Jesús y la familia

Aunque Jesús defendía el matrimonio y los niños, poco tenía que decir en favor de la familia o la prosperidad acomodada. En una ocasión dijo a una multitud que deseaba seguirle:

– Si no odiáis a vuestro padre y a vuestra madre, a vuestros hermanos y hermanas, a vuestra esposa y a vuestros hijos, nunca Llegaréis a ser mis discípulos.

Cristo recordaba las palabras de Jesús cuando le dijeron que su madre y sus hermanos habían ido a verle. Jesús los despidió, asegurando que no tenía más familia que quienes cumplían la voluntad de Dios. A Cristo le preocupaba que su hermano hablara de odiar a la familia y habría preferido no anotar esas palabras, pero eran demasiadas las personas que habían oído a Jesús pronunciarlas.

Un día Cristo oyó a Jesús contar una historia que lo inquietó aún más.

– Un hombre tenía dos hijos, uno bueno y tranquilo y otro rebelde e indisciplinado. El rebelde le dijo: «Padre, puesto que un día dividirás tus bienes entre mi hermano y yo, dame ahora la parte que me corresponde». El padre se la dio y el hijo rebelde se marchó a otra provincia y se gastó todo el dinero en bebida, en apuestas y en llevar una vida disoluta.

«Entonces el hambre llegó a la provincia donde vivía, y el hijo rebelde se encontró en una situación tan precaria que se puso a trabajar de porquerizo. Tenía tanta hambre que de buena gana se habría comido las cascaras que comían los cerdos. Desesperado, pensó en su casa y se dijo: "En mi casa están los jornaleros de mi padre y hasta el último tiene toda la comida que pueda desear; yo, en cambio, me muero de hambre. Volveré a casa, me sinceraré con mi padre, suplicaré su perdón y le pediré que me acepte como jornalero".

»De modo que se puso en marcha, y cuando su padre se enteró de que volvía a casa, sintió una profunda compasión por él y corrió a su encuentro fuera de la ciudad, le abrazó y le besó. El hijo dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. No soy digno de ser llamado hijo tuyo. Deja que trabaje para ti como un jornalero más".

»E1 padre dijo entonces a los sirvientes: "Traed la mejor túnica y unas sandalias para los pies de mi hijo, ¡deprisa! Y preparad un banquete con los mejores manjares, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido encontrado".

»Pero el otro hijo, el tranquilo, el bueno, oyó la preparación del festín y, al ver lo que estaba pasando, dijo a su padre: "Padre, ¿por qué preparas un festín para mi hermano? Yo nunca he abandonado esta casa, nunca he desobedecido tus órdenes, y sin embargo nunca has preparado un festín en mi honor. Mi hermano, en cambio, se marchó sin pensar en nosotros, se gastó todo su dinero, jamás piensa en su familia ni en nadie".

»Y el padre dijo: "Hijo, tú siempre estás en casa. Todo lo que tengo es tuyo. Pero cuando alguien vuelve a casa después de una larga ausencia, es justo celebrarlo con un festín. Y tu hermano estaba muerto, y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado".

Cuando Cristo oyó ese relato se sintió como si lo hubieran dejado desnudo ante la multitud. Ignoraba que su hermano hubiera reparado en él, pero probablemente así había sido para poder avergonzarlo de forma tan sutil. Cristo confió en que nadie lo hubiera notado y decidió actuar en el futuro con mayor discreción aún.

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