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Sevilla. Jueves, 8 de junio de 2006, 20:15 horas


El sol se ponía en el tercer día posterior a la explosión. Mientras Falcón regresaba al centro de Sevilla, su mente alcanzó un grado estático y profundo de concentración totalmente dedicada a Ángel Zarrías.

En el piso del guardia de seguridad se había puesto furioso. Había sacado el retrato robot del bolsillo, lo había colocado encima de la mesa y le había preguntado al pobre tipo que le enseñara el parecido. Falcón se había visto obligado a admitir unas cuantas cosas: que la gente mayor es igual, o invisible, para los más jóvenes; que Ángel medía 1,65 y pesaba poco más de 75 kilos; que Ángel no tenía barba ni bigote y llevaba la raya del pelo a un lado, y, aunque el cabello le raleaba, utilizaba todo el que le quedaba para que diera la impresión de que no pensaba renunciar a él tan fácilmente. Sólo cuando el guardia de seguridad le comentó la semejanza de la línea de la mandíbula y de la nariz vio Falcón a Ángel en el retrato robot, igual que un adulto ve por fin el perfil de una cara en una nube cuando se la señala un niño ya frustrado.

Ramírez se encontró con él en el aparcamiento que había delante de la guardería.

– Hemos encontrado la casa de Lucrecio Arenas -dijo Ramírez-. Está en la plaza de las Mercedarias. He mandado a Cristina a echar un vistazo, pero estaba cerrada. Los vecinos dicen que en verano no están casi nunca, y que no hay jardín, sólo un patio interior. Tampoco han reconocido a Tateb Hassani.

Entraron en el aula, al fondo de la cual les esperaban el juez Del Rey y el comisario Elvira. El haber dormido sólo ocho horas en tres días estaba destrozando a Elvira. Se sentaron. Todos estaban rendidos. Incluso Del Rey, que debería estar fresco, parecía planchado, como si le hubiera pasado por encima una multitud descontenta.

– ¿Buenas o malas noticias? -preguntó Elvira.

– Una buena y otra mala -dijo Falcón-. La buena es que hemos identificado al hombre que habló con Ricardo Gamero en el Museo Arqueológico horas antes de que se suicidara.

– ¿Su nombre?

– Ángel Zarrías.

Silencio, como si todos hubieran visto a alguien encajar un feo golpe.

– Es la pareja de tu hermana, ¿no? -dijo Ramírez.

– ¿Cómo lo ha identificado? -preguntó Elvira.

Falcón le resumió la conversación de la Taberna Coloniales y cómo había conseguido que Ángel le diera la fotografía de los ejecutivos de Horizonte y el Banco Omni.

– Pero hay una mala noticia -dijo Falcón-. Y es que no estoy seguro de que esto nos haga avanzar en la cadena.

– ¿A qué se refiere?

– Lo que hemos averiguado, ¿nos ayudará a presionar a Zarrías para que nos revele algo más? -dijo Ramírez.

– Exacto -comentó Falcón-. Él fue la última persona que habló con Ricardo Gamero, ¿y qué? Conocía a Gamero de la iglesia y ya está. ¿Por qué Gamero acudió a Zarrías y no a su sacerdote? Su sacerdote había muerto. ¿De qué hablaron? Gamero estaba muy afectado. ¿Por qué? Quizá Zarrías dará la misma respuesta que me dio Marco Barreda. Quizá Zarrías le dijo a Barreda que me dijera a mí que Barreda era un gay que seguía en el armario. No sabemos lo suficiente para hacerlo cantar.

– No me creo que en ese momento concreto Ricardo Gamero acudiera a Ángel Zarrías para comentar sus problemas emocionales -dijo Del Rey.

– Podría enseñarle a Zarrías la foto de Tateb Hassani y ver cómo reacciona -dijo Elvira.

Ni Elvira ni Del Rey habían tenido noticias de Pablo, de modo que Falcón les informó de que la letra de Tateb Hassani era la que aparecía en los documentos encontrados en la caja ignífuga de la mezquita y en las notas encontradas en los ejemplares del Corán.

– En primer lugar, ¿por qué pidió que comprobaran si la letra era la misma? -preguntó Elvira.

