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Sevilla. Sábado, 10 de junio de 2006, 10:00 horas


– Pensábamos que ya no estaba con nosotros -dijo Pablo.

– También yo lo pensaba -dijo Falcón.

– ¿Sigue a nuestro lado?

– Estoy cansado, ha sido un duro golpe para mí que la pareja de mi hermana esté tan implicada en todo esto; estoy inquieto por lo que le ha pasado a Yacoub, y a causa de estos dos asesinatos he perdido la posibilidad de resolver mi investigación -dijo Falcón-. A lo mejor en su mundo está acostumbrado a esto, pero en el mío es siniestro.

– Cuando se nos ocurrió la idea de utilizarle le dije a Juan que era esperar demasiado -dijo Pablo-. Operar en dos mundos, el real y el clandestino, es el camino más rápido a la paranoia.

– De todos modos, ahora estoy en el otro lado -dijo Falcón-. Creo que deberíamos ir a El Saucejo.

– Yo no puedo -dijo Pablo-. Juan acaba de llamarme para que vuelva a Madrid. Hay mucha «cháchara» en internet y también ha habido movimiento. No puede permitirse tenerme aquí ayudándole…

– Así pues, ¿qué van a hacer con Hammad y Saoudi, con el hexógeno restante, con el «hardware» que no llegó y con el «trastorno de un plan que ha exigido una gran reorganización»? -dijo Falcón-. ¿No es eso lo que ustedes llaman inteligencia? Han asustado a Yacoub hasta casi matarlo para conseguirles esta información.

– No sé qué espera encontrar en El Saucejo -dijo Pablo-. ¿A Hammad y Saoudi sentados sobre una montaña de hexógeno, ayudando a empaquetarlo en el «hardware» y siguiendo con el plan? No lo creo.

Falcón deambuló por la habitación, mordiéndose el pulgar.

– Este hardware… al que no dejamos de referirnos. No parece que sea fácil de conseguir. No es algo que vas a comprar a una tienda -dijo Falcón-. Por alguna razón me parece que se fabrica de encargo para ciertas tareas.

– Podría ser. Siga teniendo ideas. Siga mandándoselas a Yacoub a ver si él nos cuenta algo importante. Es todo lo que podemos hacer.

– Me dijo que lo único que haría que se interesaran por nuestra investigación era que descubriéramos que el imán, o Hammad y Saoudi, no estaban en la mezquita cuando explotó -dijo Falcón-. Y ahora parece que les importa un pito.

– Las cosas han cambiado. Nos han llamado para que volvamos a Madrid. Me piden que contemple otras hipótesis.

– Pero ¿no le parece importante que trajeran el hexógeno original a Sevilla, que haya más hexógeno por ahí, que Hammad y Saoudi estén vivitos y coleando, y que sepamos que existe la intención de cometer un atentado? -dijo Falcón-. ¿No creen que todo eso quiere decir… algo?

– Dado el nivel de seguridad que rodea todos los edificios importantes, el anuncio hecho ayer por la noche de que vuelven a entrar en vigor los controles de carretera y la presencia policial en las calles, creo que es improbable que intenten nada en Sevilla.

– Eso suena a comunicado oficial -dijo Falcón.

– Lo es -dijo Pablo-. La verdad es que no tenemos ni idea. El martes por la tarde inspeccionaban todos los vehículos que entraban y salían de Sevilla, el miércoles por la noche realizaban controles al azar porque la gente se quejaba de los atascos, el viernes abandonaron los controles porque la gente seguía quejándose, y ahora vuelven a ponerlos en marcha y ya veremos qué pasa. La vida sigue, Javier.

– Es como si dijera que no debemos preocuparnos demasiado si la población no está inquieta -dijo Falcón-. Pero ellos no saben lo que nosotros sabemos: que hay más hexógeno, que existe la intención de cometer un atentado, y que durante veinticuatro horas se dejó de inspeccionar los vehículos que entraban y salían.

– Toda la información está en manos de Juan, y si me ha llamado para que vaya a Madrid es porque lo que pasa allí es más «importante» que todo lo que pueda ocurrir aquí -dijo Pablo.

