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Sevilla. Martes, 6 de junio de 2006, 16:55 horas


– ¿Qué te ha parecido? -le preguntó Falcón a Ramírez mientras regresaban a la guardería para reunirse con el comisario Elvira y el juez Calderón.

– El problema con esta gente es que luego hay que separar la verdad de las mentiras. No creo que el señor Harrouch sea un mentiroso. Lleva dieciséis años como inmigrante, y ha desarrollado la habilidad de contarte la historia que le dé menos problemas y haga quedar a los suyos lo mejor posible -dijo Ramírez-. Dice que el imán nunca ha predicado el radicalismo, pero vaciló al mencionar las dotes lingüísticas del imán. ¿Por qué no quería revelar los idiomas que sabía hablar? Porque uno era el alemán. No se trata sólo de la conexión con Hamburgo, sino que también significa que se ha movido por Europa. Hace que el imán parezca más sospechoso.

– Fue sincero con los dos jóvenes que aparecieron con las cajas de cartón.

– Cajas de azúcar -dijo Ramírez-. Insistió en ello. Y se mostró reacio a revelar nada más. Le habría gustado poder decir que los conocía, pero no podía. Le habría gustado poder defenderlos de alguna manera. Pero si sólo trajinaban azúcar, ¿cuál es el problema? ¿Por qué siente la necesidad de protegerlos?

– Por lealtad hacia otros musulmanes -dijo Falcón.

– ¿O por las repercusiones? -dijo Ramírez.

– Aun cuando no se conocieran, hay un instinto de lealtad -dijo halcón-. El señor Harrouch es un honrado trabajador y le gustaría pensar que todos los suyos también lo son. Cuando sucede algo como el atentado de hoy, se sienten asediados, y su instinto es levantar todas las defensas, aun cuando acaben defendiendo a la clase de gente que aborrecen.

Elvira y Calderón estaban con Gregorio, del CNI.

– En Madrid ha habido novedades -dijo Elvira-. Gregorio se lo explicará.

– Hemos trabajado en las notas encontradas en los márgenes del ejemplar del Corán que estaba en la Peugeot Partner -dijo Gregorio-. Hemos enviado copias a Madrid por fax, y las han comparado con la letra del propietario de la furgoneta, Mohammed Soumaya, y de su sobrino, Trabelsi Amar. No coinciden.

– Esas notas, ¿revelan algo? -preguntó Calderón-. ¿Expresan opiniones extremistas?

– Nuestro experto en el Corán dice que las interpretaciones del texto que hace el propietario del libro son, más que radicales, interesantes -dijo Gregorio.

– ¿Todavía no han encontrado a Trabelsi Amar? -preguntó Ramírez.

– Seguía en Madrid -dijo Gregorio, asintiendo-. Se escondía de su tío hasta que recuperara la furgoneta, cosa que debía ocurrir esta noche. Cuando se enteró de lo de la bomba se ocultó, lo cual obviamente no formaba parte del plan, porque el mejor escondite que encontró fue la casa de un amigo, no un piso franco preparado de antemano. La policía lo encontró hace un par de horas.

– ¿Ha identificado a la gente a la que le prestó la furgoneta? -preguntó Ramírez.

– Sí, está muy asustado -dijo Gregorio-. La brigada antiterrorista de Madrid del CGI dice que no se ha comportado como un terrorista. Le ha alegrado poder contar toda la historia.

– Comencemos por los nombres -dijo Ramírez.

– El tipo de la cabeza afeitada es Djamel Hammad, de treinta y un años, nacido en Tlemcen, Argelia. Su amigo es Smail Saoudi, de treinta años, nacido en Tiaret, Argelia. Los dos eran residentes en Marruecos y deberían seguir allí.

– ¿Qué antecedentes tienen?

– Estos son sus nombres verdaderos. Actuaban con muchos seudónimos. Son sospechosos de terrorismo entre grado medio y alto, lo que significa que no es probable que cometan un atentado, pero que se sospecha que puedan haber falsificado documentación y llevado a cabo actividades de reconocimiento y logística. Los dos tienen parientes que han sido miembros activos de la GIA: Grupo Islámico Armado.

– ¿Cómo los conoció Trabelsi?