– Se remonta a una pregunta que les hice a mis agentes cuando descubrieron el cadáver en el vertedero: ¿Por qué matar a un hombre y tomar medidas tan drásticas para destruir su identidad? Sólo lo harías porque la identificación de la víctima podría llevar a los investigadores hasta gente que la víctima conocía, o porque si se llegaba a conocer cuál era su especialidad se pondría en peligro una futura operación. La identidad de Tateb Hassani revelaba algunas cosas. Que fuera profesor ele Estudios Árabes significaba que sabía escribir árabe y que conocía el Corán en profundidad. También había dado clases de matemáticas en Granada durante los meses de verano, por lo que hablaba y escribía español. Su perfil no era el de un militante islámico: era apóstata, un ligón y bebía alcohol. Cuando perdió su trabajo en la Universidad de Columbia, que le costó su apartamento neoyorquino, necesitó dinero de manera tan desesperada que dio clases particulares de matemáticas en Columbus, Ohio, que es la sede de I4IT, la propietaria de Horizonte, que a su vez es dueña de Informaticalidad. Por fin, también me parecía sospechoso que hubieran descubierto las llaves que habían abierto la cuja ignífuga de la mezquita en el cajón de la cocina y no en el escritorio del imán, con las demás. Aquello me olía a que las había colocado allí alguien que tenía acceso al apartamento del imán, pero no a su estudio cuando él no estaba.

– ¿Y quién habría colocado las llaves?

– ¿Botín, siguiendo instrucciones de Gamero? -dijo Ramírez.

– Al principio de esta investigación, Juan nos dijo que mantuviéramos la mente abierta y no consideráramos este atentado desde una perspectiva histórica, pues los atentados islamistas no están sujetos a ningún patrón. Es cierto. Ese es su estilo. Cada atentado parece surgir de la nada y siempre hay algún sesgo que imbuye un terror aún mayor en la mente de los occidentales. Sólo hay que pensar en el virtuosismo ile los atentados cometidos hasta ahora.

«Cuando volvía de casa del guardia de seguridad, algo que me llamó la atención del atentado de Sevilla fue su falta de originalidad. Naturalmente, ese no fue mi primer pensamiento. Mi primer pensamiento fue: estos terroristas están dispuestos a atacar las viviendas de la gente. Pero ahora comienzo a comprender que el atentado de Sevilla contiene elementos de atentados anteriores. El hundimiento del edificio nos remite a los bloques de pisos de Moscú que se desmoronaron en 1999. El descubrimiento del fajín, el pasamontañas y el Corán en la Peugeot Partner nos recordaron las cintas del Corán y los detonadores encontrados en la Renault Kangoo delante de la estación de Alcalá de Henares. La utilización de Goma 2 Eco en el dispositivo colocado en la mezquita nos recordó el explosivo utilizado el 11 de marzo. La amenaza a las dos escuelas y la Facultad de Biología nos hicieron pensar en Beslán. Era como si quien hubiera planeado esta operación se inspirara en anteriores atentados.

– VOMIT -dijo Ramírez-. Si hay alguien que sabe todo lo que hay que saber de atentados terroristas islámicos, es el autor de esa página web.

– Y que ahora el guardia de seguridad haya señalado con el dedo a Ángel Zarrías tiene su lógica -dijo Falcón-. Es periodista, pero también un relaciones públicas. Sabe cómo funciona la mente humana. Y ahora me pregunto: ¿quién le filtró a Canal Sur los textos árabes encontrados en la caja ignífuga? O mejor dicho, ¿quién no necesitó que se los filtraran, pues ya los tenía en su poder? ¿Y quién comenzó a hablar del MILA? ¿Quién mandó el texto de Abdulá Azzam al ABC de Madrid desde Sevilla?

– ¿Adonde quiere llegar? -dijo Elvira-. Si fueron ellos quienes colocaron los ejemplares del Corán, el pasamontañas y el fajín, ¿fue porque estaban al corriente del hexógeno?

– No lo creo -dijo Falcón-. Creo que la idea original era tan sólo atentar contra la mezquita y la gente que había dentro. Les estaba llegando información de Miguel Botín, a través de Ricardo Gamero, de que algo se estaba cociendo. El CGI vio frustrado su intento de obtener autorización para poner micrófonos. Gamero encontró otra manera, o mejor dicho, Zarrías le reveló otra manera de controlar lo que ocurría: que vendedores de Informaticalidad vigilaran la mezquita. En cuanto vieron que Hammad y Saoudi habían iniciado unos siniestros preparativos, decidieron matarlos, y a cualquier otro desdichado que estuviera en la mezquita en ese momento, antes de que pudieran llevar a cabo el atentado que planeaban.