Fueron a El Saucejo: Gregorio y Falcón ocupando la parte delantera del coche, y detrás un artificiero, su perro y Felipe, de la policía científica. En Osuna se encontraron con la Guardia Civil, que los llevó hasta El Saucejo en su Nissan Patrol. Se detuvieron en el pueblo, recogieron a dos hombres y siguieron en dirección a Campillos. Las onduladas colinas que rodeaban El Saucejo o bien estaban cubiertas de olivos o habían sido aradas y revelaban una tierra parduzca con retazos de color tiza. La Nissan Patrol se paró delante de una casa en ruinas que quedaba a la derecha de la carretera, desde la que se veía el reluciente cardenillo de los olivos y algunas montañas más alejadas. Habían señalado con cinta la entrada y un trecho del arcén del otro lado de la carretera, unos veinticinco metros en dirección a El Saucejo.

La Guardia Civil les presentó al propietario de la casa: el hombre que había visto a Hammad y Saoudi cambiando la rueda de atrás el lunes por la mañana. Felipe comenzó a trabajar con las marcas de los neumáticos que había a un lado de la carretera y confirmó que encajaban con los de la Peugeot Partner que ahora estaba bajo custodia policial. A continuación examinó las huellas de los neumáticos que entraban y salían del patio que quedaba a la izquierda de la casa en ruinas.

Al cabo de media hora Felipe pudo asegurarles que la Peugeot Partner había llegado desde Campillos, que quedaba al este, entró en el patio y al salir se le pinchó una rueda, que repararon veinticinco metros carretera abajo.

Dentro del patio el artificiero soltó al perro, que corrió unos cuantos minutos antes de sentarse bajo una techumbre segura que quedaba cerca del edificio principal. El artificiero efectuó unas pruebas con la tierra seca y batida que había bajo la techumbre y confirmó que había restos de hexógeno.

El propietario de la casa dijo que llevaba más de treinta años deshabitada porque quedaba demasiado aislada y había problemas con el agua. Se la había alquilado a un español con acento madrileño durante seis meses. No firmaron contrato y el hombre le pagó seiscientos euros, diciendo que sólo la quería esporádicamente como almacén. El hombre que había visto cambiar la rueda a Hammad y Saoudi dijo que pasaba cada día por delante de la casa y nunca había visto a nadie que la utilizara. No había visto salir a la Peugeot Partner de la carretera, ya estaba apartada a un lado cuando la vio, y uno de los dos tipos cambiaba la rueda.

– Lo importante -dijo Falcón- es: ¿alguien vio entrar o salir un coche del patio desde el martes por la mañana?

Negaron con la cabeza. Falcón regresó a El Saucejo. Habló con todas las personas que encontró en el pueblo, pero nadie había visto que ningún vehículo utilizara la casa en ruinas. Dejaron que de ese asunto se encargara la Guardia Civil.

De vuelta a Sevilla, Gregorio recibió una llamada del departamento de comunicaciones del CNI, en la que le informaban de que había conseguido reinstalar el antiguo software de codificación y que el sistema ya funcionaba. Le habían mandado a Yacoub los archivos de Hammad y Saoudi, pero este, de momento, no los había recibido.

A las 2:30 de la tarde estaban de vuelta en Jefatura, sentados delante del ordenador. Inmediatamente vieron que Yacoub ya había recibido los archivos. Le enviaron una señal acordada de antemano y ya lo tenían en línea.

– Los hombres que conocéis como Hammad y Saoudi ya están otra vez en África del Norte -escribió Yacoub-. Llevan aquí desde el jueves por la mañana. Tan sólo lo sé porque cuando las noticias por satélite anunciaron que se sabía que los dos hombres no habían muerto en la mezquita hubo muchos vítores y aplausos.

– Hemos encontrado el lugar donde almacenaban el hexógeno, pero no tenemos ni idea de cuándo lo recogieron ni de dónde ha ido a parar.

– Aquí nadie lo ha mencionado.

