Jerusalén, jueves, 11.05 h
La tradición mandaba que esa hora se reservara para el forum, la reunión informal de los asesores del gabinete que habían acompañado a Yariv desde que, tres décadas atrás, consideró la posibilidad de dedicarse a la política. Todos los jueves por la mañana, con la semana de trabajo a punto de finalizar, analizaban y resumían los acontecimientos, señalaban los errores, ideaban soluciones y planeaban los siguientes movimientos. Así lo habían hecho cuando Yariv fue nombrado ministro de Defensa; cuando lo designaron ministro de Exteriores; cuando hizo su travesía del desierto en la oposición. Incluso, a decir verdad, cuando todavía llevaba el uniforme de jefe del Estado Mayor. Esa era la tarea de los políticos, por mucho que fingieran otra cosa; no había que creer a quien dijera lo contrario.
La única diferencia era que se había producido un cambio en el personal. Los dos antiguos camaradas del ejército -uno ahora en publicidad, y el otro en el negocio de la importación- seguían acudiendo a las reuniones. También Ruth, su mujer, cuyo consejo Yariv apreciaba seriamente. El único cambio fue forzado: su hijo, Aluf, había sido un habitual en el forum hasta que lo mataron en el Líbano hacía tres años. Su lugar lo había ocupado Amir Tal, hecho aireado por la prensa, que no había dejado de describir al joven asesor como el hijo adoptivo del primer ministro.
Normalmente, las reuniones se celebraban en casa, y Ruth servía café y Strudel. Pero no ese día. Según dijo a Amir, la situación era demasiado seria para salir de la oficina; el forum lo formarían únicamente ellos dos.
Las conversaciones de Govemment House se habían efectivamente interrumpido, ambos bandos se limitaban a mantener una presencia testimonial. Ni los palestinos ni los israelíes deseaban que los estadounidenses los acusaran de tirar la toalla, por eso no se atrevían a levantarse de la mesa. Sin embargo, nadie trabajaba en serio, y eso significaba que la obra culminante de Yariv -el proceso de paz- estaba desmoronándose ante sus ojos. Recibía todo tipo de críticas de los sectores de la derecha -los colonos y su maldita cadena humana alrededor de la ciudad- y estaba dispuesto a asumirlas, pero solo si tenía algo que ofrecer a cambio. Se acordó del hombre que había ocupado aquella silla hacía pocos años y que había visto derrumbarse su mandato después de que el intento de Camp David quedara en nada.
y lo peor, confesó a Amir Tal mientras escupía la cáscara de la pipa, era que estaba hecho un lío.
– Mira, una pigua, un terrorista suicida, de Hamas o de la Yihad, eso lo esperaba. Ya lo hicieron con Rabin y con Peres. ¡Por Dios!, si incluso se lo hicieron a Bibi… Cada vez que alguien se acerca a un acuerdo, allí están ellos con un autobús lleno de dinamita. Contaba con eso. -Alzó la mano para indicar que no había concluido-. Incluso contaba con que el Machteret volvería a hacerse oír.
Los dos habían dado por supuesto que una reaparición de aquel movimiento clandestino era previsible. En los años ochenta, un puñado de colonos y de fanáticos religiosos había enviado una serie de cartas-bomba y colocado otras bajo los coches de distintos políticos palestinos. Algunas de sus víctimas seguían en activo y aparecían en los programas de televisión sentados en una silla de ruedas o exhibiendo terribles desfiguraciones.
– Cabía la posibilidad de que bombardearan un par de parques infantiles árabes -prosiguió Yariv-. la mezquita.
No hacía falta que dijera qué mezquita. Los dos sabían que los elementos más radicales dellvlachteret soñaban con hacer saltar por los aires la Cúpula de la Roca, el lugar más sagrado del islam en Tierra Santa, y de paso despejar la zona para levantar allí el Templo Judío.
– Pero ¿estos ataques? No tienen sentido ¿Por qué iban a querer los palestinos cargarse el centro para visitantes de un kibutz del norte? ¿Y por qué hacerlo de noche, cuando no hay nadie cerca? Si lo que quieres es cargarte las negociaciones, ¡hazlo de día! ¡Mata a un montón de gente!
– A menos que fuera un aviso.
– Pero lo otro eran avisos. Así era como nos transmitían los mensajes en el pasado.
– Al-Shafi ha negado cualquier responsabilidad por su parte -dijo Tal.
– Claro, pero ¿y Hamas?
– Ellos también, pero…
– Pero no sabemos si podemos creerlos. Y luego está ese apuñalamiento en pleno Jerusalén. No me creo a los que lo han reivindicado, los Defensores de Jerusalén Unido o como quiera que digan llamarse. ¿Cómo es que no hemos sabido de ellos hasta ahora? Siempre hay aficionados dispuestos a llevarse la fama de actos cometidos por otros. Podría tratarse de un simple delito callejero.
– No necesariamente.
– ¿A qué te refieres? -El primer ministro devoraba y escupía las pipas a velocidad de vértigo.
