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Casablanca. Miércoles, 7 de junio de 2006, 08:03 horas


El avión aterrizó poco después de las ocho de la mañana, hora española, dos horas por delante de la hora marroquí. Les esperaba un Mercedes, en el que viajaban un miembro de la embajada española en Rabat, que cogió sus pasaportes. Les llevaron a un extremo discreto de la terminal, y al cabo de unos minutos ya estaban al otro lado. El Mercedes se dirigió a la zona donde estaban aparcados los coches de alquiler. El hombre de la embajada les entregó un juego de llaves, y llevaron a Falcón hasta un Peugeot 206.

– No puede presentarse en su casa con un coche de la embajada -dijo Pablo.

El diplomático les entregó unos cuantos dirhams para el peaje. Falcón dejó el aeropuerto y llegó a la autopista que unía Casablanca y Rabat. El sol estaba alto, y una neblina de calor difuminada las tonalidades del paisaje monótono y llano. Falcón se reclinó en el asiento, con la ventanilla abierta y el aire húmedo del mar lastrando el avance del coche. Adelantó camiones sobrecargados que pedorreaban un humo negro, con chavales sentados sobre los fardos envueltos en tela y las piernas enganchadas en las cuerdas de seguridad. En el campo, un hombre montaba un burro blanco y huesudo, al que azuzaba con un palo. De vez en cuando algún BMW adelantaba a Falcón, dejándole un parpadeo de letras árabes en la retina. Olía a mar, humo de madera, tierra estercolada y polución.

Aparecieron las afueras de Rabat. Tomó el cinturón y entró en la ciudad por el este. Recordó que tenía que girar después de la Société Marocaine de Banques. El asfalto cambió súbitamente a un sendero lleno de baches que conducía a la verja principal de la propiedad tapiada de Yacoub Diouri.

El hombre que estaba en la verja lo reconoció. Cogió el camino que llevaba hacia la casa, flanqueado de palmeras de Washington, y se detuvo delante de la puerta principal. Salieron dos criados con librea azul y ribetes rojos, tocados con un fez. Se llevaron el coche de alquiler. Acompañaron a Falcón a la sala de estar, que daba a la piscina en la que Yacoub nadaba sus largos matinales. Falcón se sentó en uno de los sofás de cuero color crema, delante de una mesa de madera con incrustaciones de madreperla. El criado se fue. Los pájaros revoloteaban en el jardín. Un chaval sacó una manguera y comenzó a regar los hibiscos.

Yacoub Diouri llegó ataviado con una chilaba azul y unas babuchas blancas. Un criado depositó sobre la mesa una bandeja de latón con una tetera llena de té con menta y dos vasitos y se fue. Yacoub tenía el pelo mojado. Lo llevaba largo y también lucía una barba corta. Se abrazaron con un entusiasta saludo árabe y se colocaron los brazos extendidos en los hombros, mirándose a los ojos y sonriendo. Falcón vio afecto y cautela en los de Yacoub. No tenía ni idea de lo que él podía ver en los suyos.

– ¿Prefieres café, Javier? -preguntó Yacoub, bajando los brazos.

– El té me va bien -dijo Falcón, sentándose al otro lado de la mesa.

La pregunta que Falcón tenía que hacerle le pesaba en la mente. Sentía un inusual nerviosismo entre ellos. Sabía que la franqueza española no iba a funcionar; hacía falta una dinámica más sinuosa, más filosófica.

– El mundo se ha vuelto loco una vez más -dijo Diouri en tono cansado, sirviendo el té con menta desde mucha altura.

– Tampoco estuvo nunca cuerdo -dijo Falcón-. No tenemos paciencia para el tedio de la cordura.

– Aunque, de manera extraña, sí hay un voraz apetito por el tedio de la decadencia -dijo Diouri, dándole un vaso de té.

– Sólo porque la gente inteligente del mundo de la moda nos ha convencido de que el siguiente bolso que elijamos supone una decisión crucial -dijo Falcón.

Touché -dijo Diouri, sonriendo y sentándose en el sofá que había delante del de Falcón-. Esta mañana estás muy agudo, Javier.

