28

El poli de uniforme dejó una pila gruesa de papeles encima de la mesa, al lado de Kate y Brown.

– Mead ha dicho que le echéis un vistazo a esto.

Kate ojeó las primeras páginas.

– Las cuentas de William Pruitt. Su cartera de valores. -Extrajo una hoja, intentó leerla por encima, aunque estaba tan cansada que se le nublaba la vista. Había dormido menos de cuatro horas. Le dolía todo-. Acciones, recibos de cuentas bancarias. -Dejó las hojas sobre la pila-. Estoy demasiado cansada para leer. Voy a pedir a uno de los agentes de General que repase todo esto, que busque referencias cruzadas con nuestras víctimas y sospechosos, a ver qué encuentran.

– Buena idea -dijo Brown-. ¿Se siente con ánimos para interrogar a Trip, McKinnon?

Kate le clavó a Brown una mirada grave.

– Por supuesto.

– Oh. Y debería saber que Pruitt sí era el del vídeo. El anillo de Yale, el reloj Rolex. Está confirmado.

Kate asintió.

– Lo repasé todo con Mead -continuó Brown-. Va a pasar por alto su procedimiento de arresto poco ortodoxo. Se alegra de que detuviera al tío. -Le dedicó una sonrisa cálida-. Mead quería que yo hiciera el interrogatorio, pero le dije que era su presa. Así que no lo eche a perder, ¿vale? Porque a lo mejor sólo tiene una oportunidad.

Kate volvió a asentir.

– Según los antecedentes penales de Trip, se llevó sólo un tirón de orejas por esa acusación interestatal. No me cuadra.

– Un buen abogado, supongo -manifestó Brown-. Lo cierto es que si Trip está metido en el porno y en las drogas, probablemente cuente con un muy buen abogado, un especialista. -Brown tamborileó con los dedos el borde del escritorio-. De hecho, ya es la hora. Pasa de la hora. Tengo que dejar que Trip haga esa llamada antes de que hable con él.


Janine Cook se sentía mal y nada parecía aliviarle.

Ya había esnifado un poco de coca y sí, se calmó un poco pero no lo suficiente. Estaba revolviendo los cajones del tocador, apartando las medias de encaje, los ligueros y los Wonderbra. Extrajo una bolsa con cierre hermético de debajo del montón de camisetas sin mangas. En ella guardaba un par de canutos. Encendió uno, retuvo el humo en los pulmones. El acto la ayudó a tranquilizarse. Pero no lo suficiente. Una mirada a la foto -dos chicas con falda escocesa, camisa blanca, calcetines hasta las rodillas- y a Janine le daba vueltas la cabeza.

«Maldita sea.» No era más que una foto -su forma de esbozar una sonrisa inocente con los labios- y se preguntó adónde había ido a parar toda aquella inocencia. Quizá nunca hubiera existido realmente. Elena, a su lado, se reía, tiraba de las trencitas de Janine. Elena, que siempre la sacó de los numerosos aprietos en sus años escolares.

Giró la foto por enésima vez. Ahí, con su letra clara e inconfundible, Elena había escrito: JANINE Y YO, 1984.

Estaba empezando a amanecer, la ciudad se despertaba para vivir otro día. Gracias a Dios, pensó Janine, por fin había terminado la noche.


La sala de interrogatorios número 4 era como todas las demás: un cuadrado pequeño y gris con un panel en la puerta de treinta por cuarenta centímetros que era un espejo unidireccional. Dos fluorescentes colgaban del techo como si fueran luciérnagas. Daban a la sala un brillo blanco azulado y enfermizo. El único mobiliario era una mesa de metal rectangular y unas sillas de madera intencionadamente rígidas. Hacía tiempo que Kate no entraba en una sala así, pero no tanto como para haberlo olvidado. Echó un vistazo a las dos sillas -por supuesto, una era ligeramente más alta que la otra- y las colocó en la posición correcta. Extrajo un paquete de Marlboro del bolso -sólo le quedaban tres- y compró otro paquete en la máquina de cigarrillos del pasillo.

