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Sevilla. Jueves, 8 de junio de 2006, 08:04 horas


En el aula de la guardería habían instalado persianas y cristales nuevos. Las unidades de aire acondicionado ya funcionaban a máxima potencia, que era la única manera de mantener a un nivel tolerable el hedor sulfuroso de los cadáveres descompuestos que todavía estaban en el edificio destruido. Eran más de las ocho y el comisario Elvira aún no había llegado. Todos estaban cansados, pero en la sala se oía un zumbido de expectación.

– Algo ha pasado -dijo Ramírez-, tengo la corazonada de que algo ha pasado. ¿Qué crees, Javier?

Falcón era incapaz de hablar.

– ¿Dónde está el juez Calderón? -dijo Ramírez-. Es lo que me hace pensar que algo gordo ha pasado. Él es quien tiene que dar la conferencia de prensa.

Falcón asintió, reducido al silencio por lo que había visto junto al río. Se abrió la puerta y entró Elvira. Se dirigió hacia la pizarra que estaba al otro lado del aula, seguido por tres hombres. Ya habían llegado a la reunión Pablo y Gregorio, del CNI, el inspector jefe Ramón Barros y uno de sus superiores de la unidad antiterrorista del CGI, y Falcón y Ramírez de la brigada de homicidios. Elvira se volvió. Su expresión era lúgubre.

– Lo que voy a decirles no es fácil de expresar -comenzó-, así que sólo voy a informar de los hechos. Cerca de las seis de la mañana Esteban Calderón ha sido detenido como sospechoso de haber asesinado a su esposa. Dos agentes lo han encontrado esta mañana intentando deshacerse del cadáver arrojándolo al Guadalquivir. Dadas las circunstancias, ya no actuará como juez de instrucción en nuestro caso. Tampoco será posible que nuestra brigada de homicidios se encargue de la investigación del asesinato, de modo que vendrán tres agentes de Madrid, a las órdenes del inspector jefe Luis Zorrita. Gracias.

Los tres agentes de homicidios de Madrid asintieron y salieron en fila india del aula, deteniéndose un momento para presentarse y estrechar la mano de Falcón y Ramírez. La puerta se cerró. Elvira reanudó la reunión. Ramírez se quedó mirando a Falcón en estado de shock.

– Hemos decidido nombrar a un juez de instrucción de fuera de Sevilla -dijo Elvira-, y a estas horas el juez Sergio del Rey ya ha salido de Madrid. Cuando llegue se anunciará en una conferencia de prensa que se celebrará en la sede del Parlamento Andaluz, y hasta ese momento les pido que no revelen a nadie esta información.

»Con posterioridad al suicidio de Ricardo Gamero, del CGI, han ocurrido algunos hechos importantes, y ahora el CNI nos pondrá al corriente.

La enorme trascendencia de lo que acababa de anunciar había dejado la cara de Elvira demacrada, como si de la noche a la mañana le hubieran sorbido la salud. Se sentó en la silla del maestro, inanimado, con la barbilla apoyada en el puño, como si su cabeza necesitara ese apoyo para no derrumbarse. Pablo se situó delante de los presentes.

– Justo antes del suicidio del agente del CGI Ricardo Gamero, recibimos información de la inteligencia británica en la que se identificaba a los otros dos hombres que fotografió el confidente de Gamero, Miguel Botín. Se trata de dos hombres de nacionalidad afgana que vivían en Roma. El MI5 los conocía porque fueron arrestados en Londres dos semanas después de los atentados frustrados del 21 de julio y retenidos para ser interrogados según la Ley Antiterrorista. Los liberaron sin cargos. Lo único que pudieron demostrar los ingleses es que estaban en Londres visitando a su familia. Ayer por la noche la policía italiana registró las direcciones conocidas de esos dos hombres en Roma y no encontraron a nadie. Su paradero actual es desconocido. Lo que nos preocupa de estos dos sospechosos es que se cree que tienen conexiones con el alto mando de Al-Qaeda en Afganistán, y los ingleses creen que han forjado algunos vínculos con el GICM de Marruecos. Se sabe que el año pasado estuvieron en el Reino Unido, Bélgica, Francia, Italia, España y Marruecos. Se cree que en todos estos países hay células durmientes. Los servicios de inteligencia todavía no han podido determinar cuál era el papel de Miguel Botín, qué relación tenía el imán Abdelkrim Benaboura con esos dos hombres y si tienen algo que ver con lo ocurrido en Sevilla.

