Capitulo 64

Jerusalén, viernes, 13.44 h

La cámara se le cayó de las manos con un golpe sordo. Uri corrió hacia Maggie y se agachó junto a ella para ver dónde la habían herido. Apenas lo había hecho cuando una segunda bala pasó silbando junto a su oído. Entonces, también él se echó al suelo, sobre Maggie, intentando proteger su cuerpo de los disparos.

Miró alrededor y vio a Mustafa tumbado boca abajo. Con un leve movimiento de los dedos, el palestino indicó que mirara hacia lo alto. Allí justo encima de ellos, apoyados en la barandilla del mirador de la ciudad en miniatura, asomaban los cañones de varias armas que disparaban hacia los árboles del otro lado. ¿Eran los hombres de Miller, que se habían reagrupado? ¿Acaso intentaban matar al camarógrafo oculto pensando que eso podría salvarlos a ellos y a su jefe?

Se oyó un ruido de ramas y seguidamente un grito en hebreo:

– Al tira! «¡No disparen!»

Uri oyó que sonaba una respuesta desde lo alto. -'Hadel esh!

«¡Alto el fuego!»

Uri se puso en pie lentamente. Maggie seguía tirada en el suelo, mortalmente quieta.

Entonces oyó un clamor de voces que hablaban en hebreo.

Una docena de hombres bajaban corriendo por la escalera. La policía israelí. Con sus armas semiautomáticas apuntaban directamente a los dos individuos que acababan de salir de entre los árboles.

– ¡Identifíquense! -gritó el oficial al mando. Silencio.

– ¡Identifíquense o abriremos fuego!

¿Eran palestinos que habían aprendido a hablar en hebreo en la cárcel y que se aprestaban a llevar a cabo algún tipo de acción suicida? Uri sabía lo que les esperaba si vacilaban un segundo más en contestar: un tiro en la frente, el único modo seguro de evitar que accionaran un detonador.

Sin embargo, no llevaban ropa abultada, que solía ser el indicio más obvio de sus intenciones; vestían como cualquiera. A decir verdad, parecían israelíes.

– ¡Somos los Defensores de Jerusalén Unido! -dijo en perfecto hebreo el mayor de los dos.

Cuando los policías acabaron de rodearlos, Uri vio que llevaban en la coronilla una kipá de ganchillo, el símbolo inequívoco que identificaba a los miembros del movimiento de los colonos.

– Vaya, así que ellos también nos pisaban los talones…

Uri se dio la vuelta y vio a Maggie incorporándose, frotándose los ojos.

– ¡Maggie! ¡Estás viva!

– Siento lo de antes. No sabía que fuera tan gallina.

– ¿De qué hablas?

– Se supone que soy una diplomática curtida y que no me desmayo cuando alguien dispara un arma cerca.

La policía los retuvo a los tres -Maggie, Uri y Mustafa- durante varias horas mientras prestaban una larga y detallada declaración. Les acompañó un abogado, el cuñado de Uri, que insistió en el derecho de sus clientes a conservar sus efectos personales, incluida la tablilla, como pertenencias privadas. Después de su intervención, la tuvieron con ellos todo el tiempo. En cuanto a los pequeños papeles, Maggie los había escondido en lo más hondo de sus bolsillos y allí siguieron.

Cuando salieron de la comisaría se encontraron con una escena que Maggie y Uri habían presenciado muchas veces pero que nunca habían creído que vivirían en carne propia: cientos de cámaras los apuntaban entre destellos de flash.

Apenas habían puesto un pie en la calle cuando la multitud lanzó un rugido colectivo mientras los fotógrafos y periodistas la llamaban a gritos: «¡Maggie! ¡Maggie!», «Maggie, ¿qué dice el testamento de Abraham?», «Maggie, ¿qué pone en la tablilla?».

Uri y Mustafa se situaron uno a cada lado para protegerla y abrirse camino hasta el taxi que los esperaba. El conductor tuvo que dar dos largos rodeos para lograr despistar a las furgonetas y motos que los seguían antes de poder dejar a Maggie a salvo en su hotel.

Una vez a salvo en el refugio de su habitación, Maggie encendió el televisor. Ya tenía una idea de lo que la esperaba. Cuando la policía le había devuelto el móvil, en la pantalla aparecía el mensaje «Bandeja de entrada llena». Escuchó los primeros mensajes de voz: la BBC, la NPR, la CNN, Reuters, la AP, The New York Times, todos solicitándole una entrevista tan pronto como le fuera humanamente posible. El Daily Mail de Londres le ofrecía una cantidad de seis cifras si aceptaba venderles la exclusiva de las aventuras de una mujer en busca del testamento de Abraham. También había unos cuantos mensajes de la Casa Blanca.

Cuando empezó a pasar de un canal a otro, lo único que vio fueron imágenes de ella sosteniendo la tablilla ante la cámara de Uri. La cadena Fax News emitía sin cesar, en una especie de bucle, la grabación donde Bruce Miller confesaba sus múltiples fechorías y terminaba con las palabras «¿Avergonzarme? Me siento orgulloso». Al final, dejó BBC World.

