El extraño en el jardín

Cristo pasó el día siguiente en la habitación que había alquilado, orando, llorando y tratando de escribir lo sucedido o, por lo menos, lo que sabía. Eran muchos sus temores. No tenía ganas de comer ni beber, y no podía dormir. El dinero que le había dado Caifas lo tenía muy preocupado, y cuando creyó que iba a enloquecer de vergüenza pagó al casero lo que le debía y regaló el resto al primer mendigo que vio en la calle. Hecho esto, no se sintió mejor.

Cuando cayó la noche fue al jardín donde José había dado sepultura a Jesús y se sentó cerca del sepulcro, entre las sombras. Entonces se dio cuenta de que tenía al extraño sentado al lado.

– He estado ocupado en otro lugar -dijo.

– Sí -repuso amargamente Cristo-, paseándote y dando vueltas por la tierra.

– Sé que todo esto es duro para ti, pero no soy Satanás. Ya casi hemos cumplido la primera parte de nuestra misión.

– ¿Y dónde estaba el carnero atrapado en el matorral? Me hiciste creer que ocurriría algo que evitaría lo peor, pero no fue así y lo peor sucedió.

– Fuiste tú quien se indujo a creer eso, y tu creencia permitió que la gran oblación siguiera su curso. Gracias a lo que hiciste ocurrirán muchas cosas buenas.

– Entonces, ¿resucitará de entre los muertos?

– Sin duda.

– Cuándo.

– Siempre.

Cristo meneó la cabeza, perplejo e irritado.

– ¿Siempre? -dijo-. ¿Qué significa eso?

– Significa que el milagro nunca será olvidado, su valor nunca se agotará, su verdad perdurará de generación en generación.

– Otra vez la verdad. ¿Te refieres a la verdad que es distinta de la historia?

– La verdad que ilumina la historia, como tú bellamente lo expresaste. La verdad que riega la historia como un jardinero sus plantas. La verdad que proyecta luz sobre la historia como el quinqué mantiene a raya las sombras.

– No creo que Jesús hubiera reconocido esa clase de verdad.

– Precisamente por eso necesitábamos que tú la encarnaras. Tú eres la parte que le falta a Jesús. Sin ti, su muerte sería una más entre miles de ejecuciones públicas. Pero contigo se abre el camino para que la luz de la verdad penetre en la oscuridad de la historia; la lluvia bendita caerá sobre la tierra reseca. Jesús y Cristo juntos serán el milagro. ¡Cuántas cosas sagradas brotarán de esa unión!

Hablaban en voz muy baja y en el jardín reinaba el silencio. De repente, Cristo oyó un zumbido sordo, como de piedra rodando sobre piedra.

– ¿Qué está pasando? -preguntó.

– La segunda parte del milagro. Tranquilízate, Cristo, todo irá bien. Jesús deseaba alargar una situación que ningún ser humano habría podido soportar mucho más tiempo. La gente es capaz de grandes cosas, mas solo cuando vienen acompañadas de grandes circunstancias. No pueden vivir a ese nivel constantemente, y la mayoría de las circunstancias no son grandes. En la vida cotidiana las personas son tentadas por la comodidad y la tranquilidad; son algo perezosas, algo avariciosas, algo cobardes, algo lujuriosas, algo vanidosas, algo irritables, algo envidiosas. No sirven de mucho, pero debemos aceptarlas como son. Entre otras cosas, son crédulas y, por tanto, les gustan los misterios. Pero eso tú ya lo sabes, tú mismo se lo dijiste a Jesús tiempo atrás. Como de costumbre, tenías razón y, como de costumbre, él no te escuchó.

Junto al sepulcro se movían unas figuras. El cielo estaba encapotado y la luna, que justo empezaba a menguar, no se veía. Así y todo, había luz suficiente para vislumbrar tres o cuatro figuras transportando algo pesado desde la tumba.

– ¿Qué hacen? -preguntó Cristo.

– La obra de Dios.

– ¡Es el cuerpo de Jesús!

– Lo que hacen es necesario.

– ¿Vais a simular que ha resucitado?

– Resucitará.

– ¿Cómo? ¿Por medio de algún ardid? Es deleznable. ¡Ay de mí, que he picado el anzuelo! ¡Estoy condenado! ¡Mi pobre hermano! ¿Qué he hecho?

Cristo cayó al suelo y lloró. El extraño le posó las manos en la cabeza.

– Llora -dijo-, te aliviará.

Cristo no se movió de donde estaba y el extraño continuó.

– Ahora debo hablarte del Espíritu Santo. El convencerá a los discípulos, y con el tiempo a otros fieles, de que Jesús está vivo. Jesús no podía permanecer eternamente entre los humanos, pero el Espíritu Santo sí que puede y lo hará. Jesús tenía que morir para que el Espíritu Santo pudiera descender a este mundo, y con tu ayuda descenderá. En los próximos días verás el poder transformador del Espíritu Santo. Los discípulos, esos hombres débiles y angustiados, se convertirán en leones. Lo que Jesús no pudo hacer en vida, el Jesús muerto y resucitado hará que suceda mediante el poder del Espíritu Santo, no solo con los discípulos sino con toda persona que oiga y crea.

– Entonces, ¿para qué me necesitas? Si el Espíritu es todopoderoso, ¿qué ayuda puedo aportar yo?

– El Espíritu es interno e invisible. Para creer, los hombres y las mujeres necesitan una prueba externa y visible. Últimamente, cuando te he hablado de la verdad te has mostrado desdeñoso, querido Cristo, y no deberías. Será la verdad lo que entre en sus mentes y corazones en los siglos venideros, la verdad de Dios que está fuera del tiempo. Pero dicha verdad necesita que le abran una ventana para poder brillar a través de ella en el mundo temporal, y tú eres esa ventana.

Serenándose, Cristo se levantó y dijo:

– Entiendo. Interpretaré mi papel, pero lo haré con la conciencia desazonada y el corazón afligido.

– Es lógico, pero tienes un importante papel que representar. Cuando escribas sobre los sucesos de este tiempo y la vida de Jesús, tu interpretación tendrá un inmenso valor. Podrás determinar cómo serán recordados esos hechos hasta el fin de los días. Podrás…

– Calla, calla, ya he tenido suficiente. No quiero oír nada más por el momento. Me siento tremendamente cansado y disgustado. Regresaré aquí la mañana siguiente al sábado y haré lo que deba hacer.

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