«Después del suicidio de Ricardo Gamero hemos registrado el apartamento de Miguel Botín y descubierto otro ejemplar profusamente anotado del Corán que encaja con la edición encontrada en la Peugeot Partner que conducían Hammad y Saoudi. Extensos fragmentos de las notas son transcripciones exactas, y creemos que se trata de un libro de claves. Nuestra conjetura es que cada vez que una célula durmiente se activa, se les proporciona un nuevo libro de claves, que pueden utilizar hasta que la misión se completa.

»La importancia de haber encontrado ese ejemplar del Corán en el apartamento de Miguel Botín es que podría significar que el confidente de Ricardo Gamero llevaba un doble juego: trabajaba con el CGI y para una célula terrorista. Esto arroja una tremenda confusión a nuestra presente investigación, pues significaría que lo único que Botín le transmitía a Gamero era lo que sus superiores querían que nosotros supiéramos. Eso significaría que Hammad y Saoudi, los dos afganos y el imán eran personas prescindibles.

»Hay un último detalle relacionado con las actividades de Botín que también resulta confuso. Como saben, se ha dedicado un gran esfuerzo a intentar encontrar a los falsos inspectores del ayuntamiento y a los falsos electricistas. El inspector jefe Falcón ha encontrado un testigo que se hallaba en la mezquita el domingo por la mañana, después de que se fundieran los fusibles el sábado por la noche. Ese testigo vio cómo Botín le entregaba la tarjeta del electricista al imán, y cómo el imán llamaba a ese número y concertaba una cita. El inspector jefe Barros nos ha informado de que ni él ni su departamento autorizaron nada parecido. El CGI seguía esperando la autorización para colocar micrófonos en la mezquita.

»Ahora tenemos que contemplar la posibilidad de que los inspectores y los electricistas fueran miembros de una célula terrorista o estuvieran a sueldo. Podría ser -y no tendremos oportunidad de verificarlo hasta que la policía científica llegue a la mezquita- que los inspectores del ayuntamiento hubieran colocado un dispositivo para fundir los fusibles y que los electricistas hubieran colocado una bomba para acabar con el imán, Hammad y Saoudi y el propio Botín.

– Me da la impresión de que en esta hipótesis hay algo que no encaja -dijo Barros-. Podemos llegar a creer que Botín fuera el agente involuntario de la destrucción de todos ellos, pero no veo a ningún mando terrorista permitiendo que se destruya tal cantidad de hexógeno, introducida en este país, hemos de imaginar, incurriendo en un riesgo y unos gastos considerables.

– Los electricistas y los inspectores podrían constituir un tipo de célula terrorista desconocida hasta ahora -dijo Falcón-. Los testigos han dicho que eran un español y dos europeos del Este.

– ¿Y cómo encaja en todo esto el suicidio de Ricardo Gamero? -preguntó Barros.

– Experimentó una profunda sensación de fracaso al no haber podido impedir esa atrocidad -dijo Pablo-. Tenemos entendido que se tomaba su trabajo muy en serio.

Silencio, mientras todos analizaban la hipótesis del CNI. Falcón salió de golpe de su estado de shock. No dejaba de pensar que se estaba concediendo demasiada importancia al ejemplar del Corán como libro de claves. Pero era imposible entender por qué dos ejemplares idénticos habían acabado en la Peugeot Partner y en el piso de Botín.

– ¿Por qué cree que esta célula se autodestruyó? -dijo Barros.