– Los dos hombres que han sido asesinados hoy, Lucrecio Arenas y César Benito, eran la respuesta a tu prueba de iniciación. Los asesinos hicieron que pareciera obra de militantes islamistas.

– Ya se ha enviado un desmentido a Al-Yazira.

– ¿Has oído mencionar el «hardware» que se suponía que había que entregar para la remesa original de hexógeno?

– No se ha mencionado.

– Desde ayer hay mucha «cháchara» en internet y también movimiento de células en España. ¿Tienes algo que comentar?

– No hay nada específico. Hay mucho alboroto por aquí, y se habla de que se van a activar una o más células, pero no hay nada definitivo.

Nada de lo que me dice el grupo que se reúne en la casa de la medina me parece de fiar.

– ¿Puedes pensar un momento en lo que viste cuando te sacaron de Rabat para someterte a tu prueba de iniciación? Mencionaste libros de arquitectura e ingeniería y manuales de montaje de coches.

– Lo pensaré. Ahora tengo que irme.


Después de comer, Falcón mandó que llevaran a Ángel Zarrías a la sala de interrogatorios.

– No voy a grabar nuestra conversación -dijo Falcón-. Nada de lo que nos digamos será utilizado delante de un tribunal.

Zarrías no dijo nada, simplemente se quedó mirando a la persona que pudo haber sido su cuñado.

– Mi inspector ya te ha informado de que a Lucrecio Arenas le han disparado tres veces por la espalda -dijo Falcón-. La doncella lo encontró boca abajo en la piscina. ¿Quieres que la gente que mató a Lucrecio salga indemne?

– No -dijo Zarrías-, pero no puedo ayudarte, Javier, porque no sé quién estaba involucrado.

– ¿Por qué César Benito era tan importante en todo esto? -dijo Falcón-. ¿Crees que tenía algo que ver con su empresa constructora?

Zarrías pareció inquieto, como si esa pregunta le hiciera pensar en algo que hasta entonces no había considerado.

– No creo que todo esto sea por dinero, Javier -dijo Zarrías.

– Por tu parte puede que no -dijo Falcón-. Ayer Lucrecio y Jesús estuvieron hablando, y tu viejo amigo le dijo que en una democracia no se consigue el poder si no es endeudándose hasta las cejas.

Zarrías echó la cabeza bruscamente hacia atrás, como si acabaran de darle una patada en la cara.

– A lo mejor vuestros fines no eran los mismos, Ángel -comentó Falcón-. Mientras tú y Jesús estabais metidos en esto para que el mundo fuera lo que vosotros considerabais un mundo mejor, Lucrecio y César tan sólo iban detrás del dinero y el poder que eso podía proporcionarles.

Silencio.

– Ya ocurrió en las cruzadas -dijo Falcón-, ¿por qué no iba a pasar ahora? Mientras unos luchaban por la Cristiandad, otros tan sólo pretendían matar, saquear y conquistar nuevos territorios.

– No me puedo creer eso de Lucrecio.

– Quizá debería traerte a Jesús para que te comente su decepción -dijo Falcón-. No he tenido oportunidad de verlo, pero me ha dicho que a las once de esta mañana iba a dimitir de su cargo y volver a los negocios. Nunca he visto extinguirse el idealismo de nadie de manera tan categórica.

Ángel Zarrías negó con la cabeza en un gesto de rechazo.

– ¿No te paraste a pensar, Ángel, en la naturaleza de las fuerzas a las que te unías? -preguntó Falcón-. Después de envenenar a Tateb Hassani y de saber que Agustín Cárdenas le estaba amputando las manos, quemándole la cara y arrancándole el cuero cabelludo, ¿ni por un momento te paraste a pensar: «A estos extremos hemos de llegar para que el bien impere en el mundo»? Y si no lo pensaste entonces, ¿cómo no pudiste pensarlo al ver el edificio destrozado y aquellos cuatro niños muertos tapados con sus batas escolares? ¿No me dirás que entonces no pensaste que, sin darte cuenta, estabas participando en algo muy siniestro?

– Si lo pensé -dijo Ángel sin inmutarse-, entonces ya era demasiado tarde.


