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Sevilla. Jueves, 8 de junio de 2006, 14:05 horas


– ¿Y por qué no están todas esas otra líneas de investigación anotadas en un informe? -preguntó el comisario Elvira, apartando la mirada de Del Rey y dirigiéndola a Falcón.

– Como sabe, he estado ayudando al CNI en una de sus misiones -dijo Falcón-. He tenido que investigar el asesinato que ocurrió antes del atentado, y desde hace poco también he de investigar un suicidio. No obstante, creo que todas estas investigaciones están relacionadas y deberían hacerse avanzar de manera conjunta. En ningún momento me he desviado de mi intención inicial, que era averiguar qué pasó en el edificio destruido. No me negará que se ha dado una ruptura en la lógica de los hechos, y mi trabajo es crear diferentes líneas de investigación para encontrar la lógica necesaria que nos permita resolver el caso. No oí lo que dijeron en televisión, pero me han explicado que fue el entrevistador el que interrumpió al juez Del Rey y le soltó: «Así pues, ¿cree que fueron los nuestros los que cometieron esta atrocidad?». Fue esa pregunta la que causó este problema de relaciones públicas.

– ¿Problema? -dijo Elvira-. Catástrofe de relaciones públicas. Otro más que añadir a la debacle de esta mañana.

– ¿Ha hablado con Ángel Zarrías, del ABC? -preguntó Falcón.

– En estos momentos nos andamos con pies de plomo en nuestra relación con la prensa -dijo Elvira-. El comisario Lobo y yo vamos a mantener una reunión estratégica para ver cómo podemos subsanar el daño.

– El juez Del Rey ha hecho un gran trabajo poniéndose al día en muy poco tiempo de una investigación muy complicada y sensible -comentó Falcón-. No podemos permitir que los medios de comunicación marquen el ritmo de la investigación. Ya se han dado cuenta de que es fácil manipular a una opinión pública nerviosa jugando con nosotros por la tele.

– Aquí sólo jugamos a descubrir la verdad -dijo Elvira-. La verdad presentable y la verdad aceptable. Y todo es cuestión de…

– ¿Y qué me dice de la verdad de los hechos? -dijo Falcón.

– Y todo es cuestión -dijo Elvira, asintiendo ante su pequeño lapsus- de revelarla en el momento oportuno. Qué verdad dar a conocer y cuándo.

– ¿Han acabado de traducir el texto árabe que acompañaba los planos? -preguntó Falcón.

– Así que no vio las noticias antes de que saliéramos nosotros -dijo Elvira-. Ni tampoco nosotros, y por eso ese condenado entrevistador se agarró a lo que estaba diciendo el juez Del Rey. Hasta después no nos enteramos de que habían filmado las evacuaciones de las dos escuelas y de la Facultad de Biología, y que se había transmitido la traducción de uno de los textos en árabe.

– Los textos son instrucciones de cómo precintar los tres edificios -dijo Del Rey-, dónde retener a los rehenes y dónde colocar los explosivos a fin de asegurar el mayor número de muertos posible si las fuerzas especiales irrumpieran. En los tres textos hay unas instrucciones finales, que indican que hay que liberar un rehén cada hora, comenzando por los niños más pequeños en el caso de las escuelas, y dispararles por la espalda mientras se alejan, delante de todos los medios de comunicación. Este proceso continuará hasta que el gobierno español reconozca formalmente que Andalucía es un estado islámico regido por la ley de la sharia.

– Bueno, eso explica por qué casi hubo un motín en el bar donde me encontraba -dijo Falcón-. ¿Cómo llegó el texto a manos de los periodistas?

– Lo entregaron en la recepción de Canal Sur en un sobre marrón acolchado, dirigido al productor de programas de actualidad -dijo Del Rey.

– He puesto en marcha una investigación -dijo Elvira-. ¿Qué hacía en un bar?

– Estaba hablando con la última persona con la que habló Ricardo Gamero antes de matarse -dijo Falcón-. Es vendedor de Informaticalidad.

– ¿El último que fue visto hablando con Gamero no fue el anciano del Museo Arqueológico? -preguntó Del Rey.