– La única explicación que se nos ocurre -dijo Pablo- es que se trata de una espectacular táctica de distracción para que tengamos ocupados a nuestros equipos de investigación nacionales y a todos los servicios de inteligencia europeos mientras ellos planean y llevan a cabo un atentado en otra parte. Si Botín era un agente doble, sus superiores habrían sabido que la mezquita estaba bajo sospecha. Alimentaron esa sospecha trayendo el hexógeno y a Hammad y Saoudi, dos sujetos conocidos por sus labores logísticas. Luego la volaron. Les daba igual. Iban a ir al paraíso, ya fuera como terroristas que logran su objetivo o como espléndidos señuelos.

– ¿Y qué me dice de los afganos? -preguntó Barros-. Los han identificado, pero no se puede decir que se sacrificaran.

– Quizá Botín pretendía que la foto de los dos afganos se interpretara como un indicio de que se estaba planeando un atentado en Italia. Botín entregó esas fotos cuando era un confidente fiable del CGI.

– O sea, otra táctica de distracción.

– Los italianos, los daneses y los belgas están en alerta roja, igual que tras los atentados de Londres.

– Así pues, esa carta enviada al ABC con el texto de Abdulá y todas las referencias en los medios de comunicación al MILA, ¿también eso formaba parte de esa gigantesca maniobra de distracción? -preguntó Barros, casi disfrutando al ser capaz por fin de meterse con el CNI, después de que estos le hubieran humillado a él y a su departamento.

– Lo que buscamos ahora es el objetivo real -comentó Pablo-. El texto de Abdulá Azzam y la idea del MILA son poderosas herramientas de terror. Inspiran miedo a la población. Lo vemos como una escalada de ese tipo de terrorismo. Estamos combatiendo el equivalente a un virus mutante. En cuanto encontramos una cura se adapta a ella con renovada fuerza letal. No hay ningún modelo. Sólo después de repetidos atentados hemos descubierto un modus operandi. Toda la información reunida a partir de los cientos de personas interrogadas después de los atentados de Madrid y Londres ahora no nos va a servir de nada. No estamos hablando de una organización integrada con una estructura definida, sino más bien de una organización satélite con una estructura fluida y flexibilidad total.

– ¿Está seguro de que no está exagerando con esa hipótesis de la táctica de distracción? -dijo Elvira-. Tras los atentados de Madrid…

– Estamos casi seguros de que ETA proporcionó la distracción que condujo al devastador éxito de los atentados de Madrid -dijo Pablo-. No creemos que sea una coincidencia que, a 120 kilómetros al sureste de Madrid, la Guardia Civil detuviera una furgoneta conducida por dos incompetentes de ETA cargada con 536 kilos de titadine que tenían que entregar en Madrid mientras el mismo día, a 500 kilómetros, en Avilés, recogían los 100 kilos de Goma 2 Eco utilizados en los trenes de Madrid. Las fuerzas de seguridad y la inteligencia británicas se concentraron en un atentado contra la cumbre del G8 de Edimburgo cuando los terroristas suicidas se inmolaron en el metro de Londres.

– Muy bien -dijo Elvira-, esta táctica de distracción tiene antecedentes.

– Y se trata de una distracción capaz de sacrificar 536 kilos de titadine -dijo Pablo, lanzándole una mirada a Barros.

– La realidad -dijo Elvira- es que casi nunca sabemos a quién nos enfrentamos. Los llamamos Al-Qaeda porque nos ayuda a dormir por la noche, pero al parecer nos hemos topado con una forma muy pura de terrorismo cuya «meta» es atacar nuestro modo de vida y nuestros «valores decadentes» a cualquier precio. Incluso parece que haya grupos dispares compitiendo entre ellos por ver quién lleva a cabo el ataque más destructor.

– Eso es lo que nos preocupa del atentado de Sevilla -dijo Pablo, entusiasmado al ver que Elvira comprendía su punto de vista-. ¿Hemos de esperar una serie de golpes de distracción antes del atentado principal, un atentado a la escala de lo ocurrido en el World Trade Center de Nueva York?

– Lo que necesitamos saber -dijo Ramírez., harto ya de tanta conjetura-, es hacia dónde hemos de dirigir nuestras investigaciones en Sevilla.

