Jerusalén, miércoles, 15.10 h
Amir Tal hacía lo posible por ocultar su perplejidad y también su nerviosismo. Había tratado a menudo con los servicios de información; desde que empezó a trabajar para el primer ministro era difícil evitarlos. Informes, análisis, evaluaciones… todo eso pasaba por su mesa.
Sin embargo nunca había visto cómo se elaboraban, cómo se recogía la información que se convertía después en montañas de papeles. Había hecho el servicio militar en las entrañas de un vehículo de transporte acorazado. Sin duda, un destino prestigioso -había servido en la Brigada Golani-, pero en absoluto comparable con aquello. En esos momentos, en aquel despacho, estaba viendo de cerca cómo funcionaba. Y lo mejor de todo: él estaba al mando.
– ¿Puedo escuchar? -dijo, haciendo un gesto a la mujer que estaba sentada frente a la hilera de monitores de ordenador; parecía la mesa de mezclas de un disc-jockey.
Ella se quitó los auriculares y se los pasó. Tal se los puso como la había visto llevarlos, en una oreja sí y en la otra no. -La voz de hombre es de Uri Guttman, el hijo del muerto.
La voz de mujer es de Maggie Costello, la negociadora estadounidense.
– Irlandesa -murmuró Tal casi para sí.
Las voces sonaban con sorprendente claridad. Costello acababa de pedir a Guttman el móvil de su padre. Tal incluso podía oír el roce de los papeles. Dijeran lo que dijesen del Shin Bet, formaban un equipo impresionante: habían montado aquella operación de vigilancia unas pocas horas después de que él la ordenara.
– ¿Y pueden hacer todo esto desde la furgoneta de televisión que tienen aparcada frente a la casa?
– Con micrófonos direccionales apuntando a las ventanas, es decir, a través del cristal se puede hacer mucho. Pero siempre es mejor si también cuentas con algo dentro.
– No es el caso. ¿Cómo consiguen un sonido tan nítido? La mujer estaba enchufando otro par de auriculares en la consola para que ambos pudieran escuchar. Sonrió maliciosamente.
– ¡Han metido algo ahí dentro! ¿Cómo? -Tal procuró no parecer demasiado asombrado.
– Bueno, a esa casa han llegado muchos ramos de flores e incluso paquetes de comida. Digamos que uno de los ramos sirve para algo más que para oler bien y adornar.
Amir se quitó los auriculares y dio una palmada en el hombro de la mujer: «Buen trabajo».
No servía de nada seguir pendiente. Otro técnico escuchaba atentamente y lo taquigrafiaba todo. Informaría de inmediato de cualquier detalle digno de atención.
– Señor Tal, creo que le interesará ver esto.
Era el hombre que no se había apartado del ordenador desde que él había llegado. Se había preguntado cuál era su tarea, pero no se había atrevido a preguntar.
Lo que vio lo decepcionó. Era una página de correo electrónico normal, una bandeja de entrada igual a la que tenía en el ordenador de su casa para su correspondencia personal. En aquello no había espionaje de alta tecnología.
Y entonces lo vio: el cursor se movía solo, no parecía que nadie estuviera interviniendo. Las manos del técnico estaban quietas.
– ¿Qué es esto?
– Está viendo el ordenador de Shimon Guttman, el mismo con el que están trabajando su hijo Uri y la mujer. -¿Son imágenes de vigilancia?
El hombre sonrió de un modo que a Tal no le gustó, como si acabara de escuchar la pregunta de un niño retrasado.
– No, no es una cámara oculta. Es simplemente el programa Silent Night. -Esperó unos segundos, como hacen todos los especialistas para dejar que la idea cale, y prosiguió-: Se trata de un pequeño programa que se auto instala en el ordenador de otra persona y que nos da acceso al tipo de privilegios del sistema que necesitamos. -Vio que Tal seguía sin comprender-. Nos proporciona un acceso total a su ordenador. Si quisiéramos podríamos manejarlo a distancia desde aquí.