»Se tomó la decisión. Acabó la vigilancia. El apartamento de la calle Los Romeros volvió a alquilarse. Mientras tanto, los falsos inspectores del ayuntamiento entraron en la mezquita, colocaron un pequeño dispositivo que fundió los plomos, lo que daría acceso a los electricistas. Le dieron a Miguel Botín la tarjeta del electricista y le dijeron que se la entregara al imán. Es muy posible que Botín no formara parte de la conspiración y que Gamero le dijera que ya les habían concedido el permiso para instalar micrófonos, y que los electricistas iban a instalarlos para que el CGI pudiera vigilar la mezquita. Botín estaba presente para asegurarse de que el imán llamaba a los electricistas adecuados. Colocaron la Goma z Eco y la caja ignífuga. Todo el atentado se planeó para que pareciera que había estallado una bomba mientras la preparaban. Todo el mundo moriría, y en la caja ignífuga encontrarían el objetivo último y atroz del complot que supuestamente se tramaba.

«Sabían que Hammad y Saoudi no tramaban nada bueno, pero lo que no creo que supieran era lo poderoso que era el explosivo que guardaban en la mezquita. No creo que la detonación de cien kilos de hexógeno y la completa destrucción del bloque de pisos formaran parte del plan. Y por eso Ricardo Gamero se suicidó. No sólo porque su informador y amigo hubiera muerto, sino también porque se sentía responsable de esas muertes.

– Bien, eso devuelve la lógica a la escena del crimen -dijo Elvira-. Sin embargo, y en primer lugar, no veo a Ángel Zarrías como el único autor y cerebro de esta conspiración. Y en segundo, no sé cómo demonios va a probar nada de eso para que se aguante delante de un tribunal.

– El problema es que, si este escenario es el correcto, no puedo ir a hablar con Ángel Zarrías y enseñarle mis cartas, porque las únicas que tengo son que sé que fue la última persona que habló con Gamero cara a cara, y el impacto que puede causarle que hayamos identificado a Tateb Hassani.

– Tiene que encontrar cuál era el siguiente eslabón en la cadena después de Ángel Zarrías -dijo Del Rey-. Ese hombre es periodista y relaciones públicas. ¿Con quién ha estado vinculado como relaciones públicas?

– Gracias a esas vinculaciones fue como lo encontré -dijo Faltón-. Estaba seguro de que esa gente de Informaticalidad no actuaba sola. Supuse que recibían órdenes de la empresa matriz. Me fijé en Horizonte, y ahí fue donde me topé con sus banqueros: Banco Omni. Y…

– ¿Y?

– Jesús Alarcón había trabajado para Banco Omni -dijo Falcón, a medida que se le ocurrían más cosas-. Fue propuesto como candidato político por un viejo amigo de Ángel Zarrías, el director ejecutivo de Banco Omni, Lucrecio Arenas.

– ¿Candidato de qué? -preguntó Del Rey.

– Es el nuevo líder de Fuerza Andalucía.

– Pero en la política regional Fuerza Andalucía no pinta nada -dijo Elvira-. Las encuestas le dan el cuatro por ciento de los votos, con suerte.

– Después de que Jesús Alarcón apareciera en la tele con Fernando Alanis las encuestas le daban un catorce por ciento -dijo Falcón-. Zarrías estaba entusiasmado. Dice que la labor de relaciones públicas que hace para Fuerza Andalucía es su hobby, pero yo creo que se trata de algo más. Busca compartir el poder con el Partido Popular porque, por una vez en la vida política, quiere tener la capacidad de cambiar las cosas. Creo que quiere colocar a Jesús Alarcón en una posición en la que pueda disputarle el liderazgo al Partido Popular. No creo exagerar si afirmo que es a Jesús Alarcón lo que Karl Rove a George Bush.

– Entonces, ¿quién es el siguiente eslabón de la cadena? -preguntó Del Rey.

– Tateb Hassani se alojaba en alguna parte mientras trabajaba en la operación, y probablemente fue allí donde lo mataron -dijo Falcón-. Supuse que sería en alguna casa cerca del contenedor donde lo echaron. Los contenedores estaban en un callejón sin salida que da a una calle tranquila, lo que implicaba que lo conocían. Ahora me doy cuenta de que era Ángel Zarrías quien lo conocía, pues vive cerca, en la plaza Cristo de Burgos. Pero creo que la casa donde Tateb Hassani se alojó fue la sede de Fuerza Andalucía, que pertenece a Eduardo Rivero, en la calle Castelar.

