Sevilla. Martes, 6 de junio de 2006, 18:30 horas
Las oficinas del ABC, un cilindro de cristal en la Isla de la Cartuja, estaban lo más cerca de la locura que puede un trabajo tan histérico como el periodismo. Ángel Zarrías observaba desde el borde de la sala de redacción mientras los periodistas aullaban a los teléfonos, vociferaban a los ayudantes y se arengaban mutuamente.
A través de las parpadeantes pantallas de ordenador, los cables telefónicos estirados hasta casi partirse, y los triángulos formados por manos y cabezas, Ángel contemplaba la puerta abierta del despacho del director. Estaba haciendo tiempo. Ese era el momento de los cazanoticias, cuyo trabajo era encontrar historias que el director entrelazaría para elaborar el tono y la imagen correctos y ofrecer la nueva historia de una ciudad en crisis.
Después de dejar a Manuela, mientras se dirigía a las oficinas del ABC, le había pedido al taxista que lo dejara cerca de la plaza de toros de la Maestranza, donde vivía su amigo Eduardo Rivero, y que también era la sede de su partido político: Fuerza Andalucía. La noche anterior había cenado con Eduardo y los nuevos patrocinadores del partido. Se había tomado una decisión importante, que no había sido capaz de compartir con Manuela hasta que se hiciera oficial. Tampoco había sido capaz de confesarle que a partir de ese momento iba a trabajar más para Fuerza Andalucía que para el ABC. Por su cabeza rondaban cosas mucho más importantes que quejarse de los matrimonios entre personas del mismo sexo en su columna política diaria.
La impresionante casa de Rivero poseía todas las características que delataban su educación y mentalidad tradicionales. La fachada era de un color terracota intenso, los contornos de las ventanas resaltaban en ocre, y todas tenían unas magníficas rejas de hierro forjado. La puerta principal tenía tres metros de altura, era de roble, barnizada de color castaño y tachonada de medallones de latón. Se abría a un gran patio de losas de mármol, en el que Rivero se había alejado levemente de la tradición plantando dos cuadrados de seto. En el centro de cada uno había una estatua; a la izquierda Apolo, y a la derecha Dioniso, y en medio la enorme pila de una fuente de mármol blanco, cuyos sobrios chorrillos mantenían la casa, a pesar de los ídolos paganos, en un estado de devoción religiosa.
La parte delantera de la casa era la sede del partido; abajo estaba la zona administrativa, y arriba se discutían y decidían las líneas políticas. Ángel subió las escaleras que había al cruzar la puerta y que conducían al despacho de Rivero, que le esperaba en compañía de su segundo: Jesús Alarcón, mucho más joven. De manera poco habitual, Alarcón y Rivero estaban sentados juntos en mitad de la sala. La butaca de madera y cuero del jefe, situada tras un colosal escritorio de roble inglés, estaba vacía. Se estrecharon la mano. Rivero, de la misma edad que Ángel, parecía extraordinariamente relajado. Ni siquiera llevaba corbata, y la chaqueta colgaba en el respaldo de la silla. Sonreía tras un poblado bigote blanco. No parecía que el escándalo le hubiera afectado.
– Como todo buen periodista, Ángel, has llegado en el momento crucial -dijo Rivero-. Hemos tomado una decisión.
– No me lo creo -dijo Ángel.
– Pues te lo tendrás que creer, porque es cierto -dijo Rivero-. Me gustaría presentarte al nuevo líder de Fuerza Andalucía, Jesús Alarcón. El nombramiento es efectivo desde hace cinco minutos.
– Creo que se trata de una decisión audaz e inteligente -dijo Ángel, estrechándoles las manos a ambos y abrazándolos-. Te lo tenías muy callado.
– El comité lo votó ayer por la noche antes de que nos reuniéramos para cenar -dijo Rivero-. No quería divulgar la noticia hasta que él aceptara, y lo ha hecho. Algo tenía que ocurrir antes de la campaña de 2007, y con la explosión de esta mañana, la campaña empieza hoy… ¿y qué mejor manera de dar el pistoletazo de salida que con un nuevo líder?