– No hay nada como un poco de miedo para afilar la mente -dijo Falcón, sonriendo.

– No pareces asustado -dijo Diouri.

– Pero lo estoy. Estar en Sevilla es diferente a verlo en televisión.

– Al menos el miedo despierta la creatividad -dijo Diouri, desviándose del camino por donde quería llevarlo Falcón-, mientras que el terror o la aplasta o nos hace correr en círculo como gallinas descabezadas. ¿Crees que el miedo que experimentaba el pueblo bajo el régimen de Saddam Hussein los hizo ser creativos?

– ¿Qué me dices del miedo originado por la libertad, con sus elecciones y responsabilidades?

– O el miedo causado por la falta de seguridad -comentó Diouri, dando un sorbo a su té y pasándolo bien ahora que sabía que Falcón no se iba a poner demasiado europeo-. ¿Alguna vez hemos hablado de Irak?

– Hemos hablado muchas veces de Irak -dijo Falcón-. A los marroquíes les encanta hablarme de Irak, mientras que todos los que viven al norte de Tánger odian el tema.

– Pero nosotros, tú y yo, nunca hemos tenido la conversación primordial acerca de Irak -dijo Diouri-. La pregunta es: ¿Por qué los estadounidenses lo invadieron?

Falcón se reclinó en el sofá con su té. Así era siempre con Yacoub cuando estaba en Marruecos. Así era siempre con la familia marroquí de Falcón en Tánger; con todos los marroquíes, de hecho. Té y conversaciones inacabables. Falcón nunca charlaba así en Europa. Cualquier intento era recibido con desdén. Pero esta vez iba a ser un camino de acceso. Tenían que dar círculos uno en torno al otro antes de que Falcón pudiera expresar la propuesta.

– Casi todos los marroquíes con los que he hablado creen que fue por el petróleo.

– Aprendes deprisa -dijo Diouri, reconociendo que Falcón se había adaptado rápidamente al estilo marroquí-. Debes de tener más sangre marroquí de la que crees.

– Mi lado marroquí es cada vez más prominente -dijo Falcón, bebiendo té.

Diouri soltó una carcajada, le hizo seña a Javier de que le acercara el vaso y le sirvió dos medidas más de té de las montañas.

– Si los estadounidenses querían hacerse con el petróleo iraquí, ¿por qué se gastaron 180.000 millones de dólares, cuando podían levantar sanciones de un plumazo? -dijo Diouri-. No. Esa es la manera superficial de pensar de lo que los ingleses llaman «el árabe de la calle». La gente que perora en los cafés cree que todo lo que se hace es para obtener un beneficio inmediato, y se olvidan de la urgencia con que se hizo todo. La invención de las Armas de Destrucción Masiva. Las arengas en la ONU para obtener más resoluciones. El llevar a toda prisa las tropas a la frontera. La velocidad con que se planeó la invasión, sin tener en cuenta las consecuencias. ¿Cuál fue el motivo de todo eso? ¿Dónde se iba a ir el petróleo iraquí? ¿Por el desagüe?

– ¿No fue más bien por el control del petróleo en general? -dijo Falcón-. Ahora sabemos un poco más acerca de las economías emergentes de India y China.

– Pero los chinos no habían hecho ningún movimiento -comentó Diouri-. Su economía no será tan poderosa como la estadounidense hasta 2050. No, eso tampoco tiene sentido, pero al menos no has pronunciado esa palabra que tengo que oír cada vez que asisto a una cena en Rabat y Casablanca y me sientan al lado de diplomáticos y hombres de negocios estadounidenses. Me dicen siempre que querían entrar en Irak para darles la democracia.

– Bueno, han celebrado elecciones. Hay un parlamento y una constitución iraquíes, y es el resultado de que la gente iraquí fuera a votar asumiendo un riesgo considerable.

– Ahí fue donde los terroristas cometieron un error político -dijo Diouri-. Se les olvidó ofrecerle al pueblo una opción que no incluyera la violencia. En lugar de eso dijeron: «Votad y os mataremos». Pero de todos modos ya los estaban matando cuando salían a la calle a comprar el pan con sus hijos.