– Todos son inmigrantes ilegales. Llegaron juntos por el Estrecho, en la misma remesa. Hammad y Saoudi se hicieron amigos suyos. Lo llevaron a Madrid y lo ayudaron a conseguir papeles. Luego le pidieron un favor a cambio.

– Su labia, ¿no le pareció sospechosa? -preguntó Calderón.

– Le pareció mejor no pensar en ello -dijo Gregorio-. Trabelsi no es muy listo.

– ¿Qué pasó con la furgoneta? -preguntó Ramírez.

– Amar ha trabajado con su tío haciendo repartos. También hizo algunas cosillas por su cuenta, para sacar un dinero extra. Recados, algunos para Hammad y Saoudi. Y un día le piden prestada la furgoneta; la primera vez una tarde, la segunda un día entero. Todo ocurrió poco a poco, de manera que cuando le pidieron la furgoneta por tres días para ir a Sevilla y le dijeron que le darían doscientos cincuenta euros, Trabelsi sólo vio el dinero.

– ¿Cómo se lo explicó a su tío Mohammed? -preguntó Ramírez.

– Le alquiló la furgoneta a treinta euros por día -dijo Gregorio-. Puede que no sea muy inteligente, pero aun así se dio cuenta de que sin hacer nada se sacaría ciento sesenta euros.

– Es de suponer que sabe dónde viven Hammad y Saoudi.

– En estos momentos están registrando el apartamento.

– ¿Cuándo se escondió exactamente Amar? -preguntó Ramírez-. ¿Cuándo se enteró de lo de la bomba, o cuando se divulgó que se había encontrado la Peugeot Partner?

– En cuanto se enteró de lo de la bomba -dijo Gregorio.

– Así que ya imaginaba que probablemente sus amigos no eran unos tipos cualquiera.

– ¿Y qué me dice de la relación de esos dos con el imán Abdelkrim Benaboura -dijo Falcón-, aparte del hecho de que son argelinos?

– Por el momento la única relación que veo es que Benaboura nació en Tlemcen, lo que no significa gran cosa.

– Nos ha contado más del imán uno de los fieles de la mezquita que el CNI y el CGI juntos -dijo Falcón.

– Todavía no tenemos autorización para acceder a más información -dijo Gregorio-. Y eso incluye a Juan, que, como es probable que hayan deducido, es un agente de rango muy superior.

– El imán pinta algo en todo esto -comentó Ramírez-. Estoy seguro.

– ¿Y qué me dice de ese grupo, el MILA, que, según las noticias de televisión, ha reivindicado el atentado? -preguntó Falcón.

– Que nosotros sepamos, ese grupo no se dedica al terrorismo -dijo Gregorio-. Hemos oído hablar de su intención de «liberar» Andalucía, pero nunca nos lo hemos tomado en serio. Teniendo en cuenta la actual organización militar de España, tan sólo una potencia importante podría invadir y mantener una región del país. Los vascos no lo han conseguido, y ni siquiera tenían que invadir su país.

– Y el CGI de Madrid, ¿sabía que Hammad y Saoudi estaban en España? -preguntó Calderón.

– No -dijo Gregorio-. No es tan fácil como parece seguir el rastro de radicales desconocidos en medio de una enorme población inmigrante que cambia constantemente, algunos de los cuales son legales y otros han entrado de forma ilegal por el Estrecho. Sabemos, por ejemplo, que algunas de estas personas llegan, realizan dos o tres tareas en este país y luego los reemplazan gente de Francia, Alemania o los Países Bajos. A menudo no tienen ni idea de cuál es el propósito de lo que hacen. Entregan un paquete, llevan a alguien en coche a algún lado, consiguen dinero con tarjetas de crédito robadas, viajan en tren a ciertas horas para informar del número de pasajeros y de cuánto para el tren en cada estación, o les piden que vigilen un edificio e informen de sus medidas de seguridad. Aun cuando les cogiéramos y les hiciéramos confesar cuál era su cometido, cosa que no es fácil, todo lo que tendríamos es una operación de entre el centenar que quizás hacen falta para llevar a cabo un atentado importante, o podría ser algo que al final no acaba teniendo ninguna utilidad.

– ¿Alguien tiene alguna opinión de lo que Hammad y Saoudi podrían haber estado haciendo? -preguntó Falcón.