La expresión de Alarcón era una máscara de seriedad, con toda la gravedad que la ocasión exigía, aunque no podía ocultar la satisfacción que le invadía. Su traje gris, su corbata oscura y su camisa blanca no podían contener su sensación de triunfo. Era el alumno al que, en la entrega de premios, acaban de decirle que ha obtenido el primero.
Ángel Zarrías conocía a Jesús Alarcón desde 2000, cuando se lo presentó su amigo Lucrecio Arenas, director ejecutivo del Banco Omni de Madrid. En los últimos seis años Ángel había introducido a Jesús en la órbita de Eduardo Rivero, y de forma gradual le había ayudado a escalar posiciones de mayor importancia dentro del partido. Ángel nunca había dudado de la inteligencia de Alarcón, de su compromiso político ni de su astucia, pero, como antiguo relaciones públicas, le preocupaba su falta de carisma. Sin embargo, arrancar el liderazgo de las temblorosas garras de Rivero había provocado un extraordinario cambio en el joven. Físicamente era el mismo, pero su seguridad en sí mismo era palpable y deslumbrante. Ángel no se pudo reprimir. Abrazó otra vez a Jesús, ya nuevo líder de Fuerza Andalucía.
– Como sabes -dijo Rivero-, en las tres últimas elecciones nuestro porcentaje de votos ha crecido lentamente, pero se ha estancado en el 4,2 por ciento, y eso no es suficiente para que el Partido Popular nos elija como socios. Necesitamos una nueva energía en la dirección.
– Tengo experiencia en los negocios -dijo Alarcón, interrumpiéndole con su recién adquirida confianza- que me permitirá recaudar fondos hasta un nivel sin precedentes, pero este es un detalle de importancia limitada en este aletargado ambiente político. El acontecimiento de esta mañana nos ha proporcionado una oportunidad única de centrar la mente de los votantes en la real y perceptible amenaza del Islam radical. Le proporciona una nueva fuerza a nuestra política de inmigración, que anteriormente, incluso después del 11-S, fue tachada de extremista y de desfasada respecto a la que siguen las sociedades contemporáneas. Si nos pasamos los próximos ocho meses haciendo llegar ese mensaje a la población de Andalucía, tenemos la oportunidad de que nuestro porcentaje de votos aumente de forma considerable en 1007. Tenemos la ideología que mejor se adapta a estos momentos, y puedo recaudar dinero para que se oiga en toda la región.
– No creo que sea una coincidencia que el primero que me llamara después de la explosión de El Cerezo fueras tú, Ángel -dijo Rivero-.
Tú, más que nadie sabes qué causaría una gran impresión en la población de Andalucía mañana por la mañana.
Ángel se reclinó en la silla, se pasó los dedos por el pelo y siseó entre los dientes apretados. Sabía lo que quería Rivero, y dadas las circunstancias no iba a ser fácil.
– Piensa en el impacto que tendría -dijo Rivero, señalando a Jesús con la cabeza-, su cara, su perfil, y sus ideas en las páginas del ABC Sevilla el día después de una catástrofe así. Haríamos polvo a Izquierda Unida, y por la noche el Partido Andalucista se retorcería en la cama.
– ¿Estás preparado para lo que puedo hacer por ti? -preguntó Ángel.
– Estoy más preparado que en ningún otro momento de mi vida -dijo Alarcón, y le entregó su curriculum.
De camino a las oficinas del ABC, Ángel se reclinó en el asiento del taxi y le echó un vistazo al curriculum de Alarcón. Jesús Alarcón había nacido en Córdoba en 1965. A los diecisiete años se había matriculado en la Universidad de Madrid para estudiar filosofía, historia política y economía. Como católico acérrimo, despreciaba el credo ateo del comunismo, y creía que la mejor manera de derrotar al enemigo era conocerlo. Estuvo en la Universidad de Berlín estudiando ruso e historia política de Rusia. Se encontraba en Berlín -y existía una fotografía que daba fe de ello- cuando cayó el muro en 1989. Nadie esperaba que ocurriera de ese modo, y aquel suceso crucial le dejó sin causa por la que luchar.