Fue al baño de señoras y se lavó la cara con agua fría. El agua no logró reanimarla después de la nochecita que había pasado, pero le limpió el emplaste de maquillaje de Estée Lauder de los pómulos, dejando a la vista el moratón que le había salido después de arremeter contra el baño del Angelika. No tenía que haberse mirado al espejo. Reflejaba a una mujer de cuarenta y un años muy cansada que muy posiblemente debería hacer caso a su esposo y amistades, o a cualquier otro, ya puestos, y volver a organizar obras de beneficencia o escribir su siguiente obra sobre el mundo del arte.

Era demasiado tarde para eso. Kate se dio unas palmaditas en la cara con una toalla de papel áspera. A la mierda con el maquillaje. Estaba preparada.


La sala de estar se iba iluminando, pero Janine bajó las persianas, observó que el pequeño destello naranja del segundo canuto se tornaba amarillo pálido y luego se extinguía.

Las ocho de la mañana. En la ciudad la gente se levantaba, se vestía, se dirigía a su trabajo normal, habitual. Se levantó del sofá de terciopelo, caminó descalza por las alfombras de pelo grueso, los suelos de madera del pasillo, la alfombra del dormitorio. Encendió el televisor para que le hiciera compañía, cambió el alegre programa Today que le resultaba nauseabundo con esa insoportable Miss Pan Blanco, Katie no sé qué coño. Puso VH-1, se tumbó en la enorme cama con dosel, recorrió las sábanas de satén con las manos, escuchó a Vanessa Williams cantando con voz suave un tema de amor, tarareó, distraída, pensando que Vanessa era una zorra negra y lista, aunque no estaba muy segura de lo negra que era la ex Miss América, la ex estrella de Penthouse.

Tenía la impresión de que le iba a estallar la cabeza.

Sólo quería dormir.

Golpeó los cojines más que rellenos, los empujó, tiró de ellos y al final los lanzó al suelo.


Trip estaba magullado, se movía con lentitud. Kate se dio cuenta de que le había hecho mucho más daño que él a ella. Le ofreció la silla baja. Él la miró antes de sentarse. Ya había pasado por aquello con anterioridad, conocía la mecánica.

Kate dio una, dos vueltas por la sala; el movimiento la ayudaba a mentalizarse. Trip la observaba a través de sus ojos hinchados.

– Supongo que te han leído los derechos, ¿no? -preguntó ella.

– No tengo nada que ocultar. -Trip jugaba con un botón suelto de su camisa de algodón.

– Está bien. -Kate se acomodó en la silla más alta. Estaba elevada con respecto a Trip. Se tomó su tiempo para encender un Marlboro, luego deslizó una hoja de papel sobre la mesa-. La lista de lo que encontramos en tu casa, sobre todo de debajo del lavabo del baño. -Exhaló una columna de humo-. Quizá te interese comprobar los últimos elementos: la heroína y la coca. Por lo que me han dicho, hay suficiente para encerrarte una buena temporadita. ¿Y tu culito, Damien? -Chasqueó la lengua para mostrar su desaprobación-. Va a hacerse muy popular.

– Vete a la mierda -dijo Trip-. Y no creas que no voy a presentar cargos contra ti.

– Adelante. Mientras tanto, deja que te cuente un cuento. -Kate se recostó en el asiento, cruzó los brazos sobre el pecho-. Erase una vez un chico llamado Damien Trip que conoció a una chica llamada Elena Solana…

– Eh, ¿quieres un cuento? -Trip extrajo un cigarrillo del paquete de ella con un toquecito, se lo colocó entre los labios con manos temblorosas-. Pues sé uno que no te va a gustar.

– Adelante. Entretenme.

Bajo la desagradable luz, la piel de Damien parecía cetrina, los hoyuelos más parecidos a cortes.

– Bueno, la historia de Damien y Elena. -Le dedicó a Kate una sonrisa hermética.

Kate tenía ganas de darle otra paliza.

– ¿Los hombres metidos en el negocio del porno? -dijo Trip con la cabeza ladeada, con el cigarrillo en la comisura de los labios como si fuera una estrella del cine francés-. Los hay a patadas. No es que yo no fuera bueno en mi época. Era un chico tímido, ¿sabes, Kate? Pero, joder, colócame frente a una de esas cámaras y… bueno, no quiero fanfarronear, pero…

– Así que ibas a ser una estrella.

– No, Kate. Estás equivocada. Ya casi había dado por terminada mi carrera. Y no es que no pueda hacer que se me levante cuando me da la gana.

