Jesús debate con un legista; el buen samaritano

Cristo permanecía la mayor parte del tiempo alejado de Jesús, pues podía contar con las palabras de su informante. Sabía que su espía era digno de confianza porque a veces verificaba sus informes preguntando a otros qué había dicho Jesús aquí o hecho allá, y los encontraba siempre sumamente precisos.

Así y todo, cuando se enteraba de que Jesús iba a predicar en esta o aquella ciudad, en ocasiones acudía a es-cucharle personalmente, siempre desde el fondo de la concurrencia para pasar desapercibido. En una de esas ocasiones, oyó a un legista interrogar a Jesús. Los hombres de la ley se medían a menudo con él, pero Jesús salía airoso las más de las veces, aunque fuese, en opinión de Cristo, empleando métodos poco ortodoxos. Cuando contaba un relato, introducía elementos extralegales: persuadir a la gente manipulando sus emociones era muy útil a la hora de agenciarse un punto en el debate, pero dejaba la cuestión legal sin resolver.

Esta vez el legista le dijo:

– Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?

Cristo escuchó atentamente la respuesta de Jesús.

– ¿No eres legista? Dime entonces qué dice la ley.


– Amarás a Dios, tu Señor, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Y amarás a tu prójimo como a ti mismo.

– Justamente -dijo Jesús-. Conoces bien la ley. Haz como dice y vivirás.

El hombre, después de todo, era legista y quería demostrar que tenía una respuesta para todo, así que dijo:

– Pero dime una cosa: ¿quién es mi prójimo?

Y Jesús relató la siguiente historia:

– Erase un hombre, judío como tú, que iba de Jerusalén a Jericó. Por el camino fue asaltado por una banda de ladrones que le quitaron todo lo que tenía, lo apalearon y lo dejaron junto al camino medio muerto.

»Aunque peligroso, se trata de un camino concurrido, y al rato pasó por él un sacerdote. Al ver al hombre cubierto de sangre tirado en el suelo, decidió mirar hacia otro lado y seguir su viaje. Más tarde se acercó un levita, y también él decidió no implicarse; pasó de largo todo lo deprisa que pudo.

»E1 siguiente en pasar por allí fue un samaritano. Al ver al hombre herido se detuvo para ayudarle. Vertió vino en las heridas para desinfectarlas y aceite para calmarlas. Hecho esto, cargó al hombre sobre su asno y lo llevó a una posada. Entregó dinero al posadero para que lo atendiera y dijo: "Si necesitas gastar más de lo que te he dado, anótalo y te lo devolveré la próxima vez que pase por aquí".

»Así pues, aquí tienes una pregunta como respuesta a tu pregunta: ¿cuál de esos tres hombres, el sacerdote, el levita y el samaritano, fue un prójimo para el hombre que fue asaltado en el camino ajericé?

El legista solo pudo responder:

– El hombre que le ayudó.

– Es cuanto necesitas saber -dijo Jesús-. Ve y haz tú lo mismo.

Cristo sabía, mientras escribía, que, por injusto que fuera, la gente recordaría ese relato mucho más tiempo que una definición legal.

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