– No tenemos suficiente información -dijo Gregorio-. Esperamos saber más después de registrar el apartamento.

– ¿Y qué me dice del pasamontañas y el fajín islámicos? -dijo Ramírez-. ¿No es eso lo que llevan los comandos cuando se graban en vídeo antes de una misión suicida?

– El CGI no hace ningún comentario sobre eso -dijo Gregorio-. Basándose en el interrogatorio a Trabelsi Amar, creen que los tipos se ocupaban de la logística, y nada más.

Ramírez les informó de la entrega de cajas en la mezquita, de la inspección del ayuntamiento la semana anterior, del corte de energía eléctrica el sábado por la noche y de la reparación de los electricistas del lunes por la mañana. Falcón se guardó lo averiguado en su entrevista con Diego Torres, de Informaticalidad, hasta que obtuviera más información de los vendedores.

– ¿Sabemos algo más del explosivo utilizado? -dijo Calderón.

– Los artificieros me han entregado su informe -dijo Elvira-. Basándose en la investigación preliminar en el lugar del atentado, la distancia del epicentro hasta donde se encontraron los restos que llegaron más lejos, y el grado de destrucción de las dos primeras plantas del edificio, su cálculo más conservador estima que se hizo estallar el triple de hexógeno del que era necesario, si es que su intención era destruir el bloque de pisos.

– ¿Y qué deducen de eso? -preguntó Calderón-. ¿O eso lo dejan a nuestras mentes inexpertas?

– Eso es lo que en este momento están redactando -dijo Elvira-. Verbalmente me han dicho que para destruir un edificio de este tamaño, con los rudimentos de demolición que se pueden encontrar con facilidad en internet, con veinte kilos de hexógeno habrían tenido suficiente. Dicen que el hexógeno suele usarse en trabajos de demolición, pero sobre todo para partir sólidas vigas de acero. Veinte kilos de explosivo, colocados en un edificio corriente de cemento armado, derrumbarían todo el bloque, no sólo la sección que quedó destruida. De lo que deducen que el explosivo estaba colocado en un solo lugar del sótano, más hacia la parte de atrás que la de delante, de ahí el daño causado a la guardería. Creen que quizá estallaron cien kilos de hexógeno.

– Eso parece suficiente para iniciar una seria campaña de atentados en Sevilla -dijo Calderón-. Y si se trata de ese grupo que planea liberar toda Andalucía…

– Probablemente no ha visto las últimas noticias -dijo Elvira-,pero toda la región está en alerta roja. Han evacuado la catedral de Córdoba y la Alhambra y el Generalife de Granada. Hay patrullas especiales en los centros turísticos de la Costa del Sol, y más de veinte controles de carreteras en la N340. La Marina vigila las costas, y hay cazas de las Fuerzas Aéreas en los aeropuertos importantes. Más de cuarenta helicópteros recorren las principales carreteras. Zapatero se ha tomado esta amenaza muy en serio.

– Tiene como ejemplo el final de las ambiciones políticas de su predecesor -dijo Calderón-. Y nadie quiere ser el presidente que perdió Andalucía a manos musulmanas tras quinientos años de dominio español.

No tenían muchas ganas de reírse del cinismo de Calderón. Toda aquella actividad descrita por Elvira poseía una gran intensidad, y como para reforzar sus palabras, un helicóptero pasó rápidamente sobre sus cabezas, como si fuera el último envío a un nuevo punto de crisis. Falcón rompió el silencio.

– La brigada antiterrorista del CGI en Madrid cree que Hammad y Saoudi proporcionaban apoyo logístico a una célula desconocida que iba a llevar a cabo un atentado, o varios. No hay duda de que el lunes 5 de junio se hizo algún tipo de entrega. En el vehículo de reparto encontraron un pasamontañas y un fajín, lo que posiblemente indica que o Hammad o Saoudi podían convertirse en operativos. También podría indicar que uno de ellos iba a devolver la furgoneta a Madrid, para que Trabelsi Amar la recuperara tal como habían acordado.

