Jesús en el huerto de Getsemaní

Jesús había pasado todo ese tiempo conversando con sus discípulos, pero a medianoche dijo:

– Voy a salir. Pedro, Jacobo y Juan, acompañadme. Los demás podéis quedaros y dormir.

Se dirigieron a la puerta del muro de la ciudad que tenían más cerca.

Pedro dijo:

– Maestro, ve con cuidado esta noche. Corre el rumor de que están reforzando la guardia del templo. Y el gobernador está buscando un pretexto para tomar medidas enérgicas… Está en boca de todos.

– ¿Y por qué hacen eso?

– Por cosas como esa -dijo Juan, señalando las palabras JESÚS REY escritas con barro en el muro más cercano.

– ¿Lo habéis escrito vosotros? -preguntó Jesús.

– Naturalmente que no.

– Entonces no os concierne. No hagáis caso.

Juan sabía que les concernía a todos, pero calló. Se rezagó para poder borrar las palabras y luego regresó junto a ellos.

Jesús cruzó el valle hasta un jardín situado en la ladera del Monte de los Olivos.

– Esperad aquí -dijo-. Haced guardia y avisadme si viene alguien.


Se sentaron bajo un olivo y se ciñeron la capa porque la noche era fría. Jesús se alejó un pequeño trecho y se arrodilló.

– No me escuchas -susurró-. Llevo toda mi vida hablándote y solo recibo silencio. ¿Dónde estás? ¿Te encuentras ahí arriba, entre las estrellas? ¿Es eso? ¿Ocupado creando otro mundo, quizá, porque estás harto de este? Te has ido, ¿verdad? Nos has abandonado.

»Estás haciendo de mí un embustero, ¿te das cuenta? Yo no quiero decir mentiras, trato de decir siempre la verdad. Pero les digo que eres un padre bondadoso que cuida de todos ellos y no lo eres. Por lo que a mí respecta, además de sordo eres ciego. ¿No puedes ver o simplemente no quieres mirar? ¿Cuál de las dos cosas?

»No respondes. No te interesa.

»Si me estuvieras escuchando, sabrías lo que significa para mí la verdad. No soy uno de esos charlatanes, uno de esos filósofos quisquillosos con sus perfumadas estupideces griegas sobre un mundo puro de formas espirituales donde todo es perfecto, el único lugar donde está la verdad, a diferencia de este sucio mundo material que es corrupto y burdo, lleno de falsedades e imperfecciones… ¿Les has oído? Qué pregunta tan absurda. Tampoco te interesan las calumnias.

«Porque son calumnias. Tú creaste este mundo, y hasta el último centímetro de él es maravilloso. Cuando pienso en las cosas que he amado casi me atraganto de felicidad, o de pena, no estoy seguro; y todas pertenecían a este mundo que tú creaste. Si alguien puede aspirar el olor a pescado frito una noche junto al lago, o sentir una brisa fresca un día caluroso, o ver a un animalillo intentando corretear, tropezándose y volviendo a levantarse, o besar unos labios suaves y dispuestos, si alguien puede sentir esas cosas y sostener que no son más que copias imperfectas de algo mucho mejor que pertenece a otro mundo, te está calumniando, Señor, si es que las palabras tienen algún valor. Pero ellos no piensan que las palabras tengan valor; no son más que fichas con las que jugar sofisticados juegos. La verdad es esto, y la verdad es aquello, y qué es la verdad al fin y al cabo, y así parlotean sin parar, esos fantasmas sin sangre en las venas.

»Los salmos dicen: "Dice el necio en su corazón: Dios no existe". Bueno, pues yo entiendo a ese necio. Le trataste como me estás tratando a mí, ¿verdad? Si eso me convierte en un necio, soy uno con todos los necios que creaste. Yo amo a ese necio, aunque tú no le ames. El pobre diablo te hablaba en susurros noche tras noche y jamás recibía respuesta. Job, con todos sus apuros, obtuvo de ti una respuesta. Pero el necio y yo es como si le habláramos a una vasija vacía, con la diferencia de que hasta una vasija vacía emite un sonido que recuerda al viento, si te la acercas a la oreja. Eso, en cierto modo, ya es una respuesta.