– Oh, estoy impresionada. Pero qué curioso, siempre me pareció que los fanfarrones eran los que tienen problemas al respecto. -Negó con la cabeza lentamente-. No se te levantaba. ¿Eso es lo que te pasó?

– De ninguna manera.

– No había semen, Damien. No hubo penetración. -Kate se inclinó sobre la mesa-. No lo conseguías, ¿verdad? -Se calló e intentó infundir cierta compasión a su voz-. Mira, lo entiendo. Es una cuestión de orgullo. Elena se reía. No pudiste soportarlo. Es vergonzoso. Tenías que hacerla callar. No podías permitir que lo fuera contando por ahí. No en tu entorno de trabajo.

– Te equivocas en todo, Kate. Elena era actriz, ¿recuerdas? Perdona, una artista. -Trip se echó a reír-. ¡Menuda gilipollez! Pero conseguí que rindiera, y tanto, ¡y era muy buena! -Hizo una pausa, miró a Kate de hito en hito-. La viste, ¿verdad? Tenía talento.

A Kate le temblaban los músculos. Trip no tenía ni idea de lo afortunado que era por gozar de la seguridad de encontrarse en una comisaría de policía.

– íbamos a ser grandes. Grandes de verdad. Y Elena era diferente.

– A lo mejor era completamente diferente de lo que tú pensabas, Damien.

– A lo mejor era completamente diferente de lo que tú pensabas, Kate.

Kate entornó los ojos y lo miró fijamente.

– No te caigo demasiado bien, ¿verdad?

– ¿Por qué ibas a importarme siquiera una mierda?

– Oh, por la forma como Elena hablaba de mí… la madraza. Y luego tú, el chico triste y sin madre. No era muy agradable, ¿verdad? He visto las estadísticas de las familias de acogida. Siete casas en ocho años. No está mal.

– Es una forma de verlo. -Se arremangó la camisa y le enseñó una serie de cicatrices-. ¿Alguna vez te han apagado un cigarrillo en la piel, Kate? ¿Y qué te parece que te echen agua hirviendo por encima porque pides algo de comer?

– Ya sé que lo pasaste mal, Damien.

– ¿Ah, sí? -Sus ojos claros eran como dos piedras-. ¿Tú? -Esbozó una sonrisita-. Eh, ¿sabes que Elena me contó que no puedes tener hijos? No te funcionan las cañerías, ¿eh, Kate?

Kate se sintió herida, pero no permitió que él lo notara.


¿Por qué no se le había ocurrido antes? Porque no era más que una puta tonta, por eso. Janine abrió el frasco de Percocet que el agradable médico joven le había dado en caso de que los puntos de la mano le causaran molestias.

Extrajo una botella de vodka del frigorífico, la cargó hasta el dormitorio sujetando el cuello helado entre los dedos. Recolocó los cojines, se recostó en ellos, se tragó un par de comprimidos de Percocet con la ayuda de un poco de vodka helado.

La luz fría del televisor brillaba en la habitación y difuminaba los bordes del mobiliario de formica gris perla y las sábanas blancas de satén. En la VH-1 estaban haciendo dos por uno y la dichosa Vanessa Williams cantaba otra balada taciturna. Janine pensó que si hubiera tenido la piel clara, los ojos verdes y los labios finos de Vanessa, pues a lo mejor habría tenido una vida mejor. Quizás ella también podría haber cambiado el porno por el estrellato, se habría hecho millonada y habría sido feliz para siempre jamás. Pero de sólo pensarlo le entraba dolor de cabeza. Otro Percocet la ayudaría, y un trago de vodka.

¿Por qué tuvo que presentar a Elena a Trip? Mierda. Cuando se ponía a pensar en su amiga, volvía a sentir el dolor. No le dolía la mano, ni la cabeza, no era un punto localizable pero era real, la corroía por dentro, más de lo que era capaz de soportar. Janine se levantó de la cama haciendo un esfuerzo. Necesitaba algo más fuerte.