– No. Me refiero a la última llamada que constaba en el móvil privado de Gamero -dijo Falcón-. Comisario, supongo que antes de entrar al cuerpo se investiga a todos los miembros de la brigada antiterrorista del CGI, incluyendo su sexualidad.

– Naturalmente -dijo Elvira-. Se investiga a cualquiera que tenga acceso a información confidencial para asegurarnos de que no sea vulnerable.

– ¿Así que sabrían si Gamero era homosexual?

– Por supuesto… a no ser que, ya sabe, no practicara… por así decirlo.

– El tipo con el que he hablado, Marcos Barreda, estaba a punto de venirse abajo cuando todo el bar se volvió loco. Sabe algo. Creo que piensa que sea lo que sea aquello en lo que él o ellos están metidos, se ha descontrolado. Para empezar, está muy afectado por la muerte de Gamero. Eso no figuraba en el guión.

– ¿Y qué guión es ese? -preguntó Elvira, desesperado por encontrar uno.

– No lo sé -dijo Falcón-. Pero es algo que explica lo que pasó en la mezquita el martes. Si tuviera hombres suficientes, llevaría a todo el personal de Informaticalidad a Jefatura y los interrogaría hasta que cantaran.

– Así pues, ¿cuáles fueron las últimas palabras de Gamero? -preguntó Elvira.

– Gamero le dijo a Barreda que estaba enamorado de él -dijo Falcón-. No se había atrevido a decírselo porque le daba vergüenza. Me pareció significativo que se fuera al lavabo. Estoy seguro de que llamó a alguien que le aconsejó lo que tenía que decir. Estaba a punto de venirse abajo y a los pocos minutos era como si nada hubiera pasado.

– ¿Qué tenemos entonces contra Informaticalidad?

– Nada, aparte de que el piso fue comprado con dinero negro.

– ¿Y para qué cree que se utilizaba ese piso?

– Para vigilar la mezquita.

– ¿Con qué fin?

– El de cometer un atentado contra ella, o posibilitar que otros lo hicieran.

– ¿Por alguna razón en concreto?

– Aparte de que se trata de una organización reclutada entre miembros de la Iglesia Católica, y por tanto representativa de la derecha religiosa, que se opone a la influencia del Islam en España, no estoy del todo seguro. Es posible que exista un aspecto político o económico que de momento se me escapa.

– Lo que tiene no es suficiente -dijo Elvira-. Ha interrogado a todos los vendedores y ha intentado aprovecharse de la vulnerabilidad de Marco Barreda sin éxito. Todo lo que tiene es una teoría sin nada que la sustente. ¿Cómo va a presionar a nadie? Si los trae a Jefatura, los acompañará una legión de abogados. Entonces tendrá que enfrentarse a la prensa. Va a necesitar algo mucho más sólido que su instinto si quiere poner Informaticalidad patas arriba.

– También me preocupa el hecho de que eso fuera todo lo que hicieran -dijo Falcón, asintiendo-. Proporcionar vigilancia e información y nada más. En cuyo caso podríamos pasarnos días interrogándolos y no llegar a ninguna parte. Necesito otro vínculo. Quiero al viejo que vieron hablando con Gamero en el museo.

– ¿Le enseñó el dibujo a Marco Barreda? -preguntó Del Rey.

– No. Me preocupaba que el parecido no fuera bueno y quería apretarle en su punto más vulnerable, que era Gamero.

– ¿Qué va a hacer ahora?

– Voy a echar un vistazo a los miembros de la junta directiva de Informaticalidad y otras empresas del grupo -dijo Falcón-, incluyendo la sociedad de cartera, Horizonte, y comprobar si alguno se parece al retrato robot. ¿Qué están haciendo los del CGI y el CNI?

– En estos momentos les preocupa el futuro -dijo Elvira-. Juan ha vuelto a Madrid. Los otros utilizan los nombres obtenidos en la investigación para encontrar pistas que les llevan a otras células o redes.

– Así pues, estamos solos en nuestra investigación.