– ¿Tiene jardín? -preguntó Ramírez-. ¿Con seto?

– Hay una especie de jardín entre la parte de delante de la casa, donde Rivero tiene su oficina, y la de atrás, que es la residencia familiar. Una vez fui allí a una fiesta con Ángel y Manuela, pero estaba oscuro y yo no buscaba setos. Ahora necesitamos a alguien que viera a Tateb Hassani entrar en esa casa, y eso nos dará el siguiente eslabón en la cadena.

– ¿Y Ángel Zarrías? -preguntó Ramírez-. ¿Crees que vale la pena someterlo a vigilancia las veinticuatro horas?

– Creo que sí, sobre todo porque probablemente no sea por mucho tiempo -dijo Falcón-. Pero hay algo que me preocupa en todo esto, y es el asesinato de Hassani.

– A Hassani lo envenenaron con cianuro -dijo Ramírez-. No es lo mismo que apuñalar, disparar o estrangular a alguien.

– En primer lugar, ¿cómo consiguieron el cianuro? -preguntó Falcón-. Y luego lo desfiguraron. Y la limpia amputación de las manos. Creo que tiene que haber un médico o un cirujano implicado en todo esto.

– ¿Y qué me dices de la bomba? -dijo Ramírez-. Hay que ser un criminal auténticamente despiadado para hacer algo así


.

Falcón llamó a Ángel Zarrías para organizar una reunión con el comisario Elvira y hablar de darle un giro a la imagen del equipo de investigación. Convinieron en profesar interés en el talento de Zarrías como relaciones públicas. También querían que Zarrías se encontrara con ellos para que Serrano y Baena pudieran iniciar el primer turno de vigilancia.

Era demasiado arriesgado que vieran a Falcón en la calle Castelar, cerca de la casa de Eduardo Rivero, donde podrían reconocerlo. La tarea de demostrar que Tateb Hassani se había alojado en casa de Rivero recayó en Ferrera, Pérez y Ramírez.

Elvira, Del Rey y Falcón esperaron en la guardería a que apareciera Ángel.

– No se le ve feliz, Javier -dijo Elvira-. ¿Está preocupado por cómo esto afectará a sus relaciones con su hermana?

– No. Eso me preocupa, pero hay algo más -dijo Falcón-. Lo que estoy pensando ahora es que, si mi hipótesis es acertada, sigue sin explicarse por qué Hammad y Saoudi trajeron cien kilos de hexógeno a Sevilla.

– Eso es cosa del CNI, no suya -dijo Elvira.

– Lo que me da miedo es que si realmente quisieras que Andalucía volviera al redil islámico sin tener un ejército ni una marina, la mejor manera de conseguirlo fuera un asedio como el de Beslán -dijo Falcón-. Cuando ocurrió me dije que probablemente fueron las fuerzas especiales rusas las que comenzaron el tiroteo, porque Putin veía que la situación se estaba volviendo imposible. Tenía que actuar antes de que el circo global de los medios de comunicación lo convirtiera en un asunto de una gran carga emocional. Si eso llegaba a ocurrir, ya se veía haciendo concesiones. La reputación de Putin se basa en la fuerza y en la dureza. No podía permitir que una banda de terroristas le hicieran parecer débil. De modo que plantó cara a la crueldad de los terroristas con la suya propia y murieron más de trescientas personas. Si una situación similar se diera en Sevilla, si se cogieran rehenes a unos niños justo cuando se han de ir de vacaciones, ¿se imagina la reacción en España, en Europa, en el mundo? Una actitud implacable como la de Putin no se podría aceptar.

– Se han dado todos los pasos necesarios -dijo Elvira-. No podemos registrar todas las escuelas de Andalucía de manera tan minuciosa como los tres edificios que hemos registrado en Sevilla, pero les hemos dicho que inspeccionen las instalaciones y la policía local también está participando.

– También nos ha dicho que creía que la implicación del MILA era una invención de Zarrías para los medios de comunicación -dijo Del Rey-. De manera que no tenemos la menor idea de cuál era la intención original de los terroristas islámicos.