– No hay juez de instrucción hasta que no llegue Sergio del Rey -dijo Elvira-. El CGI de Madrid ha detenido a todos los contactos de Hammed y Saoudi para interrogarlos, pero hasta ahora parece que actuaban solos. La Guardia Civil ha determinado con éxito la ruta que siguió la Peugeot Partner desde Madrid hasta la casa cercana a Valmojado, donde se cree que guardaban el hexógeno. Tienen dificultades para determinar la ruta que siguió desde Valmojado hasta Sevilla. Se cree que tomaron un desvío.

– ¿Dónde fue vista por última vez la Peugeot Partner? -preguntó Falcón.

– Rumbo al sur por la NIV/E5. Se detuvo en una estación de servicio cerca de Valdepeñas. El problema es que noventa kilómetros después la carretera se bifurca. La NIV sigue hacia Córdoba y Sevilla, mientras que la N3Z3/E902 va hacia Jaén y Granada. Están investigando las dos rutas, pero no es fácil seguir la pista de una furgoneta blanca entre las miles que hay en la carretera. Su única posibilidad es que el vehículo se detuviera y los dos hombres se apearan para que alguien pudiera identificarlos, como ocurrió en la estación de servicio cerca de Valdepeñas.

– Lo que significa que existe la evidente posibilidad de que haya más hexógeno en otra parte -dijo Pablo-. En este momento nuestro trabajo es averiguar qué relaciones había establecido Botín. Y esta mañana vamos a hablar con su pareja, Esperanza.

– Eso está muy bien -dijo Ramírez-. Pero ¿qué se supone que tenemos que hacer los demás? ¿Seguir buscando a unos electricistas y unos inspectores del ayuntamiento que no existen? En este momento parecemos unos incompetentes. El juez Calderón hacía un buen trabajo protegiéndonos de la atención de los medios de comunicación. Ahora está en una celda. Un agente antiterrorista del CGI se ha suicidado y su confidente podría ser un agente doble. Estamos en un momento de crisis. Nuestra brigada no puede seguir como hasta ahora.

– Hasta que no recibamos información forense del interior de la mezquita -dijo Falcón-, es lo único que podemos hacer. Volvamos a visitar a la congregación de la mezquita y preguntemos por Miguel Botín, a ver qué descubrimos. Pero creo que deberíamos seguir buscando a los electricistas y a los inspectores del ayuntamiento… que existen. Los han visto. Y si he entendido correctamente lo que dice el CNI, los inspectores inventaron un pretexto para que los electricistas pudieran colocar una bomba. Son ellos quienes perpetraron esa atrocidad. Tenemos que encontrarlos, y a la gente que los envió. Ese, en cuanto que Grupo de Homicidios, es nuestro objetivo.

– Aunque posiblemente sólo puedan alcanzar ese objetivo mediante una buena labor de inteligencia -dijo Elvira-. ¿Son parte de una célula terrorista o no? Quizá la respuesta se halle en el historial de Miguel Botín. Él le dio su tarjeta al imán.

– ¿Qué pasa con el imán? -dijo Ramírez, que no iba a dejar que lo callaran-. ¿Qué pinta en todo esto? ¿Ha acabado el CNI de registrar su apartamento? ¿Podemos saber qué han encontrado? ¿Se ha concedido el permiso para acceder a su historial a alguien que pueda contárnoslo?

– No podemos acceder a él porque nosotros no tenemos su historial -dijo Pablo.

– ¿Quién lo tiene?

– Los estadounidenses.

– ¿Han encontrado algún ejemplar anotado de esa edición del Corán en el apartamento del imán? -preguntó Falcón.

– No.

– ¿Así que no cree que estuviera en el ajo? -dijo Ramírez.

– No sabemos lo bastante para responder a esta pregunta.

La reunión acabó poco después de ese diálogo. Los hombres del CGI y del CNI salieron juntos de la guardería. Elvira le pidió a Falcón que asistiera a la conferencia de prensa en la sede del Parlamento Andaluz cuando llegara el nuevo juez para mostrar un frente unido. Ramírez esperaba fuera del aula.