– Ya sabe que hemos proseguido con la investigación del caso Guttman. Tenemos a su hijo, Uri, bajo vigilancia. Está trabajando estrechamente con Maggie Costello, del departamento de Estado…
– ¿La mediadora? ¿Qué demonios hace metida en todo esto?
– Según parece, Rachel Guttman le comunicó algo. Estancadas como están las conversaciones, Estados Unidos le permite que continúe con sus pesquisas. Costello está convencida de que mientras el asunto de Guttman no se resuelva, no habrá paz que negociar.
– ¿Y?
– Pues que, como usted sabe, Costello y Uri Guttman han descubierto que existe una relación entre el profesor y el arqueólogo palestino muerto, Nur. Nosotros opinamos que también puede haber una conexión con el asesinato de anoche en Jerusalén.
– Sigue.
– No nos dio tiempo de montar una unidad de vigilancia en el apartamento que Guttman y Costello fueron a visitar anoche en Tel Aviv, la casa de Baruch Kishon, pero sí conseguimos grabar las voces. Nuestros técnicos dicen que, justo antes de marcharse, Guttman y Costello encontraron algo, un nombre escrito en un papel.
– ¿Qué nombre?
– Afif Aweida.
– Ya veo.
– Así pues -prosiguió Tal-, al parecer el profesor Guttman habló con Kishon y mencionó el nombre de Aweida. y, de repente, tenemos un Aweida muerto.
Yariv permaneció en silencio, durante un instante, solo se oyó el ruido de una pipa especialmente grande al partirse entre sus dientes.
– Eso quiere decir que había alguien más escuchando.
– Por eso me alegro de que hoy nos hayamos reunido a solas, primer ministro.
– No estarás pensando…
– Los servicios de inteligencia militar son los únicos, aparte de nosotros, que tienen acceso a nuestra vigilancia.
– Eso es una tontería. ¿Crees que Yossi Ben-Ari, el ministro de Defensa, está llevando a cabo sus propias operaciones clandestinas y que ha matado a ese árabe en el mercado?
– Si su gente estaba escuchando anoche, él tuvo que enterarse del nombre.
– ¿Y por qué iba a hacer algo así?
– Ignoro por qué querría liquidar a ese hombre en concreto.
Para entenderlo, antes tendríamos que saber de qué va todo ese asunto de Guttman. Pero si miramos el cuadro en conjunto… -Veremos que intenta sabotear las conversaciones de paz, hacerme caer y ocupar mi puesto. ¡Cielos! -Ya sé que no es…
– ¿Posibles aliados?
– Tal vez Mossek. Quizá el jefe del Estado Mayor.
– ¡Un golpe militar!
– No podemos estar seguros.
– ¿Por qué no? ¿Quién más podría haberlo hecho?
– Si aceptamos que no ha sido un asesinato al azar, sino que se trataba realmente del hombre que Kishon conocía, cualquiera que conociera su identidad y su relación con el asunto Guttman podría ser sospechoso.
– Pero esos solo pueden ser la mujer estadounidense y el hijo de Guttman.
– No podemos descartar nada.
– No tiene sentido. Esto no es uno de tus disparatados videojuegos, Amir. Esto es el mundo real.
– Tenemos que considerar cualquier posibilidad.
El primer ministro se recostó en su asiento e hizo una pelota con la bolsa de papel vacía que momentos antes estaba llena de pipas. Suspiró.
– Lo que estás insinuando…
– No insinúo nada, señor.
– … es que dentro de los estamentos militares del estado de Israel hay elementos incontrolados que están matando a gente y haciendo Dios sabe qué para derribar al gobierno democráticamente elegido y, de paso, liquidar la mejor oportunidad para la paz que este país ha tenido en generaciones.
– Usted sabe qué opina el ejército respecto a lo que estamos haciendo. Nunca aprobó la retirada de Gaza. ¿Cree que desmontar los asentamientos de Cisjordania y entregar la mitad de Jerusalén les gustará?
Yariv sonrió; la sonrisa melancólica de un anciano que creía haberlo visto todo.
– ¿Sabes?, yo ascendí a Ben-Ari. Yo lo nombré general. «Pero Bruto es un hombre honorable…»
– ¿Qué quiere que haga, primer ministro?
– Creo que deberías organizar un equipo de vigilancia que solo responda ante este despacho. Comprueba la tendencia política de sus miembros, asegúrate de que apoyan las conversaciones de paz. Si hace falta, recurre a los izquierdistas y a los marginales. Simplemente asegúrate de su lealtad. Corta el contacto con Defensa y el ejército, déjalos fuera. Y cuando tengas a tu equipo en posición, lánzalo sobre Mossek y Ben-Ari. Pincha sus llamadas telefónicas y sus reuniones. Quiero ver su correo electrónico, sus mensajes por móvil, el color del papel con el que se limpian el culo.
– Délo por hecho.
– Solo pretendo demostrar que te equivocas.
– Bien.
– Ah, otra cosa… No pierdas de vista a Costello y al hijo de Guttman. Si resulta que están a punto de encontrar la explicación a este sin sentido, tanto mejor. Así nos llevarán hasta ella.