– ¿Qué? ¿Quiere decir que si tecleara aquí, aparecería en la pantalla que ellos están mirando?
– Sí, pero ¡ni se le ocurra! -Cubrió el teclado con las manos como habría hecho un empollón durante un examen para evitar que otros lo copien-. Si vieran que el cursor empieza a moverse se darían cuenta de que nos hemos infiltrado en su sistema. O eso o creerían que se trata del fantasma de Guttman, que pretende asustarlos.
– o sea, que simplemente observamos.
– Exacto. Todo lo que teclean lo veo. En estos momentos, por ejemplo, están intentando entrar en su cuenta de correo gmail.
– Tenemos una llamada telefónica -dijo la mujer de los auriculares-. Costello acaba de marcar el número de Jalil al-Shafi de Ramallah.
Tal se acercó y esperó a que le pasara el otro par de auriculares, pero la mujer estaba demasiado concentrada, escuchando cada palabra, para ayudar a su jefe. Cuando los conectó, la llamada había finalizado; en cambio, oyó a Maggie Costello preguntar al hijo de Guttman: «¿Qué significa "nas tayíb"?».
Un instante después, el técnico del ordenador se animó y Tal volvió a su lado. Se sentía un poco ridículo, como un niño en un salón de juegos, viendo a sus hermanos mayores jugando con videojuegos y yendo de una máquina a otra para intentar no perderse nada.
El tipo del ordenador miraba la pantalla con los ojos muy abiertos.
– Vaya, esto es interesante.
– ¿Qué están haciendo?
– Mire esta ventana. Están introduciendo el nombre que acabamos de escuchar. Saeb Nastayib… Ahora están probando, diferentes contraseñas.
Una serie de asteriscos aparecieron en la casilla de la clave.
El técnico clicó en una ventana pequeña y los asteriscos se convirtieron, uno a uno, en letras.
– Están probando con «Vladimirl» -dijo-. Va a ser que no.
– ¿Cómo es posible que lo vea? La contraseña no se ve ni siquiera en la pantalla en la que ellos trabajan…
– Por eso Silent Night es una maravilla. Graba cada tecla que ellos aprietan. Y aunque su pantalla no muestra qué teclas aprietan, nosotros sí las vemos. Vaya «Vladimir48». Tampoco. -De acuerdo, avíseme cuando tenga algo que nos sirva. Amir Tal no tuvo que esperar mucho. Diez minutos después, el equipo aparcado ante la casa de Guttman informó que Costello y el hijo del difunto habían salido de la casa, camino al parecer de la casa del periodista Baruch Kishon. Entretanto, los análisis del ordenador apuntaban la existencia de una correspondencia entre Shimon Guttman y Ahmed Nur en la que el primero había utilizado un nombre árabe combinado con la contraseña «Vladimir67» de inspiración claramente sionista. Habían organizado un encuentro en Ginebra.
– Muy bien, amigos -dijo Tal, disfrutando de la sensación de estar al mando-. Quiero toda la información que puedan conseguir sobre Nur, quién era, por qué murió y de qué demonios hablaba con Guttman. ¿Qué planeaban? ¿Estamos ante una alianza de los extremos, ante dos tipos contrarios al proceso de paz que se confabularon para hacer fracasar las negociaciones? Hablen con el Mossad de Ginebra. Averigüen si se reunieron antes. Encuentren sus agendas de viaje del año pasado. Y si ahí no hay nada, retrocedan otro año. Quiero todo lo que puedan conseguir, y también de Jalil al-Shafi, Qué le ha dicho a Costello, por qué ella lo ha llamado y qué relación tenía con Ahmed Nur. ¡Necesitamos respuestas ya! ¿Está a favor de las negociaciones o pretende sabotearlas desde dentro? ¡Quiero saberlo todo!
»Huelga decir lo más importante. Hemos de seguir a Guttman y a Costello. y, pase lo que pase, tenemos que llegar hasta Baruch antes que ellos. ¡Adelante!