Capítulo 43

Me siento inseguro y noto que la madre de mi hija también tiene la voz un tanto débil. Dice que piensa irse al extranjero a hacer un posgrado en genética humana pero que primero tiene que acabar la tesina, luego tiene que ir a la facultad a una entrevista y buscar alojamiento para ella y la niña.

La cuestión es, me dice, y noto que la voz se apaga de pronto hasta el punto de que creo que se va a cortar la comunicación, si podría quedarme yo con Flora Sol mientras termina la tesina y lo organiza todo.

– Podría ser cosa de un mes -añade, con la voz casi inaudible-. Es una niña adorable y muy obediente -la oigo decir.

La petición me deja totalmente desconcertado.

– Además, creo que es conveniente que os conozcáis -continúa Anna-. A fin de cuentas es tu hija y tienes que cargar con tu parte de responsabilidad.

Tiene toda la razón, a mí me cabe una parte de responsabilidad en la existencia de la niña. He repasado mentalmente un centenar de veces lo que sucedió en el invernadero, como si hubiera sido algún desconocido, no yo, quien estuvo allí.

– Yo no puedo volver a Islandia -le digo-, me comprometí a trabajar aquí al menos un mes más.

– Lo sé -dice ella deprisa-, soy yo la que iría con Flora Sol a donde estás. Tu padre dice que tu tiempo te lo puedes organizar más o menos a tu gusto, que estás aprendiendo un dialecto más bien raro y que te dedicas a pensar en tus cosas.

Así que eso es lo que dice papá, que me dedico a pensar en mis cosas. Excluye la jardinería. Ensayo un último argumento:

– El pueblo no está cerca de ninguna carretera transitada y resulta bastante complicado llegar aquí. El viaje no es nada adecuado para un bebé de ocho meses.

– Casi nueve -me corrige Anna.

– Bueno, para un bebé de casi nueve meses. Después del viaje en avión tenéis que cambiar de tren cuatro veces y luego coger un autobús desde el pueblo más próximo porque aquí no llegan trenes. Hay dos autobuses al día.

– Ya lo sé -me dice en voz baja-, lo he mirado en la guía. No habrá problema con Flora Sol, es una niña muy dócil, tendrás tiempo para darte cuenta de hasta qué punto. No es problema ninguno viajar con ella, come cuando tiene hambre, duerme cuando está cansada y siempre se despierta contenta. Le encanta mirar a la gente y ver lo que sucede a su alrededor. Nunca ha estado en el extranjero -dice Anna, como si ése fuera el elemento clave en la educación de un bebé de casi nueve meses de edad.

Tengo la sensación de que está perfectamente planificado que la madre de mi hija vendrá con Flora Sol, de casi nueve meses de edad, y que yo no tendré mucho margen para pensar en el asunto. Naturalmente, ella debe de haber estado pensándolo una temporada, mirando el asunto por arriba y por abajo, y no me cabe duda de que papá debe de haber apoyado su decisión, que incluso la habrá animado, y no me extrañaría nada que la idea hubiera sido suya, no de Anna. Casi le oigo decir:

– Es un juego de niños, Dabbi.

Precisamente cuando mi vida ha comenzado a rodar sin esfuerzo, el jardín ha sufrido cambios espectaculares y yo he empezado a decir casi automáticamente frases en la nueva lengua, sucede esto. Tenía dos opciones, decir que sí o que no. Nunca se me ha dado bien tomar decisiones categóricas y definitivas que excluyan todo lo tiernas. Desde luego, no cuando se trata de personas y de sentimientos.

– Piénsate el asunto y llámame mañana -me dice Anna. Noto que no se encuentra bien, parece preocupada, como si hubiera empezado a arrepentirse de haberme llamado. Tampoco yo me siento especialmente bien.

Las mujeres son así. De pronto aparecen delante de ti, en el umbral de una nueva vida, con un bebé en brazos y te sueltan que deberías cargar con la responsabilidad de una fecundación en mal momento, la responsabilidad de un bebé accidental.

– Iré a buscaros a la estación de ferrocarril -digo como si alguien hablase a través de mí-. Es demasiado complicado llegar hasta aquí en autobús -se produce un silencio en el teléfono, como si mi reacción la hubiera pillado por sorpresa.

– ¿Entonces no prefieres pensarlo y llamarme mañana?

– No, no hace falta -le digo, con la sensación de que no soy yo quien habla. Sin tener ni idea del papel que me tiene destinado Anna ni de lo que implica ocuparse de un niño pequeño, tampoco quiero decepcionar a la madre de mi hija y cargar con el pecado de defraudar a la pequeña. Es cierto que soy responsable de la criatura, igual que su madre. Incluso llegué a asistir al parto, aunque sería demasiado decir que recibí a la niña o que fui de alguna utilidad.

– Muchas gracias por tomártelo tan bien, a decir verdad no sabía qué podía esperar, no me queda ninguna otra opción -dice finalmente en voz muy baja, como si escribirme aquella carta hubiera sido su último recurso-. Sólo una cosa: llevaré de todo menos cuna, ¿crees que podrás hacerte con una cuna para Flora Sol? Temporalmente, y no hace falta que sea nueva

Загрузка...