Historias difíciles

Poco tiempo después, Jesús contó otra historia que Cristo calificó de injusta, y no fue el único. Muchas personas no alcanzaron a comprenderla, y después la comentaron entre ellas. Alguien había preguntado a Jesús cómo era el Reino de los cielos, y Jesús respondió:

– Es como un hacendado que partió temprano por la mañana a fin de contratar jornaleros para sus viñas. Tras acordar con ellos la paga por una jornada, los hombres se pusieron a trabajar. Dos horas más tarde, al pasar por el mercado, el hacendado vio a un grupo de trabajadores ociosos y les dijo: «¿Queréis trabajar? Id a mis viñas y os pagaré lo que sea justo». Los hombres partieron y el hacendado siguió su camino. A mediodía pasó de nuevo por el mercado, y otra vez por la tarde, y en cada ocasión vio a un grupo de obreros sin nada que hacer y les dijo lo mismo.

»A las cinco pasó por el mercado una última vez, vio a otro grupo y dijo:

»-¿Por qué habéis permanecido ociosos todo el día?

»-Nadie nos ha contratado -respondieron, y los contrató con las mismas condiciones.

»A1 final del día dijo a su administrador:

»-Llama a los hombres para que vengan a cobrar, empezando por el último y retrocediendo hasta el primero.


»Cuando los hombres de las cinco llegaron, entregó a cada uno la paga de un día completo de trabajo, e hizo lo mismo con los demás. Molestos, los jornaleros contratados por la mañana dijeron:

»-¿Das a estos hombres, que solo han trabajado una hora, lo mismo que a nosotros, que hemos trabajado todo el día bajo un sol abrasador?

»E1 hacendado respondió:

»-Amigo mío, aceptaste la paga de un día por el trabajo de un día, y eso es exactamente lo que has recibido. Toma lo ganado y vete. ¿Acaso no tengo derecho a hacer lo que yo decida con lo que es mío? Que yo elija ser bondadoso, ¿es razón para volverte tú malicioso?

Jesús contó otro relato más incomprensible aún para quienes lo escucharon, pero Cristo lo anotó con la esperanza de que el extraño pudiera aclarárselo.

– Un rico hacendado que tenía un administrador empezó a recibir quejas sobre la manera en que este cuidaba de su negocio. Llamó al administrador y le dijo: «He oído cosas sobre ti que no me gustan. Voy a despedirte, pero primero quiero una lista completa de todo lo que se me debe».

»Y el administrador pensó: "¿Qué voy a hacer ahora? No poseo fuerza suficiente para el trabajo manual y me da vergüenza mendigar…". Así pues, concibió un plan para asegurarse de que otras personas cuidaran de él cuando dejara de trabajar.

»Uno a uno, llamó a los deudores de su patrono. Preguntó al primero:

«-¿Cuánto debes a mi patrono?

»Y el hombre respondió:

»-Cien tinajas de aceite.

»-Deprisa, siéntate -dijo el administrador-, coge tu recibo y escribe cincuenta.»A1 siguiente le dijo:»-¿Cuánto debes?»-Cien fanegas de trigo.

»-Aquí tienes tu recibo. Tacha el cien y escribe en su lugar ochenta.

»Y lo mismo hizo con el resto de deudores. ¿Qué dijo el patrón cuando se enteró? Por mucho que penséis, seguro que os equivocáis. El patrón elogió al deshonesto administrador por su astucia.

Lo que Jesús parecía estar diciendo con esos relatos, pensó Cristo, era horrible: que el amor de Dios era arbitrario e inmerecido, casi una lotería. Probablemente la amistad de Jesús con recaudadores de impuestos, prostitutas y demás seres indeseables guardara relación con esta actitud radical; parecía sentir verdadero desprecio por los comportamientos considerados virtuosos. En una ocasión narró la historia de dos hombres, un fariseo y un recaudador de impuestos, que fueron al templo a rezar. El fariseo, mirando al cielo, dijo:

– Dios, te doy gracias por no ser como otros hombres, un ladrón, un adúltero, un estafador, o como ese recaudador de impuestos de allí. Ayuno dos veces por semana y dono una décima parte de mis ingresos.

El recaudador de impuestos, en cambio, no se atrevía a mirar al cielo; mantenía la mirada gacha y se golpeaba el pecho, diciendo:

– Dios, te lo ruego, apiádate de este pecador.

Este y no el otro, dijo Jesús a quienes lo escuchaban, era el hombre que entraría en el Reino.


Se trataba, sin duda, de un mensaje popular; al pueblo llano le encantaba escuchar historias de hombres y mujeres como ellos que triunfaban inmerecidamente. Pero a Cristo le inquietaban tales historias, y estaba deseando preguntar al extraño sobre ellas.

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