Jan Yunis, Gaza, viernes, 2.40 h
No dormía, ni siquiera se había acostado. Como tantas veces en esos días, estaba sentado muy erguido; dando vueltas en su cabeza a las distintas posibilidades. Movimientos, contramovimientos… Su mente no dejaba de trabajar, y menos aún por la noche. Urdía tantos planes que esperaba con impaciencia el momento de la oración del amanecer. Quería que amaneciera para poder salir a la luz del sol y volver al trabajo.
Estaba despierto, de modo que oyó los pasos. Instintivamente quitó el seguro a su pistola y esperó en la oscuridad. Antes de que le llegara el sonido de la voz vio el resplandor de la vela. -¡Pst! ¡Salim! Soy Marwan.
– Entra, hermano.
El más joven entró de puntillas en el cuarto donde Salim Nazzal se acostaba por la noche. Miró alrededor y contó a los tres niños que dormían profundamente en un único colchón. Bajó la voz un poco más. No tenía idea de en qué casa se encontraba ni qué familia había abierto las puertas a su líder para que pasara la noche.
– Salim, dicen que tienen algo, que han visto algo en Jerusalén.
– ¿La tablilla?
– Al hijo del sionista y a la mujer estadounidense.
Nazzal volvió a poner el seguro del arma. Necesitaba tiempo para pensar.
– El equipo que tenemos sobre el terreno quiere saber si debe golpear.
– ¡Se suponía que estaban para eso!
– Pero tus órdenes… Recuperar la tablilla era la principal prioridad.
Uno de los chicos se agitó entre sueños. Salim aguardó hasta que estuvo seguro de que se había vuelto a dormir.
– Diles que tienen libertad para actuar -contestó al fin.
– De acuerdo -repuso el otro y dio media vuelta para marcharse.
– ¡Marwan, espera! Diles que tienen libertad para actuar pero solo si de ese modo se hacen con la tablilla o averiguan su paradero exacto. No tiene sentido matar a esos dos, el judío y la estadounidense, si no conseguimos la tablilla. ¿Lo has entendido?
– Lo he entendido, Salim.
– Hablo en serio, Marwan y amartilló el arma para que no hubiera duda.