Al mismo tiempo se hundía el negocio de su padre, que murió poco después. Seis meses después su madre siguió a su marido a la tumba, y Jesús mandó una solicitud al INSEAD de París para hacer un máster. En la Navidad de 1991 trabajaba para McKinsey's en Boston, y en los cuatro años siguientes se convirtió en uno de sus analistas y consultores en América Central y del Sur. En 1995 pasó a trabajar para el equipo de fusiones y adquisiciones de Lehman Brothers. Allí cambió su esfera de operaciones, se dedicó a la Unión Europea y acumuló una poderosa lista de inversores que buscaban sacar tajada en la floreciente economía española. En 1997 su vida cambió de nuevo cuando conoció a una hermosa sevillana llamada Mónica Abellón, cuyo padre había sido uno de los principales clientes de Jesús. El padre de Mónica lo presentó a Lucrecio Arenas, que le ofreció un puesto en el hermético Banco Omni y se lo llevó a Madrid, donde Mónica trabajaba como modelo.
Fue en 2000 cuando Ángel, harto del Partido Popular, trabajó de relaciones públicas para los clientes del Banco Omni. Lucrecio Arenas, convencido de que había encontrado a un futuro líder de España en Jesús Alarcón, estaba impaciente porque su reciente descubrimiento le hincara el diente a la política regional, y había solicitado la ayuda de Ángel. En cuanto Ángel presentó a Alarcón a Eduardo Rivero y a los demás miembros del comité ejecutivo de Fuerza Andalucía, estos le acogieron en el redil y reconocieron a uno de los suyos. Jesús Alarcón era tradicionalista, católico practicante, detestaba el comunismo y el socialismo, creía en la capacidad de las empresas para mejorar la sociedad y era amante de los toros. Era veinte años más joven que todos ellos. Era guapo, quizá un poco soso, pero lo compensaba teniendo por esposa a Mónica Abellón y dos hijos preciosos.
En las oficinas del ABC Ángel se puso a trabajar en el dossier y en los archivos. Al cabo de una hora había compuesto una página, el director no iba a mirar más que eso. El titular: este hombre tiene respuestas. La ilustración principal era parte de una foto que había encontrado de Jesús en una revista de negocios que hablaba del futuro de España. Jesús miraba a un supuesto sol, que probablemente era el paraguas de iluminación del fotógrafo, y su cara relucía de esperanza y fe en el futuro. También había fotos de Jesús con la despampanante Mónica, y de la pareja con los niños. Había un titular más pequeño que decía: El nuevo líder de Fuerza Andalucía cree en nuestro futuro. El texto estaba escrito en forma de nota, y describía no sólo la política radical de inmigración de Fuerza Andalucía, sino también las vitales reformas económicas y agrarias que Andalucía necesitaba para tener presencia en el futuro. Incluía un perfil laboral de Jesús, que demostraba que era económicamente «sensato» y tenía relaciones internacionales y contactos con la industria, lo que le permitiría llevar a cabo sus ideas.
Justo antes de comer, a eso de las dos, hubo un paréntesis en la actividad de la redacción. El tráfico que se dirigía hacia el despacho del director se había calmado. Ángel aprovechó la oportunidad.
– Probablemente tendremos que suprimir tu columna al menos unos cuantos días -dijo el director en cuanto vio que Ángel entraba por la puerta.
– Claro -dijo Ángel-. Nadie quiere chismorreo político en un momento como este.
– ¿Qué quieres de mí, entonces? -dijo el director, interesado ahora que sabía que Ángel no había ido a discutir.
