Capítulo 32

Estoy encantado con la habitación: las paredes están pintadas de color lila, hay una cama, una mesa, una silla, un lavabo y un armario con cuatro perchas; no tardo mucho en colgar dos jerséis y dos pantalones. Coloco las camisetas, los calzoncillos y los calcetines en los estantes, y con eso tengo ya deshecho el equipaje, como si me hubiera instalado aquí para una buena temporada. Cuando he terminado de colocar las plantas en el alféizar de la ventana, salgo y llamo a la puerta de la habitación número siete. Sólo puedo decir que para mí es una sorpresa lo que se presenta a mis ojos cuando el padre Tomás abre la puerta. Literalmente todas las paredes están cubiertas de estanterías hasta el techo llenas de cintas de vídeo. En el centro de la habitación hay un televisor viejo con dos sillones delante. En la habitación hay también un escritorio sobre el cual hay dos filas de casetes perfectamente colocados, un libro grueso que imagino podría ser la Biblia, además de otros libros y un portaplumas.

Se percata de que estoy mirando las cintas.

– Sí, es lo que supones, soy muy aficionado a las películas, aunque nunca voy al cine. Mis conocidos de todas partes del mundo saben de esta debilidad mía y llevan años enviándome buenas películas, debo de andar ya por las tres mil. Aquí hay películas de todos los rincones del mundo, en diversas lenguas, en realidad hay de todo menos películas de Hollywood. Me aburren los héroes de guerra y las comedias pretenciosas -dice el padre Tomás, mueve un sillón y me ofrece asiento.

Luego se disculpa y dice que ciertamente es capaz de descifrar textos sencillos en mi lengua materna, pero que por desgracia carece de toda práctica en la lengua hablada, probablemente no ha visto más que una película de mi país.

– Pero era muy bonita -dice-. Muy original. Hierba muy verde. Un cielo enorme. Una bella muerte.

Resulta que el padre Tomás ve las películas en la lengua original y sin subtítulos.

– Es una práctica excelente -me explica-. En el monasterio guardo mis libros, tengo otra habitación allí. Aquí disfruto de tranquilidad para ver las películas. Otros tienen un gato, yo veo películas.

El padre Tomás se levanta, me da una palmada en el hombro, va a por la botella de vodka con limón y llena los vasos.

– Eres bienvenido siempre que te apetezca venir por aquí a ver alguna película. Yo suelo ver una cada tarde; esta semana la dedico a directores olvidados -coge una funda de película de la mesa y la levanta-: Lo peculiar de este director es que le encantaban las personas desdichadas.

Загрузка...