– Pero ¿por qué traer un explosivo potente a Sevilla, la capital de Andalucía? -dijo Falcón-. La idea de que el MILA cometa un cruel atentado para que Andalucía vuelva al redil del Islam es desconcertantemente brillante. Es como si la ficción y la realidad se confundieran con facilidad. ¿Tenemos algún resultado de las muestras de ADN? ¿Estamos seguros de que Hammad y Saoudi murieron en la mezquita? ¿Sabemos si se desviaron en su camino entre el piso franco de Valmojado y Sevilla?

– La policía científica me ha dicho que me lo comunicará en cuanto tenga confirmación -dijo Elvira-, pero dudo que sea hoy. La Guardia Civil no nos ha dicho nada más acerca de la ruta de la Peugeot Partner. No le dé más vueltas a esta situación, Javier. Concéntrese en su tarea.

Ángel Zarrías llegó a las nueve de la noche. Falcón hizo las presentaciones y salió para dirigirse a la tienda de la policía científica. Ahora trabajaban con luz eléctrica en el lugar del atentado, ya casi llano. La grúa y las excavadoras se habían ido. Sólo el camión volquete estaba a la espera de llevarse más escombros. Falcón se puso un mono y entró en la tienda, iluminada por luces halógenas. Encontró al jefe de equipo trabajando sobre un enorme despliegue de harapos, trozos de zapato, plástico, tiras de cuero. Falcón volvió a presentarse.

– Estoy buscando cualquier cosa que pueda considerarse instrucciones para fabricar y colocar una bomba -dijo Falcón.

– ¿Algo distinto a lo que ya hemos encontrado en la caja ignífuga?

– Detalles acerca de la fabricación de la bomba -dijo Falcón-. Podrían estar cosidos en el forro de una chaqueta o en una cartera.

– Aún nos queda mucho trabajo por hacer antes de entrar en la mezquita -dijo el jefe de equipo-. Llegamos enseguida a la caja ignífuga porque dio la casualidad de que la onda expansiva la había lanzado hacia arriba. Ahora estamos yendo hacia abajo, pero es una labor muy lenta, porque hay que ir documentando todo lo que encontramos. Como muy pronto, hasta mañana por la mañana no llegaremos a la estructura principal de la mezquita.

– Sólo quería que supiera que seguimos buscando otra pieza del rompecabezas -dijo Falcón-. Podría estar en árabe, o podrían ser números o escritura árabe.

Había diez personas trabajando en el lugar del atentado. Parecía una excavación arqueológica, y sobre una mesa había un plano de la mezquita bajo una cuadrícula de referencia, donde todo lo que se encontraba quedaba anotado. La policía científica estaba apenas a treinta centímetros debajo del nivel del suelo. El hedor de la putrefacción aún llenaba el calor de la atmósfera. Se trabajaba en silencio, entre leves murmullos. Era un trabajo duro y desagradable. Falcón llamó a Mark Flowers para concertar una cita.

– Claro, ¿dónde estás?

– Estoy en el lugar del atentado -dijo Falcón-, pero estaba pensando que un buen sitio para vernos sería el piso del imán Abdelkrim Benaboura. Sabes dónde está, ¿verdad Mark?

Flowers no respondió al sarcasmo. Falcón fue andando hasta el piso del imán, que estaba en un bloque cercano, parecido al arrasado. Había un policía permanentemente en la puerta. Falcón le enseñó su identificación y el policía le dijo que no tenía autoridad para dejarlo entrar.

– ¿Sabe quién soy? -preguntó Falcón.

– Sí, inspector jefe, pero no está en mi lista.

– ¿Puedo ver su lista?

– Lo siento, señor. Es confidencial.

Sonó el móvil del policía, que contestó. Escuchó atentamente.

– Ya está aquí -dijo, y colgó.

Abrió la puerta, que estaba cerrada con llave, y dejó entrar a Falcón.

Los del CNI no habían exagerado al mencionar la cantidad de libros que había en el apartamento. La sala y el comedor estaban forrados de libros, que también se apilaban en el suelo de los dormitorios. Cubrían todas las áreas del conocimiento humano, y casi todos estaban en francés e inglés, aunque había toda una habitación dedicada a los textos en árabe. El dormitorio de atrás era el más grande, y el imán lo había convertido en su estudio: había una cama individual en una punta y un escritorio en la otra. Las paredes estaban forradas de libros. Falcón se sentó al escritorio, en una silla giratoria de madera. Abrió los cajones, que estaban vacíos. Hizo girar la silla y cogió un libro del estante más cercano. Se llamaba La función zeta de Riemann. Lo volvió a dejar donde estaba sin abrirlo.