– Por eso tienes que tragarte la palabra democracia cuando vas a una cena -dijo Falcón-. Fue una victoria para la «Ocupación».

– Cuando les oigo utilizar esa palabra les pregunto, en voz baja, debo añadir, que cuándo van a invadir Marruecos y librarnos de ese despótico rey y su gobierno corrupto e instaurar la democracia, la libertad y la igualdad.

– Me juego lo que quieras a que no se lo preguntas.

– Tienes razón, ya ves. No se lo pregunto. Pero ¿por qué no?

– ¿Por el sistema de confidentes de la seguridad del estado heredado de la época de Hassan II? -dijo Falcón-. ¿Qué les dices?

– Hago lo que hacen casi todos los árabes, decirlo a sus espaldas.

– A nadie le gusta que lo llamen hipócrita, y mucho menos los líderes del mundo moderno.

– Lo que sí les dije a la cara fueron las palabras de Palmerston, un primer ministro inglés del siglo XIX -dijo Diouri-. Refiriéndose al Imperio Británico, manifestó: «No tenemos aliados eternos ni enemigos perpetuos. Lo que tenemos son intereses eternos y perpetuos».

– ¿Cómo reaccionaron a eso los estadounidenses?

– Creían que quien lo había dicho era Kissinger -dijo Diouri.

– ¿No lo dijo Julio César antes de todos ellos?

– A menudo a los árabes se nos dice que no se puede tratar con nosotros, posiblemente porque tenemos un elevado sentido del honor -comentó Diouri-. No transigimos cuando nuestro honor está en juego. Los occidentales sólo tienen intereses, y con ellos es más fácil comerciar.

– A lo mejor necesitáis desarrollar vuestros propios intereses.

– Por supuesto, algunos países árabes poseen los intereses más vitales en la economía global: gas y petróleo -dijo Diouri-. Por algún milagro, esto no se traduce en que el mundo árabe tenga poder. No sólo los forasteros tienen problemas en tratar con los árabes. Tampoco sabemos tratar entre nosotros.

– Lo que significa que siempre operáis en una situación de debilidad.

– Correcto, Javier -dijo Diouri-. Hacemos lo que todo el mundo. Albergamos ideas contradictorias, y estamos de acuerdo con todas ellas. Decimos una cosa, pensamos otra y hacemos una tercera. Y al jugar a esos juegos, que todo el mundo juega, se nos olvida lo principal: proteger nuestros intereses. Y así una potencia mundial puede hablarnos con condescendencia de «democracia» cuando su política exterior ha sido responsable del asesinato de Patricio Lumumba, elegido democráticamente, de la instauración del dictador Mobutu en Zaire, y del asesinato de Salvador Allende, elegido democráticamente, para entregarle el poder al brutal Augusto Pinochet en Chile, porque no tienen honor, sólo intereses. Ellos siempre actúan desde una posición de fuerza. Y ahora, ¿ves dónde nos encontramos?

– No exactamente.

– Ese es otro de nuestros problemas. Somos gente muy emocional. Mira la reacción a esas caricaturas que aparecieron en ese periódico danés a principios de este año. Nos alteramos y enfadamos, y eso nos lleva por caminos interesantes, pero cada vez más lejos de lo importante. Pero debo callarme y regresar a por qué los norteamericanos invadieron Irak.

– La mitad de mi familia marroquí no cree que fuera por el petróleo -dijo Falcón-, sino para proteger a los israelíes.

– Ah sí, otra idea que bulle en las mentes de los charlatanes de café -dijo Diouri-. Los judíos lo manejan todo. Casi todos mis empleados creen que el 11-S fue una operación del Mossad para que la opinión mundial se pusieran en contra de los árabes, y que George Bush lo supo desde el principio y dejó que ocurriera. Algunos de mis ejecutivos superiores creen incluso que los israelíes exigieron la invasión de Irak, que el Mossad aportó las pruebas falsas acerca de las armas de destrucción masiva y que Ariel Sharon fue el comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses en el terreno. Cuando hay judíos implicados, somos los primeros en elaborar teorías conspirativas.