La conferencia de prensa tuvo lugar a las 18:00 en la sede del Parlamento Andaluz. Falcón había preparado una declaración sobre el estado de su investigación, que había sido incorporada al comunicado de prensa oficial, que leería el comisario Elvira. Falcón y Del Rey asistían a la conferencia, pero sólo para responder a preguntas de las que Elvira no tuviera información específica.

La conferencia duró una hora y fue muy tranquila. En el momento en que parecía que Elvira iba a dar por concluida la conferencia de prensa, un periodista situado al fondo se puso en pie.

– Una última pregunta para el inspector jefe Falcón. ¿Está satisfecho con este resultado?

Un breve silencio. Una mirada de advertencia de Elvira. Una mujer sentada en la fila delantera se inclinó hacia delante para verle mejor.

– La experiencia me dice que puede que tenga que estarlo -dijo Falcón-. En las investigaciones de asesinato ocurre siempre que, cuando más tiempo pasa, menos opciones hay de descubrir algo nuevo. No obstante, me gustaría decirle a la gente de Sevilla que, personalmente, no estoy satisfecho con el resultado. Con cada atentado, el terrorismo alcanza nuevas simas de iniquidad. La humanidad ahora tiene que vivir en un mundo en el que la gente está dispuesta a abusar de la vulnerabilidad de la población al terrorismo a fin de obtener poder. Me gustaría haber resuelto de manera concluyente este crimen, lo que habría implicado llevar delante de la justicia a todos los participantes, desde los que lo planearon hasta el hombre que colocó la bomba. Sólo hemos obtenido un éxito parcial, aunque, por mi parte, la batalla no acaba con esta conferencia de prensa, y quiero asegurar a todos los sevillanos que mi brigada y yo haremos cuanto esté en nuestro poder para encontrar a todos los culpables, quienesquiera que sean, aunque eso me lleve el resto de mi carrera.


Desde la conclusión de la conferencia de prensa hasta las diez y media de la noche Falcón permaneció en Jefatura, poniéndose al día de la monumental cantidad de papeleo que se había acumulado en los cinco días de investigación. Se fue a casa, se dio una ducha y se preparó para la comunicación con Yacoub de las once, cuando llegara Gregorio.

Gregorio estaba nervioso y alterado.

– Varias fuentes distintas nos han confirmado que tres células separadas se han puesto en movimiento. Un grupo salió en coche de Valencia ayer por la noche, una pareja casada salió de Madrid, y otro grupo de Barcelona, algunos juntos, otros solos, a diversas horas entre la hora de comer del viernes y primera hora de esta mañana. Parece que todos se dirigen a París.

– Veamos qué tiene que decirnos Yacoub -dijo Falcón.

Establecieron contacto y se presentaron.

– No tengo mucho tiempo -comentó Yacoub-. Me voy a París con el vuelo de las 11:30 y tardaré más de una hora en llegar al aeropuerto.

– ¿Por algún motivo?

– Ninguno. Me han dicho que reserve en mi hotel habitual en el Marais y que recibiré instrucciones a mi llegada.

Falcón le preguntó por las tres células que se habían activado en España desde el viernes, todas ellas rumbo a París.

– No he oído nada. No tengo ni idea de a qué obedece mi viaje.

– ¿Qué me dices del «hardware»?

– Todavía nada. ¿Alguna pregunta más? Tengo que irme.

Gregorio negó con la cabeza.

– Cuando te llevaron al campamento del GICM para tu iniciación, escribiste que había una pared forrada de libros: manuales de coches. ¿Recuerdas algo de ellos? Me parece curioso tener algo así.

– Todos eran de vehículos cuatro por cuatro. Recuerdo una insignia VW y una Mercedes. El tercer libro correspondía a un Range Rover, y para el último tendré que comprobar la insignia en internet. Era un Porsche. Eso es. Intentaré establecer contacto desde París.

Gregorio se puso en pie para levantarse, como si aquello hubiera sido una pérdida de tiempo.

– ¿Alguna idea? -preguntó Falcón.

– Hablaré con Juan y Pablo, a ver qué opinan.

