Capítulo 45

La madre y la niña llegarán dentro de cinco días. ¿Cómo se me pudo ocurrir aceptar que la niña se quedara conmigo, en qué estaría yo pensando? Aquí estoy organizando un jardín de ensueño donde crece absolutamente todo lo que planto, mientras intento poner orden en mi propia vida. Por muy padre que sea, no tengo ni idea de qué es lo mejor para un bebé, ni siquiera sé qué es lo mejor para mí. Puede decirse que he acabado teniendo un hijo antes de empezar siquiera a plantearme si tendría hijos alguna vez.

Decido que hoy iré al jardín más tarde de lo habitual y que aprovecharé para cortarme el pelo mientras intento repensar mi vida. En el rótulo dice «Barbería», pero parece una peluquería de señoras, con tres secadores de pelo de diseño antiguo. La señora que me atiende me lava el pelo. Se pasa un buen rato extendiendo el champú y frotándome alrededor de las orejas y por todo el cuero cabelludo, muy despacio. Ella tiene pelo negro y me dice que son dos las que trabajan allí por turnos, luego me comenta que tengo el pelo muy espeso y que me ha visto un par de veces por la calle y se ha fijado en mi pelo. Finalmente me pregunta cuánto quiero cortármelo. Entretanto pienso en Anna, a la que vi por última vez durante diez minutos, en el vestíbulo de su casa, hace casi dos meses, cuando fui a despedirme, y antes de eso en el paritorio. Bueno, esto no es totalmente conforme a la verdad, porque iba a saludar a la niña cada vez que desembarcábamos después de cada turno de pesca; la última vez llevé tomates y una muñeca.

En realidad me resultaría difícil describirá la madre de mi hija para que un desconocido pudiera reconocerla a partir de mi descripción. Digamos la policía, por ejemplo, si sucediera cualquier cosa y la madre y la niña no llegasen en el tren.

– ¿Cómo tiene la nariz?

– No estoy seguro. Femenina.

– ¿Puede explicarlo un poco más detalladamente?

– Pequeña.

– ¿Y la boca?

– Mediana.

– ¿A qué se refiere con mediana? ¿Cómo son los labios?

– Gruesos, creo -¿debería decir «boca de cereza»? Intento recordar su imagen mientras dormía en la maternidad.

– ¿Color de ojos?

– No estoy seguro, azules o verdes.

En vez de esas cosas, intento traer a la memoria lo que tuve por primera vez para mí solo, la luz del invernadero y el cuerpo cubierto de siluetas de hojas.

Me viene la idea de que tengo que ensayar la nueva situación que se ha abatido inesperadamente sobre mi vida, así que le digo a la peluquera que en unos días vendrá a visitarme mi hija, de casi nueve meses de edad, con su madre. La mujer mueve la cabeza en un gesto de comprensión. Lamento al instante haber dado esa información innecesaria que, si por mí fuera, podría haberse quedado en el fondo del mar.

Me quedo un ratito al sol en la plaza, con el pelo recién cortado, mientras se seca, y también para tranquilizar mi ánimo alterado. La gente me mira, quizá no tengan costumbre de ver a un hombre con el pelo húmedo en mitad de la calle. Al cabo de pocos días dejaré de ser el chico de las rosas y pasaré a ser el extranjero del cochecito de niño.

Cuando llego a la hospedería después de estar trabajando en el jardín, avanzada ya la tarde, el padre Tomás me está esperando en el hall.

– ¿No necesitabas alojamiento para la niña y para ti? -me pregunta sin rodeos-. He hablado en tu favor con una buena mujer. Puede dejarte un piso aquí cerca, en la calle de al lado -continúa.

– Es sólo por tiempo limitado -digo yo.

– Sí, por tiempo limitado, eso le dije. ¿Cuánto me dijiste que se quedaría la niña, cuatro semanas?

– Sí, como mucho.

– Está amueblado. No vive nadie la mayor parte del tiempo, sólo tendrás que pagar el gas y una renta ridícula.

Añade que puedo ir a ver el piso al día siguiente.

Después de darle las gracias, el padre Tomás parece tener aún algo importante que comunicarme. Dice que los monjes están encantados con todo lo que he hecho en la rosaleda hasta ese momento, que también comprenden perfectamente estos cambios temporales de mi situación y que confían en que pueda volver cuando las condiciones lo permitan.

– Puedes venir al jardín si encuentras una canguro que cuide al bebé. Me dijiste que la pequeña duerme una larga siesta a mediodía, ¿no? El hermano Martín no tiene problemas con las plantas trepadoras, en general. Aunque comparte la preocupación del hermano Jacobo, de que pueden facilitar que entren bichos en el edifìcio. Me pide que te recuerde que su habitación da hacia el sur. La misma orientación que la celda del hermano Esteban, que tiene alergia al polen.

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