– Los había leído todos -dijo Flowers, en la puerta-. Asombra pensar que un solo individuo concentrara todo ese saber en su cabeza. En Langley había algunos que habían leído tanto, pero no muchos.

– ¿Desde cuándo lo conocías? -dijo Falcón-. Suponiendo que esté muerto.

– Estoy seguro de que lo está -dijo Flowers-. Nos conocimos en Afganistán en 1982. Entonces él era un chaval, pero era uno de los pocos muyahidines que hablaban inglés, pues, aunque nació en Argelia, fue a la escuela en Egipto. Les proporcionábamos armas y tácticas para luchar contra los rusos. Estaba agradecido por lo que hacíamos por ellos: ayudarlos a expulsar de la tierra de Alá a esos ateos comunistas. Como sabes, no eran muchos los que se mostraban agradecidos. ¿No hay un dicho que afirma que ayudar a la gente es el camino más recto al resentimiento?

– ¿Y seguisteis en contacto todo este tiempo?

– Como puedes imaginar, hubo interrupciones. Le perdí la pista en los noventa y reanudamos el contacto en 2002. Me lo encontré en uno de mis viajes de reclutamiento por Túnez. Nunca estuvo metido en la corriente talibán ni wahabí. Como probablemente habrás intuido, era un tipo brillante, y jamás encontró un versículo del Corán que pudiera interpretarse como que aprobaba los atentados suicidas. Él era uno de ellos, pero veía las cosas con mucha claridad.

– Y no se te ocurrió decírselo a uno de tus nuevos espías, que estaba investigando…

– Oye, Javier, tuviste la información desde el primer día. Juan te dijo que no tenía autorización para acceder a su historial y que los estadounidenses habían respondido por él cuando solicitó un visado. ¿Qué más querías? ¿Su curriculum? No esperes que en este juego te lo den todo hecho. No podía permitir que fuera de dominio público que tenía un imán de espía en una mezquita de Sevilla.

– Y por eso no podíamos entrar aquí -dijo Falcón-. Lo que no entiendo es por qué no podíamos acceder al registro de sus llamadas.

– Tenía que cerciorarme de que no había nada en su apartamento que delatara que trabajaba para la CIA -dijo Flowers-. Lo que significaba tener que revisar todos estos libros. Y no soy un irresponsable. Me aseguré de que la CIA comprobara el número del electricista.

– Muy bien -dijo Falcón-. Lo acepto. Debería haber estado un poco más… al tanto. ¿Benaboura te habló de Hammad y Saoudi?

– No.

– Eso debió de molestarte.

– No tienes ni idea de la presión a la que está sometida esta gente -dijo Flowers-. Nos proporcionó muchísima información útil, nombres, movimientos, todo tipo de detalles, pero no me habló de Hammad y Saoudi porque no podía.

– Te refieres a que no podía arriesgarse a hablarte de ellos, porque si actuabais todo el mundo le habría señalado con el dedo.

– Estás aprendiendo, Javier.

– ¿Sabía lo que Miguel Botín?

– Benaboura era un hombre con experiencia.

– Entiendo -dijo Falcón considerando los hechos-. De modo que decidió que Miguel Botín era una ruta aceptable para transmitir la información sobre Hammad y Saoudi, y por eso utilizó a los electricistas que Botín le propuso.

– Comprendió la situación con gran claridad. Se dio cuenta de porqué fueron los falsos inspectores del ayuntamiento, entendió que los fusibles se fundieran y acudiera el electricista «adecuado». Lo que no se esperaba era que los electricistas le colocaran una bomba, además del micrófono.

– ¿Había un micrófono?

– Por supuesto -dijo Flowers-, tenía que averiguar dónde estaba para mantener cualquier conversación cerca. Lo colocaron en el enchufe de su despacho.

– Me pregunto si funcionaba y quién lo escuchaba -dijo Falcón-. ¿Qué tiene que decir de eso el CNI?

– Se suponía que era el CGI quien lo había colocado -dijo Flowers-. Botín trabajaba para Gamero, que estaba con el CGI, y yo nunca hablé con ellos de ese asunto porque me dijeron que había problemas de seguridad entre sus filas.

– ¿Qué me dices del enchufe extra que Benaboura se hizo instalar en la despensa?

