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Guy Saville Pasó la noche bastante bien con ayuda de un somnífero y Kate ya estaba dispuesta a analizar seriamente el tema. Dispuso las copias de las fotos de las escenas de los crímenes en el tablero de corcho y, al lado, las reproducciones artísticas correspondientes.


Bill Pruitt – La muerte de Marat de Jacques Louis David

Ethan Stein – Marsias desollado de Tiziano

Elena – Autorretrato de Picasso


Entonces rellenó más fichas con nombres y anotaciones.


Damien Trip

¿Sospechoso?

Novio de Elena

Cineasta. Probablemente pornógrafo

¿El último en ver a la víctima?


Darton Washington

¿Sospechoso?

¿Liado con Elena?

Productor musical/Amante del arte

Trabajó en el CD de Elena

¿El último en ver a la víctima?


Janine Cook

Amiga de la víctima (Solana)

¿Prostituta?

Conocía a Damien Trip

Señora Prawsinsky

Testigo (Solana)

Vio a un hombre negro en el pasillo la noche del asesinato


Winnie Pruitt

Madre de la víctima (Pruitt)

Dice que la víctima tenía un cuadro, desaparecido


Kate lo sujetó todo con chinchetas en el tablero, retrocedió unos pasos, pensó en lo que faltaba e inmediatamente empezó a imprimir información en más fichas, esta vez con detalles relacionados con cada una de las víctimas. Clavó las fichas bajo las fotos de las escenas de los crímenes y las reproducciones artísticas.


Pruitt

Presidente de museo/Financiero

Ahogado


Stein

Artista/Pintor minimalista

Desollado vivo


Solana

Actriz

Apuñalada


Kate repasó el tablero. ¿Qué era lo que faltaba?


Hilera tras hilera de cubículos idénticos, todos de madera beige y clara, medias paredes revestidas con tableros de corcho, moqueta gruesa de color habano que amortiguaba el ritmo de los tacones de Kate. Los únicos sonidos: teléfonos, teclados, voces amortiguadas. Oficina central del FBI, Manhattan.

Kate encontró a su amiga en medio de la segunda hilera, ¿o fue la tercera? Había perdido la cuenta.

– Debes de ser tú -dijo Liz mientras miraba con ojos entornados la etiqueta con el nombre que Kate se había pegado en el suéter de cachemira-. Detrás de esas gafas de sol.

– Este sitio me produce escalofríos -declaró Kate.

– Calla. -Liz puso los ojos en blanco y susurró-: Esto es el FBI, querida. Aquí no decimos esas cosas.

– ¿Ah, no?

– No.

Un par de agentes tiesos como un palo de escoba, altos los dos, con el pelo muy corto, idénticos, pasaron por su lado sin ni siquiera asentir o parpadear.

Kate se agachó.

– ¿Replicantes? -le dijo haciendo un aparte.

– Oh, Dios mío, vas a conseguir que me echen.

– Lo siento. -Kate se mordió el labio.

– Bueno, las comprobaciones que quieres que haga, dime quién y qué -susurró Liz antes de observar los cubículos que tenían a ambos lados: uno vacío y en el otro un tipo con auriculares en las orejas.

– Ethan Stein, una de las víctimas. También un tipo llamado Damien Trip. Otro que se llama Darton Washington. -Kate colocó una silla al lado de Liz-. Me conecté a Internet, pero no encontré nada ni sobre Trip ni sobre Washington. Stein tenía una página web de sus obras, pero nada más.

– ¿Qué buscas exactamente?

– Básicamente todo lo que puedas sacar a la luz sobre ellos, desde que iban a la escuela primaria. ¿Puede ser?

– Puedo entrar en la página web del FBI. No te imaginas lo que tienen allí. -Otra mirada furtiva al tipo de los auriculares. No las escuchaba-. ¿Me repites los nombres?

Kate le dio la información mientras Liz introducía un código tras otro en el ordenador. Al cabo de quince minutos Kate recogía un fajo de papeles que había escupido la impresora.

– ¿He aprendido a manejar los dichosos ordenadores o qué?

– Impresionante -dijo Kate.

– ¿Yo o la información que te he conseguido?

– Ambos.

Kate leyó el material por encima. Cuando más leía, más le subía la adrenalina.


Kate se apiñó alrededor de la mesa de conferencias con Mead, Brown y Slattery.

Brown tiró de un par de guantes de plástico y dejó un pequeño volumen de tapas blandas sobre la mesa.

– La agenda de Ethan Stein. -Abrió por una página marcada-. Diez de la mañana, D. Washington. Visita al estudio.

– Déjeme verlo -dijo Kate mientras se enfundaba unos guantes-. Eso fue tan sólo dos semanas antes de que mataran a Ethan Stein. Caramba, Brown, ojalá me lo hubiera enseñado antes de que hablara con Washington.

