Jesús y los mercaderes

El siguiente incidente no solo implicó palabras. En el templo se realizaban muchas actividades relacionadas con la compraventa: por ejemplo, se vendían palomas, bueyes y ovejas para sacrificios. Pero como al templo acudía gente de todas partes, próximas y lejanas, había quien llegaba con dinero diferente de la moneda local, de manera que en el templo también había mercaderes deseosos de calcular la paridad y venderles el dinero para comprar palomas. Un día Jesús entró en el templo y, provocado por su creciente ira contra los escribas y sacerdotes, al ver toda aquella actividad mercantil perdió la paciencia y empezó a volcar las mesas de los mercaderes y los vendedores de animales y a lanzarlas por los aires. Luego, agarrando un látigo, expulsó a los animales del templo mientras gritaba:

– ¡Este templo debería ser un lugar de oración, pero mirad, lo habéis convertido en una guarida de ladrones! Llevaos de aquí vuestro dinero y mercadeo y dejad este lugar a Dios y a su pueblo.

Los guardias del templo se personaron rápidamente para restaurar el orden, pero la gente estaba demasiado enardecida para prestarles atención y muchos ya se habían arrojado al suelo para hacerse con las monedas que rodaban antes de que los mercaderes pudieran rescatarlas. En medio de toda esa confusión, los guardias no vieron a Jesús y no lograron arrestarle.

Los sacerdotes hablan de lo que deberían hacer con Jesús

Tras enterarse de lo ocurrido, los sacerdotes y levitas del templo se reunieron en casa de Caifas, el sumo sacerdote, para hablar de cuál debía ser su respuesta.

– Tenemos que apartarlo de la circulación de una forma u otra -dijo uno.

– ¿Arrestarle? ¿Matarle? ¿Enviarle al exilio?

– Es demasiado popular. Si actuamos contra él, la gente se rebelará.

– La gente es voluble. Se le puede hacer cambiar de opinión.

– Pues nosotros no lo estamos consiguiendo. Todos apoyan a Jesús.

– Eso puede cambiar en un instante, con la adecuada provocación…

– Todavía no entiendo qué ha hecho de malo.

– ¿Qué? Ha provocado disturbios en el templo. Conduce a la gente a estados de excitación malsanos. Tal vez a ti eso te parezca poca cosa, pero seguro que a los romanos no.

– No entiendo qué es lo que quiere. Si le ofrecemos un alto cargo en el templo, tal vez lo acepte y se tranquilice.

– Predica el advenimiento del Reino de Dios. Dudo mucho que podamos comprarlo con un salario y un cargo confortable.

– En cualquier caso, no podéis negar que es un hombre de gran integridad.

– ¿Has visto lo que están escribiendo por todas partes? Jesús Rey.

– Eso podría resultar útil. Si lográramos persuadir a los romanos de que es una amenaza para el orden…

– ¿Pensáis que es un zelote? ¿Que esa es su motivación?

– Tarde o temprano los romanos se fijarán en él. Debemos actuar antes que ellos.

– No podemos hacer nada durante la Pascua.

– Necesitamos un espía en su terreno. Si pudiéramos averiguar cuál va a ser su siguiente paso…

– Imposible. Sus discípulos son unos fanáticos. Jamás le delatarían.

– Esto no puede continuar. Pronto tendremos que hacer algo. Ese hombre lleva demasiado tiempo actuando sin que nadie le pare los pies.

Caifas dejaba hablar y escuchaba atentamente, presa de una profunda preocupación.

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