– Sólo regresarán si descubrimos, por las muestras de ADN, que el imán, o Hammad o Saoudi, no estaban en la mezquita en el momento de la explosión -dijo Elvira-. Por lo que a ellos se refiere, de aquí no pueden sacar nada más, y les preocupan más los posibles atentados.

De vuelta en su oficina, Falcón hizo una búsqueda en internet de Informaticalidad y Horizonte y grabó fotos de los directores de cada una de las empresas, de los grupos y de la sociedad de cartera. Mientras observaba los resultados de la búsqueda en Horizonte se topó con una página web dedicada a la celebración de su cuarenta aniversario, en 2001. Como esperaba, la página mostraba un banquete con más de veinticinco fotos de los peces gordos en sus mesas.

La memoria es un órgano extraño. Parece funcionar de manera azarosa, pero los demás sentidos son capaces de encauzarla. Falcón sabía que si nunca lo hubiera visto por televisión jamás lo habría distinguido entre las demás caras de esa cena de Informaticalidad celebrada entre velas y flores. Se paró, volvió atrás. Allí estaba, el inconfundible Jesús Alarcón, con su bella esposa sentada tres lugares a su derecha. Miró el pie de foto, que no decía nada, aparte de que se trataba de la mesa de los banqueros de Horizonte: Banco Omni. Bueno, eso encajaba. Alarcón había sido banquero en Madrid antes de ir a vivir a Sevilla. Imprimió la página con todas las fotos y salió de Jefatura. Serrano le había dado el nombre del guardia de seguridad del Museo Arqueológico.

Llamaron al guardia de seguridad y este acudió al mostrador de venta de entradas. Falcón le enseñó las fotos, que él examinó rápidamente, negando con la cabeza. Pasó el dedo por las fotos del banquete del cuarenta aniversario. No reconoció a nadie.

Hacía demasiado calor para comer ni un tentempié bajo las flores color púrpura de los Jacarandas del parque, así que Falcón volvió al centro con demasiadas cosas en la cabeza. Le llamó Pablo, del CNI, y quedaron en verse en un bar de la calle León XII, cerca del edificio del atentado.

Falcón llegó el primero. Era un local muy abandonado. Los camareros ni siquiera se habían molestado en limpiar la capa de colillas, sobrecitos de azúcar y servilletas de papel, hasta los tobillos de gruesa, después de la pausa del café. Pidió gazpacho, que tenía un poco de gas, y una rodaja de atún, menos sabrosa que el plato en el que se la sirvieron. Las patatas fritas estaban empapadas en aceite. Todo iba bien. Pablo llegó y pidió un café.

– Lo primero -dijo, sentándose-. Yacoub ha contactado con nosotros y le hemos dado instrucciones en su nombre. Sabe qué hacer.

– ¿Y qué tiene que hacer?

– Yacoub pertenece a dos mezquitas. La primera está en Rabat: la Gran Mezquita Ahl-Fez, a la que asisten los ricos y poderosos. No se conoce por ninguna actitud radical islámica. Pero también pertenece a la mezquita de Salé, cerca de donde trabaja, que es un lugar totalmente distinto, y Yacoub lo sabe. Todo lo que tiene que hacer es pasarse al otro lado y comenzar a involucrarse. Conoce a la gente…

– ¿Por qué conoce a la gente?

– Javier -dijo Pablo con una mirada reprobatoria-, no me lo pregunte. No tiene por qué saberlo.

– ¿Hasta qué punto va a ser peligroso para él? -preguntó Falcón-. Quiero decir que los radicales islámicos no son famosos por su misericordia, y me imagino que son especialmente inmisericordes con los que los traicionan.

– Siempre y cuando se mantenga en su papel no corre peligro. Se comunica con nosotros a distancia. No hay ningún encuentro personal, que es cuando se suele estropear todo. Si necesita ver a alguien siempre puede organizar un viaje de negocios a Madrid.

– ¿Qué pasa si lo cogen y empieza a enviarnos e-mails de desinformación?

– En la correspondencia que mantenga con nosotros tiene que usar una frase concreta. Si no la utiliza entonces sabemos que no es él quien escribe y actuamos en consecuencia.