»Lo que la historia nos enseña es que, antes de los atentados de Madrid del 11 de marzo, dos miembros de la célula fueron a Avilés a buscar explosivos el 28 y el 29 de febrero. Se concedieron diez días para preparar los atentados. En el escenario que tenemos aquí, se nos quiere hacer creer que el hexógeno en polvo y sin preparar fue entregado el lunes, y que la misma noche se pusieron a fabricar bombas para tenerlas a punto de estallar el martes por la mañana. Y que aproximadamente a las 8:30 hubo un accidente y ocurrió la explosión. Soy consciente de que todo esto no es imposible, y de que es probable que en la historia del terrorismo haya habido casos en los que la entrega, la preparación y el atentado ocurrieran en un plazo de veinticuatro horas, pero si se trata de un grupo que planea liberar Andalucía, no me parece muy probable.

– ¿Cuál es su hipótesis? -preguntó Gregorio.

– No lo sé -dijo Falcón-. Tan sólo intento ver qué fallos tiene esta teoría. Intento encontrarle una lógica, pero hay muchas lagunas. No quiero que nuestra investigación siga una sola línea en las primeras veinticuatro horas. Probablemente tengamos que esperar dos o tres días antes de que la policía científica pueda darnos información de la mezquita, y hasta entonces creo que debemos mantener abiertas las dos posibilidades: que se produjo un accidente mientras se fabricaba una bomba, o que se cometió un atentado contra la mezquita.

– ¿Y por qué iban a atentar contra la mezquita? -preguntó Calderón.

– Venganza, xenofobia extrema, motivos políticos o financieros, o quizá una combinación de las cuatro cosas -dijo Falcón-. El terror no es más que una herramienta para provocar un cambio. Miren el caos que ha creado esta bomba. El terror concentra la atención de la gente y crea oportunidades para los poderosos. La población de esta ciudad ya está huyendo. Con un pánico así, lo más inimaginable se vuelve posible.

– La única manera de contener el pánico -dijo el comisario Elvira-, es que la gente vea que controlamos la situación.

– Aunque no sea cierto -dijo el juez Calderón-. Aunque no tengamos ni idea de dónde empezar a buscar.

– Quienquiera que esté detrás de esto, ya sean militantes islámicos u «otras fuerzas», ha planeado su asalto a los medios de comunicación -dijo Falcón-. El ABC recibió el texto de Abdulá Azzam en una carta con matasellos de Sevilla. La TVE nos dice que el MILA ha reivindicado el atentado.

– ¿Reivindicarían un atentado en el que vuelan una mezquita y matan a los suyos? -preguntó Calderón.

– En Bagdad es el pan nuestro de cada día -dijo Elvira.

– Si le mandas al ABC un texto como el de Azzam -dijo Gregorio-, esperas que el atentado ocurra de inmediato… no a las veinticuatro horas. Que yo sepa, los militantes islámicos nunca han advertido de sus intenciones exactas; los atentados importantes han sucedido de manera inesperada, con la intención de matar y mutilar a la mayor cantidad de gente posible.

Gregorio contestó una llamada de su móvil y se excusó.

– Los artificieros nos han dado este informe preliminar acerca de la explosión -dijo Falcón-, pero ¿y el explosivo? ¿De dónde viene y por qué tiene tantos nombres distintos?

– El hexógeno es el nombre alemán, la ciclonita el estadounidense, el RDX es el nombre inglés, y los italianos lo llaman T4 -dijo Elvira-. Puede que cada uno tenga sus características especiales, y que estas permitan identificar el origen, pero de momento no vamos a saberlo.

– Podríamos utilizar fotos de Hammad y Saoudi -dijo Ramírez.

– Si se dedicaban a falsificar documentos probablemente tengan montones de fotos en su piso de Madrid -dijo Falcón-. ¿Ya han dicho cuánto tardarán los trabajos de demolición?

– Dicen que cuarenta y ocho horas como mínimo, y eso si no encuentran nada que los obligue a ir más despacio.

El juez Calderón respondió a una llamada y anunció el descubrimiento de otro cadáver. Falcón le lanzó una mirada a Ramírez y este salió.

– ¿Sigue sin haber noticias del CGI? -preguntó Falcón-. Esperaba poder juntar nuestros recursos y esfuerzos con la unidad antiterrorista, y la única persona que hemos visto es al inspector jefe Ramón Barros, que no dice gran cosa y parece humillado.