»El problema es que su rabia ante la ocupación israelí de Palestina los ciega y no ven más allá. La injusticia fundamental, la bofetada en la idea del honor árabe, despierta emociones tan intensas que son incapaces de pensar, de ver. Se centran en los judíos y se olvidan de los líderes árabes corruptos, de su falta de grupos de presión en Washington, de la pusilanimidad de casi todos los regímenes dictatoriales y autoritarios árabes… ¡Aj! Me aburro con sólo contarlo.

»Ya ves, Javier, somos incapaces de cambiar. La mentalidad del árabe es como la casa y la medina donde vive. Todo mira hacia dentro. No hay vistas al exterior… ni visión de futuro. Nos sentamos en esos lugares y buscamos soluciones en la tradición, la historia, la religión, mientras el mundo que hay más allá de nuestros muros y playas avanza implacable, pisoteando nuestras creencias con sus intereses. La gente volverá la mirada hacia el siglo XX y se quedará boquiabierta. ¿Cómo fue posible, dirán, que una raza que poseía el recurso natural más poderoso del mundo, el petróleo, que mantenía en marcha todo el sistema, permitiera que casi toda su gente viviera en una pobreza abyecta, al tiempo que su influencia política, cultural y económica era insignificante?

»Sabes que las últimas personas del mundo que deberían enviar a hablar con los árabes son los estadounidenses. Somos polos opuestos. Cuando te conviertes en estadounidense, una parte del trato consiste en olvidar tu pasado, tu historia, y abrazar el futuro, el progreso y el modo de vida estadounidense. Mientras que para un árabe lo que ocurrió en el siglo VII o en 1917 está tan vivo hoy como cuando ocurrió. Quieren que abracemos un nuevo futuro, pero no podemos renunciar a nuestra historia.

– ¿Por qué, entonces, cuando hablas de los árabes a veces dices «nosotros» y a veces «ellos»? -dijo Falcón.

– Como sabes, tengo un pie en Europa y el otro en el norte de África, y mi mente discurre en el medio -dijo Diouri-. Percibo la injusticia de la situación palestina, pero emocionalmente soy incapaz de identificarme con sus soluciones: la intifada y los atentados suicidas. No es más que una aterradora extensión de arrojar piedras a los tanques: una expresión de debilidad. Una incapacidad de juntar las fuerzas necesarias para provocar un cambio.

– Desde que ya no está Arafat, las cosas han avanzado.

– A trompicones… a bandazos -dijo Yacoub-. La apoplejía de Sharon supuso el final de la vieja guardia. El voto por Hamas fue un voto contra la corrupción de Fatah. Veremos si el resto del mundo desea que tengan éxito.

– Pero a pesar de todos esos recelos, sigues sin desear vivir en España.

– Ese es mi problema. He sido educado en una familia religiosa y me he beneficiado de la disciplina diaria de la práctica religiosa. Me encanta el Ramadán. Siempre procuro estar aquí para el Ramadán porque durante un mes al año las actividades mundanas pasan a un segundo plano y la vida espiritual y religiosa se vuelve más importante. El ayuno y los banquetes comunitarios nos unen. Proporciona fuerza espiritual al individuo y a la comunidad. En la Europa cristiana tenéis la Cuaresma, pero eso se ha vuelto algo personal, casi egoísta. Piensas: renunciaré al chocolate o no beberé cerveza durante un mes. Pero eso no une a la sociedad, como el Ramadán.

– ¿Esa es la única razón de no vivir en España?

– Eres de los pocos europeos con los que puedo hablar de estas cosas sin que se me rían en la cara -dijo Diouri-. Pero eso es lo que aprendí de mis dos padres: el que me abandonó y el que me enseñó el camino recto. Esa es la dificultad que encuentro en Estados Unidos y en Europa. Sabes, últimamente aquí se ha producido un gran cambio. El sueño era siempre ir a Estados Unidos. Los jóvenes marroquíes pensaban que la cultura estadounidense era moderna, que su sociedad era mucho más libre que la de la racista Vieja Europa, y la actitud de las autoridades de inmigración y de las universidades más abierta. Ahora los jóvenes han cambiado de opinión. Les atraía Europa, pero después de los disturbios del año pasado en Francia y la falta de respeto mostrada en Dinamarca, su sueño es volver a casa. Yo mismo, cuando estoy solo en una habitación de hotel occidental e intento relajarme viendo la tele, poco a poco siento que mi ser se desintegra, y tengo que arrodillarme y rezar.