»¿Es eso lo que me estás diciendo? ¿Que cuando escucho el viento es tu voz lo que estoy oyendo? ¿Que cuando miro las estrellas, o la corteza de un árbol o las ondas de la arena en la orilla del agua, estoy viendo tu escritura? Todas ellas son cosas encantadoras, desde luego, pero ¿por qué hiciste que costara tanto leerlas? ¿Quién puede traducírnoslas? Te ocultas tras enigmas y misterios. ¿Soy capaz de creer que Dios, mi Señor, se comportaría como uno de esos filósofos y diría cosas con el fin de desconcertar y confundir? No, no soy capaz. ¿Por qué tratas así a tu pueblo? El Dios que creó el agua transparente, dulce y fresca no la llenaría de barro antes de darla a beber a los niños. Así pues, ¿cuál es la respuesta? ¿Que esas cosas están llenas de tus palabras y tenemos que perseverar hasta que podamos interpretarlas? ¿O que están vacías y no significan nada? ¿Cuál es la respuesta?

»No hay respuesta, naturalmente. Escucha ese silencio. Ni una brizna de aire; los insectos rascándose en la hierba; Pedro roncando bajo los olivos; un perro ladrando en alguna granja de las colinas a mi espalda; una lechuza abajo, en el valle; y debajo de todo eso, silencio infinito. Tú no estás en los sonidos, ¿verdad? Eso sería una ayuda. Yo amo esos insectos. Ese de allí es un buen perro; digno de confianza; moriría protegiendo esa granja. La lechuza es hermosa y cuida de sus crías. Incluso Pedro está lleno de bondad, pese a sus bravatas. Si pensara que estás en esos sonidos, podría amarte con todo mi corazón, aunque fueran los únicos sonidos que hicieras. Pero tú estás en el silencio. No dices nada.

»Dios, ¿existe alguna diferencia entre decir eso y decir que no estás en absoluto? Puedo imaginarme a algún sacerdote sabelotodo en los años venideros diciendo a sus pobres seguidores "La gran ausencia de Dios es, sin duda, una prueba de su presencia", o una estupidez semejante. La gente escuchará sus palabras y se dirá qué inteligentes son e intentará creerlas; y se irá a casa desorientada y hambrienta, porque no tienen ningún sentido. Ese sacerdote es peor que el necio del salmo, que por lo menos es honesto. Cuando el necio te reza y no recibe respuesta, decide que la gran ausencia de Dios significa que Dios no está en ningún lado.

»¿Qué le diré a la gente mañana, y pasado mañana, y al otro? ¿He de seguir contándoles cosas que no puedo creer? El cansancio se apoderará de mi corazón, las náuseas me revolverán el estómago, la boca se me llenará de ceniza y la bilis me quemará la garganta. Llegará un día en que le diré a un pobre leproso que los pecados le son perdonados y que sus llagas sanarán, y él me responderá: "Pero siempre las tengo igual de mal. ¿Dónde está la curación que me prometiste?".

»Y el Reino…

»¿Me he estado engañando, a mí y a los demás? ¿Qué hacía diciéndoles que el Reino llegaría, que hay gente ahora viva que vería la llegada del Reino de Dios? Ya nos veo esperando, y esperando, y venga a esperar… ¿Tenía razón mi hermano cuando habló de esa gran organización, esa iglesia que haría de vehículo del Reino en la tierra? No, no, estaba equivocado. Mi corazón, mi mente y mi cuerpo se rebelan contra eso. Por el momento.

»Pues puedo ver lo que sucederá si eso llega a ocurrir. El diablo se frotará las manos con deleite. En cuanto los hombres que crean estar cumpliendo la voluntad de Dios adquieran poder, ya sea en su casa, en su pueblo, en Jerusalén o en la mismísima Roma, el diablo entrará en ellos. No pasará mucho tiempo antes de que empiecen a elaborar listas de castigos para toda clase de actividades inocentes, a condenar a la gente a la flagelación o la lapidación en nombre de Dios por vestir eso o comer aquello o creer en lo de más allá. Y los más privilegiados construirán palacios y templos por los que pasearse ufanos, y cargarán de impuestos a los pobres para sufragar sus lujos; y empezarán a mantener las escrituras en secreto, diciendo que hay verdades demasiado sagradas para ser reveladas al pueblo llano, y solo se permitirá la interpretación de los sacerdotes, y torturarán y matarán a todo el que intente que la palabra de Dios sea clara y comprensible para todos; y sus miedos aumentarán cada día que pase, porque cuanto más poder tengan menos confiarán en los demás, por lo que habrá espías y traiciones y denuncias y tribunales secretos, y condenarán a los pobres e inofensivos herejes a terribles muertes públicas para conseguir que el resto, presa del pánico, obedezca.

