La infancia de Jesús

Entretanto, José y María estaban decidiendo qué nombre poner a sus hijos. El primogénito llevaría el nombre de Jesús, pero ¿y el otro, que era secretamente el favorito de María? Al final le pusieron un nombre corriente, pero María, recordando lo que habían dicho los pastores, le llamaba Cristo, que significaba Mesías en griego. Jesús era un bebé robusto y jovial, mientras que Cristo enfermaba con frecuencia. María, preocupada por él, lo cubría con las mejores mantas y le dejaba chupar miel de la yema de su dedo para que dejara de llorar.

Al poco de arribar a Egipto llegó a oídos de José la noticia de que el rey Herodes había muerto. Palestina volvía a ser un lugar seguro, de modo que emprendieron el regreso al hogar de José en Nazaret de Galilea. Y allí crecieron sus hijos.

Con el paso del tiempo llegaron otros niños, otros hermanos y hermanas. María quería a todos sus hijos, mas no por igual. Le parecía que el pequeño Cristo precisaba una atención especial. Mientras Jesús y los demás chiquillos jugaban bulliciosamente, haciendo travesuras, robando fruta, gritando palabrotas y echando a correr como flechas, armando peleas, arrojando piedras, embadurnando de fango los muros de las casas y cazando gorriones, Cristo se pegaba a las faldas de su madre y pasaba muchas horas leyendo y orando. Un día María fue a casa de un vecino, tintorero de oficio. Jesús y Cristo la acompañaron, y mientras ella hablaba con el tintorero, con Cristo cerca, Jesús se coló en el taller. Tras contemplar todas las tinajas, que contenían tintes de colores diferentes, introdujo un dedo en cada una de ellas y se los limpió en un fardo de telas que aguardaban a ser teñidas. Entonces pensó que el tintorero se daría cuenta de lo que había hecho y se enfadaría con él, de modo que agarró las telas y las metió en una tinaja que contenía un tinte negro.

Regresó a la habitación donde su madre se encontraba conversando con el tintorero. Cristo lo vio y dijo:

– Mamá, Jesús ha hecho algo malo.

Jesús tenía las manos detrás de la espalda.

– Enséñame las manos -dijo María.

Le enseñó las manos. Estaban teñidas de negro, rojo, amarillo, morado y azul.

– ¿Qué has estado haciendo? -le preguntó su madre.

Alarmado, el tintorero entró corriendo en su taller. De la tinaja del tinte negro sobresalía un revoltijo de telas manchadas de negro y otros colores.

– ¡Oh, no! ¡Mira lo que ha hecho ese mocoso! -gritó-. ¡Todas esas telas…! ¡Esto me costará una fortuna!

– Jesús, eres un niño muy malo! -dijo María-. Mira, has arruinado el trabajo de este hombre. Ahora tendremos que pagarle los destrozos. ¿De dónde sacaremos el dinero?

– Yo solo quería ayudar -dijo Jesús. -Mamá -dijo Cristo-, yo puedo arreglarlo. Levantó la esquina de una tela y preguntó al tintorero:

– ¿De qué color debería ser esta tela, señor?

– Roja -contestó el tintorero.

El niño tiró de la tela y esta salió de la tinaja completamente roja. Fue sacando las telas una a una, preguntando al tintorero de qué color debería ser y haciendo que así ocurriera: cada pieza salía teñida del color exacto que había solicitado el cliente.

El tintorero estaba maravillado. María abrazó a su hijo Cristo y lo cubrió de besos, celebrando con gran dicha la bondad de su pequeño.

En otra ocasión, Jesús estaba jugando junto al vado de un riachuelo, haciendo pequeños gorriones de barro y colocándolos en fila. Un judío piadoso que pasaba por allí vio lo que estaba haciendo y fue a contárselo a José.

– ¡Tu hijo ha incumplido la ley del sábado! -dijo-. ¿Tienes idea de lo que está haciendo en el vado? ¡Deberías controlar a tus hijos!

José fue a ver qué estaba haciendo Jesús. Cristo, que había oído los gritos del hombre, siguió a su padre. Tras ellos fueron otras personas que también habían oído el alboroto. Llegaron al riachuelo en el momento en que Jesús terminaba el decimosegundo gorrión.

– ¡Jesús, detente de inmediato! -Dijo José-. Sabes muy bien que estamos en sábado.

Se disponían a castigar a Jesús cuando Cristo dio una palmada y de repente los gorriones cobraron vida y emprendieron el vuelo. La gente estaba atónita.

– No quería que mi hermano se metiera en problemas -explicó Cristo-. En realidad es un buen chico.

Los adultos lo cubrieron de elogios. El pequeño era tan modesto y considerado, tan distinto de su hermano… Pero los niños de la ciudad preferían a Jesús.

Загрузка...