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La Carretera Principal de Salla atraviesa uno de nuestros mejores distritos agrícolas, la rica y fértil Llanura de Nand, que recibe cada primavera un regalo de capa superficial arrancada de la piel de Salla Occidental por nuestros bulliciosos ríos. En aquella época, el septarca del distrito de Nand era un avaro notorio, y gracias a su mezquindad la carretera se encontraba en malas condiciones, de modo que, como predijera en broma Halum, nos costó mucho atravesar el barro que obstruía la ruta. Fue un alivio terminar con Nand y entrar en Salla Norte, donde la tierra es una mezcla de piedra y arena, y la gente vive de hierbas y de unas cosas escurridizas que sacan del mar. Un terramóvil constituye un espectáculo insólito en Salla Norte, y dos veces nos apedrearon pobladores hambrientos y hoscos, que consideraban un insulto nuestro mero paso por su desdichado territorio. Pero al menos no había barro en el camino.

Las tropas del padre de Noim se hallaban apostadas en el extremo de Salla Norte, sobre la ribera más baja del Río Huish. Éste es el río más importante de Velada Borthan. Comienza en cien arroyos insignificantes, que gotean por las cuestas orientales de las Huishtor en la parte norte de Salla Occidental; los arroyos se juntan al pie de las colinas, transformándose en un veloz torrente, gris y turbulento, que irrumpe por un estrecho cañón de granito, jalonado por seis grandes saltos en escalera. Al brotar de esas cascadas salvajes sobre la llanura aluvional, el Huish continúa más serenamente rumbo al nordeste, hacia el mar, ensanchándose cada vez más en los llanos y dividiéndose al final, de modo que, en su amplio delta, se entrega al océano por ocho bocas. En su tempestuosa parte occidental, el Huish forma los límites entre Salla y Glin; en su plácido extremo oriental, separa a Glin de Krell.

No hay puentes que atraviesen el gran río, a pesar de su extremada longitud, y se podría pensar que resulta innecesario fortificar las riberas contra invasores que pudieran llegar desde el otro lado. Pero muchas veces en la historia de Salla los hombres de Glin han cruzado el Huish en botes para guerrear, y otras tantas veces hemos ido los de Salla a devastar Glin; no son más felices los antecedentes de buena vecindad entre Glin y Krell. Por eso brotan puestos militares a todo lo largo del Huish, y generales como Luinn Condorit consumen sus vidas estudiando las nieblas del río, tratando de divisar al enemigo.

Permanecí corto tiempo en el campamento del padre de Noim. El general no se parecía mucho a Noim, pues era un hombre corpulento, de facciones grandes, cuya cara, desgastada por el tiempo y la frustración, se parecía a un plano lineal de la rocosa Salla Norte. Ni una sola vez en quince años había tenido lugar un choque importante a lo largo de la frontera que custodiaba, y creo que la inactividad le había helado el alma: hablaba poco, fruncía el entrecejo con frecuencia, hacía de cada declaración un amargo gruñido y se apresuraba a abandonar la conversación para refugiarse en sus sueños privados. Debía de tratarse de sueños bélicos; sin duda no podía mirar el río sin desear que en él hormiguearan embarcaciones invasoras. Dado que seguramente hombres como él patrullaban el río del lado de Glin, es asombroso que las guardias fronterizas no se agredan mutuamente por simple hastío, cada pocos años, enredando a nuestras provincias en conflictos inútiles.

Allí nos aburrimos. Los lazos filiales obligaban a Noim a visitar a su padre, pero no tenían nada que decirse, y para mí el general era un extraño. Yo había dicho a Stirron que permanecería junto al padre de Noim hasta que cayera la primera nieve invernal, y lo cumplí, pero afortunadamente mi visita no fue prolongada: en el norte, el invierno llega pronto. El quinto día que pasé allí bajaron revoloteando unos copos blancos, y quedé libre del juramento que yo mismo me había impuesto.

Salla y Glin se comunican mediante balsas que unen estaciones terminales en tres lugares, salvo cuando hay guerra. Una negra mañana, Noim me llevó a la terminal más próxima, donde solemnemente nos abrazamos y despedimos. Le dije que le enviaría mi dirección en Glin cuando la tuviera, para que él pudiese mantenerme informado de lo que pasaba en Salla. Noim prometió cuidar a Halum. Hablamos vagamente de cuándo volveríamos a encontrarnos los tres; tal vez me visitaran en Glin el año siguiente — tal vez nos fuéramos de vacaciones a Manneran. Hicimos planes con poca convicción en la voz.

—Esta separación nunca debió llegar — dijo Noim.

—Las separaciones no llevan sino a reencuentros — respondí animosamente.

—Quizá habrías podido llegar a un entendimiento con tu hermano, Kinnall…

—Nunca hubo esperanzas de eso.

—Stirron ha hablado de ti con afecto. ¿Es insincero, entonces?

—En este momento su afecto es sincero. Pero el hecho de tener a un hermano viviendo a su lado no tardaría en hacérsele inconveniente, luego embarazoso, y por fin imposible. Un septarca duerme mejor cuando no tiene cerca ningún probable émulo de sangre real.

La balsa me llamó con un bramido de bocina.

Apreté el brazo de Noim y volvimos a despedirnos apresuradamente. Lo último que le dije fue:

—Cuando veas al septarca, dile que su hermano le ama.

Después subí a bordo.

El cruce fue demasiado rápido. Menos de una hora y me encontré en el extraño suelo de Glin. Los funcionarios de inmigración me examinaron rudamente, pero se ablandaron al ver el pasaporte rojo vivo que denotaba mi origen noble. Y la faja dorada que indicaba que yo pertenecía a la familia del septarca. En seguida tuve mi visado válido para una estancia indefinida. Esos funcionarios son gente chismosa; no me cabe la menor duda de que en cuanto les dejé acudieron al teléfono para avisar a su gobierno de que había un príncipe de Salla en el país, y supongo que no mucho más tarde esa información estaba en manos de representantes diplomáticos de Salla en Glin, quienes la transmitirían a mi hermano, para su disgusto.

Frente al cobertizo de la Aduana encontré una sucursal del Banco del Pacto de Glin, donde cambié mi dinero de Salla por la moneda de los norteños. Con el nuevo dinero pagué a un chofer para que me llevase a la capital, a la que llaman Glam, situada a medio día de viaje hacia el norte de la frontera.

El camino era estrecho y sinuoso, y atravesaba una campiña lúgubre, donde la mano del invierno había arrancado las hojas de los árboles mucho tiempo atrás. La nieve sucia se acumulaba en altos montones. Glin es una provincia fría. Fue colonizada por hombres de índole puritana, que consideraban demasiado fácil la vida en Salla y pensaban que si se quedaban allí podrían ser tentados a abandonar el Pacto; cuando no lograron reformar a nuestros antepasados volviéndoles más piadosos, se marcharon, cruzando el Huish en armadías, para ganarse esforzadamente el sustento en el norte. Gente dura para una tierra dura; por pobres que sean los cultivos en Salla, son doblemente improductivos en Glin, donde viven principalmente de la pesca, la manufactura, las transacciones comerciales y la piratería. Si mi madre no hubiera nacido en Glin, yo nunca habría elegido ese sitio como lugar de exilio. Y no es que mis vínculos familiares me hayan beneficiado en algo.

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