– ¿Por qué?

– Porque veo la decadencia de una sociedad consumida por el materialismo -dijo Diouri.

– A la que tú haces una considerable aportación, y de la que obtienes un gran beneficio.

– Todo lo que puedo decir es que si viviera en un lugar que no fuera Marruecos me quedaría sin voluntad a las pocas semanas.

– Pero luego despotricas contra la falta de progreso y la incapacidad de cambio del mundo árabe.

– Despotrico contra la pobreza, la falta de trabajo para una población joven y en aumento, que la gente sea humillada por…

– Pero si le das trabajo a un joven, ganará dinero y se comprará un coche, un iPod y un coche -dijo Falcón.

– Sí, pero primero se ocupará de las necesidades de su familia -dijo Diouri-. Y tampoco pasa nada, siempre y cuando el materialismo no se convierta en su nuevo Dios. Muchos estadounidenses son profundamente religiosos y viven entregados al materialismo. Creen que ambas cosas van juntas. Son ricos porque son los elegidos.

– Eso lo confunde todo -dijo Falcón.

– Sólo que los extremistas simplifican y polarizan el mundo -dijo Diouri-. Los extremistas comprenden una cosa de la naturaleza humana: nadie quiere conocer la complejidad de la situación. La invasión de Irak fue por el petróleo. No, no lo fue. Fue todo por la democracia. Los dos extremos están muy lejos de la verdad, pero hay suficiente verdad en ambas afirmaciones para que la gente las crea. Todo es por el petróleo, pero no por el petróleo iraquí. Y es por la democracia, pero no ese extraño animal que tendrán que clonar para mantener unido Irak.

– Creo que casi hemos completado el círculo -dijo Falcón-. Ya debemos estar cerca.

– El petróleo, la democracia, los judíos. En todo ello hay una verdad. Por eso el plan era brillante, porque desviaba la atención de una manera tan colosal que el mundo nunca miraría a otra parte.

– El problema de casi todas las teorías conspirativas es que siempre otorgan a la gente una inteligencia y una previsión extraordinarias, algo que rara vez demuestran.

– Esa acción no exigía gran inteligencia ni previsión -comentó Diouri-, porque simplificaba todas las complejidades del mundo en un solo y perpetuo interés. También posee una lógica terrorífica, cosa que no suelen poseer las teorías conspirativas. Ya te dije que todo era por el petróleo, la democracia y la protección, pero nada de eso tenía que ver con Irak.

»Para que Estados Unidos pueda mantener su dominio mundial necesita un continuo suministro de petróleo a un precio competitivo. La democracia es algo estupendo, siempre y cuando ganen los candidatos que interesan, y eso significa la persona que mejor atienda los intereses norteamericanos. En el mundo árabe la democracia es peligrosa, porque la política siempre va ligada a la religión. En Irak se promueve porque el resto del mundo no habría aceptado que colocaran a otro déspota más acomodaticio que Saddam Hussein.

– Al menos eso introduce el concepto de democracia.

– Ya ha habido intentos de introducir la democracia en el mundo árabe. Se van al garete cuando queda claro que los ganadores serán siempre los candidatos islámicos. La democracia entrega el poder a los que son más numerosos, y para estos el Islam siempre será lo primero. Eso no proporciona mucha seguridad a los intereses estadounidenses, y por ese motivo el parlamento democráticamente elegido en Irak y su constitución han tenido que ser… impuestos por la fuerza.

– ¿Crees que ese ha sido el caso?

– Da igual que lo haya sido o no. Es como se percibe en el mundo árabe.

– ¿A quién pretenden proteger los estadounidenses con toda esa actividad en la región, si no es a los israelíes?

