Pedro

Mientras esto ocurría dentro de la casa del sumo sacerdote, el patio se hallaba abarrotado de gente que, apiñada alrededor del brasero, hablaba acaloradamente sobre el prendimiento de Jesús y lo que iba a suceder a continuación. Pedro estaba entre ellos, y en un momento dado una criada le miró y dijo:

– Tú estabas con ese Jesús, ¿verdad? Ayer te vi con él.

– No -dijo Pedro-. Yo no conozco a ese hombre.

Al rato, un individuo comentó a sus compañeros:

– Ese hombre es un discípulo de Jesús. Estaba en el templo con él cuando volcó las mesas de los mercaderes.

– No es cierto -dijo Pedro-. Me confundes con alguien.

Y justo antes del alba, una tercera persona, tras oír comentar algo a Pedro, dijo:

– Tú eres uno de ellos, ¿verdad? Lo sé por tu acento. Eres galileo, como Jesús.

– No sé de qué me hablas -respondió Pedro.

Un gallo cacareó justo entonces. Hasta ese momento parecía que el mundo estuviera conteniendo el aliento, que el tiempo mismo se hubiera detenido durante las horas de oscuridad, pero pronto se haría la luz y con ella el desconsuelo irrumpiría con fuerza. Presintiéndolo, Pedro salió y lloró amargamente.

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