– ¿Cuánto tardarán los de la mezquita en confiar en él? -dijo Falcón-. Ustedes son de la opinión de que la bomba fue un error, o una maniobra de distracción. A lo mejor los del CNI se precipitan con la información que él envíe si creen que puede ayudar a impedir los atentados que ya han sido planeados.

– El CNI reconocerá inmediatamente el valor de la información…

– ¿Alguna vez se había acercado a Yacoub el GICM? -preguntó Falcón; era algo que se le acababa de ocurrir.

– Por su negocio, la posición de Yacoub es única -dijo Pablo, haciendo caso omiso de manera ostensible de la pregunta de Falcón-. Puede viajar a todas partes y es muy conocido y respetado por la gente de su gremio, que confía en él. No despertará ninguna sospecha en las autoridades marroquíes que buscan radicales, ni en las autoridades españolas que buscan terroristas o a quienes planean los atentados. Es la persona perfecta: cualquier organización terrorista querría sus servicios.

– Pero seguramente primero le pondrán a prueba -dijo Falcón-. No sé cómo funciona, pero es posible que le den información valiosa para ver qué hace con ella. Para ver, por ejemplo, si aparece en alguna parte. Como el CNI hizo con el CGI de Sevilla, por ejemplo.

– Ese es nuestro trabajo, Javier -dijo Pablo-. Sabemos qué información podemos utilizar y cuál no. Si tenemos información que sólo puede habernos llegado a través de él, sabremos ser cautos. Si nos dice que hay una célula del GICM operando en Barcelona, no irrumpiremos en el edificio.

– ¿Qué más quería decirme?

– Queremos que esta noche se ponga en contacto con Yacoub. No es que tengamos nada que decirle, pero queremos que sepa que usted está aquí, en contacto con él.

– ¿Eso es todo?

– No. La CIA nos ha proporcionado la identidad de su hombre misterioso sin manos ni cara.

– Eso es rapidez.

– Han desarrollado todo un sistema para rastrear gente de origen árabe, incluso sin son ciudadanos estadounidenses -dijo Pablo-. Su escultor hizo un buen trabajo con la cara, y las radiografías dentales, la operación de hernia y los tatuajes corroboraron su identidad.

– ¿Qué había en los tatuajes?

– Entre el pulgar y el índice tenía cuatro puntos que formaban un cuadrado en la mano derecha, y cinco puntos en la izquierda.

– ¿Por alguna razón?

– Le ayudaban a contar -dijo Pablo.

– ¿Hasta nueve?

– Al parecer las mujeres siempre lo comentaban.

– ¿Eso está en su expediente? -dijo Falcón, asombrado.

– Lo entenderá cuando le diga que fue profesor de Estudios Arábigos en la Universidad de Columbia hasta marzo del año pasado, cuando lo expulsaron tras encontrarlo en la cama con una de sus alumnas. ¿Y sabe cómo lo encontraron? Lo denunció otra de las alumnas con la que se acostaba en la misma época.

»En una universidad estadounidense no se puede hacer eso sin que te cojan. Llamaron a la policía. Los padres de la chica amenazaron con demandar a la universidad y a él. Fue el final de su carrera… y también le costó mucho dinero. Consiguió llegar a un acuerdo sin ir a juicio por consejo de sus abogados, que sabían que perdería y que entonces ellos no cobrarían. Tuvo que vender su apartamento cerca del centro de la ciudad, que le habían dejado sus padres. El único empleo que pudo conseguir cuando el caso se olvidó fueron clases particulares de matemáticas en Columbus, Ohio. Soportó tres meses el invierno del Medio Oeste y en abril del año pasado se fue a Madrid.

«Después de eso, la información es escasa. Tenemos constancia de que hizo un viaje de tres semanas a Marruecos a final de abril. Tomó el ferry de Algeciras a Tánger el 24 de abril y volvió el 12 de mayo. Eso es todo.

– ¿Tiene nombre?

