El abuelo recién estrenado preguntó si iba a recoger a Jósef al piso de acogida para ver a la niña. Le dije la verdad: que mi amiga y yo no nos conocíamos mucho y que yo no le había hablado aún de la familia, no había mencionado a mi hermano, que cumple años el mismo día que yo, ni le había hablado de mi relación con mamá, no éramos íntimos pese a la intimidad de que gozamos en una ocasión.
– No somos pareja, papá -le dije.
– Pero no pretenderás eludir tu responsabilidad, ¿verdad, Lobbi? A tu madre no le habría gustado nada -consideró que aquello le daba una buena oportunidad para recordar su propia experiencia, el nacimiento de sus únicos hijos-. Al principio no sabían qué le pasaba a Jósef y lo metieron en una incubadora porque estaba muy débil. Como tú eras su hermano gemelo, te pusieron con él en la incubadora las primeras veinticuatro horas. Cuando me incliné a miraros, vi que tenías cogida la mano de tu hermano, sólo tenías un día de vida y ya cuidabas a tu hermano.
No dijo: vi que estabais cogidos de la mano, sino que yo estaba cuidando a mi hermano, dos horas más pequeño que yo y al que algo malo le pasaba; remodelaba los recuerdos a la luz de la experiencia.
– Tú le tenías cogido de la mano. Tu hermano durmió casi todo el tiempo durante el primer año. En cambio, tú estabas despierto y observabas el mundo.
Así nos presenta a mi hermano y a mí como opuestos.
– Tú empezaste a caminar a los diez meses, y Jósef seguía durmiendo.
»Tu madre pasaba mucho tiempo contigo. Yo estaba más con tu hermano. Lo acordamos así. Mamá y tú hablabais mucho, y Jósef y yo callábamos mucho. Así que todo funcionaba a pedir de boca.
Después, el electricista quería salir a comprar un cochecito y un abrigo bien gordo para su nieta, así como unos leo tardos y otras cosas de las que necesitan los niños. Fue mamá la que volvió a tener la última palabra.
– Tu madre no habría tolerado otra cosa.
Me insistió mucho en que comprara tres cosas de cada: tres peleles de felpa con botones en la espalda, tres leotardos, tres pijamas con distinto dibujo, elefantes, jirafas y ositos. También quería que comprase un cochecito y un abrigo. Después sacó la cartera.
«Tu madre no habría tolerado otra cosa.»-Es exactamente igual que tú a su edad -dijo papá cuando vio a su nieta. Yo pensaba que eran sólo las madres las que decían esas cosas.
– ¿A las veinticuatro horas de edad? ¿Eres capaz de recordar cómo era yo a las veinticuatro horas? -le dije al recién estrenado abuelo.
– Es la viva imagen de tu difunta madre -aseguró. Como si mamá y yo fuéramos lo mismo.
Confiaba en que la niña recibiera en el bautismo el nombre de mamá, lo noté mientras miraba a la niña, estaba buscando a mamá.
– No soy yo quien decide el nombre -le dije-. Sería distinto si viviéramos juntos. Además, la madre de mi hija se llama Anna, igual que mamá, así que eso sería ponerle su propio nombre.
Papá no comprendía esa forma de ver las cosas.
– Mi hija se llama Flora Sol -le digo a la estudiante de arte dramático.
– Guay -responde. Luego seguimos en silencio. No queda mucho camino.