Jesús se enfada con los fariseos

Poco después de eso algo provocó que Jesús volcara su ira sobre los fariseos. Llevaba tiempo observando cómo se comportaban, cómo trataban a la gente humilde, cómo se daban aires de grandeza. Alguien le preguntó si la gente debía actuar como los fariseos y Jesús respondió:

– Ellos enseñan con la autoridad de Moisés, ¿no es cierto? ¿Y sabéis qué dice la ley de Moisés? Escuchad lo que los escribas y los fariseos dicen, y si concuerda con la ley de Moisés, obedeced. Pero haced lo que ellos dicen, no lo que ellos hacen.

»Pues hasta el último de ellos es un hipócrita. ¡Mirad cómo se pavonean! Les encanta ocupar el lugar de honor en un banquete, les encanta ostentar cargos prominentes en la sinagoga, les encanta que los saluden con palabras respetuosas en la plaza pública. Alardean de la corrección de su atuendo al tiempo que exageran cada uno de sus detalles para hacer resaltar su devoción. Fomentan la superstición y se olvidan de la verdadera fe. Adulan a los ciudadanos prominentes y se jactan de la importancia de sus poderosos amigos. ¿No he mencionado incontables veces el gran error que es creer que cuanto más alto estáis entre los hombres, más cerca os encontráis de Dios?

«Escribas y fariseos, si me estáis escuchando, ¡ay de vosotros! Tratáis con gran miramiento los asuntos más nimios de la ley y dejáis que grandes cosas como la justicia, la misericordia y la fe sean desatendidas y olvidadas. De vuestro vino apartáis el mosquito pero os tragáis el camello.

»¡Ay de vosotros, hipócritas! Predicáis modestia y abstinencia pero vivís rodeados de lujos; sois como el hombre que ofrece vino a sus invitados en una copa de oro que ha pulido solo por fuera, dejando el interior lleno de roña y suciedad.

»¡Ay de vosotros! Sois como un sepulcro enjalbegado, una construcción bella e inmaculada que dentro, sin embargo, guarda huesos, harapos y toda clase de inmundicias.

«¡Serpientes, generación de víboras! Habéis perseguido a los bondadosos e inocentes y conducido a la muerte a los sabios y rectos. ¿De veras creéis que podréis escapar del infierno?

«Jerusalén, Jerusalén, eres una ciudad desdichada. Los profetas acuden a ti y los lapidas hasta matarlos. ¡Ojalá pudiera reunir a todos tus hijos como una gallina reúne a sus polluelos bajo el ala! Pero ¿me dejaríais? Seguro que no. ¡Ved cómo apenáis a quienes os aman!

La noticia de la indignada alocución de Jesús se difundió con rapidez y Cristo tenía que trabajar duramente para estar al día de los informes de las palabras de su hermano. Y cada vez con más frecuencia veía las palabras JESÚS REY garabateadas en los muros y grabadas en las cortezas de los árboles.

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