– Su verdadero nombre es Tateb Hassani -dijo Pablo-. Cuando consiguió la ciudadanía estadounidense, en 1984, que fue el año en que murieron sus padres, uno de accidente de coche y el otro de cáncer, se cambió el nombre y pasó a ser Jack Hansen. No es inhabitual que los extranjeros adopten un nombre anglosajón. Nació en Fez en 1961 y sus padres se fueron de Marruecos en 1972. Su padre era un hombre de negocios que viajaba a menudo. En treinta años Tateb sólo estuvo dos veces en Marruecos. No le gustaba. Sus padres lo obligaron a seguir una educación árabe, y su madre sólo le hablaba en francés. Hablaba y escribía árabe perfectamente. Se licenció en matemáticas, pero no pudo encontrar plaza de profesor, así que se pasó a Estudios Arábigos e hizo una tesis sobre matemáticas árabes. Se doctoró en Princeton en 1986. Dio clases en las universidades de Madison, Minnesota y San Francisco antes de acabar en Nueva York. Llevaba una vida estupenda: paga de profesor de universidad, y aparte el alquiler del apartamento que le habían dejado sus padres. Luego, cuando ocupó su plaza en Columbia, se fue a vivir al piso que había heredado y su vida era perfecta, hasta que empezó a acostarse con las alumnas.

– ¿Y en cuanto a religión?

– Consta como musulmán, pero, como habrá deducido de su biografía, había dejado de practicar.

– ¿Se sabía que tuviera alguna opinión sobre el islamismo radical?

– Puede leer el expediente que nos ha enviado la CIA -dijo Pablo, sacándolo de su cartera y dejándolo en la mesa. Parecía tener unas diez páginas.

– ¿Hay ahí alguna muestra de su letra? -preguntó Falcón.

– No que yo haya visto.

– ¿Podría enviarnos la CIA alguna muestra? -preguntó Falcón, hojeando las páginas-. En inglés y en árabe.

– Les diré que se pongan a ello.

– ¿Hablaba algún otro idioma, aparte de francés, inglés y árabe?

– También sabía hablar y escribir español -dijo Pablo-. Todos los veranos daba cursos de matemáticas en la Universidad de Granada.

– El comisario Elvira me ha dicho que al CNI ya no le interesa mucho la investigación de lo que ha pasado en Sevilla, y que Juan ha vuelto a Madrid -dijo Falcón-. ¿Significa eso que se ha descifrado el código de las versiones anotadas del Corán?

– A Juan lo han hecho volver a Madrid porque han llegado informes de que otras células, que no tienen nada que ver con Hammad y Saoudi, se han puesto en movimiento -dijo Pablo-. Seguimos interesados en su investigación, pero de una manera diferente. Y no, no hemos descifrado el código.

– ¿Cómo va la teoría de la distracción?

– Madrid ha llegado a un callejón sin salida con las conexiones de Hammad y Saoudi -dijo Pablo-. Han detenido a gente, pero es lo de siempre. Sólo estaban al corriente de lo que ellos hacían. Recibían e-mails en clave y hacían lo que les decían. Hasta ahora sólo hemos detenido a unos cuantos «socios» de Hammad y Saoudi, por lo que no se puede decir que hayamos conseguido desmantelar toda la red… si es que existe una red. Esperamos que Yacoub nos sea de alguna ayuda.

– ¿Y qué hay del MILA?

– Es una historia inventada por los medios de comunicación que se basa en hechos reales -dijo Pablo-. El grupo existe, desde luego, pero no tiene nada que ver con el atentado. Fue consecuencia directa del texto de Abdulá Azzam enviado al ABC. Algo para llamar la atención del público, pero en última instancia totalmente falso. Si quiere saber mi opinión, eso es periodismo irresponsable.

– ¿Y VOMIT? -preguntó Falcón-. ¿Eso también era infundado?

– Para nosotros eso no es una prioridad -dijo Pablo, haciendo oídos sordos a la ironía de Falcón-. Nos preocupan más futuros atentados a países europeos cometidos por células españolas que una enumeración de los anteriores.

– ¿Así que no ha cambiado nada? -dijo Falcón-. ¿Siguen creyendo que Miguel Botín era un agente doble y que alguien de su red radical le dio orden de que le entregara la tarjeta con el número del electricista al imán?