– Siento lo de Inés, Javier -dijo. Le puso una mano en el hombro y le dio la otra-. Sé que Inés y tú os habíais separado, pero… es terrible. Espero que no fueras a la escena del crimen.

– Fui -dijo Falcón-. No sé en qué estaba pensando. Por teléfono me dijeron que habían identificado a alguien que intentaba deshacerse, de un cadáver y que era el juez Calderón. No sé por qué… no se me ocurrió que pudiera ser Inés.

– ¿Lo hizo él?

– Fui al coche patrulla a hablar con él. Lo único que me ha dicho ha sido: «Yo no lo he hecho».

Ramírez negó con la cabeza. Negarlo todo era una actitud muy corriente en los maridos que habían asesinado a sus esposas.

– Esto va a ser una locura -dijo Ramírez-. Mucha gente esperaba este momento.

– Sabes, José Luis, lo peor… -dijo Falcón, con un gran esfuerzo- fue que Inés tenía una tremenda magulladura en el torso, en el lado izquierdo… y era antigua.

– ¿Él le pegaba?

– En la cara no tenía ninguna marca.

– Será mejor que te lleves a los antidisturbios a esa conferencia de prensa -dijo Ramírez-. Si se enteran de eso se volverán locos.

– Inés vino a mi casa la otra noche -dijo Falcón-. Se comportó de una manera muy rara. Por un momento me pareció que quería volver conmigo, pero ahora sé que intentaba contarme lo que le pasaba.

– ¿Te pareció que sentía dolor? -preguntó Ramírez, prefiriendo atenerse a los hechos.

– Dijo más palabrotas de las que nunca le había oído decir, y sí, en cierto momento se llevó la mano al costado -dijo Falcón-. Estaba furiosa con él porque él tenía…

– Sí, lo sabemos -dijo Ramírez, que no contaba con que le revelara algo tan íntimo.

Los ojos de Falcón se le llenaron de lágrimas, su mente se tragó el dolor a bocanadas. Ramírez le estrujó el hombro con su manaza de caoba.

– Será mejor que empecemos a pensar en lo que hemos de hacer hoy -dijo Falcón-. ¿Has leído el informe del cadáver sin identificar que encontramos en el vertedero el lunes?

– Aún no.

– En Sevilla no suelen aparecer muchos cadáveres -dijo Falcón-. Y en toda mi carrera nunca me he encontrado con un cadáver tan desfigurado, y además envenenado con cianuro. Y todo eso ocurre el día antes de que estalle una bomba en la ciudad.

– Eso no significa que haya una relación -dijo Ramírez, temiendo que le endosaran más trabajo infructuoso.

– Pero antes de que nos llegue una tonelada de información forense sobre la mezquita -dijo Falcón-, me gustaría ver si hay alguna relación. Al menos me gustaría identificar a la víctima. Podría proporcionarnos una nueva pista.

– ¿Alguna sugerencia antes de que me ponga a leer?

– El forense dijo que debía de rondar los cuarenta y cinco, que tenía el pelo largo, que hacía trabajo de oficina pero estaba bronceado y que no solía llevar zapatos. Tenía restos de hachís en la sangre. También tinta de tatuaje en los nódulos linfáticos, motivo por el que le cortaron las manos: tenían tatuajes, pequeños, pero posiblemente característicos.

– Parece un universitario -dijo Ramírez, que sospechaba de cualquiera que tuviera muchos estudios-. ¿Un estudiante de posgrado?

– O un profesor intentando recuperar su juventud.

– ¿Español?

– Piel olivácea -dijo Falcón-. Lo habían operado de hernia. El forense le quitó la malla. A ver si encuentras una igual, la empresa que la suministró y qué hospital. Aunque también es posible que lo operaran en el extranjero.

– ¿Quieres que lo haga solo?

– Llévate a Ferrera. Ya ha trabajado en esto -dijo Falcón-. Que Pérez, Serrano y Baena se den una vuelta por las obras que hay en marcha en Sevilla, sobre todo si trabajan inmigrantes. Diles que tienen que encontrar a los electricistas.