«Contamos con la compañía de Emest Freundel, del Museo Británico de Londres, uno de los pocos expertos del mundo capaz de leer la escritura cuneiforme de la crucial tablilla.»-Señor Freundel, ¿qué opina de lo que se dice que hay escrito en ella?

»-Bien, en principio cualquier información de esta naturaleza debería ser tratada con el mayor escepticismo. Sin embargo, tengo entendido que esta tablilla fue encontrada y traducida por el profesor Shimon Guttman, que era una de las mayores autoridades en este tema. Si él decía que era auténtica, me inclino a creerle.

»-¿y cuál es su reacción ante la idea de que se trata de la última voluntad de Abraham?

»-Bueno, habrá que realizar las pruebas pertinentes, pero Guttman no era un hombre dado a la credulidad. También hay que considerar que si los estadounidenses han llegado hasta donde han llegado para hacerse con la tablilla, quiere decir que debían de estar bastante convencidos de su autenticidad.

»-¿Y eso qué supone desde el punto de vista emocional para un erudito como usted, doctor Freundel?

– No puedo negar que daría cualquier cosa por poder examinar esa tablilla y tenerla en mis manos. Por desgracia no he tenido esa oportunidad. En cualquier caso, su importancia es inconmensurable.»

Mientras Maggie seguía sentada en el borde de la cama, Uri se le acercó con el ordenador portátil y le mostró una serie de páginas web: al-Ahram, Washington Post, Guardian, Times of India y China Daily. Todos trataban la misma noticia. Por último, le mostró el titular de Haaretz:

EL MUNDO EN VILO: ISRAELÍES y PALESTINOS ESPERAN LA PALABRA DE ABRAHAM

Debajo había un artículo con el relato de los acontecimientos de aquella tarde en el Museo de Israel. En él se explicaba que la policía había detenido a Akiva Shapira, líder de los colonos y presunto cabecilla de los Defensores de Jerusalén Unido. El portavoz de la policía había añadido que, además, tenían pruebas de que Maggie Costello y Uri Guttman también estaban en el punto de mira de una célula islamista radical vinculada a Salim Nazzal, uno de los terroristas más buscados.

Maggie fue de una página a otra. Había interminables columnas y discusiones que debatían sobre lo que Abraham podía haber dicho o dejado de decir. Ambos bandos se lanzaban acusaciones alegando la falsedad del texto, especialmente los «halcones» israelíes y los islamistas radicales, que negaban respectivamente la posibilidad de que el gran patriarca hubiera legado Haram al-Sharif a los musulmanes o el Monte del Templo a los judíos. La blogosfera era un hervidero de conspiraciones que insistían en que la oportuna aparición de la tablilla hacía imposible pensar que pudiera ser auténtica.

– Maggie, creo que vas a tener que desvelar la verdad, el texto completo del testamento. La situación no puede esperar.

Maggie volvió a contemplar el televisor, donde en esos momentos aparecía el primer ministro británico, ante el número 10 de Downing Street, declarando: «La historia contiene ahora el aliento».

Maggie suspiró.

– Lo sé, Uri. Solo tengo que decidir quién debe anunciarlo.

Cuando miró hacia atrás, como haría en tantas ocasiones en los años venideros, llegó a la conclusión de que el desliz más valioso de Bruce Miller fue una sola frase: «Tienen abierto un canal secundario, así que siguen negociando, créame», Eso era lo que había dicho. Otros lo habrían pasado por alto, pero no Maggie ni ningún mediador profesional. Los canales secundarios eran demasiado intrigantes para que uno se olvidara de ellos. A pesar de haberse visto sometida a la violencia del registro corporal y a las palizas de los hombres de Miller, aquel comentario se había quedado grabado en su cerebro.

Quizá no debería haberle sorprendido. Era una práctica común, incluso entre los más enconados enemigos, mantener una línea de comunicación abierta ya fuera a través de algún magnate de confianza, de un amigo personal o de un gobierno extranjero. En cualquier caso, no había duda de que palestinos e israelíes debían de contar con una vía secreta para seguir hablando.

Le dio vueltas en la cabeza una y otra vez, mientras se tumbaba en la cama y se permitía unos minutos de duermevela. Soñó que deambulaba por las calles de Jerusalén, no con su propio cuerpo, sino como la pechugona figura creada por su hermana en Second Life. Soñó que flotaba por encima de la Cúpula de la Roca y sobrevolaba el Muro de las Lamentaciones. Abajo, hombres barbudos con traje negro y el chal para la plegaria alzaban la vista y la miraban boquiabiertos…

Se despertó de repente, con la frente bañada en sudor. ¿Podía ser? ¿Era posible? Cogió el ordenador y entró directamente en Second Life y se registró de nuevo como el álter ego de Shimon Guttman, como Saeb Nastayib. Se teletransportó al instante al seminario de la Universidad de Harvard.

«Por favor, sigue ahí.»

En efecto, allí estaban los avatares que había visto en su primera visita: Yaakov Yariv y Jalil al-Shafi. Se acercó, apretó el botón CHAT y tecleó un mensaje sencillo: «Tengo la información que el mundo está esperando».

