Jesús prosigue su sermón en la montaña

Cristo cogió su tablilla y su estilete y se trasladó a un lugar donde pudiera oír bien las palabras de su hermano. Al parecer, alguien le había pedido que les hablara de la ley y de si lo que esta decía sería válido cuando llegara el Reino de Dios.

– Ni por un momento penséis que os estoy pidiendo que deis la espalda a la doctrina de la ley y los profetas -dijo Jesús-. No he venido para aboliría, sino para cumplirla. En verdad os digo que ni una palabra ni una letra de la ley será reemplazada hasta que el cielo y la tierra desaparezcan. Si quebrantáis uno solo de los mandamientos, por pequeño que sea, ateneos a las consecuencias.

– Pero hay grados, ¿no, maestro? -dijo alguien-. Un pecado pequeño no puede ser tan malo como un pecado grande.

– Como bien sabes, existe un mandamiento contra el asesinato. ¿Dónde pondrías el límite? ¿Dirías que matar está mal pero pegar a alguien no tanto, y que simplemente enfadarse no está mal en absoluto? Yo os digo que si os enfadáis con un hermano o una hermana, y con eso quiero decir con cualquiera, aunque se trate de una simple rabieta, no oséis llevar una ofrenda al templo hasta que os hayáis reconciliado. Eso es lo primero.


»No quiero oír hablar de pecados pequeños y pecados grandes. Esa distinción no sirve en el Reino de Dios. Y eso va también por el adulterio. Conocéis el mandamiento contra el adulterio. Este dice: "No cometas adulterio". No dice: "No debes cometer adulterio, pero no pasa nada por pensar en él". Sí pasa. Cada vez que miras a una mujer con lujuria estás cometiendo adulterio con ella en tu corazón. No lo hagas. Y si tus ojos siguen mirando en esa dirección, arráncatelos. ¿Creéis que el adulterio está mal pero el divorcio es aceptable? Estáis muy equivocados. Si te divorcias de tu esposa por otra causa que no sea su infidelidad, estarás haciendo que cometa adulterio cuando vuelva a casarse. Y si te casas con una mujer divorciada, eres tú el que comete adulterio. El matrimonio es una cosa muy seria. Y también el infierno, al que iréis si pensáis que mientras evitéis los pecados grandes podéis cometer impunemente pecados pequeños.

– Has dicho, maestro, que no debemos ser violentos, pero si alguien nos ataca, podremos defendernos, ¿verdad?

– ¿Ojo por ojo y diente por diente? ¿Es en eso en lo que estás pensando? No lo hagas. Si alguien te golpea en la mejilla derecha, ofrécele también la izquierda. Si alguien quiere arrebatarte la túnica, entrégale también la capa que la acompaña. Si te obliga a caminar un kilómetro, camina dos. ¿Sabes por qué? Porque debes amar a tus enemigos, por eso. Sí, me has oído bien: amar a tus enemigos y orar por ellos. Piensa en Dios, tu Padre celestial, y haz como él. Dios hace que el sol salga para el malvado y el bondadoso; envía lluvia al justo y al injusto. ¿Qué valor tiene amar únicamente a quien te ama?

Hasta los recaudadores de impuestos hacen eso. Y si solo te preocupas de tus hermanos y hermanas, te comportas como los gentiles. Sed, pues, perfectos.

Cristo lo anotó todo diligentemente, asegurándose de añadir «Estas son las palabras pronunciadas por Jesús» en cada tablilla, para que nadie pudiera pensar que eran sus propias opiniones.

Alguien preguntó sobre las limosnas.

– Buena pregunta -dijo Jesús-. Si das una limosna, no lo cuentes. Guarda silencio. Ya sabes qué clase de gente hace alarde de su generosidad; no actúes como ellos. Que nadie sepa que das, ni cuánto das, ni por qué das. No dejes siquiera que tu mano izquierda sepa lo que hace tu mano derecha. Tu Padre celestial lo verá, no has de preocuparte por eso.

»Y ya que estoy hablando del silencio, he aquí otra cosa con la que debéis ser discretos: la oración. No seáis como esos hipócritas jactanciosos que oran en voz alta para que todos sus vecinos sepan de su devoción. Ve a tu aposento, cierra la puerta y ora en silencio y en secreto. Tu padre lo oirá. ¿Habéis oído rezar alguna vez a los gentiles? Tanta palabrería, tanto blablablá, como si el sonido de sus voces sonaran como música a los oídos de Dios. No seáis como ellos. No hace falta que le contéis a Dios lo que deseáis; él ya lo sabe.

»He aquí cómo debéis orar. Debéis decir:

«Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.

«Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.

»El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal.»Amén.

