El extraño salva a Cristo

Alguien de la multitud, no obstante, se había percatado de que Cristo estaba anotando las palabras de Jesús y exclamó:

– ¡Un espía! ¡Es un espía de los romanos! ¡Tirémoslo montaña abajo!

Antes de que Cristo pudiera defenderse, una voz a su lado replicó:

– Te equivocas, amigo. Este hombre es de los nuestros. Está anotando las palabras del maestro para poder transmitir a otros la buena nueva.

El hombre le creyó y se volvió para seguir escuchando a Jesús, olvidándose por completo de Cristo, que advirtió que el individuo que le había defendido era nada menos que el extraño, el sacerdote cuyo nombre seguía ignorando.

– Ven conmigo -le dijo el extraño.

Se distanciaron de la multitud y tomaron asiento a la sombra de un taray.

– ¿Hago bien? -preguntó Cristo-. Quería asegurarme de plasmar debidamente las palabras de Jesús, por si alguien las ponía en duda más tarde.

– Es una excelente idea -dijo el extraño-. A veces se corre el peligro de que la gente malinterprete las palabras de un orador popular. Por eso es preciso corregir lo que se ha dicho, precisar el sentido y aclarar los puntos complejos para las mentes simples. De hecho, quiero que continúes. Anota todo lo que tu hermano diga y yo iré recogiendo tus anotaciones para poder iniciar la labor de interpretación.

– Creo que las palabras de Jesús podrían resultar sediciosas -dijo Cristo-. Aquel hombre pensaba que yo era un espía de los romanos… No sería de extrañar que los romanos se interesaran por Jesús.

– Una observación muy perspicaz -dijo el extraño-. Eso es justamente lo que debemos tener presente. Los asuntos políticos son delicados y peligrosos, y se necesita temple y una mente aguda para sortearlos sin percances. Estoy seguro de que podemos confiar en ti.

Y estrechándole amistosamente por los hombros, el extraño se levantó y se marchó. Cristo tenía un montón de preguntas que hacerle, pero el extraño se perdió entre la multitud antes de que pudiera abrir la boca. La manera en que le había hablado de los asuntos políticos le hizo dudar de su primera suposición. Tal vez el extraño no fuera solo un sacerdote, sino incluso un miembro del Sanedrín. El Sanedrín era el consejo encargado de resolver los asuntos doctrinales y jurídicos de los judíos, así como de supervisar las relaciones entre los judíos y los romanos, y sus miembros eran, obviamente, hombres de gran sabiduría.

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