– ¿Es posible que le haya oído decir a alguien que has mandado hacer una reproducción de la cabeza de ese tipo, el del vertedero?

– El escultor es amigo del forense -dijo Falcón-. Es una pista que tengo que investigar.

– Ayer por la noche faltaste a la sesión -dijo Alicia Aguado.

– Surgió algo -dijo Consuelo-. Algo que me afectó mucho.

– Para eso vienes aquí.

– Me dijiste que procurara que un familiar estuviera conmigo cuando volviera a casa después de mi sesión del martes por la noche -dijo Consuelo-. Se lo pedí a mi hermana. Y vino, pero no pudo quedarse mucho rato. Hablamos de la sesión. Como vio que estaba calmada, se fue. Ayer por la tarde me telefoneó para preguntarme si me encontraba bien, y mientras charlábamos me recordó algo que ya había querido preguntarme la noche anterior. Mi nuevo empleado.

– ¿Empleado?

– El que me cuida la piscina. Comprueba el pH, limpia el fondo, quita las hojas de la superficie… -dijo Consuelo, enumerando los detalles.

– Muy bien, Consuelo, no me interesa la limpieza de piscinas -dijo Aguado.

– La cuestión es que no tengo ningún empleado nuevo -comentó Consuelo-. Desde que compré la casa, cada jueves por la tarde ha venido el mismo hombre. Lo heredé de los propietarios anteriores.

– ¿Y qué?

Consuelo intentó tragar, pero no pudo.

– Mi hermana me lo describió, y era el mismo chulo desagradable de la plaza del Pumarejo.

– Muy inquietante -dijo Aguado-. Eso te incomodó, estoy segura. Así que llamaste a la policía y te quedaste con los niños. Lo entiendo.

Silencio. Consuelo se hundió en un lado del sofá, como si hubiera perdido algo.

– Muy bien -dijo Aguado-. Cuéntame lo que hiciste, o lo que no hiciste.

– No llamé a la policía.

– ¿Por qué no?

– Estaba demasiado avergonzada -dijo Consuelo-. Habría tenido que explicarlo todo.

– Podrías haber dicho simplemente que un indeseable merodeaba por tu casa.

– A lo mejor no conoces mucho a la policía -dijo Consuelo-. Hace cinco años fui sospechosa de asesinato durante un par de semanas. Lo que te hacen pasar no es muy distinto de estas sesiones. Empiezas a hablar y ellos empiezan a sospechar. Saben cuándo la gente les oculta la mierda de su vida. Es algo que ven cada día. Me harían preguntas como: «¿Es posible que lo conozca?», ¿y qué pasaría? Sobre todo teniendo en cuenta mi estado mental.

– Sé que te parecerá difícil de creer, pero para mí esto que me cuentas es un avance -dijo Aguado.

– Pues a mí me hace sentir fracasada -dijo Consuelo-. No sé si ese hombre podría ser un peligro para mis hijos, y sólo porque me siento avergonzada estoy dispuesta a correr ese riesgo.

– Pero al menos ahora sé que es real -dijo Aguado.

Silencio por parte de Consuelo, que no había considerado esa alarmante posibilidad.

– Nuestra mente tienen su manera particular de corregir desequilibrios -dijo Aguado-. Así que, por ejemplo, un poderoso director ejecutivo que controla las vidas de miles de personas puede que equilibre la balanza soñando que está en la escuela y el maestro le dice lo que tiene que hacer. Es una forma muy benigna de equilibrar las cosas. Hay maneras más agresivas. No es raro encontrar a hombres de negocios que visitan a una dominatriz para que los ate, los deje indefensos y los castigue. Un psicólogo de Nueva York me dijo que tenía clientes que iban a guarderías, se ponían pañales y se sentaban en parques infantiles de tamaño adulto. El peligro llega cuando ya no distingues entre lo fantástico, lo real y lo ilusorio. La mente se confunde y no distingue entre una cosa y otra, y luego llega la crisis nerviosa, que puede acarrear efectos duraderos.

