– ¿Estás seguro de que podrás apañártelas solo? -preguntan las azafatas cuando intento salir del avión bien estirado-. Estás de un pálido que asusta.
Mientras salgo del avión, una azafata me toca el hombro y dice:
– Intentaremos averiguar lo de la comida, dos de nosotras la han probado, pero no saben seguro lo que era. Sorry. Pero definitely será o pescado empanado relleno de crema de queso, o pollo empanado relleno de crema de queso.
Un empleado del aeropuerto escribe una dirección en una hoja de papel y yo sostengo la hoja arrugada en las manos heladas. He aterrizado en una ciudad en la que nunca había estado, mi primera etapa en el extranjero, y estoy sentado hecho un ovillo en el asiento de un taxi. Mi mochila se encuentra a mi lado y los verdes brotes asoman por el envoltorio de periódicos del bolsillo delantero.
Al pensarlo después, no sé si iba yo solo en el taxi, tengo la sensación de que no es imposible que la señora del jersey amarillo de cuello alto me acompañara hasta mi destino.
Cuando el vehículo se detiene en un paso de peatones, con el semáforo en rojo, puedo ver cómo se refleja la gente en el cristal de la ventanilla al pasar.
El taxista me echa un vistazo de vez en cuando por el retrovisor, lleva en el asiento delantero un gran pastor alemán con la húmeda lengua colgando, asomando por la boca. No puedo ver si el perro tiene correa, pero no aparta los ojos de mí. Yo cierro los ojos, y cuando los abro de nuevo, el coche está parado delante del hospital y el taxista está vuelto hacia mí y me mira. Me hace pagar el doble por haber vomitado en su coche, pero no parece realmente enfadado, más bien asombrado por lo irresponsable de mi conducta.