– Casi todo lo que saldrá en el periódico de mañana serán noticias muy duras, muchas desgarradoras, con relatos de la destrucción de la guardería y de la muerte de los niños. Las únicas historias positivas serán sobre las excelencias de los servicios de emergencia, y he oído decir que hay un superviviente. Vas a escribir un editorial que captará el estado de ánimo de la ciudad, que reaccionará a la recepción del texto de Abdulá Azzam, y que afirmará que no hemos avanzado nada desde el 11-S, como a todos les gustaría creer.
– Muy bien, Ángel, ya me has dicho cuál es mi trabajo -dijo el director-, ahora puedes añadir qué te propones.
– Una visión de esperanza -dijo, entregándole la página que acababa de componer-. En estos momentos de crisis, hay un joven enérgico y competente que espera en el banquillo, que puede hacer de Andalucía un lugar seguro y próspero donde vivir.
El director le echó un vistazo a la página, asimiló su contenido, asintió y emitió un gruñido.
– Así que los rumores que corren de Eduardo Rivero son ciertos.
– No sé muy bien a qué te refieres.
– Vamos, Ángel -dijo el director, haciendo un gesto desdeñoso con la mano-. Le pillaron con los pantalones bajados.
– No creo que haya nada de verdad.
– Con una menor. Hasta dicen que hay un DVD.
– Nadie lo ha visto.
– Hay muchísimos rumores, y ahora esto… -dijo el editor, sacudiendo la página-. Si no fuera por lo de la bomba, haría que alguien escarbara en la mierda de tu viejo amigo.
– Mira, lleva mucho tiempo planeándolo -dijo Ángel-. Y ahora, después de lo de la bomba, le parece que ha llegado el momento de hacerse a un lado y dejar que alguien más joven se haga con las riendas del partido. A final de año cumplirá setenta.
– Así que ya tenemos a la primera víctima política de la bomba.
– No debemos verlo de ese modo -dijo Ángel-. Es un cambio precipitado, y es como decir que el cambio es lo que necesitamos si queremos sobrevivir a este reto a nuestras libertades.
– Eres una persona seria, Ángel. ¿Qué ha pasado con aquel periodista que con su pluma afilada desinflaba los egos que no eran más que charlatanería?
– A lo mejor mi cinismo es otra víctima de la bomba.
– Siempre te quejas de que no pasa nada -dijo el director-, y ahora… crees en ese tipo, y sin embargo hasta ahora no has escrito ni una línea sobre él.
– Como acabas de señalar -dijo Ángel-, mi columna se dedicaba principalmente a deshinchar egos. Jesús Alarcón no ha desarrollado un ego que haya que pinchar. Con discreción, ha hecho que Fuerza Andalucía pasara de ser una organización con una pequeña deuda a recibir aportaciones regulares de afiliados y empresarios. Ha hecho una labor asombrosa, aunque con poco carisma.
– ¿Y qué te hace pensar que tiene personalidad para tenerlo?
– Lo he visto esta mañana -dijo Ángel-. Ha aprendido a tener mucho…
– ¿Se puede aprender a tener carisma?
– El carisma no es más que una forma intensa de fe en ti mismo -dijo Ángel-. Jesús Alarcón siempre ha tenido esa seguridad. Es ambicioso. Ha tenido que afrontar serios reveses personales, lo que, para mí, da una medida del hombre mucho más atinada que su capacidad para manejarse en las finanzas internacionales. Posee esa fuerza interior y ese sentido común que poseía nuestro presidente anterior. Tú conoces la política. Es como el boxeo. Está muy bien ser rápido de puño y tener buen juego de piernas, pero incluso los mejores boxeadores reciben golpes muy duros, y si no sabes encajar el castigo estás acabado. Jesús Alarcón tiene todas estas cualidades, y ahora que le han ofrecido el liderazgo, veo que emerge en él esa indefinible cualidad que hará que la gente quiera seguirlo.