– Los israelíes saben cuidarse solos mientras tengan apoyo de Estados Unidos… lo cual está garantizado, porque están muy bien representados en Washington. No, los estadounidenses tienen que proteger al débil y al flojo, al decadente y al corrupto, que son los guardianes de su interés más importante y sagrado: el petróleo. Creo, y no soy un loco solitario que se inventa una teoría de la conspiración, que invadieron Irak para proteger a la familia real saudí.

– Saddam Hussein tampoco resultó ser el vecino más complaciente.

– Exacto -dijo Diouri-. De modo que se inventaron un pretexto perfecto basándose en sus actuaciones anteriores. Después de la primer Guerra del Golfo, cualquiera podía darse cuenta de que Saddam era un poder agotado, que fue el motivo por el que Bush padre lo dejó allí, en lugar de crear la incógnita de un vacío de poder. Por suerte, Saddam seguía pavoneándose en su pequeño escenario con toda la arrogancia de un gran icono árabe. Era un tipo cruel, un genocida: gaseó a los kurdos y masacró a los chiitas. Resultó fácil crear la imagen de un genio del mal que desestabilizaba Oriente Medio. Fíjate, incluso consiguieron colgarle lo del 11-S.

– Es verdad que era cruel, violento y despótico -dijo Falcón.

– Entonces, dime cuándo las fuerzas de la coalición van a dirigir su atención a Robert Mugabe de Zimbabwe -dijo Diouri-. Pero así es como juegan los estadounidenses. Trucan la imagen con elementos auténticos.

– Si Saddam era un poder agotado, ¿por qué creían los saudíes que necesitaban protección?

– Tenían miedo de la militancia que ellos mismos habían creado -dijo Diouri-. Para mantener su credibilidad como guardianes de los lugares sagrados del Islam, financiaban las madrasas, las escuelas religiosas, que a su vez se convirtieron en criaderos de extremistas. Como todos los regímenes decadentes, son paranoicos. Intuían la antipatía del mundo árabe y sus facciones extremistas. No podían invitar a los estadounidenses como hicieron en 1991, pero podían pedirles que se instalaran al lado. La doble recompensa para los norteamericanos fue que no sólo aseguraban su perpetuo interés, el petróleo, sino que también mantenían a las fuerzas del terror lejos de su país ofreciéndoles un objetivo en el corazón del Islam. Bush ha pagado sus deudas corporativas a las compañías petrolíferas, el pueblo estadounidense se siente más seguro, y todo puede presentarse como las fuerzas del Bien aplastando a las del Mal.

Silencio. Diouri encendió el primer cigarrillo de la mañana y bebió un poco de té. Falcón sorbió el líquido dulce y viscoso de su vaso. La pregunta que tenía que hacer le oprimía el pecho.

– Té, cigarrillos, comida… todo son instrumentos de negociación -dijo Diouri en tono misterioso.

Falcón estudió a Yacoub por encima del borde de su vaso de té. Los espías eran necesariamente gente complicada, incluso aquellos que tenían un móvil claro. El aspecto preocupante y sin embargo crucial de su personalidad era su necesidad, y por tanto su capacidad, de engañar. Pero ¿por qué espía? ¿Por qué él mismo le pasaba información a Mark Flowers? Era porque había comenzado a cansarle la ilusión de la vida. La supuesta realidad de los políticos que porfían, de los radiantes hombres de negocios y los fatuos intelectuales que se veía en televisión se le hacía tediosa ahora que el barniz que la recubría casi había desaparecido. Falcón espiaba no porque deseara cambiar una ilusión simplona por otra ligeramente mejor informada, sino porque necesitaba recordarse que la aceptación era algo pasivo, y ya había descubierto los peligros de la renuncia y la inacción en su mente. Pero lo que le pedía a su amigo Yacoub era que espiara de verdad, no que le diera a Mark Flowers un pequeño detalle para sus pequeñas composiciones. Le iba a pedir a Yacoub que le proporcionara información que podía tener como consecuencia la captura y quizá la muerte de gente que conocía.