»Y de vez en cuando, para que la gente se olvide un rato de su miseria y dirija su rabia hacia otro objetivo, los dirigentes de dicha iglesia declararán que esa o aquella nación o ese o aquel pueblo es malvado y debe ser destruido, y reunirán poderosos ejércitos y procederán a matar, quemar, saquear y violar, y clavarán su estandarte sobre las ruinas humeantes de la que fue una tierra hermosa y próspera, y declararán que gracias a ello el Reino de Dios ha ganado en grandeza y esplendor.

»Y el sacerdote que desee satisfacer sus apetitos secretos, su avaricia, su lujuria, su crueldad, será como un lobo en un prado de corderos cuyo pastor ha sido maniatado, amordazado y cegado. A nadie se le ocurrirá dudar de la rectitud de lo que ese hombre santo hace en privado; y sus pequeñas víctimas implorarán piedad al cielo, y sus lágrimas mojarán las manos del sacerdote, que se las secará en la túnica y las unirá santurronamente elevando los ojos al cielo, y la gente comentará lo maravilloso que es tener a un hombre tan santo de sacerdote, un hombre que cuida tanto a los niños…

»¿Y dónde estarás tú? ¿Harás que un rayo golpee a esas serpientes blasfemas? ¿Arrancarás a los dirigentes de sus tronos y echarás abajo sus palacios?

»Hacer la pregunta y esperar la respuesta es saber que no habrá respuesta.

»Señor, si pensara que me estás escuchando, ante todo te suplicaría lo siguiente: que toda iglesia fundada en tu nombre se mantenga siempre pobre, modesta y carente de poder; que no ejerza otra autoridad que la del amor. Que no expulse a nadie. Que no posea propiedades ni imponga leyes. Que no condene, que solo perdone. Que no sea como un palacio con paredes de mármol y suelos lustrosos y guardias apostados en la puerta, sino como un árbol de raíces profundas que acoge a todo tipo de aves y bestias, y que da flores en primavera y sombra en el verano abrasador y fruto, y que con el tiempo cede su sólida y buena madera al carpintero; pero que derrama miles y miles de semillas para que nuevos árboles le puedan crecer en su lugar. ¿Acaso el árbol le dice al gorrión: "Largo, este no es tu lugar"? ¿Acaso el árbol dice al hombre hambriento: "Esta fruta no es para ti"? ¿Acaso el árbol pone a prueba la lealtad de las bestias antes de dejarlas reposar bajo su sombra?

»Esto es cuanto puedo hacer ahora, susurrarle al silencio. ¿Cuánto más tiempo me apetecerá hacerlo? Tú no estás ahí. Nunca me has escuchado. Haría mejor en hablarle a un árbol, a un perro, a una lechuza, a un saltamontes. Ellos siempre estarán ahí. Yo estoy con el necio del salmo. Creías que podríamos apañarnos sin ti; no, en realidad te traía sin cuidado que pudiéramos o no apañarnos sin ti. Simplemente te levantaste y te fuiste. Pues lo estamos haciendo, nos estamos apañando. Yo formo parte de este mundo y amo hasta el último grano de arena, la última brizna de hierba, la última gota de sangre que contiene. Da igual que no haya nada más, porque estas cosas bastan para regocijar el corazón y sosegar el espíritu; y sabemos que deleitan al cuerpo. Cuerpo y espíritu… ¿qué diferencia hay? ¿Dónde acaba uno y empieza el otro? ¿No son la misma cosa?

»De vez en cuando nos acordaremos de ti como de un abuelo que fue querido en su momento pero falleció, y contaremos historias sobre ti. Y alimentaremos a los corderos y cosecharemos el maíz y prensaremos el vino, y nos sentaremos bajo un árbol, con el fresco del atardecer, y daremos la bienvenida al forastero y cuidaremos de los niños, y atenderemos a los enfermos y consolaremos a los moribundos, y yaceremos cuando nos llegue la hora, sin angustia, sin miedo, y regresaremos a la tierra.

»Y dejaremos que el silencio hable consigo mismo… Jesús se detuvo. No deseaba decir nada más.

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