Iba a guardarla, pero ¿para qué? La heroína que Damien Trip le había traído. Menuda sorpresa. Y sin que ella se la pidiera, ni se la pagara. Tal vez porque no era de la mejor. Floja, había dicho él, y como no conseguía venderla, se la había dado. Probablemente quisiera deshacerse de esa mierda. Lo que fuera. Pero Janine no era imbécil. Sabía que Trip intentaba comprar su silencio, se imaginaba que si se portaba bien con ella no contaría que lo había visto con Elena el mismo día en que la asesinaron. Un poco tarde para eso. Aunque le juró que no había dicho ni una palabra. No obstante, era curioso que Trip no la hubiera amenazado. No era habitual en él. Pero ahora que el Percocet y el vodka le estaban haciendo efecto, no era capaz de saberlo; tenía el cerebro borroso.

Calentó un poco de heroína en la cocina y llenó una jeringa.


El aire de la sala de interrogatorios estaba enrarecido.

Lesbos es más -dijo Kate-. Un título muy curioso, Damien. Como «Menos es más». ¿Un juego de palabras sobre el mundo del arte?

– Tú sabrás. Tú eres la experta en arte, joder -dijo Trip-. Vidas de artistas. Menuda porquería.

– Siento que no te gustara mi libro, Damien. Pero volvamos a tu espectacular película, ¿de acuerdo? Los artistas minimalistas siempre dicen que… menos es más… ¿verdad? ¿Conoces algún artista minimalista, Damien?

– ¿A quién le importa un carajo el arte minimalista?

– Pues a Ethan Stein le importaba -declaró Kate-. ¿Conoces a Ethan Stein, Damien?

Dio la impresión de que Trip temblaba unos instantes.

– No -dijo.

Kate rebuscó entre los listados del FBI que tenía sobre la mesa y extrajo el expediente académico de Trip.

– Qué raro. Porque erais compañeros de clase, en Pratt.

Trip se estiró para ver el listado.

– Puede ser.

– No puede ser, es.

– No le recuerdo.

– ¿Ah, no? ¿No recuerdas al mejor alumno de pintura de tu clase? El que hizo carrera en el mundo del arte, mientras tú… tus logros… -Kate recorrió con el dedo el expediente de Pratt-. Veamos. Suspendiste pintura, suspendiste dibujo, de hecho, te echaron de la escuela de bellas artes. Luego te suspendieron en la escuela de cine. -Se acercó más a él con una sonrisa mezquina-. De hecho, eres un perdedor, ¿no, Damien? Un artista verdaderamente frustrado.

Trip la miró con dureza.

– Ahora lo estás sacando todo. Te estás vengando, ¿no? -Kate dejó la postal de Ethan Stein, Luz blanca, sobre la mesa-. Y odiabas a Stein, te molestaba su éxito. No podías soportarlo, ¿verdad?

– Ese tipo estaba más que pasado, no tenía gracia.

– Oh, ¿entonces lo conocías?

– Eh… seguí su carrera, que por cierto había terminado. -Observó la reproducción del cuadro de Stein-. ¿Llamas arte a esta mierda? Yo lo haría con los ojos cerrados.

– Estás tan celoso de los artistas verdaderos que no lo soportas, ¿verdad, Damien? Están por ahí trabajando, cosechando éxitos, haciendo arte verdadero, mientras tú…

– ¿Yo? -Trip titubeó unos instantes-. Yo no estoy celoso de nadie.

– ¿No? -Kate esparció unas cuantas fotos con escenas de crímenes sobre la mesa… Bill Pruitt muerto en la bañera-. ¿Qué me dices de esto? ¿Te suenan de algo?

– ¿Qué? ¿Intentas colgarme esto?

– Pruitt tenía una colección completa de Películas Amateur.

– Eh, me encantan los admiradores.

– Pero era más que un admirador, ¿no? -Deslizó el vídeo por la mesa-. Bill Pruitt y Janine Cook. Una peliculita muy tierna.

Trip se había puesto pálido.

– Me pagó para que hiciera esa película.

– ¿Cómo lo conociste?

– Acudió a mí. Le gustaban mis películas.

Kate se inclinó todavía más hacia él.

– Así que Pruitt te paga para que lo filmes. ¿Y luego qué? ¿Te haces una copia y empiezas a chantajearlo?

– Quiero ver a mi abogada.

Kate siguió mirándole a la cara.

– ¿O acaso Pruitt subvencionaba tu pequeño negocio de porno, decidió que ya no te necesitaba y te cabreaste? -Le mostró el listado con las expulsiones del instituto-. Siempre has tenido un problemilla con el mal genio, ¿no?

