Caifas había reunido en su casa un Consejo urgente de sacerdotes supremos, ancianos y escribas. Se trataba de una medida excepcional, pues la ley judía prohibía que se celebraran consejos de noche, pero las circunstancias lo re-querían. Si querían ocuparse de Jesús, debían hacerlo antes de que comenzara la Pascua.
Jesús fue llevado ante el Consejo y sus miembros procedieron a interrogarle. Algunos sacerdotes que habían perdido en sus debates con él estaban deseando encontrar una razón para entregarlo a los romanos y llamaron a testigos con la esperanza de poder condenarle. Sin embargo, no los habían preparado lo suficientemente bien y algunos se contradecían. Por ejemplo, uno dijo:
– Le oí decir que podía destruir el templo y levantar otro en tres días.
– ¡No! ¡Eso no lo dijo él! -repuso otro-. Lo dijo uno de sus discípulos.
– ¡Pero Jesús no lo negó!
– ¡Lo dijo Jesús! ¡Lo oí con mis propios oídos!
No todos los sacerdotes estaban seguros de que eso fuera razón suficiente para declararlo culpable.
Finalmente, Caifas dijo:
– Jesús, ¿qué tienes que decir al respecto? ¿Cuál es tu respuesta a tales acusaciones? Jesús no contestó.
– ¿Y qué hay de esa otra acusación de blasfemia? ¿Que aseguras ser el hijo de Dios? El Mesías.
– Eso lo dices tú -replicó Jesús.
– Lo dicen tus discípulos -repuso Caifas-. ¿No te consideras de algún modo responsable?
– Les he pedido que no lo digan. Pero aunque lo hubiera dicho, no sería una blasfemia, como bien sabes.
Jesús tenía razón, y Caifas y los sacerdotes lo sabían. Estrictamente hablando, blasfemia era maldecir el nombre de Dios, y Jesús jamás había hecho tal cosa.
– ¿Y qué hay de esa afirmación de que eres el rey de los judíos? Está escrito en todas las paredes. ¿Qué tienes que decir a eso?
Jesús calló.
– El silencio no es una respuesta -dijo Caifas. Jesús sonrió.
– Jesús, estamos haciendo un gran esfuerzo por ser justos contigo -prosiguió el sumo sacerdote-. A nosotros nos parece que has hecho cuanto está en tu mano por generar problemas, no solo con nosotros sino con los romanos. Y corren tiempos difíciles. Tenemos que proteger a nuestro pueblo. ¿Es que no lo entiendes? ¿Es que no te das cuenta del peligro en el que nos estás poniendo a todos?
Jesús seguía sin responder.
Caifas se volvió hacia los sacerdotes y escribas y se dirigió a ellos:
– Lamento decir que no nos queda otra elección. Por la mañana llevaremos a este hombre ante el gobernador. Naturalmente, rezaremos para que se apiade de él.