– Estás pensativo, Javier -dijo Diouri-. Normalmente, en esta fase, los europeos se revuelven de hastío en sus asientos cuando tienen que hablar de Irak, la cuestión palestina y todo el resto de horrores insolubles. Ya no hay deseos de polémica. En el mundo de la moda, donde yo me muevo, sólo desean hablar del nuevo cede de Coldplay y del vestuario de la última película de Baz Luhrman. Incluso los hombres de negocios prefieren hablar de fútbol, de golf y de tenis que de la política mundial. Al parecer los árabes hemos creado un foco de interés que a nadie interesa. Hemos acaparado el mercado en cuanto a la conversación más aburrida del mundo.

– Para los árabes es fascinante porque no tienen lo que desean. La gente acomodada no quiere hablar de nada que la incomode.

– Yo soy una persona acomodada -dijo Diouri.

– ¿De verdad? -dijo Falcón-. Eres rico, pero ¿tienes lo que quieres? ¿Sabes lo que quieres?

– Yo asocio la comodidad con el aburrimiento -dijo Diouri-. Es posible que tenga que ver con mi pasado, pero no soporto dormirme en los laureles. Quiero cambio. Quiero un estado de revolución permanente. Es la única manera de asegurarme de que sigo vivo.

– Casi todos los marroquíes con los que he hablado se sentirían cómodos teniendo un trabajo, una casa, una familia y una sociedad estable en la que vivir.

– Si quieren todo esto, han de estar dispuestos a cambiar.

– Ninguno de ellos desea el terrorismo -dijo Falcón-, y ninguno de ellos desea un régimen talibán.

– ¿A cuántos has oído condenar los atentados terroristas?

– Ninguno los aprueba…

– Me refiero a una condena tajante -dijo Diouri con firmeza.

– Sólo a los que estaban convencidos de que los atentados habían sido cometidos por los israelíes.

– Ya ves, la mentalidad árabe es un territorio complicado -dijo Diouri, dándose unos golpecitos en la sien.

– Al menos el terrorismo no les parece honorable.

– ¿Sabes cuándo es honorable el terrorismo? -dijo Diouri, señalando a Falcón con su cigarrillo francés como si fuera una tiza-. El terrorismo se consideró honorable cuando los judíos combatieron a los ingleses por su derecho a fundar su estado sionista. Fue considerado deshonroso cuando los palestinos utilizaron tácticas extremas contra los judíos para reclamar las tierras y propiedades que les habían arrebatado. Los terroristas sólo son aceptables cuando se vuelven lo bastante fuertes como para que se los considere un movimiento de resistencia. Cuando son pobres y no tienen derechos, no son más que unos vulgares y crueles asesinos.

– Pero no es de eso de lo que estamos hablando -comentó Falcón, reprimiendo su frustración ante la manera en que había perdido el control de la conversación.

– Siempre lo será en parte -dijo Diouri-. La dura semilla de la injusticia deja su impronta en las entrañas de todos los árabes. Saben que lo que hacen esos locos fanáticos está mal, pero la humillación posee un extraño efecto en la mente humana. La humillación engendra extremismo. Fíjate en Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial. El poder de la humillación radica en que se trata de algo profundamente personal. Todos lo recordamos de la primera vez que nos pasó de niños. Lo que comprenden extremistas como Bin Laden y Al Zarqawi es que la humillación se vuelve realmente peligrosa cuando es colectiva, sale a la superficie y su desahogo tiene un propósito claro. Eso es lo que quieren los terroristas. Este es el fin último de los atentados. Lo que dicen es: «Si hacemos esto todos juntos, podemos ser poderosos».

– Y luego ¿qué? -dijo Falcón-. Os devolverán a los gloriosos días de la Edad Media.

– Retroceder al pasado -dijo Diouri, aplastando su cigarrillo en la concha de plata del cenicero-. Quizá valga la pena pagar ese precio si mitiga nuestra humillación.

– ¿Has oído hablar de una organización llamada VOMIT? -pregunto Falcón.

– Esa página web antimusulmana que tanto enfurece a la gente de por aquí -dijo Diouri-. No la he visto personalmente.