Trip apartó la mirada, pero Kate no se daba por vencida. Le puso en la cara la foto de Elena, la del Picasso dibujado con sangre en la mejilla.

– ¿Qué pasó, Damien? ¿Elena quería separarse de ti y no soportaste la humillación?

Trip alzó la vista, clavó sus ojos pálidos en Kate, con una frialdad absoluta.

– ¿Quién ha dicho que quería separarse?

– Por lo que he oído, ella quería separarse pero tú no la dejabas.

– ¿Dónde has oído eso? ¿Te lo ha dicho la puta de su amiga, Janine Cook? ¡Es una mentirosa! Elena no quería irse a ninguna parte.

– ¿Me estás diciendo ahora que tú y Elena no rompisteis? ¿Es eso? -Estaba tan cerca que le veía los poros de la nariz-. No se puede tener todo, Damien. O estabais juntos o estabais separados. O cortasteis o no. ¿Juntos o no? ¿Cuál era la situación? -Trip se echó hacia atrás pero Kate le siguió-. La fecha de la película Lesbos es más, donde sales tú y Elena, es de hace sólo un mes. Un mes. ¿Lo entiendes? ¿O es que te crees que no sé contar?

– Bueno. Estábamos juntos. Ya ves.

Brown asomó la cabeza por la puerta.

– La abogada llegará enseguida.

Kate agarró a Trip por la muñeca.

– Una pregunta más, Damien. ¿Por qué lo hacía Elena? ¿Por qué las películas?

La mueca burlona regresó a los labios hinchados de Trip.

– Por el dinero, Kate. El dinero.


La luz surcaba el dormitorio ensombrecido. La foto de dos muchachas sonrientes reposaba en la mesita de noche. «Elena -pensó Janine mientras observaba la foto- a quien hice que mataran.»

Ahora era el vídeo de algún viejo concierto de Nina Simone. Nina Simone: airada, triste, la preferida de Janine desde siempre. Nina al piano, todavía sin tocar, cantando a capella, uno de sus temas más tristes que la propia tristeza.

Janine tensó la goma al máximo, se dio un toquecito en las venas del brazo, aunque no le quedaba demasiada fuerza, la suficiente para clavarse la aguja e introducirse la droga en el flujo sanguíneo. Nina Simone tocaba las teclas del piano. El tintineo del marfil sonaba como delicadas gotas de lluvia sobre un cristal. Nina cantaba un tema sobre un pájaro, la brisa, algo sobre el amanecer y una nueva vida.

Janine intentó hacerse eco de las palabras. Se alargaban lentas y pesadas como el vodka.

Y entonces lo notó, la heroína le corría por las arterias, hasta el cerebro, hasta el corazón.

¿Nina Simone cantaba sobre una nueva vida o se lo había imaginado? La voz sonaba tan lejana, la pantalla del televisor era una mancha de colores vivos que se disolvían y fundían en las esquinas. Un instante después la droga le quemaba, lanzaba cohetes espaciales.

Janine parpadeó. Se quedó sin respiración. Entonces las vio -las dos chicas con la falda escocesa a juego, la camisa blanca, los calcetines hasta las rodillas- justo antes de que la droga le detuviera el corazón.


La mujer de aspecto juvenil rozó a Brown al pasar. Dejó el maletín blando de cuero marrón en la mesa de metal y lo abrió.

– Quiero una copia de los documentos de la detención. Todos los cargos -manifestó. Acto seguido se dirigió a Trip-: No tienen ningún derecho a interrogarte. -Luego a Brown y a Kate-: Nada de lo que mi cliente ha dicho aquí es admisible. -Observó el rostro magullado de Trip-. ¿Acoso? ¿Agresión? Oh, va a ser un caso muy interesante.

– He estado aquí toda la noche -gimoteó Trip-. En el calabozo.

– ¿Y retienen a mi cliente desde anoche? -Se quitó las gafas de concha-. Detective Brown, estoy sorprendida. Pensaba que no se dedicaba a estas cosas.

– Me alegro de verla, Susan -dijo Brown.

La abogada se introdujo las manos en los bolsillos de la americana a rayas blancas y miró a Kate.

– ¿Y usted es…?

Kate pensó que el traje la hacía parecer un gángster.

