Capítulo 14

Ciertamente no puedo decir que me encuentre en un estado físico adecuado para acostarme con nadie, vista la situación. Para ser sincero, preferiría el libro de jardinería en vez de la chica. Puedo decir «no, lo siento», pero eso la podría herir y hacer que a partir de ese momento todo resultara de lo más incómodo.

– ¿Traes plantas? -me pregunta, señalando los esquejes que están en la ventana metidos en los vasos de hospital.

– Sí, son esquejes de rosal que me traje del invernadero de casa -le respondo-. Pienso llevármelos al jardín.

– ¿Se llama algo especial esa rosa?

– Sí, rosa de ocho pétalos.

– ¿A qué se debe este interés tuyo por las plantas? -me pregunta.

– Prácticamente he crecido en un invernadero. Me siento comodísimo entre plantas.

Imagino que tiene un interés limitado por la jardinería, y como no se me ocurre nada de qué hablar, me podría ver obligado a llevar nuestra relación a otro nivel, el manual. Me hallo ante dos posibilidades, hacer o no hacer. La cuestión es ¿cuándo exactamente se agota el tiempo de las posibles elecciones: al cabo de cinco minutos, al cabo de diez minutos o quizá ya se ha agotado? Me quito el reloj y paso el brazo por encima de ella para dejarlo en la mesilla de noche. Mi co-confirmanda está despierta y me mira con grandes ojos, no hay forma de saber lo que estará pensando. Y tampoco importa mucho, también dentro de mi cabeza está todo confuso y nebuloso.

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