– Lo han estado analizando en el laboratorio hasta ahora. Y asegurémonos bien de que es tu D. Washington.

– Es el propietario de uno de los cuadros de Stein -informó Kate-. Yo diría que es una apuesta bastante segura. ¿Algún otro nombre significativo en la agenda de Stein que debería conocer?

– Slattery ha hecho todas las comprobaciones.

– Treinta y nueve entrevistas personales con propietarios y directores de galerías -dijo Slattery-. En la agenda de Stein se mencionaba a unos doce. Hay un montón de gente neurótica en su negocio, McKinnon.

– Por favor -replicó Kate-. Yo no estoy en el negocio.

– Lo que usted diga. -Slattery se encogió de hombros-. El único personaje sospechoso hasta el momento es el propietario de… -repasó la lista- de la Galería Ward Wasserman, en la calle Cincuenta y siete. Un sitio de lo más pretencioso, os lo digo yo. De todos modos, el nombre del propietario, Wasserman, aparece seis o siete veces en la agenda de Stein. Se puso muy nervioso cuando le pregunté dónde había estado la noche de los asesinatos.

– Conozco a Ward Wasserman -dijo Kate-. Es un hombre encantador. Un poco nervioso, eso es todo.

– Bueno, será encantador -dijo Slattery poniendo los ojos en blanco- pero, por si no lo sabía, ahora controla el patrimonio de Ethan Stein. Y su galería no está perdiendo el tiempo. Wasserman ya ha programado una exposición conmemorativa. Pregunté los precios. De veinte a treinta de los grandes por unos cuadros blancos me parece una pasada de pasta.

– No tanto -apuntó Kate. Enseguida modificó su comentario cuando vio tres pares de ojos incrédulos-. Bueno, sí, claro que treinta mil es un montón de dinero. Lo que quiero decir es que no es mucho para un artista famoso que acaba de morir. Es posible que Stein estuviera pasando por una crisis económica recientemente, pero era un miembro importante del movimiento artístico posminimalista. -Mead, Brown y Slattery continuaron mirándola, desconcertados-. Posminimalista -repitió-, después de la primera oleada de arte minimalista. Las obras blancas de Stein son cuadros sobre la pintura, sobre el lenguaje pictórico.

– ¿Le importaría hablar claro? -dijo Mead.

– Hay que pensar en esto como en una ciencia, un descubrimiento o invención conduce a otro. Lo mismo sucede en el mundo del arte. Pongamos por caso que un artista reduce la pintura al color puro. Luego otro, como Stein, lo reduce todo a pinceladas blancas. Es una idea de lo que puede ser la pintura en estado básico, su esencia, meras pinceladas en el lienzo.

Mead bostezó.

– Si usted lo dice -apuntó Slattery-, pero yo sigo teniendo vigilado a Wasserman. El tío tenía mucho que ganar con la muerte de Stein.

– De acuerdo -dijo Kate-, pero es una pérdida de tiempo. Ward Wasserman es un bonachón.

– Creo que eso es lo que decían de Ted Bundy -declaró Mead.

– Por cierto, repasé las agendas de Perez y de Mills que me envió -dijo Slattery-. Perez recreó su agenda electrónica, pero yo diría que de forma bastante libre. Mills, en cambio, tiene la vida planificada hasta el último minuto: cuándo comió, con quién, sólo le falta apuntar cuándo fue al baño.

– No me sorprende -dijo Kate-. Es un hombre meticuloso. ¿Han comprobado sus coartadas para las noches de los asesinatos?

– Algunas -dijo Slattery-. Quedan algunas pendientes.

– Ocupaos del tema -dijo Mead.

– Está claro que Mills y Perez tuvieron la oportunidad -dijo Kate-. Los dos estaban allí la noche de la última actuación de Elena.

– Sí, pero ¿y los motivos? -preguntó Mead.

Kate negó con la cabeza.

– No se me ocurre ninguno.

– He conseguido el último listado de obras de arte robadas de la Interpol. -Brown lo dejó encima de la mesa-. Este mes no hay retablos.

– Quizá no los haya, pero estaba en un informe anterior que vi en la Galería Delano-Sharfstein. -Kate dejó la postal de Luz blanca de Ethan Stein sobre la mesa y explicó de dónde la había sacado-. Damien Trip tenía esta reproducción de la obra de Stein en el escritorio. Además, mintió cuando dijo que él y Elena Solana habían cortado hacía seis meses. Su amiga Janine Cook dice que los vio juntos, a Elena y a Trip, hace una semana. -Kate lanzó una mirada a Mead-. Quiero registrar la casa de Trip.

Mead chasqueó la lengua.

– Puede traerlo para que lo interroguemos, McKinnon. Pero para obtener una orden de registro necesitamos un motivo más razonable.

