En aquella época María tenía alrededor de dieciséis años, y José aún no la había tocado.
Una noche, hallándose en su dormitorio, María oyó un susurro al otro lado de la ventana.
– María, ¿tienes idea de lo hermosa que eres? De todas las mujeres, tú eres la más bella. El Señor debió de favorecerte para que seas tan dulce y gentil, con esos ojos y esos labios…
Desconcertada, María preguntó:
– ¿Quién eres?
– Soy un ángel -respondió la voz-. Déjame entrar y te contaré un secreto que solo tú has de saber.
María abrió la ventana y le dejó entrar. Para no asustarla, el ángel había adoptado el aspecto de un hombre joven, como el de los muchachos que le daban conversación junto al pozo.
– ¿Qué secreto es ese? -dijo.
– Vas a concebir un hijo -contestó el ángel.
María le miró perpleja.
– Pero mi marido no está.
– Pues el Señor desea que suceda de inmediato. Me ha enviado a propósito para hacer cumplir su voluntad. ¡María, bendita eres entre todas las mujeres por este acontecimiento! Da gracias al Señor.
Y esa misma noche, tal como el ángel predijo, María concibió un hijo.
Cuando José regresó de las ocupaciones que lo habían mantenido ausente y encontró a su esposa en estado de buena esperanza, su consternación fue profunda. Ocultó la cabeza bajo la capa, se arrojó al suelo, lloró amargamente y se cubrió de cenizas.
– Señor-sollozó-, ¡perdóname! ¡Perdóname! ¿Es esto cuidar? ¡Tomé a esta criatura siendo una virgen del templo, y mírala ahora! Debí protegerla, pero la dejé sola como Adán dejó a Eva, y también ella recibió la visita de la serpiente.
La llamó y dijo:
– María, mi pobre niña, ¿qué has hecho? ¡Tú, que eras tan pura y tan buena, has traicionado tu inocencia! ¿Cómo se llama el hombre que te hizo esto?
María lloró amargamente y dijo:
– Yo no he hecho nada malo. ¡Lo juro! Ningún hombre me ha tocado jamás. Fue un ángel el que vino a verme porque Dios deseaba que concibiera un hijo.
José estaba preocupado. Si realmente era esa la voluntad de Dios, significaba que era su deber cuidar de María y el niño. Pero, de todos modos, no quedaría bien. Sin embargo, no dijo nada más.