– Eso probablemente fue una petición de Hammad y Saoudi -dijo Flowers-. Nunca me lo comentó.

– ¿Así que tampoco sabías lo del hexógeno?

– Benaboura no me lo iba a contar hasta que a él no le pareciera el momento oportuno.

– ¿Se dio cuenta de que lo vigilaban?

– ¿Te refieres al apartamento que estaba al otro lado de la calle? -dijo Flowers-. Le asombraba tanto lo burda que era que comenzó a pensar que no era vigilancia.

– ¿Hablaste de ello con alguien en su nombre?

– Le pregunté a Juan y me dijo que ellos no tenían nada que ver. Hizo algunas averiguaciones en el CGI, y me dijo que tampoco eran ellos. Una tarde yo mismo le eché un vistazo al apartamento, y estaba vacío. No había ninguna clase de equipo. Y dejé de pensar en ello.

– Es raro que me dejes hacerte tantas preguntas.

– Todo son cosas ya sabidas.

– No parece molestarte que los electricistas de Botín colocaran una bomba en la mezquita.

– Oh, me molesta. Estoy muy molesto. He perdido a uno de mis mejores agentes.

– ¿Te tragas la versión del CNI?

– ¿La de que Botín era un agente doble? -dijo Flowers-. ¿Que los terroristas islámicos para los que trabajaba sabían lo de Benaboura y querían librarse de él?

– Y de Hammad y Saoudi.

– Eso son chorradas -dijo Flowers, irritado-. Pero ya no pienso en ello. Hurgar en el pasado es tu trabajo.

– Y ahora dime una cosa: ¿qué pensaban hacer Hammad y Saoudi en Sevilla con cien kilos de hexógeno?

– El GICM no está interesado en devolver Andalucía al redil islámico -dijo Flowers-. Su prioridad es que Marruecos sea un estado islámico donde rija la sharia, pero sus sentimientos hacia Occidente son los mismos que los de esos que llamamos Al-Qaeda.

– ¿Es cierto que Hammad y Saoudi eran del GICM?

– Habían trabajado antes para ellos.

– Entonces, ¿para qué pensaban utilizar el hexógeno?

– ¿Y había más en alguna otra parte? -preguntó Flowers-. Esas son las grandes preguntas sin respuesta. Probablemente todavía estaba sin tratar cuando explotó. Sólo podemos esperar más pistas cuando lleguemos a la mezquita.

– ¿Qué hay que hacer para utilizarlo?

– Normalmente hay que mezclarlo con plástico para poder moldearlo. La mejor pista sería averiguar dentro de qué pensaban meterlo. El hardware.

– Pero si quisieras destruir un edificio, sólo tendrías que colocarlo dentro de una maleta, introducirlo en el portaequipajes de un coche y conducirlo hasta la entrada.

– Exacto.

– ¿Sabes en qué está trabajando el CNI? -preguntó Falcón, comprendiendo que su conversación con Flowers ya no iba hacia ninguna parte.

– Tendrás que preguntárselo a ellos -dijo Flowers-. Pero mi consejo es que te limites a hacer aquello por lo que te pagan. Atente a los hechos del pasado.

El móvil de Falcón vibró. Era Ramírez. Falcón contestó la llamada en la cocina, lejos de Flowers.

– Podemos confirmar que vieron a Tateb Hassani en casa de Rivero -dijo Ramírez-. No tuvimos suerte con la gente de los alrededores, pero Cristina vio a una mujer que salía de la casa que dio la casualidad que era la doncella que se encargaba de la habitación de Hassani. Lo vio por primera vez el 29 de mayo, y por última el 2 de junio. No trabajaba los fines de semana, al igual que las demás doncellas de la casa. No está absolutamente segura, pero le parece que mientras estuvo en la casa no salió ni una sola vez. Estuvo trabajando en las oficinas de Fuerza Andalucía, en la parte de delante del edificio, y allí comía casi siempre.

– ¿Alguna noticia de Ángel Zarrías?

– Por eso llamo. Acaba de llegar a casa de Rivero, unos cinco minutos después de que apareciera Jesús Alarcón. Están todos. Debe de ser una reunión de estrategia de Fuerza Andalucía.

– Dile a Cristina que encuentre a alguien que trabajara en casa de Rivero el sábado por la noche. Debieron de darle algo de cenar a Tateb Hassani, lo que implicaba que había un cocinero, empleados de servicio, esa clase de gente.


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