– Damien Trip era el novio de Elena. Ya conocen las estadísticas. Una mujer es asesinada, se investiga al novio o esposo. Ocho de cada diez veces, es él. -Kate miró a Mead y luego a Brown-. Bueno, miren. Supongamos que Trip la mató. Imaginémoslo. Y ahora he hablado con él. O sea que ahora está un poco asustado.

– Pero no se identificó como policía -apuntó Brown-. ¿Por qué iba a asustarle una amiga de la víctima?

– ¿Necesita siempre todas las respuestas, Brown?

– Sólo las necesarias. -Se recostó en el asiento.

– Brown únicamente intenta estar alerta -declaró Mead-. Hoy día todo se ciñe a las normas. Si la cagas, te dan una patada en el culo. -Le dio un tirón a la pajarita a rayas rosas y azules que llevaba-. Por supuesto, teniendo en cuenta que la comisaria es amiga suya, la patada me la darán a mí, no a usted.

– Podré soportarlo. -Kate esbozó una sonrisa irónica-. De acuerdo, ¿quiere un motivo razonable? -Extrajo la gran pila de listados que Liz le había proporcionado-. Aquí hay un montón de información interesante.

– ¿De dónde ha sacado todo eso? -Mead le arrancó un papel de la mano.

– Del FBI de Manhattan. Tengo una amiga.

– Parece que tiene amigos por todas partes, McKinnon.

– Soy una mujer con contactos, ¿qué quiere que haga? -Arqueó una ceja en dirección a Mead-. No hay nada excesivamente interesante sobre Darton Washington salvo que tiene antecedentes juveniles, aunque no se especifica por qué fue. Tendré que investigar un poco más. Pero miren esto sobre nuestro amigo Trip. En primer lugar, lo detuvieron por pasar a menores de un estado a otro a los veinticinco años. Y esto… -Dobló el listado de Trip para que Mead lo viera-. Escuela de Bellas Artes, Pratt Institute, Brooklyn, Nueva York. Trip obtuvo el bagaje artístico necesario para estos crímenes. Ahora miren esto.

– Le tendió a Mead un listado sobre Ethan Stein-. Su expediente del Pratt Institute. También estudió bellas artes. Y exactamente en los mismos años que Trip. Eran compañeros de clase, joder. -Kate pasó otra página-. Miren el expediente académico de Trip. Aquí: expulsado del instituto tres veces por peleas, una por darle un puñetazo a un profesor. El chico tiene un carácter violento. Y si miramos el expediente del Pratt, parece ser que Trip suspendió pintura y dibujo avanzado. Para lo único que servía, según su profesor de pintura, era para copiar, lo cual resulta especialmente interesante, ¿no les parece? Dejó la escuela o, mejor dicho, le pidieron que se marchara, a mitad del tercer curso. Ahora veamos el expediente de Stein: el primero de la clase. Se licenció con matrícula de honor.

– Eso no demuestra que Trip lo matara -observó Mead.

– No -dijo Kate-, pero confirma una relación entre los dos hombres. Se conocían. -Pasó más páginas rápidamente-. En algún sitio está el expediente académico de Trip correspondiente a la facultad de cinematografía de la Universidad de Nueva York. Sólo duró un semestre. Otro fracaso. Oh, y hay unos cuantos informes de los padres de acogida durante la infancia de Trip. Siempre se metía en líos. -Kate negó con la cabeza-. Aunque el chico no lo tuvo fácil, lo reconozco.

– Oh, otro pobre huerfanito, ¿no? -dijo Slattery.

– Hágame copias de todo eso -dijo Mead lanzando una mirada a los listados del FBI-. Y de todo lo que tenga sobre Trip, las drogas, todo. Le conseguiré la orden de registro. Pero Brown va a acompañarla.

– Ya sé hacer un registro -afirmó Kate.

– Ya lo sé -dijo Mead-, pero irá con refuerzos.


¿Qué falta añadir a la reproducción? Tal vez esto, tal vez aquello. El proceso es casi tan divertido como el acto.

Y ahora que está documentando su trabajo, incluso mejor.

En una larga hilera a lo largo del muro marcado, clava las Polaroid de Ethan Stein: primeros planos de la pierna del artista, luego el pecho, la piel arrancada dejando al descubierto cada vez más centímetros de sangre.

Precioso. Tan precioso que le provoca una erección bajo los pantalones cortos. Ahora no mirará los cuadros. Es demasiado perturbador.

Se recuesta en el asiento, se pregunta si ella ha entendido el fragmento de cinta que le mandó. Si es así, debe de estar volviéndose loca. Y una mente ofuscada por la emoción, bueno…

Observa la reproducción que tiene delante, la silla, el abrigo, la figura con las varas de cristal que le salen del vientre. La escena de Ethan Stein fue relativamente sencilla. La siguiente va a ser complicada.

Y es una tarjeta de cumpleaños.

Ahora lo único que tiene que hacer es encontrar a alguien que vaya a cumplir años.

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