María Magdalena en el sepulcro

Después de la crucifixión, Pedro, Juan, Jacobo y otros discípulos se habían reunido en una casa próxima al jardín de José, donde, cual hombres despojados de sus sentidos, permanecían perplejos y callados. La ejecución de Jesús había caído sobre ellos como un rayo en medio de un cielo azul; jamás habían imaginado que algo así pudiera pasar. El impacto no era menos chocante que si los cimientos de la tierra hubieran temblado bajo sus pies.

En cuanto a las mujeres que se habían congregado al pie de la cruz y habían ayudado a José a bajar el cuerpo, habían llorado y rezado hasta agotárseles las lágrimas. María, la madre de Jesús, había acompañado a su hijo hasta el sepulcro y pronto regresaría a Nazaret. La mujer de Magdala, también llamada María, iba a quedarse un tiempo en Jerusalén.

A primera hora de la mañana siguiente al sábado, María Magdalena fue hasta el sepulcro cargada con más especias por si se precisaban para conservar el cuerpo. El día no había clareado aún. Después del entierro, había visto a José y Nicodemo cubrir la entrada del sepulcro con la piedra, por lo que le sorprendió ver, en la penumbra, la piedra descorrida y la tumba abierta. Temiendo haberse equivocado de sepulcro, miró dentro con aprensión.

Y encontró la sábana vacía, sin cuerpo.

Corrió hasta la casa donde se alojaban los discípulos, y dijo a Pedro y Juan:

– ¡El sepulcro del maestro está vacío! ¡Vengo de allí! ¡La piedra ha sido retirada y el cuerpo ha desaparecido!

Les contó lo que había visto. Dado que el testimonio de una mujer tenía poco valor, Pedro y Juan fueron hasta el jardín para verlo con sus propios ojos. Juan corrió más deprisa y llegó primero, y cuando miró dentro del sepulcro vio la sábana vacía. Luego Pedro se abrió paso y encontró la sábana dispuesta de la forma que María había descrito, con la tela que envolvía la cabeza de Jesús separada del resto.

– ¿Crees que se lo han llevado los romanos? -preguntó Juan.

– ¿Por qué iban a hacer eso? -repuso Pedro-. Pilato cedió el cuerpo. No tendría sentido.

– ¿Qué ha podido ocurrir, entonces?

– A lo mejor no estaba muerto cuando lo bajaron, solo inconsciente, y de pronto despertó…

– ¿Y cómo descorrió la piedra desde dentro? Tenía las piernas rotas. No podía moverse.

Incapaces de encontrar una explicación, regresaron a la casa para contárselo a los demás discípulos.

María Magdalena se había quedado junto al sepulcro, llorando. A través de las lágrimas vio que se acercaba un hombre y lo tomó por el jardinero.

– ¿Por qué lloras? -le preguntó el hombre.

– Se han llevado el cuerpo de mi maestro. Señor, si sabes adonde se lo han llevado, te suplico que me lo digas para que pueda traerlo de vuelta y atenderlo como es debido.

Entonces el hombre dijo: -María.

María se sobresaltó y le miró con detenimiento. Aún había poca luz y tenía los ojos irritados, pero no había duda de que era Jesús, vivo.

– ¡Maestro! -gritó, e hizo ademán de abrazarle.

Cristo dio un paso atrás y le dijo:

– No, no me toques. No me quedaré mucho tiempo. Ve junto a los discípulos y cuéntales lo que has visto. Diles que pronto ascenderé para estar junto a mi padre, junto a Dios. Junto a mi Dios y vuestro Dios.

María corrió a contar a los discípulos lo que había visto y lo que Cristo le había dicho.

– ¡Era él! -les dijo-. ¡Os lo aseguro! ¡Jesús estaba vivo y me habló!

Los discípulos la escuchaban con cierto escepticismo, pero Pedro y Juan se mostraron más dispuestos a creerla.

– Ella nos contó cómo estaba dispuesta la sábana en el suelo, y fuimos y lo vimos. Si dice que Jesús está vivo, ¡eso lo explicaría todo!

Pasaron el día en un estado de esperanzada incredulidad. Se acercaron varias veces al sepulcro, pero no vieron nada más.

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