– Al parecer la página enumera las víctimas de atentados musulmanes contra civiles, no sólo en Occidente, sino también contra la población musulmana, como los atentados suicidas contra las nuevas fuerzas de la policía iraquí, las mujeres que mueren en asesinatos de «honor», y las violaciones en grupo de mujeres para infligir vergüenza…

– ¿Adonde quieres llegar, Javier? -preguntó Diouri amusgando la mirada-. ¿Estás diciendo que esa organización tiene un objetivo?

– Que yo sepa, de momento su único objetivo es llevar la cuenta.

– ¿Y qué me dices del nombre de la página?

– «Vomit» expresa disgusto…

– Sabes, en Occidente la vida de un musulmán no vale gran cosa -dijo Diouri-. Piensa en lo valiosa que era cada una de las 3.000 vidas de las Torres Gemelas, cuánto se ha invertido en los 191 viajeros de los trenes de Madrid o en las cerca de cincuenta personas que murieron en los atentados de Londres. Y luego fíjate en cuánto valen los 100.000 civiles iraquíes que perdieron la vida en el ataque previo a la invasión. Nada. No estoy seguro de que consten en ninguna parte.

¿Había alguna página web que enumerara las víctimas de la carnicería serbia en Bosnia? ¿Y las víctimas de los ataques hindúes a los musulmanes de la India?

– No lo sé.

– Por eso VOMIT es antimusulmán -dijo Diouri-. Señala los actos cometidos por unos pocos fanáticos y hace responsables de ellos a todos. Si me hubieras dicho que eran los responsables de la explosión de la mezquita de ayer, no me habría sorprendido.

– Se han hecho notar -dijo Falcón-. Nuestro servicio de inteligencia, el CNI, se ha fijado en ellos.

– ¿Y en quién más se ha fijado el CNI? -dijo Diouri, incómodo.

– Es una situación muy complicada -dijo Falcón-. Y estamos buscando gente inteligente, informada y bien relacionada que esté dispuesta a ayudarnos.

Falcón bebió té, agradecido porque le hubiera echado una mano. Finalmente lo había soltado. Casi no se podía creer que lo hubiera dicho. Ni tampoco Yacoub Diouri que, sentado al otro lado de la mesa recargada, parpadeaba.

– No sé si te he entendido bien, Javier -dijo Diouri, con la cara de repente sólida como una máscara de plástico y la voz carente de toda cordialidad-. ¿Te has atrevido a venir a mi casa a pedirme que espíe para tu gobierno?

– Desde el momento en que te llamé ayer por la noche sabías que esto no era sólo una visita de cortesía -dijo Falcón, manteniéndose firme.

– Los espías son los combatientes más despreciados -comentó Diouri-. No son los perros de la guerra, sino las ratas.

– Ni se me habría ocurrido proponértelo de haber creído por un momento que eras un hombre que se conformaba con todas las cosas en las que nos piden que creamos en este mundo -dijo Falcón-. Esa era la intención de tu discurso sobre Irak, ¿no? No sólo mostrarme el punto de vista árabe, sino también que te das cuenta de que hay una verdad más amplia.

– Pero ¿qué te ha llevado a creer que podías pedirme algo así?

– Te lo pido porque, como yo, eres promusulmán, proárabe y estás en contra del terrorismo. También quieres que haya un cambio, progreso, y no una vuelta atrás. Eres un hombre de integridad y honor.

– No relacionaría esas virtudes con la amoralidad del espionaje -dijo Diouri.

– Sólo que, en tu caso, tu recompensa no sería el dinero ni la vanidad, sino la fe en que ocurra un cambio sin violencia.

– Tú y yo somos muy parecidos -dijo Diouri-, pero tenemos los papeles cambiados. A los dos nos han hecho daño unos padres monstruosos. Tú has descubierto de repente que eras medio marroquí, mientras que yo debería haber crecido en España, pero me he vuelto marroquí. Quizá somos la encarnación de dos culturas entrelazadas.

– Con una historia muy amarga -dijo Falcón, asintiendo.


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