Capítulo 47

El tema de la semana de mi vecino de hospedería es, curiosamente, las películas más antiguas de olvidadas estrellas de Hollywood. Decidí pasar de la película que propulsó a Jane Wyman al estrellato, y dedicarme a fregar mi piso. Creo que es algo que tengo que hacer antes de que lleguen Anna y la niña, de modo que voy a la tienda de la calle y compro friegasuelos con aroma de limón. Es lo primero que compro en el pueblo, aparte de libros y tarjetas postales.

La niña tiene que poder gatear por el suelo con sus leotardos amarillos. Mi hija, que ya tiene nueve meses, habrá empezado a gatear ya, ¿no? Pienso que habría debido preguntarle a Anna si la niña había empezado a gatear. Mientras se calienta el agua en el calentador de gas, recorro el piso y me pregunto a mí mismo si es suficientemente acogedor. ¿Cómo se hace para que un piso resulte acogedor? Lo único que se me ocurre es poner plantas. No me conozco bien las tiendas y tardo un buen rato en encontrar tiestos para plantas. Finalmente vuelvo a casa con claveles, hortensias, azucenas y una rosa que cogí en la rosaleda, así como romero, tomillo, albahaca y menta, y coloco las macetas en el balconcito. Luego tendré que comprar otras cosas imprescindibles para el nuevo hogar. De algunas cosas no tengo ni idea. El tren llega por la tarde, ¿la madre de mi hija me entregará a la niña en la estación y cogerá el primer tren de regreso, o subirá conmigo al pueblo para comprobar las condiciones del piso? ¿Se quedará a cenar, incluso? Y en tal caso, ¿debería ser una cena formal, sentados a la mesa? Yo llevaba casi dos meses en la aldea y no había cocinado ni una sola vez. Decidí prepararme para lo inesperado y tenerlo todo dispuesto para cenar con la madre de mi hija. Pienso también que a lo mejor tiene que quedarse a dormir una noche, en el sofá cama, y coger el tren a la mañana siguiente. Aunque yo presuma de ayudar a papá por teléfono recordándole cómo preparaba mamá los platos, lo cierto es que mis conocimientos de cocina son escasísimos. En casa yo nunca guisaba, aunque a veces acompañaba a mamá en la cocina. Mi bautismo de fuego en las artes culinarias fue en el mar, las pocas veces que no conseguimos levantar de la cama al cocinero. Aunque me sacaran de entre las tripas de pescado y me pusieran en la cocina, el genio de la lengua latina, que era yo, se afanaba en freír para la tripulación albóndigas con cebolla y chuletas de cerdo empanadas con salsa agridulce, de modo que prácticamente no tengo ni idea de cocina. Las chuletas de cerdo venían ya empanadas y la salsa agridulce era también de botella, lo único que había que hacer era echar la salsa en la sartén. Luego freía unos huevos de acompañamiento, era mi única aportación personal, pero entraban bastante bien, de modo que no hubo excesivas quejas. También freía huevos para Jósef cuando tenía hambre, pero a él todo le parece siempre bien y no protesta por nada. Con esto queda todo dicho sobre mis conocimientos culinarios.

¿Qué come un bebé de casi nueve meses? Digamos que mi hija tiene dos dientes en la encía superior y cuatro en la inferior, ¿significa eso que puede comer carne muy molida con salsa, o exclusivamente papilla para bebés? Intento recordar las cosas que podría guisar sin horrorizar a nadie. Se me ocurre que puedo organizarme para hacer albóndigas de carne con salsa, si encuentro las materias primas necesarias.

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