Cuando estoy a punto de salir para el jardín a la mañana siguiente, llama a mi puerta el padre Tomás. Dice que trae unos datos sobre el tema.
– Se menciona el cuerpo en ciento cincuenta y dos lugares de la Biblia, la muerte en doscientos cuarenta y nueve pasajes, y las rosas y otras plantas de jardinería en doscientos diecinueve. He recogido estos datos para ti, lo que más tiempo llevó fue lo de las plantas: higueras y viñas están repartidas por todas partes, lo mismo se puede decir de las frutas y de toda clase de semillas.
Me entrega una cuartilla de papel cuadriculado un tanto arrugado, con tres columnas de cifras, y señala dos sumas subrayadas en la parte baja de cada columna, como confirmación de sus palabras; en ellas se ven tres cifras que responden a todo lo que me preocupa más íntimamente.
– Aquí está todo, negro sobre blanco -me dice-. Cuerpo, muerte y rosas -como si me estuviera informando del título de una novela rosa o algo parecido-. Deberías estudiar estos datos cuando tengas tiempo -continúa. En el papel hay solamente números escritos con un lápiz mal afilado y que carecen de cualquier referencia a versículos o páginas.
Luego me dice:
– Vamos a tomar un café y un bollo antes de que te vayas a trabajar.
Cuando estamos de camino al café, el padre Tomás recuerda de pronto otra cosa.
– Llegó una carta dirigida a ti -me dice. Saca del bolsillo un sobre y me lo da. No es la letra de papá, aunque sería perfectamente capaz de enviarme por correo toda una carta manuscrita, además de las llamadas telefónicas. El cura indica el sello y me pregunta qué pájaro es ése.
– Un escribano rival -respondo.
La carta es de Anna, página y media manuscrita con letra grande. Paso la vista primero deprisa por las páginas, luego releo la carta con atención. Anna me da noticias de mi hija, que crece estupendamente, tiene ya seis dientes y dos a punto de salir, es una niña muy precoz y un auténtico cielo, escribe, y termina pidiéndome que la llame lo antes posible, para lo que me indica su número de teléfono. Pero que no me preocupe, que sólo tiene que preguntarme una cosa. En el sobre se incluyen dos fotos recientes de Flora Sol, con casi nueve meses ya. Lleva un abriguito acolchado y un gorrito blanco; la niña mira con ojos grandes y claros al fotógrafo. Echo un vistazo a la estampilla de correos: hace ocho días que se puso la carta en el correo. La última vez que las vi a las dos fue hace casi dos meses, cuando fui a despedirme.
– ¿Todo bien en casa? -pregunta el padre Tomás.
Miro la hora. Son las ocho menos cuarto, es un poco pronto para llamar a Islandia. Esperaré a la tarde, cuando acabe en el jardín.