– Me han dicho que en esta fase su trabajo consiste sobre todo en reunir datos -dijo el comisario Elvira.

– ¿Y no podrían ayudarnos algunos de sus agentes con los interrogatorios?

– Imposible.

– Lo dice como si supiera algo que no puede contar…

– Todo lo que puedo decirle es que desde el 11 de marzo uno de los aspectos de las medidas antiterroristas ha sido verificar que nuestras propias organizaciones estén limpias.

– No me diga -dijo Falcón.

– La rama de Sevilla está siendo investigada. Nadie nos va a dar ningún detalle, pero, por lo que he deducido, el CNI puso a prueba a la unidad antiterrorista de Sevilla y no la pasaron. Creen que están un tanto desacreditados. En estos momentos se está discutiendo al más alto nivel si se les debe permitir participar o no en la investigación. El CGI de Madrid tampoco le va a ayudar de ninguna manera. Están trabajando frenéticamente con su propia red de confidentes, y tienen que aclarar todo el lío de Hammad y Saoudi.

– ¿Recibiremos alguna información de la red del CGI de Sevilla?

– Por el momento no -dijo Elvira-. Lamento ser tan reticente, pero la situación es delicada. No sé qué les han dicho a los miembros de la unidad antiterrorista para hacerles creer que no están bajo sospecha, pero el CNI está jugando con dos barajas. No quieren que el topo, si existe, sepa que están detrás, pero tampoco quieren que ponga en peligro la investigación sin que ellos sepan quién es. Lo que les gustaría sería encontrarlo y dejar que el CGI participara en la investigación y así tener la oportunidad de utilizarlo.

– Eso parece una maniobra arriesgada.

– Por eso tardan tanto en decidirse. Y los políticos también están diciendo la suya -dijo Elvira.


Fuera, el chirrido de las máquinas se había convertido en un aceptable ruido ambiental. Los hombres se movían como extraterrestres en un paisaje lunar y gris, sobre los suelos apilados como obleas, con serpientes de mangueras neumáticas detrás. A todos los seguían hombres enmascarados con antorchas de oxiacetileno y motosierras. Por encima de ellos se movía el cable retorcido de la grúa. Los martillazos, los gruñidos y los aullidos, el ruido de los escombros al caer, el momentáneo sonido de un gong cuando arrojaban los trozos de suelo a los volquetes, mantenían al curioso gentío a raya. Sólo quedaban unos equipos de televisión y unos fotógrafos, que enfocaban con sus cámaras la destrucción con la esperanza de poder hacer un zoom sobre un cuerpo aplastado, una mano ensangrentada, un hueso astillado.

Otro helicóptero tartamudeó sobre sus cabezas y se dirigió hacia el Parlamento Andaluz. Mientras Falcón bajaba a paso vivo por la calle Los Romeros, llamó a Ramírez para que le diera el nombre del fiel mencionado por el señor Harrouch que iba a la mezquita por las mañanas. Se llamaba Majid Merizak. Ramírez se ofreció a acompañarlo, pero Falcón prefirió ir solo.

La razón por la que Majid Merizak no había muerto en la mezquita es que se encontraba enfermo en cama. Era viudo, y lo cuidaba una de sus hijas. Esta no había podido impedir que su padre se encaminara hacia las escaleras para averiguar lo que había pasado, pero al final sus piernas no habían resistido. Ahora estaba en una silla, la cabeza echada hacia atrás, los ojos como platos y jadeando, con la televisión a todo volumen porque estaba sordo.

El piso hedía a vómito y diarrea. Había estado levantado casi toda la noche y aún se sentía débil. La hija apagó el televisor y obligó a su padre a ponerse el audífono. Le dijo a Falcón que su padre no hablaba muy bien español, y este le dijo que podían hacer el interrogatorio en árabe. La hija se lo explicó a su padre, que parecía confuso e irritable, superado por las circunstancias. En cuanto su hija hubo comprobado que el audífono funcionaba y salió de la habitación, Majid Merizak pareció despabilarse.

– ¿Habla árabe? -preguntó.

– Todavía estoy aprendiendo. Parte de mi familia es marroquí.

Merizak asintió y bebió té durante la explicación de Falcón, y se relajó visiblemente al oír el tosco árabe de Falcón. Falcón había acertado con su táctica. Merizak se mostró mucho menos receloso que Harrouch.