– Muy bien -dijo el director, pensando en ello de manera favorable-. Una nueva cara para una nueva era. Escríbeme un perfil. Y por cierto, estoy de acuerdo contigo en lo del carisma, en que es una forma intensa de fe en uno mismo. Pero también hay en el carisma algo que ciega. El amigo más íntimo del carisma puede acabar siendo la corrupción: creer que puedes hacer lo que sea con impunidad. Espero que Jesús Alarcón no acabe convirtiéndose en una figura trágica.
– No es un hombre hueco -dijo Ángel-. Ha sufrido y ha salido adelante.
– Pues que no se le olvide ese sufrimiento -comentó el director-. A todo político deberían resonarle en los oídos las palabras de la presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, Pilar Manjón: «Sólo piensan en sí mismos».
La policía científica de Madrid había estado trabajando de firme en el piso utilizado por Djamel Hammad y Smail Saoudi. Sujeto con cinta adhesiva en la parte inferior de una bombona de butano habían encontrado una serie de documentos de identidad y pasaportes robados y falsificados, con fotos de dos hombres cuyas descripciones encajaban con las dadas por Trabelsi Amar a la brigada de homicidios de Sevilla. También descubrieron 5.875 euros en billetes pequeños divididos en tres paquetes distintos ocultos por el piso. El ADN generalmente se obtenía de pelos y vello púbico encontrados en el cuarto de baño. En la mesa de la cocina encontraron una libreta con marcas de lo que habían escrito encima, que resultaron ser complicadas indicaciones para llegar a una propiedad situada en el suroeste de Madrid, no muy lejos de un pueblo llamado Valmojado. La casa situada cerca del río Guadarrama estaba vacía, sin trazas de haber sido habitada recientemente. La policía concluyó que era sólo un lugar de paso, donde dejaban y recogían material. La casa estaba alquilada a nombre de un español cuyo carné de identidad era falso. A los propietarios les habían pagado seis meses por adelantado, por lo que no habían hecho muchas preguntas. La policía científica aún estaba investigando el lugar, pero hasta el momento no habían encontrado ni rastro de explosivos. La Guardia Civil había interrogado a gente del pueblo, entre ellos algunos pastores, y dedujeron que en los cuatro meses que llevaba alquilada una furgoneta blanca había ido cinco veces. Tres de aquellas visitas correspondían más o menos a las veces que Trabelsi Amar les había prestado la Peugeot Partner a Hammad y Saoudi.
Aquel escenario presentaba otra complicación: si las instrucciones para llegar a la casa aislada habían sido escritas hacía poco por Hammad en su piso de Madrid, eso implicaba que aquella visita del domingo a mediodía había sido la primera. Lo que a su vez implicaba que las otras veces que le habían pedido prestada la furgoneta a Trabelsi Amar se la habían prestado a otros para que fueran a la granja. Un indicio más claro de que no eran Hammad ni Saoudi los que visitaban la granja, sino otros, procedía de los testigos oculares, que indicaban haber visto a seis personas distintas, entre ellas una mujer. Esta información fue como una inyección de adrenalina en el CGI de Madrid, quienes concluyeron que Hammad y Saoudi actuaban dentro de una red mucho más amplia de lo que pensaban. Se pusieron en contacto con las agencias de inteligencia principales, pero ninguna de ellas había «oído campanas» de que se planeara un atentado en España. Ahora se temía que el trabajo logístico de Hammad y Saoudi formara parte de un plan de más alcance.
En esos momentos el CGI, con la ayuda de la Guardia Civil, intentaba averiguar la ruta de Hammad y Saoudi desde Madrid hasta la casa aislada cercana a Valmojado y luego hacia Sevilla. Querían saber si habían hecho más escalas: reuniones de apariencia anónima en bares de carretera, otras visitas a casas aisladas, o peor aún, otras entregas, por ejemplo, a ciudades importantes de Andalucía.