– Lo que quieres decir es que ya he tenido la fantasía y que podría dar el siguiente paso y buscar la realidad.

– Pero lo que me has descrito al menos no es una ilusión -dijo Aguado-. Antes de que tu hermana confirmara la existencia de ese hombre, no estaba muy segura de lo avanzada que estabas. Te dije que no te desviaras al venir hacia aquí porque, si era real, entonces la realidad que buscabas era muy peligrosa para ti… desde el punto de vista personal. Ese hombre no tiene ni idea de la naturaleza de tus problemas. Ha intuido tu vulnerabilidad y probablemente no sea más que un buitre.

– Sabe mi nombre y que mi marido está muerto -dijo Consuelo-. Me reveló los dos detalles cuando me abordó el lunes por la noche.

– Deberías contárselo a la policía -dijo Aguado-. Si consideran que te comportas de una manera extraña, diles que hablen conmigo.

– Entonces sabrán que soy una lunática y no me harán caso -dijo Consuelo-. Ha estallado una bomba en Sevilla y una zorra rica está preocupada por el chulo de su jardín.

– Intenta hablar con ellos -dijo Aguado-. Ese tipo podría atacarte o violarte.

Silencio.

– ¿Qué haces ahora, Consuelo?

– Te miro.

– ¿Y estás pensando…?

– Que confío más en ti de lo que nunca he confiado en nadie.

– ¿En nadie? ¿Ni siquiera en tus padres?

– Quería a mis padres, pero ellos no me conocían -comentó Consuelo.

– Entonces, ¿en quién has confiado a lo largo de tu vida?

– Durante una breve época confié en un marchante de arte de Madrid, hasta que se mudó aquí -dijo Consuelo.

– ¿En quién más? -preguntó Aguado-. ¿Qué me dices de Raúl?

– No, él no me amaba -dijo Consuelo-, y además vivía en un mundo cerrado, atrapado en su propio sufrimiento. No me hablaba de sus problemas y yo no le contaba los míos.

– ¿Hubo algo entre el marchante de arte y tú?

– No, nuestra relación no era ni remotamente sexual ni romántica.

– ¿Qué era, entonces?

– Reconocíamos que éramos personas complicadas, con secretos de los que no podíamos hablar. Pero una vez me contó que había matado a un hombre.

– Matar a un hombre no es fácil -dijo Aguado, intuyendo que podía estar más cerca del nudo enmarañado de Consuelo de lo que esta sospechaba.

– Estábamos bebiendo coñac en un bar de la Gran Vía. Yo me sentía deprimida. Acababa de contarle todo lo de mis abortos. A cambio me contó su secreto, pero dijo que era un accidente cuando, de hecho, se trataba de algo mucho más vergonzoso.

– ¿Más vergonzoso que salir en una película porno para pagarse un aborto?

– Desde luego. Había matado a alguien por…

Consuelo se quedó callada como si le hubieran clavado un cuchillo en la garganta. La siguiente palabra ya no le salió. Sólo pudo soltar un graznido, como si tuviera una broza en la tráquea. La emoción la sacudió en un poderoso estremecimiento. Aguado le soltó la muñeca y la agarró del brazo para que no temblara. Consuelo emitió un extraño sonido al resbalar hasta el suelo. Fue una especie de grito orgásmico, y, de hecho, fue un desahogo, aunque no de placer. Fue un grito de intenso dolor.

Aguado no había esperado que el tratamiento alcanzara tan pronto ese punto, aunque la mente es un órgano imprevisible. Continuamente expulsa cosas, vomita horrores a la conciencia y, eso era lo más extraño, a veces la conciencia es capaz de sortear las revelaciones, eludirlas, saltar por encima del repentino abismo. Otras veces cae al suelo. Consuelo acababa de experimentar el equivalente a que te golpee por detrás un toro de media tonelada. Acabó en posición fetal encima de la alfombra afgana, chillando, como si algo enorme pugnara por salir.


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