿Y qué has encontrado? ¿Media docena que no te gustaron? ¿Así que estás dispuesto a hacer que el sistema se vaya a la mierda porque de vez en cuando algo no llega a buen puerto? A Jedediah Lane lo declaró inocente un jurado. Nuestra obligación era proteger a gente como él. Enhorabuena. Acabas de inscribir tu nombre en la gloriosa tradición de la violencia desatada. Asesinatos por venganza. Justicia callejera. Linchamientos. -Temblaba tanto que se derramó limonada sobre los nudillos cuando tomó un trago-. No mereces siquiera que se te llame ex agente.
– Tienes razón.
– Juraste que nunca serías como él -siguió Oso-. Como tu padre. Si tenía una puta certeza en este mundo era la de que la gente puede salir de la mierda en la que se crió. Lo sabía por ti. Creía saberlo por ti.
Tim notó el rostro entumecido y una película de humedad en los ojos.
– Quería una cierta compensación. Después de lo de Ginny. ¿Lo entiendes?
– No estoy de acuerdo. No estoy de acuerdo, joder.
– No te he preguntado eso. ¿Lo entiendes?
Oso tragó saliva con dificultad; su nuez ascendió y descendió igual que un pistón.
– Claro que lo entiendo. Pero eso no tiene nada que ver con lo que has hecho. Yo también deseaba una compensación después de lo de Ginny. También la quería. Era mi sobrina, prácticamente. Me habría gustado pegarle un tiro al camionero que magreaba a una mujer en un bar al que entré aquella noche, la noche que fue asesinada. ¿Pero sabes qué? No lo hice. Así de sencillo. No lo hice. No hay manera de obtener compensación así. Hay que analizarlo y entender que ha quedado un vacío, que tú estás vacío, y ésa es la parte más dura de la puta catarsis. Seguro que creías que no me sabía esa palabra, ¿eh? Lo más duro es que no hay compensación alguna. La vida no es un catálogo de venta por correo. Hay que seguir adelante, aunque te hayan arrancado una parte, y punto.
Tim empezó a decir algo, pero Oso levantó una mano con gesto violento.
– No he hecho más que empezar. Si cada hombre se cargara a tres tipos para llegar hasta quien mató a su hija, ¿adónde iríamos a parar? Estos asesinatos, el de Lañe, el de Debuffier, ¿se llevaron a cabo a espaldas de la ley? Sí. ¿Hubo intención dolosa? Sí. ¿Se llevaron a cabo con perversidad? Sí. ¿Fueron deliberados y premeditados? Sí, sí. Te enfrentas a dos asesinatos en primer grado. Y no creas que no voy a echarte el guante. Aquí mismo, ahora mismo. -Una contracción de la mejilla izquierda le hizo entornar el ojo. Su malestar físico era evidente. Lanzó un pequeño eructo contra el puño.
– Puedes detenerme, Oso. Pero no ahora.
– ¿Eso crees?
– Primero tengo que acabar el trabajo. Los Masterson están fuera de control, andan como locos. Me encuentro en una posición única para vérmelas con ellos. Conozco su modus operandi, sus costumbres y pautas. Me necesitas sobre el terreno para que te facilite información. A través de ti, puedo cooperar con el Servicio Judicial y con la Policía de Los Ángeles. Una vez que haya tomado las riendas de… -Tim buscó la expresión adecuada; prosiguió-: de esta fuerza letal que he ayudado a desatar; sólo entonces regresaré y me enfrentaré al castigo.
– Sí, claro. Después de todo esto, seguro que Tannino estará encantado de soltarte para que sigas tomándote la justicia por tu mano. Ahora eres un civil, Rack. ¿En qué diablos estás pensando?
Aunque Tim ya sabía cuál iba a ser la respuesta de Oso, siguió allanando el terreno:
– Os presto cooperación, facilito información, me juego el cuello en la línea de fuego y luego me rindo. Eso es lo que hay. Me trae sin cuidado que a Tannino no le guste el trato. No tienes por qué arreglarlo ahora. Ésa es mi oferta. Voy a trabajar sobre esas bases.
– No. ¿Por qué habría de confiar en ti el jefe? ¿Por qué habría de confiar yo?
– Estoy intentando dar con el camino de regreso a la sociedad, a lo que está bien. En eso sí puedes confiar.
– Perdona si necesito algo más.
– No sería la primera vez que llegas a un acuerdo con un chorizo…
– ¿Te imaginas el cabreo que se pillaría Tannino si las cosas fueran a peor y se enterara de que te tuve al alcance de la mano y te dejé marchar? ¿O que no pusimos toda la carne en el asador para echarte el guante? Ni pensarlo. No hay trato. -Oso se inclinó hacia delante y se aferró el estómago con el brazo derecho. Los retorcijones no habían hecho más que empezar-. Dame tu arma.
– No puedo.
– Esto va a ser un duelo. ¿Quieres que lo hagamos aquí, en el local de Kose?
– Me entregaré. Me pillarás. Te doy mi palabra. Pero voy a acabar con esto.
Al tiempo que se cogía el vientre con más fuerza, Oso echó todo su peso hacia delante, golpeó la mesa con el codo y derribó el vaso. Contempló la mancha creciente un momento y luego levantó la mirada hacia Tim, furioso al caer en la cuenta de lo que ocurría. Sacó el arma cruzando la mano izquierda por delante en un gesto parco, económico, que acabó con el cañón apuntado a la cabeza de Tim.
– Cabronazo -dijo Oso en un grito sofocado-. Puto chorizo.
Una mujer chilló al otro lado del local pero, sorprendentemente, nadie se movió. Tim se retrepó en la silla y dejó caer al suelo la servilleta.
– No es más que agua oxigenada. No te preocupes, se descompondrá en oxígeno y agua dentro de tu estómago.
Oso tenía la cara cubierta de sudor y su voz era un áspero gruñido que brotaba de aquel nudo cada vez más tenso en las entrañas. Dejó caer el torso sobre la mesa, pero mantuvo la cara levantada y el cañón apuntado.
– Como hay Dios que, antes de dejarte marchar, te pego un tiro.
Tim mantuvo la mirada fija en Oso. Se incorporó poco a poco y la mira del arma lo fue siguiendo un centímetro tras otro; luego dio media vuelta y se marchó del restaurante.