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El Gran Juez del Puerto es uno de los funcionarios supremos de Manneran. Posee jurisdicción sobre todos los asuntos comerciales de la capital; si hay disputas entre mercaderes, son tratadas en su tribunal, y por tanto tiene autoridad sobre personas oriundas de todas las provincias, de modo que un capitán marítimo de Glin o Krell, un sallano o un occidental, guando es convocado ante el Gran Juez está sujeto a sus veredictos, sin derecho de apelación a los tribunales de su país natal. Ésta es la antigua función del Gran Juez, pero si no fuera más que un árbitro de reyertas mercantiles, difícilmente tendría la jerarquía que tiene. Con el correr de los siglos, ha adquirido otras responsabilidades. Sólo él regula el flujo de navegación extranjera al puerto de Manneran, concediendo permisos comerciales para tantos navíos glineses al año, tantos de Threish, tantos de Salla. La prosperidad de una docena de provincias depende de sus decisiones. Por consiguiente, es cortejado por septarcas, inundado de regalos, enterrado en alabanzas y amabilidades. con la esperanza de que conceda a tal o cual país un barco extra el año venidero. El Gran Juez es, pues, el filtro económico de Velada Borthan, que abre y cierra cauces económicos a su antojo; no lo hace según su capricho, sino teniendo en cuenta el flujo y reflujo de riqueza en todo el continente, y es imposible exagerar su importancia en nuestra sociedad.

El cargo no es hereditario, pero el nombramiento es vitalicio, y no se puede reemplazar a un Gran Juez sino mediante procedimientos intrincados y casi impracticables. Así puede ocurrir que un Gran Juez vigoroso, tal como Segvord Helalam, llegue a ser más poderoso en Manneran que el mismo septarca principal. En cualquier caso, la septarquía de Manneran está en decadencia: dos de las siete sillas han quedado vacías desde hace cien años o más, y los ocupantes de las cinco restantes han cedido tanto de su autoridad a funcionarios estatales que son poco más que figuras ceremoniales. El septarca principal conserva todavía algunos restos de majestad, pero tiene que consultar con el Gran Juez del Puerto sobre toda cuestión de interés económico, y el Gran Juez se ha introducido tan inextricablemente en la maquinaria gubernamental de Manneran que resulta difícil decir con certeza quién es el gobernante y quién el funcionario.

En mi tercer día en Manneran, Segvord me llevó a su palacio de justicia para firmar el contrato e incorporarme a mi puesto. Yo, que me crié en un palacio, quedé atónito al ver el edificio central de la Magistratura del Puerto; lo que me asombró no fue la opulencia (no la tenía), sino el gran tamaño. Vi una ancha construcción de ladrillo pintada de amarillo, de cuatro pisos de altura, sólida y maciza, que parecía abarcar todo el puerto, de lado a lado, a dos manzanas de los embarcaderos. Dentro, en oficinas de techo alto, sentados ante escritorios gastados, ejércitos de afanosos oficinistas movían papeles y sellaban recibos, y mi alma tembló al pensar que así pasaría mis días. Segvord me llevó en un recorrido interminable a través del edificio, recibiendo el homenaje de los empleados al pasar por sus oficinas húmedas y calurosas; se detenía aquí y allá para saludar a alguien, para ojear de paso algún informe a medio redactar, para estudiar un tablero donde, aparentemente, estaban trazados los movimientos de todos los navíos que se encontraban dentro de un radio de tres días de viaje de Manneran. Por fin entramos en una noble serie de habitaciones, lejos del trajín y la prisa que acababa de ver. Allí presidía el Gran Juez en persona. Mostrándome un cuarto fresco y espléndidamente amueblado, contiguo a su propia sala, Segvord me dijo que yo trabajaría allí.

El contrato que firmé era como el de un drenador: me comprometía a no revelar ningún dato del que pudiera enterarme en el curso de mis obligaciones, so pena de terribles castigos. Por su parte, la Magistratura del Puerto me prometía ocupación vitalicia, continuos aumentos de salario y otros varios privilegios del tipo que no suele preocupar normalmente a los príncipes.

No tardé en descubrir que no sería ningún humilde oficinista entintado. Tal como me advirtiera Segvord, mi sueldo era bajo y mi categoría en la burocracia casi inexistente, pero mis responsabilidades resultaron ser grandes; de hecho, era su secretario particular. Todo informe confidencial destinado al Gran Juez pasaría antes por mi escritorio. Mi tarea consistía en descartar los más triviales y preparar resúmenes de los demás, todos menos los informes que considerara de la mayor importancia, que iban a él completos. Si el Gran Juez era el filtro económico de Velada Borthan, yo sería el filtro del filtro, ya que él leería solamente lo que yo desease que leyera, y tomaría sus decisiones sobre la base de lo que yo le proporcionase. Cuando vi claro todo esto, supe que Segvord me había puesto en camino de obtener un gran poder en Manneran.

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