– Katherine McKinnon Rothstein.

– Oh. -En el rostro de la abogada se reflejó una expresión de reconocimiento-. Conozco a su esposo. -Esbozó una media sonrisa-. Tengo la impresión de que va a necesitar de sus servicios. -La abogada se centró de nuevo en Trip-. La fianza ya está pagada. Vamos.

– Abogados -comentó Brown, indignado, cuando la puerta de la sala de interrogatorios se cerró con un portazo-. Susan Chase. ¿Le suena el nombre?

– La abogada de las estrellas para casos de drogas, ¿verdad?

– Eso es. Trip debe de tener contactos en las altas esferas.

– Seguimos teniendo a Janine Cook. Declarará que Damien Trip estuvo con Elena Solana el día del asesinato.

– Mejor que venga aquí -dijo Brown-. Rápido.

– Ya he mandado a un agente a su casa. -A Kate empezaba a dolerle la cabeza-. ¿Y si Trip decide largarse de la ciudad?

– ¿Con esa abogada? -dijo Brown-. No va a ir a ninguna parte. Ni siquiera estará preocupado.


Al cabo de veinte minutos Kate se había dejado caer en una silla situada frente a Floyd Brown.

– Janine Cook está muerta -declaró el detective.

Kate se inclinó hacia delante; se había quedado blanca.

– ¿Cómo? ¿Cuándo?

– Esta mañana. Sobredosis de heroína. -Brown exhaló un suspiro.

Kate negó con la cabeza.

– Maldita sea. Damien Trip pudo haberle suministrado el caballo. Tenía las drogas.

– Sí -convino Brown, frunciendo el entrecejo-. Pero tenemos que demostrarlo.

En la sala de reuniones parecía que faltaba aire. Kate sentía esa mezcla de adrenalina y agotamiento, igual que cuando se pasaba la noche entera estudiando para un examen de historia del arte, tomaba un poco de speed para aguantar y se le pasaba el efecto.

Mead estaba sudando.

– Acabo de recibir un montón de papeles de Chase, Shebairo y Mason -declaró-. Los abogados de Trip nos acusan de acoso y…

– Yo no me preocuparía por eso -apuntó Brown.

– ¿No? -Mead se tiró del cuello de la camisa-. Pues a lo mejor deberías.

– Mire -insistió Brown-. Tenemos pruebas suficientes contra Trip para relacionarlo con Pruitt y Stein…

– De forma circunstancial -dijo Mead.

– Podemos demostrar que estuvo con Solana el día que fue asesinada -declaró Slattery.

– Sí -dijo Mead, aspirando aire entre los dientes con indignación-, con una testigo muerta. -Exhaló un suspiro-. Bueno. Ya veo que Trip está relacionado con las víctimas. Pero ¿por qué usted, McKinnon? ¿Por qué la ha elegido a usted?

– No me puede ni ver. Elena me puso por las nubes como si fuera una especie de ángel, la madre perfecta. Creo que le sacaba de quicio. Luego está el aspecto artístico, el hecho de que escribí un libro sobre artistas, que di fama a Elena y a otros artistas. Y aún hay que sumar el hecho de que él es un fracasado absoluto, tan enfermo de celos hacia cualquier artista de verdad que resulta jodidamente palpable.

Mead asintió, juntó las manos.

– Bueno, chicos. La comparecencia de Trip ante el juez está fijada para el próximo jueves. Mientras tanto quiero que reunáis toda la información sobre el tío y la llevéis al fiscal del distrito. -Pasó la mirada de Kate a Brown-. Vosotros dos volved a registrar hasta el último palmo del apartamento de Trip.

– ¿Buscamos algo en concreto? -preguntó Brown.

– Quiero ver todos los vídeos que tiene… todas las cartas, facturas, todos los papeles. ¡Quiero ver hasta su ropa interior, joder! Quiero que el caso esté más cerrado que el cono de una virgen. -Mead se secó el sudor del labio superior-. ¿Me he perdido algo? No quiero que nos pillen desprevenidos.

– Una cosa -dijo Kate-. Darton Washington. Está la entrada en la agenda de Ethan Stein, más los registros telefónicos que demuestran que estuvo en contacto con Elena Solana justo antes de que la asesinaran.

– Poneos manos a la obra -instó Mead.

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