Falcón comenzó preguntándole a qué hora asistía a la mezquita, y Merizak le respondió que todas las mañanas, sin falta, y se quedaba allí hasta después de mediodía. Luego le preguntó por los desconocidos.

– ¿La semana pasada? -preguntó Merizak, y Falcón asintió-. El martes por la mañana vinieron dos jóvenes, a eso de mediodía, y dos hombres mayores el viernes por la mañana, cerca de las diez. Eso es todo.

– ¿Y nunca los había visto?

– No, pero volví a verlos ayer.

– ¿A quiénes?

– A los dos jóvenes que vinieron el martes pasado.

La descripción de Merizak encajaba con Hammad y Saoudi.

– ¿Y qué hicieron el pasado martes?

– Entraron en el despacho del imán y hablaron con él hasta la una y media.

– ¿Y ayer por la mañana?

– Trajeron dos sacos pesados. Tuvieron que traer entre dos cada saco.

– ¿A qué hora fue eso?

– Sobre las diez y media. A la misma hora a la que llegaron los electricistas -dijo Merizak-. Sí, claro, también estaban los electricistas. Tampoco los había visto nunca.

– ¿Dónde pusieron los sacos esos jóvenes?

– En la despensa que hay junto al despacho del imán.

– ¿Sabe lo que había en los sacos?

– Cuscús. Eso era lo que decía el saco.

– ¿Alguna vez habían traído algo así?

– No en esas cantidades. La gente trae a veces bolsas de comida para dársela al imán… ya sabe, uno de nuestros deberes es compartir lo que tenemos con los menos afortunados.

– ¿A qué hora se fueron?

– Se quedaron más o menos una hora.

– ¿Qué me dice de los dos hombres que vinieron el viernes?

– Eran inspectores del ayuntamiento. Revisaron toda la mezquita. Le comentaron algunas cosas al imán y se fueron.

– ¿Y qué me dice del corte de corriente?

– Eso fue el sábado por la noche. Yo no estaba. El imán estaba solo. Dijo que hubo una explosión y que se fue la luz. Eso es lo que nos dijo al día siguiente por la mañana, cuando tuvimos que rezar a oscuras.

– ¿Y los electricistas vinieron el lunes a arreglarlo?

– Vino un hombre hacia las ocho y media. Al cabo de dos horas vinieron otros tres para hacer el trabajo.

– ¿Eran españoles?

– Hablaban español.

– ¿Qué hicieron?

– La caja de fusibles se había quemado, así que colocaron una nueva. A continuación instalaron una toma de corriente en la despensa.

– ¿Cómo lo hicieron?

– Practicaron una regata desde el despacho del imán hasta la despensa, atravesando la pared. Colocaron un tubo gris y flexible, metieron los cables y lo taparon con cemento.

Merizak había visto la furgoneta de carga azul, que describió como vieja, pero no había distinguido marcas ni el número de matrícula.

– ¿Cómo les pagó el imán?

– En efectivo.

– ¿Sabe de dónde sacó el número de teléfono de esa empresa?

– No.

– ¿Reconocería a los electricistas, a los inspectores del ayuntamiento y a los dos jóvenes si volviera a verlos?

– Sí, pero no se los puedo describir muy bien.

– ¿Ha estado oyendo las noticias?

– No saben de qué hablan -dijo Merizak-. Me pone furioso. Explota una bomba e inmediatamente son militantes islámicos.

– ¿Ha oído hablar de los Mártires Islámicos para la Liberación de Andalucía?

– En las noticias de hoy por primera vez. Es una invención de los medios de comunicación para desacreditar al Islam.

– ¿El imán predicó alguna vez ideología militante en la mezquita?

– Todo lo contrario.

– Me han dicho que el imán tenía mucha facilidad para los idiomas.

– Aprendió español muy rápidamente. Decían que su piso estaba lleno de libros en francés e inglés. También hablaba alemán. Hablaba por teléfono en idiomas que yo nunca había oído. Me dijo que uno de ellos era turco. En febrero vinieron unas cuantas personas que se quedaron a pasar una semana en su casa, y hablaban en otro extraño idioma. Algunos dijeron que era pastún, y que los hombres eran afganos.


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