Capitulo 31

Ramallah, Cisjordania, jueves, 8.30 h

Jalil al-Shafi sabía que en realidad aquella solo era una reunión a medias. Lo acompañaban el jefe de la guardia presidencial y los responsables de otros tres cuerpos de seguridad, pero los líderes del ala militar de Hamas no estaban, ni tampoco los responsables de la policía de Gaza. Aquella mañana había bromeado con su esposa diciéndole que si eso era un gobierno de unión nacional, no le gustaría ver uno de desunión nacional.

Mientras estaba en la cárcel había pasado años planeando y diseñando una estrategia para cuando llegara ese momento. Había previsto cualquier movimiento de los israelíes y preparado distintas respuestas. Y para cada una de ellas había pensado las posibles reacciones de los israelíes, calculando por adelantado cuál sería la mejor estrategia para los palestinos. Estaba convencido de que si le abriesen la cabeza y mirasen dentro, encontrarían dentro un esquema más complicado que un circuito electrónico del transbordador espacial.

Sin embargo, no había tenido suficientemente en cuenta la persistencia de las disensiones entre los palestinos. Había dado por hecho que cuando llegara el momento de sentarse a negociar de verdad habría un único líder palestino. Había creído que su liberación se había hecho realidad gracias a que los palestinos habían formado un solo frente. Pero lo que habían hecho era apañar una especie de coalición, y eso no era lo mismo.

Había cometido otro error durante su larga estancia en la cárcel de Ketziot, confinado en una celda que no medía más de un metro ochenta por metro veinte durante veintitrés horas al día. Había imaginado que en las últimas fases de las negociaciones habría estallidos de violencia por ambos bandos. Siempre habría partidarios de la línea dura dispuestos a sabotear cualquier avance cometiendo las atrocidades que consideraran necesarias. Había ocurrido en los procesos de paz del mundo entero. Y al-Shafi lo sabía porque los había estudiado al detalle.

Pero no estaba preparado para ataques que nadie reivindicaba y que nadie sabía explicar. Se volvió hacia Faisal Amiri, el jefe de la organización palestina que más se parecía a una, agencia de inteligencia.

– ¿Cómo es posible que ese ataque se organizara desde Jenín? Eso está lejos, ¿no?

– Está lejos, señor, pero si un comando consiguiera saltar el muro…

– Pero en ese caso lo sabríamos, ¿no es así?

– Tal vez lo sepan otros -dijo Toubi, un veterano de las antiguas luchas dentro de la OLP que odiaba a Hamas con toda su alma.

– El problema es que no parece propio de ellos -repuso Amiri-. Una incursión rápida, entrar y salir. No es su estilo.

– Sin mártires -añadió Toubi-. Estoy de acuerdo en que no encaja. Si quisieran hacer saltar por los aires las negociaciones habrían volado un autobús con uno de ellos dentro en pleno centro de Jerusalén.

– ¿Elementos incontrolados? -preguntó al-Shafi.

– Eso no estaría mal, ¿verdad?, que nuestros amigos de Hamas estuvieran perdiendo su legendaria disciplina-comentó Toubi, demasiado sonriente para el gusto de Jalil.

– No lo creo-contestó Anpri-. Hasta el momento se han mantenido notablemente unidos. El buró político de Damasco ha decidido que estas negociaciones tienen que salir adelante, que debemos llegar a un acuerdo y después obligar a los israelíes a cumplirlo. Esa es la decisión estratégica que han tomado.

– ¿Y sin Damasco no hay nada que los elementos descontrolados puedan hacer?

– Así es, señor al-Shafi. Sencillamente carecen del entrenamiento, el equipo y el dinero necesarios. No tienen nada.

_. ¿Y la Yihad?

– Nos hemos hecho muchas preguntas sobre la Yihad islámica, pero tenemos una fuente muy fiable ahí dentro y dice que están tan sorprendidos por esto como nosotros.

– ¿Y qué me dicen del objetivo?

– Eso es lo más extraño de todo. Si lo que buscaban era cobrarse vidas, habrían ido directamente contra el kibutz y sus zonas residenciales. Sin embargo, fueron al museo, donde solo mataron a una persona.

Toubi asintió.

– Ni siquiera tenían por qué haber ido allí. Una vez hubieran saltado el muro, podrían haber dado el golpe en Magen Shaul. ¿Por qué recorrieron todo el camino hasta Bet Alpha? -Yo sé por qué -repuso al-Shafi, que se había levantado de la mesa y se acercaba a un tablero de ajedrez que tenía en un rincón del despacho.