Gregorio se marchó. Falcón se recostó en su silla. No le gustaba el trabajo de inteligencia. De repente todo se movía a su alrededor a una velocidad alarmante, con gran apremio, pero en reacción a gestos y señales electrónicos. Comprendía que la gente se volviera loca en ese mundo, donde la realidad llegaba en forma de «información» procedente de «fuentes», y a los agentes se les decía que fueran a hoteles y esperaran «instrucciones». Todo era demasiado incorpóreo para su gusto. Jamás imaginó que pensaría algo así, pero prefería su mundo, con cadáveres, forenses, policía científica, pruebas y diálogo cara a cara. Le parecía que el trabajo de inteligencia exigía el mismo esfuerzo de fe de una creencia religiosa y, a ese respecto, siempre se encontraba en un mundo nebuloso, en el que su fe en una forma de espiritualidad no llegaba al extremo de reconocer la existencia de un ser superior.

Los tres cuadernos de notas que había llenado durante el curso de la investigación reposaban en su escritorio, junto a un montón de papeleo que se había llevado a casa. Sacó una hoja de papel de la impresora, y abrió el primer cuaderno. Tenía fecha del 5 de junio, el día que lo llamaron para que viera el cadáver de Tateb Hassani en el vertedero de las afueras de Sevilla. Vio que de manera inconsciente había escrito El Rocío junto a la fecha. A lo mejor habían dicho algo por la radio.

Siempre informaban del momento en que conseguían sacar a la Virgen del Rocío de la iglesia y la hacían desfilar el Domingo de Pentecostés. Mientras garabateaba la forma de uno de los carros pintados tan típicos de la romería, se dio cuenta de que el Rocío se había convertido en un suceso tan turístico como la Semana Santa y la Feria. Siempre había atraído a miles de personas de toda Andalucía, y ahora se les unían cientos de turistas que buscaban otra experiencia sevillana. Su hermano Paco, que criaba toros de lidia, incluso había comenzado a proporcionar caballos y alojamiento a una agencia especializada en formas más lujosas de peregrinaje, con magníficas casetas, cenas con champán y flamenco cada noche. Hoy en día había versiones lujosas de todo. Probablemente también existía la versión caviar del Camino de Santiago. La decadencia incluso se había contagiado a las peregrinaciones. Debajo del dibujo de la carreta escribió: El Rocío. Turistas. Sevilla.

Siguió hojeando las notas al azar. Cada vez que lo hacía no podía dejar de pensar en los artistas y escritores con sus cuadernos de notas. En las grandes retrospectivas de los artistas le encantaba cuando los museos exhibían los cuadernos de apuntes, que con el tiempo acababan convirtiéndose en cuadros importantes y reconocidos.

Una línea que había escrito en el reverso de una hoja le llamó la atención: agotar los recursos de Occidente con medidas de seguridad cada vez más estrictas, amenazar la estabilidad económica atacando lugares turísticos del sur de Europa y centros financieros del norte: Londres, París, Fráncfort, Milán.

¿Quién había dicho eso? ¿Había sido Juan? ¿O quizá lo había escrito Yacoub?

En la pared que quedaba junto a su escritorio había un mapa de España, y se acercó sin levantarse de la silla. ¿Era Sevilla el lugar al que uno transportaría explosivos para llevar a cabo atentados en la infraestructura turística de Andalucía? Granada quedaba más al centro. La Costa del Sol era más accesible desde Málaga. Entonces se acordó del «hardware». Para crear pánico en una población turística sólo necesitabas una bomba casera rellena de tuercas, tornillos y clavos, así que ¿por qué tomarse la molestia de fabricar un hardware especial y procurarse hexógeno? Regresó al escritorio. Otra nota: exógeno - alta capacidad de destrucción = potencia explosiva, efecto destructor. Exacto. El hexógeno había sido elegido por su potencia. Una pequeña cantidad provocaba mucho daño. Y con ese pensamiento su mente repasó los edificios más importante de Andalucía: el parlamento regional de Sevilla, las catedrales de Sevilla y Córdoba, la Alhambra y el Generalife de Granada. Pablo tenía razón, sería imposible acercar una bomba a esos lugares con toda la región en estado de alerta antiterrorista.