Ese era el contenido principal de un informe de siete páginas, redactado por varios agentes de alto rango de la unidad antiterrorista, que el CGI de Madrid envió al comisario Elvira, que seguía en la guardería medio demolida de Sevilla. Había una conclusión anexa, escrita por el director del CNI, y que también había llegado a manos del presidente Zapatero:
Basándonos en nuestros propios hallazgos y en los informes recibidos hasta ahora de las oficinas del CNI, junto con los informes de los artificieros y de la policía que se halla en la zona del desastre, lo único que podemos concluir en este punto es que hemos dado con una red terrorista islámica que planeaba un atentado, o más probablemente, una serie de atentados, con la intención de desestabilizar el tejido social y político de Andalucía. Aunque los cuerpos de seguridad hasta ahora han descubierto algunas anomalías que se apartan del modus operandi habitual de los grupos radicales islámicos, no nos han llevado hasta ninguna actividad sospechosa, ni siquiera a una intención expresa, de ningún grupo que pudiera querer perjudicar a la población musulmana de Andalucía. Por tanto recomendamos al gobierno que dé los pasos necesarios para proteger a todas las ciudades importantes de la región.
El ruido de las labores de demolición volvió a dejarse oír en el aula después de que el comisario Elvira acabara de leer el informe. El inspector jefe Falcón y el juez Calderón estaban sentados en sendos pupitres, los brazos doblados, los tobillos cruzados y mirando al suelo, que ya estaba limpio de cristales. Los plásticos que se extendían sobre las ventanas sin cristales revelaban un mundo exterior indefinido que se hinchaba y daba sacudidas siguiendo la cálida brisa del sur.
– Parece que han tomado una decisión, ¿verdad? -dijo Calderón-. Después de habernos dicho que no nos centráramos en un solo camino, es lo que han hecho ellos. No se menciona ni la página VOMIT ni ningún grupo antimusulmán.
– Con lo que han encontrado en el piso de Hammad y Saoudi -dijo Elvira-, y el depósito de hexógeno en la parte de atrás de la Peugeot Partner y la parafernalia islámica de delante, ¿quién puede culparles?
– Por el momento no tiene buena pinta para los radicales islámicos -dijo Falcón-. Pero los artificieros aún no han llegado al epicentro de la explosión. La policía científica todavía tiene que proporcionarnos información vital. También le he dicho a la policía científica que repase la Peugeot Partner, y hasta ahora todo lo que han encontrado es un neumático nuevo que habían colocado en la rueda trasera del conductor y una rueda pinchada donde va la de recambio.
»Lo que han encontrado en el piso de Madrid y la existencia de la casa aislada podría interpretarse como actividad terrorista o como actividad de inmigración ilegal. Nos han dicho que Hammad y Saoudi tenían antecedentes en labores logísticas, pero ¿qué significa eso? Si los hubieran pillado con algo, lo sabríamos. Si son otros quienes los han denunciado, eso es ya información dudosa.
– Lo que yo leo en este documento -dijo Elvira, agitando despectivamente el papel delante de él- es que ha sido escrito para los políticos, para que puedan parecer informados y firmes en un día de crisis. El CNI y el CGI se han atenido a los hechos conocidos. Han mencionado «anomalías», pero no dan detalles. No se menciona a VOMIT ni a otros grupos porque no hay pruebas de su implicación. Tampoco aparece el MILA, a pesar de que lo mencionen en las noticias. Eso es porque no tienen información de ninguno de los dos.
– ¿Se nos permite hablar del CGI? -dijo Falcón, con deliberada falta de sinceridad.
El detector de secretos de Calderón se puso en marcha en un instante. Elvira levantó las manos al cielo.