Era un recuerdo de sus días en la cárcel. Jugaba partidas enteras mentalmente, moviendo tanto negras como blancas; algunas duraban días enteros. Aquello lo había ayudado a no perder la cabeza durante los períodos de encierro en solitario. Últimamente siempre tenía una partida en marcha.

– En Bet Alpha hay un yacimiento arqueológico ·-prosiguió-. Se trata de los restos de una sinagoga que tiene mil quinientos años de antigüedad. A los sionistas les encanta porque según ellos demuestra que llevan tanto tiempo aquí como nosotros; Su destrucción significa una prueba menos.

– No lo dirá en serio.

– ¿Y por qué no? ¿De qué otra cosa cree que hablan todo el día en Govemment House los del grupo negociador israelí? -Seguía con la mirada clavada en el alfil blanco que sostenía sobre la torre negra-. Todo se reduce a esto.

Capturó la torre, puso el alfil en su lugar y volvió a su mesa. -No le entiendo.

– Todo se reduce al pasado. Todo se reduce a quién estaba aquí antes, quién tiene más derecho a reclamar. ¿Saben qué fue lo que llevó de cabeza a los israelíes durante Camp David en el año 2000?

Toubi se movió en su asiento, incómodo. No le gustaba que alguien más joven lo sermoneara.

– Un comentario de Arafat que los ponía de los nervios.

Arafat negaba categóricamente que alguna vez hubiera habido un templo judío en Jerusalén. «¿Cómo puede ser eso el Monte del Templo?-decía-. ¿Por qué lo llaman el Monte del Templo? Aquí no había ningún templo, ¡estaba en Nablus!»

– ¿Y qué tiene eso que ver con Bet Alpha?

– Es lo mismo. Un intento, mientras nosotros negociamos quién se queda con qué, de debilitar los argumentos del otro bando, de inclinar la balanza en nuestro favor. «Mirad, un yacimiento arqueológico judío menos. ¡Quizá nunca existió!»

– Eso es una locura.

– Es una locura. Pero creo que a algún palestino se le metió en la cabeza hacemos un favor y quiso echamos una mano. -No puedo creerlo.

– ¿Tiene alguna explicación mejor?

Se hizo un silencio que finalmente rompió Amiri. -Además está lo del comerciante, ese tal Aweida, muerto a cuchilladas en Jerusalén.

– ¿Qué puede decirme de eso?

– Poca cosa. Según parece había una nota en hebreo prendida en el cuerpo. Una página de la Torá. Y la radio del ejército está informando de que un grupo que nadie conoce, los Defensores de Israel Unido, ha reivindicado su autoría. -¿Colonos?

– Podría ser.

Al-Shafi se acarició el mentón y se rascó la barba.

– En ese caso, Yariv estará sudando la gota gorda en estos momentos.

Toubi intervino:

– Siempre creyeron que el Machteret acabaría reapareciendo. Machteret, el movimiento clandestino. Toubi, como al-Shafi, había aprendido hebreo en una cárcel israelí.

– Si es así, intentarán matamos a nosotros, pero es a él a quien quieren hacer daño.

– ¿Qué quiere que hagamos, señor al-Shafi? -Amiri había conseguido sobrevivir a un grupo de ideólogos manteniendo siempre una visión práctica de las cosas.

– Quiero que averigüe todo lo que pueda de ese incidente en Bet Alpha. Peine los diarios israelíes, lea a los corresponsales militares, cualquier cosa que filtre el ejército. Siempre lo hace. y averigüe qué sabe la gente de aquí sobre Afif Aweida. Según me han dicho, tiene parientes en Belén. Hable con ellos. Fue una víctima elegida al azar o hay una razón para que un puñado de fanáticos israelíes hayan asesinado a un simple tendero.

– ¿Algo más?

– Sí. Quiero saber qué se trae entre manos esa mujer estadounidense, Costello. Me llamó con más preguntas sobre Ahmed Nur. Tenemos al menos tres asesinatos misteriosos. Y si no descubrimos qué está ocurriendo, habrá más. Morirán más palestinos y desaparecerá la mejor oportunidad que hemos tenido y tendremos de lograr nuestra independencia. Creo que saben qué tienen que hacer.

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