Su ordenador le dijo que era medianoche. No había comido. Quería salir y estar con gente. Normalmente habría acudido a Laura para que le llenara la noche del sábado, pero habían terminado. Se desvió hacia pensamientos morbosos y se acordó del funeral de Inés. Sus padres, perdidos como niños en un mar de gente. Apartó esa idea de su mente, y caminaba hacia el patio cuando se acordó de la llamada de Consuelo. No había esperado que fuera tan considerada. Era la única persona que le había llamado por lo de Inés. Ni siquiera Manuela lo había llamado. Sacó el móvil. ¿Era un buen momento? Encontró su número, pulsó el botón de llamada, dejó que el teléfono sonara dos veces y cortó. Era sábado por la noche. Consuelo estaría en el restaurante, o con sus hijos. Dos o tres imágenes de sus encuentros sexuales cruzaron su mente. Habían sido intensos y satisfactorios. Tuvo un arrebato de deseo físico y químico. Volvió a apretar el botón de llamada y antes incluso de que empezara a dar señal se oyó a sí mismo intentando apagar su deseo con una torpe cháchara insustancial. Volvió a cortar. Era demasiado para un solo fin de semana: había cortado con su novia, habían asesinado a su ex mujer y ahora quería reavivar una relación amorosa que se había extinguido a los pocos días de empezar y que llevaba apagada casi cuatro años. Consuelo le había llamado para darle el pésame como haría una amiga. No había nada más.

Fuera hacía calor, y las calles estaban animadas. Los seres humanos eran criaturas resistentes. Se acercó hasta El Arenal y entró en el Galicia, donde preparaban un pulpo delicioso y servían vino turbio. Mientras comía se vio en las noticias, respondiendo a la última pregunta que le habían formulado en la conferencia de prensa. Reprodujeron su respuesta entera. El camarero le reconoció y no sólo no le cobró, sino que le sirvió más vino.

Cuando volvió a la calle se sintió agotado de repente. Las horas de trabajo adrenalínico le estaban pasando factura. Compró una «pringa», un rollito relleno de carne picante, y se lo comió de camino a casa. Se derrumbó en la cama y soñó con Francisco Falcón: este volvía a estar en la casa y daba unos golpecitos en una pared para revelar una cámara secreta. Se despertó en la profunda oscuridad de su habitación con el corazón desbocado. Sabía que no podría dormirse al menos en dos horas.

En el piso de abajo hizo zapping entre los infinitos canales por satélite, buscando una película, cualquier cosa que disminuyera su actividad cerebral. Sabía por qué estaba despierto: se había oído en las noticias haciendo esa promesa a los sevillanos. No podía quitarse a Hammad y Saoudi de la cabeza. El hexógeno que habían almacenado en la casa en ruinas cerca de El Saucejo. La gran «reorganización» y los problemas que la bomba había provocado en los planes del GICM.

En la pantalla de televisión apareció la confrontación entre dos ejércitos en una película épica reciente de espadas y sandalias. Ya la había visto y no le causó una gran impresión, aparte de la idea del escenógrafo de cómo habría sido el caballo de madera de haberlo construido los griegos a partir de trirremes, como se supone que hicieron. Tuvo que esperar más de una hora para que le pusieran al caballo la parte que le permitía rodar, y, mientras estaba echado en el sofá, dejándose llevar por la trama, se asombró ante el poder del mito. Ante cómo una idea, aunque tuviera algún fallo en su lógica, podía acabar abriéndose paso hasta la psique del mundo moderno. ¿Por qué los troyanos metieron el maldito trasto dentro de los muros de la ciudad? ¿Por qué, después de todo lo que habían pasado, no sospecharon nada?

Justo en el momento en que se preguntaba si alguna vez existiría una generación que nunca hubiera oído hablar del caballo de madera, el animal apareció en pantalla. Esa visión accionó algo en su cerebro, y todos los pensamientos, las notas y los apuntes inconexos de los últimos cinco días encajaron, le hicieron levantarse de un salto y meterse en su estudio.


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