– No hay ni que decir -dijo Elvira- que esto no debe salir de aquí, pero en vista de que usted es el juez instructor que controla esta investigación, debe saber que la habilidad de la rama sevillana del CGI está en entredicho. Los de arriba aún no han decidido si les dejan participar de forma plena en la batalla. Sus agentes han estado en contacto con su red de confidentes y han redactado informes, pero aún no hemos visto ninguno. Se les ha negado el acceso a nuestros informes y no están al corriente de algunas pruebas, como el ejemplar profusamente anotado del Corán, cuya existencia, que yo sepa, no se ha divulgado a la prensa.
– Eso es un duro golpe a la investigación -dijo Calderón-. ¿No deberíamos haberlo sabido antes?
– Ni siquiera tengo autorización para decírselo a usted -dijo Elvira.
– ¿Qué pasa con ese ejemplar anotado del Corán que es tan importante? -preguntó Calderón.
– No lo sé, pero el CNI se ha interesado muchísimo por él -dijo Elvira-. De todos modos, eso ahora no nos concierne. ¿A qué hora habló por última vez con su brigada? -le preguntó a Falcón.
– No hace mucho. Me han dicho que tenemos una secuencia bastante clara de lo ocurrido aquí en las últimas cuarenta y ocho horas, y algunas cosas guardan relación con lo que sucedió la semana antes de la explosión.
Falcón tenía ahora dos testigos de cada uno de los hechos importantes que habían precedido a la explosión. Hammad y Saoudi habían sido vistos por primera vez en la mezquita el martes 30 de mayo a las 12:00. Llegaron a pie y estuvieron hablando con el imán hasta la 1:30. Los otros dos hechos importantes de esa semana eran la visita de los inspectores del ayuntamiento a las 10:00 de la mañana del viernes 2 de junio y el corte de suministro eléctrico del sábado 3 de junio, cuando el imán estaba solo en la mezquita.
Por eso, el lunes 5 de junio, a las 8:30 de la mañana, apareció un electricista para evaluar la avería y los trabajos de reparación. Regresó con dos empleados a las 10:30 para reparar la caja de fusibles fundida y para instalar una toma de corriente en la despensa que había al lado del despacho del imán.
La segunda visita del electricista coincidió con la llegada de Hammed y Saoudi en la Peugeot Partner y la descarga de dos grandes bolsas de polipropileno, que se cree que contenían cuscús. Se quedaron más o menos una hora. Los electricistas se marcharon a eso de las 2:30 de la tarde, y Hammad y Saoudi regresaron a las 5:45 con cuatro pesadas cajas de cartón que se cree que contenían azúcar y bolsas de menta, todo lo cual se metió en la despensa. Seguían allí a las siete de la tarde, y hasta el momento, nadie los ha visto salir.
– ¿Y qué es lo que le preocupa de todo eso?
– Tenemos testigos de las llegadas y salidas de toda esa gente -dijo Falcón-. Pero aún no hemos podido contactar con el electricista. A fin de hacerlo lo más rápidamente posible, les he pedido a los miembros de mi brigada, que ya tienen mucho trabajo interrogando a la gente de la zona, que se coordinen con la policía local y que estos visiten a todos los electricistas o tiendas de electricidad de un radio de un kilómetro alrededor de la explosión. Hasta ahora no hemos encontrado nada. Todo lo que sabemos es que llegaron tres hombres en una furgoneta de carga azul, sin distintivo alguno, y que nadie se fijó en el número de matrícula.
– ¿Quiere que saquemos un anuncio en los medios de comunicación? -preguntó Elvira.
– Todavía no. Antes quiero investigar más.
– ¿Alguna otra cosa?
– Tengo a otros miembros de mi grupo interrogando a los vendedores de Informaticalidad. Ninguno me ha comunicado nada importante, pero aún he de hablar con ellos y enterarme de qué pasó allí.
– ¿Ya está?
– Lo que más me preocupa en este momento, aparte del electricista que no hemos encontrado, es que el ayuntamiento no tiene constancia de que enviaran a ningún inspector a la mezquita, ni a ninguna otra parte del edificio, ni siquiera a este barrio, el viernes 2 de junio, ni ese día ni ningún otro en los últimos tres meses.