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Randy Mead tamborileó el borde de la mesa de reuniones con un boli Bic.

– ¿Quién se cree que es, McKinnon? ¿La nueva Super Woman?

En prácticamente cualquier otra circunstancia no se habría cortado en responderle que sí, pero no podía hacerlo mientras pensaba en Darton Washington: la imagen del hombre moribundo en el BMW destrozado se le había quedado clavada para siempre, otra horrible imagen que añadir a su galería tétrica.

– Por casualidad no conseguiría una confesión de Trip en el lecho de muerte, ¿verdad, McKinnon?

– Para cuando lo encontré, ya no podía ni hablar -declaró Kate-. Odio decirlo, pero creo que deberíamos registrar el apartamento de Washington. Para ver si hay algo definitorio que pueda relacionarlo con los asesinatos.

– ¿No es un poco tarde para eso? -dijo Mead.

– No si queremos algo concluyente -afirmó Kate-. Tanto Trip como Washington estaban relacionados con las víctimas. De hecho, Washington podría haber matado a Trip para silenciarlo.

– De acuerdo -convino Mead-. Enviaré un equipo a casa de Washington.

– ¿Y la prensa? Ayer estaban todos en aquel sitio -apuntó Brown-. ¿Cuál va a ser la versión oficial?

– No lo sé. -Mead se pellizcó el puente de la nariz-. Antes tengo que hablar con Tapell. Y usted, McKinnon, tiene que reunirse con la unidad de Investigación de Accidentes y con los de Escena del Crimen. Resulta que su paseíllo en coche afecta a todos los departamentos de la policía de Nueva York. Y necesito tener los papeles de cada uno de ellos encima de la mesa lo antes posible, además de su versión de los hechos que condujeron a la muerte de Trip y Washington.


Seis horas de entrevistas y papeleo. Kate estaba agotada. De todos modos, hizo la excursioncita hasta el estudio de Willie, quería que escuchara de sus labios cómo había muerto su amigo y coleccionista.

Pero llegó demasiado tarde, la televisión se le había adelantado. ¿Cómo era posible que siempre consiguieran las noticias tan rápido?

Kate siguió a Willie con la mirada, mientras éste no paraba de moverse de un punto a otro en el estudio, pisaba cajas de clavos volcados, restos de papel de lija, tubos exprimidos de pintura al óleo.

– Darton me dijo que estabas encima de él, que le acosabas.

– No fue así.

– Pero ahora está muerto. Así que ¿tú cómo llamas a eso?

– Fue un accidente. -Kate se enroscó un rizo de pelo entre los dedos con nerviosismo-. Mira, Willie, Darton mató a Damien Trip. Le disparó a sangre fría y…

– ¿Y qué? ¿Me tengo que sentir mal?

Willie apartó la mirada, se imaginó a Darton Washington en el estudio, la elegancia tranquila del hombre, un hombre parecido a él, salido del gueto, que había hecho algo positivo en la vida, al que le encantaba hablar de música y arte y de lo grande que Willie iba a ser, que le decía que era un «genio». Se volvió hacia Kate, sus ojos verdes eran como el láser frío.

– Trip mató a Elena. La mató. Pensaba que eso era lo que te importaba. El motivo por el que hacías esto.

– Yo… -Kate tartamudeó unos instantes-. Siento tanto como tú lo de Darton.

– No creo -dijo Willie. Se volvió, agachó la cabeza, los hombros encorvados-. Deberías marcharte. -Susurró las palabras tan bajo que Kate apenas las oyó, pero le atravesaron la piel y le llegaron al corazón.


MUERE EL ARTISTA DE LA MUERTE


La ciudad, y sobre todo el mundo del arte, respira hoy aliviada después de que se haya sabido que el asesino múltiple conocido como «el artista de la muerte» murió ayer. Por el momento, las autoridades no revelan su identidad hasta que se descubran todos los detalles relacionados con su muerte.

En estos momentos, se rumorea que fue asesinado por un familiar o amante de una de las víctimas, que murió en un accidente de automóvil al huir de la escena del crimen.

Según se informa, Katherine McKinnon Rothstein, que ha asesorado a la policía de Nueva York, estuvo implicada en el incidente, pero no responde a las llamadas recibidas. Se especula que la policía ha…


Qué bien había salido. Estaba claro que era un genio, pero, aun así, aquello era tener muy buena suerte y tenía que reconocerlo. Sabía que ella interpretaría el vídeo al revés, pero ni en sus mejores sueños habría pensado en aquel resultado tan sorprendente, relacionando las cosas de una manera que nunca habría previsto.

Pero ¿ahora qué? De repente cae en la cuenta de que podría dejarlo todo, regresar a su vida normal.

Las palabras «vida normal» le hacen sonreír. De hecho cada vez le cuesta más controlarse. A veces le entran ganas de decirlo, de susurrarle a alguien las palabras al oído: «Soy yo, sabes. Yo soy él.» ¿Qué se lo impide? Tal vez el hecho de que no está seguro de ser él, de no estar seguro de su verdadera identidad.

Pero con esa idea aparece el desespero, que nunca conocerán su obra, que todo lo que ha hecho ha sido en vano.

Niega con la cabeza para deshacerse de esos pensamientos.

Levanta la tarjeta de cumpleaños terminada.

– Mi mejor obra, maldita sea. -Se para a pensar un momento-. No, será mi mejor obra. Perfecta.

Ahora lo único que tiene que hacer es esperar.

Pero ¿podrá? Empiezan a temblarle las manos. Y luego siente su necesidad como un trozo de carbón ardiente que le quema las paredes del estómago, que le hace sangrar los órganos; de hecho ve cómo le explota el corazón, las costillas le atraviesan la piel, la sangre lo salpica todo. Presiona las manos contra la camisa, pero son inútiles para detenerlo. El dolor resulta abrumador. El hígado se funde en una masa viscosa y púrpura, le arde la ingle, la intensidad es tan contundente que se arranca los pantalones, le parece que la piel de su miembro borbotea, se le quema.

Al cabo de un momento está de pie en este edificio abandonado sosteniéndose el pene flácido bajo un grifo de agua fresca y herrumbrosa.

Pero el agua fría no basta para sofocar el fuego que arde en su interior.

Introduce la reproducción en un sobre con mano temblorosa. Sí, ha llegado el momento de enviarla. No puede esperar más.

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