– Maestro -dijo alguien-, si, como dices, el Reino está cerca, ¿cómo debemos vivir? ¿Debemos seguir con nuestros oficios? ¿Debemos construir casas, formar familias y pagar impuestos como hemos hecho siempre? ¿O han cambiando las cosas ahora que sabemos que el Reino está cerca?

– Tienes razón, amigo, las cosas han cambiado. No necesitáis preocuparos por lo que vais a comer o beber, dónde vais a dormir, qué vais a vestir. Observad a las aves. ¿Es que ellas siembran o cosechan? ¿Es que recogen el trigo en el granero? No hacen nada de eso, y sin embargo su Padre celestial les proporciona alimento todos los días. ¿No os creéis más valiosos que esas aves? Y pensad en lo que hacen las preocupaciones: ¿sabéis de alguien que haya alargado una sola hora de su vida por preocuparse por ella?

»Pensad también en el vestido. Fijaos en la belleza de los lirios del campo. Ni el esplendor de Salomón, con toda su grandeza, puede compararse al de una flor silvestre. Y si Dios viste así los prados, ¿no creéis que cuidará aún mejor de vosotros? ¡Hombres de poca fe! Os lo he dicho otras veces: no os comportéis como los gentiles. Ellos son los que se inquietan por esas cosas. Dejad, pues, de preocuparos por el mañana; mañana será otro día. El hoy ya tiene suficiente desazón.

– ¿Qué debemos hacer si vemos que alguien obra mal? -preguntó un hombre-. ¿Debemos corregirle?

– ¿Quién eres tú para juzgar? -dijo Jesús-. Ves la paja en el ojo de tu vecino y no ves la viga en tu propio ojo.

Saca primero la viga de tu ojo y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu vecino.

»Y es preciso que veáis claro cuando observáis lo que estáis haciendo. Es preciso que reflexionéis y hagáis las cosas bien. No echéis carne sacrificada a los perros; sería como arrojar perlas a los cerdos. Pensad en lo que eso significa.

– Maestro, ¿cómo podemos saber que todo irá bien? -dijo un hombre.

– Simplemente pedid y se os dará. Buscad y encontraréis. Llamad y la puerta se abrirá. ¿No me creéis? Pensad en esto: ¿existe un solo hombre o mujer en la tierra que, cuando su hijo le pide pan, le entregue una piedra? Naturalmente que no. Si vosotros, siendo pecadores, sabéis alimentar a un hijo, ¿no va a saber mucho mejor vuestro Padre celestial cómo dar buenas cosas a quien las pide?

»Pronto dejaré de hablar, pero hay algunas cosas que es preciso que escuchéis y recordéis. Hay profetas auténticos y profetas falsos, y sabréis diferenciarlos observando los frutos que dan. ¿Acaso recogéis uvas de los espinos o buscáis higos entre los cardos? Naturalmente que no, porque un árbol malo no da buen fruto y un árbol bueno no da mal fruto. Distinguiréis a un profeta verdadero de un profeta falso por los frutos que den. Y el árbol que da mal fruto será cortado y arrojado al fuego.

«Recordad esto también: tomad el camino arduo, no el fácil. El camino que conduce a la vida es arduo y pasa por una puerta estrecha, mientras que el camino que conduce a la destrucción es fácil y su puerta es ancha. Muchos toman el camino fácil; pocos toman el camino arduo. Vuestra tarea es encontrar el camino arduo y seguirlo.

»Si escucháis mis palabras y actuáis de acuerdo con ellas seréis como el sabio que edifica su casa sobre una roca. Aunque diluvie y lleguen inundaciones, aunque el viento aulle y zarandee la casa con violencia, esta permanecerá en pie porque ha sido construida sobre una roca. Pero si escucháis mis palabras y no actuáis de acuerdo con ellas, seréis como el necio que edifica su casa sobre arena. ¿Qué ocurre cuando llegan las lluvias, las inundaciones y los vientos? Que la casa se cae, y con gran estruendo.

»Por último os diré: haced por los demás lo que desearíais que ellos hicieran por vosotros.

»Esta es la doctrina de la ley y los profetas, eso es todo lo que necesitáis saber.

Mientras Cristo observaba a la multitud dispersarse, prestó atención a sus comentarios.

– El no es como los escribas -dijo uno.

– Parece saber muchas cosas.

– ¡Nunca había oído a nadie hablar con tanta claridad!

– Sus palabras no tienen nada que ver con la charlatanería de los predicadores corrientes. Este hombre sabe de lo que habla.

Cristo consideró todo lo que había oído ese día y lo meditó profundamente mientras transcribía las palabras de su tablilla a un pergamino; mas no habló de ello con nadie.

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