– Sé que no tiene usted fe en esa hipótesis -dijo Pablo-, pero nosotros tenemos más información.

– ¿Y no va a compartirla conmigo?

– Pídasela a su viejo amigo Mark Flowers -dijo Pablo-. Ahora tengo que irme.

– ¿Sabe? -dijo Falcón-, había un juego de llaves en un cajón de la cocina del imán que abría la caja ignífuga que sacamos de la despensa de la mezquita. Gregorio estaba conmigo cuando la abrieron, y parecía muy interesado, aunque, como siempre, no nos dijo qué fascinaba tanto al CNI.

– Así tiene que ser, Javier -dijo Pablo-. No es nada personal, es sólo la naturaleza de nuestro trabajo y el trabajo de otros de esta profesión.

– No se olvide de llamarme cuando la CIA le mande muestras de la letra de Tateb Hassani -dijo Falcón.

– ¿Qué quiere que hagamos con ellas?

– En Madrid tienen a un experto en caligrafía, ¿no?

– Claro.

Falcón agachó la cabeza y echó un vistazo al expediente de Tateb Hassani. Sabía que era infantil, pero quería demostrarle que los dos podían jugar a esconder información.

– Gregorio y yo nos pasaremos por su casa esta noche.

Falcón asintió y esperó a que Pablo se fuera. Cerró la carpeta, se reclinó y dejó vagar la mente. El televisor estaba encendido, y al final de las noticias de las tres aparecieron las evacuaciones de las escuelas y la Facultad de Biología mientras los artificieros entraban acompañados de sus perros. Poco a poco aparecía sobre las imágenes un palimpsesto del texto árabe encontrado con los planos arquitectónicos, y una voz en off leía las traducciones. Pasaban a un periodista que estaba delante de la escuela, que intentaba darle apariencia de noticia al hecho de que aún no se hubiera encontrado nada.

Falcón se fijó de pronto en la silla en la que acababa de estar sentado Pablo. Volvió a mirar las fotos del cuarenta aniversario de Horizonte y la de la mesa de Banco Omni. Eso era lo que había visto: una silla vacía junto a la mujer de Jesús Alarcón, Mónica. Al mirarla de cerca se dio cuenta de que la silla acababa de quedar vacía, y que la había ocupado un hombre de traje oscuro que se alejaba. Recortados en el fondo oscuro, sólo se veía un puño de la camisa, una mano y la nuca, con un poco de pelo gris.

La guardería estaba vacía, exceptuando la agente de policía que había en la puerta, y otra en el ordenador de una de las aulas. El hedor que llegaba de la zona del atentado no invitaba a quedarse. Falcón se conectó a internet y entró: Horizonte: cuarenta aniversario. Clicó el primer artículo, procedente de las páginas de negocios del ABC. El nombre del autor le llamó la atención porque era A. Zarrías. Leyó todo el artículo buscando tan sólo la mención del Banco Omni. Se mencionaba, pero sin ningún nombre. La fotografía mostraba a la junta directiva durante la cena. Buscó otro artículo, que había sido publicado en una revista de negocios. De nuevo el autor era A. Zarrías. Falcón clicó cinco artículos más, de los que tres habían sido escritos por Ángel. Debió de encargarse de las relaciones públicas de la celebración del cuarenta aniversario de Horizonte. Interesante. Introdujo Omni y Horizonte en el buscador.

Había miles de páginas. Fue pasando hasta que llegó a los artículos escritos en 2001. Los abrió, no para leerlos, sino para comprobar quién los había colocado. Ángel Zarrías había escrito el ochenta por ciento. Así que cuando Ángel dejó la política se metió en el periodismo, pero también hizo una lucrativa labor de relaciones públicas para el Banco Omni, lo cual, era de suponer, le puso en contacto con Horizonte. Escribió en el buscador «junta directiva Banco Omni». Fue retrocediendo en el tiempo, y en la pantalla fueron apareciendo artículos. Había nombres, pero nunca fotos. De hecho, la única foto que encontró de algún empleado del Banco Omni fue la que se había tomado en el banquete del cuarenta aniversario de Horizonte.


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