Por razones que entendería más adelante, la respuesta no fue instantánea. Tanto la oficina de Yariv como la de al-Shafi mantenían a sus respectivos avatares del seminario de Second Life en estado durmiente para que al menos contaran con una presencia. De ese modo podían mantener el canal abierto y asegurarse de que la otra parte estaba disponible las veinticuatro horas del día. Amir Tal, el ayudante personal del primer ministro, comprobaba cada hora si había actividad, y lo mismo hacía su equivalente en el bando palestino. Incluso por las noches. La idea había partido de al-Shafi: durante su estancia en la cárcel había leído sobre las simulaciones en intemet de conversaciones de paz en Oriente Próximo y poco después de salir de la cárcel se había registrado en una, adoptando el papel de Jalil al-Shafi. Entonces se dio cuenta de que lo único que necesitaba para tener abierto un canal de comunicación era que se uniera cualquier alto funcionario israelí. Ya no harían falta vuelos noctunos a Oslo ni fines de semana clandestinos en una cabaña perdida en los bosques de Escandinavia. A partir de ese momento, el diálogo podría hacerse a la luz del día y ser desmentido en cualquier momento: si alguien preguntaba qué estaba pasando, «Yaakov Yariv» y «Jalil al-Shafi» solo tenían que contestar que eran estudiantes estadounidenses jugando a una simulación.

La primera respuesta llegó de al-Shafi. Maggie le pidió que la telefoneara para que pudiera verificar que se trataba realmente de él y no tardó en escuchar su familiar voz en el móvil. Convino en reunirse con su más próximo colaborador al cabo de una hora.

A continuación concertó una cita equivalente con Amir Tal. Se encontraron en la lujosa mansión que cierto hombre de negocios estadounidense tenía en Jerusalén Occidental. Maggie no estaba para cortesías diplomáticas, de modo que fue directamente al grano:

– Como saben, tengo la tablilla en mi poder. Esta tarde he estado a punto de revelar el contenido del texto por televisión porque temía que, si no lo hacía y algo me pasaba, el testamento de Abraham se perdería para siempre. Por suerte, ahora está a salvo.

Les explicó que todavía no estaba dispuesta a mostrar la tablilla y que eso tendría que esperar a que se reuniesen los máximos dirigentes, pero sacó las traducciones de Guttman, leyó en voz alta la inglesa y les entregó las versiones en árabe y en hebreo para que pudieran leerlas. Ambos palidecieron a la vez.

– Como es natural, podrán verificar la autenticidad de estos textos y de la tablilla tan pronto como pasemos a la siguiente fase -dijo tranquilamente, deseosa de concederles el tiempo que necesitaran para asimilar lo que acababan de leer.

– ¿y cuál será la siguiente fase, señorita Costello? -preguntó el palestino.

Maggie le contestó que correspondía a los dos líderes dar a conocer al mundo la decisión de Abraham. No estaría bien que el comunicado saliera de ella, una extranjera. Lo que debían hacer era convocar una conferencia de prensa para el día siguiente, una vez finalizado el sabbat. Uri Guttman y Mustafa Nur aparecerían con ellos, en representación de sus difuntos padres, mientras los dos líderes realizaban el anuncio.

Maggie siguió la conferencia de prensa por la televisión. Habría sido divertido asistir en persona, pero no quería provocar un tumulto mediático como el que se había montado ante la comisaría. Además, el segundo plano era el terreno que le correspondía. Para que aquello funcionara, las palabras debían salir de boca de Yaakov Yariv y Jalil al-Shafi, de nadie más.

Se preguntó cómo lo harían. ¿Empezaría primero Yariv en hebreo y seguiría a continuación al-Shafi en árabe? ¿o sería al revés? Al final, hicieron otra cosa, algo mucho mejor.

Al-Shafi habló el primero, y lo hizo en inglés. Dijo que iba a leer el texto grabado en la tablilla dictada por Abraham. Leyó:

«Yo, Abraham, hijo de Terach, ante los jueces doy testimonio de lo siguiente. La tierra adonde llevé a mi hijo para sacrificarlo al Altísimo, el monte Moria, esa tierra se ha convertido en fuente de discordia entre mis dos hijos…»

Se detuvo, y Yariv siguió, también en inglés:

«… de cuyos nombres dejo constancia: Isaac e Ismael. Así pues, ante los jueces declaro que el monte sea legado como sigue…» Entonces, los dos, como buenos veteranos, hicieron una pausa antes de seguir leyendo al unísono, perfectamente sincronizados:

«Será compartido por mis dos hijos y sus descendientes de la manera que ellos elijan, pero quedando claro siempre que no pertenece a ninguno de los dos, sino a los dos conjuntamente desde ahora y para siempre. Deben convertirse en sus custodios y guardianes y protegerlo en nombre del Todopoderoso, el único Dios que es soberano de todas las cosas y todos los hombres. Firmado con el sello de Abraham, hijo de Terach, en presencia de sus hijos, en Hebrón, en este día.»

Загрузка...